Es
sencillo encontrar mi rostro en el espejo del agua, cuando un puño antiguo
golpeó fuerte los cielos, y los mares, y los plurales esos de los que nos hemos
acostumbrado a extraer la vida, cuando el puño de un otro, lleno de historia y
miedos, quebró los cristales, y el agua se hizo añicos, y llovieron los pedazos
rotos de aquel espejo, en esa refracción de la imagen, en ese dislocamiento de
mi rostro en pequeños chayes, ahí encontré el sentido de mis signos, no soy el
mar ni su encaprichado reflejo, soy lo que flota denso en medio, soy el
invierno.
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