miércoles, 27 de junio de 2012

¡No al maltrato Infantil!



Esta foto que ven acá me conmovió el corazón.   Este niño tan pequeño y frágil tiene la expresión que he visto tantas veces en el transcurso de mi vida y en varios niños.  Es la expresión que más aborrezco y que espero algún día se erradique para siempre de este mundo ya que es peor que las guerras, que el cáncer y que el sida.  Porque el que un niño tenga esta expresión en su rostro significa que está sufriendo y ese sufrimiento dejará una huella profunda para el resto de su vida.  Puede ser que lo llegue a superar como puede ser que no.  Eso depende de cuan dañada esté la fortaleza de su espíritu.

Yo conocí a una niña preciosa hace muchísimos años de nombre Raquel*.  Era cariñosa, inteligente, entusiasta, divertida,  con buenos modales y bien educada.   Toda la gente que la conocía pensaba que ella era una muñequita hermosa.   Aparentemente era una niña feliz pero la verdad de Raquel se escondía tras sus ojos cafés y tristes.  

Raquel tenía apenas 5 años cuando su padre se fue a vivir al extranjero dejándola solamente con la madre.    Una de las razones por las que el papá de Raquel se fue era porque se peleaba mucho con su madre.  Su madre sufría de cambios de estado de ánimo críticos.  Así que de un momento al otro cambiaba de enojo, a tristeza y a alegría.   Además por temporadas entraba en profundas depresiones que la mantenían en cama por varios días o tenía temporadas en las cuáles poseía una energía extrema y entusiasmo para hacer muchas cosas a la vez.   Este cambio de estado de ánimos frustraba mucho a la señora haciéndola sentirse infeliz y desdichada.

La madre de Raquel se había quedado embarazada de ella a los 19 años por accidente y como estaba muy mal visto en una mujer sola en los años 70's, se tuvo que casar con el padre de Raquel que apenas había cumplido los 20.  Entre consejos de suegros, padres y demás familiares empezaron un tambaleante hogar que sumado a los altibajos del estado de ánimo de la madre de Raquel estaba predestinado al fracaso.

Cualquiera que fuera el estado de ánimo de su madre la afectada era Raquel.    Así que Raquel con su corta edad hacia todo lo posible para que su madre no se enojara.  Procuraba ser una buena hija y una buena estudiante.  Pero nada evitaba que su madre descargara toda su frustración en Raquel pegándole y gritándole cosas feas e hirientes.  Y así como la expresión del rostro del niño en la foto,  Raquel tenía una expresión similar cada día.   

Su madre le pegaba tanto que le dejaban marcas en el cuerpecito que hasta el día de hoy le recuerdan los días tristes de su niñez.   A su corta edad no comprendía por qué su madre la odiaba tanto ni por qué  a su madre le gustaba hacerle tanto daño física como verbalmente.   Raquel poco a poco empezó a formar un mundo alterno en su cabeza donde se escondía al momento que su madre empezaba con el regaño.   En ese mundo alterno ella tenía un hogar con un padre, una madre y un hermano que la amaban y cuidaban y con los que ella era feliz.  Tambien encontró consuelo en la música y procuraba acompañarse de ella a toda hora del día.

En una ocasión su madre le pegó tan fuerte que la dejó con una herida en la cabeza tan profunda que le sangró por varias horas.  La herida era tan grave que Raquel necesitaba que le pusieran puntos pero su madre se rehusó a llevarla al hospital por miedo a que los del hospital preguntaran cómo se la había hecho.   Esa noche en su cama Raquel no podía conciliar el sueño.  Tenía apenas 7 años.   Sollozaba en silencio de la cólera y el miedo sin saber que hacer para cambiar su situación. Y en esa noche estrellada sin luna, Raquel decidió que no se iba a dejar vencer por su madre y se prometió buscar la felicidad al nomás llegar a la edad adulta cuando pudiera valerse por si misma.  

Y así fue creciendo Raquel viviendo en un mundo alterno, viviendo de la música y de la esperanza de que cada día que pasaba la acercaba más a la adultez y al día que pudiera ser libre.

Al llegar a la adolescencia llegó también la rebeldía y así mismo se acrecentaron los maltratos y las palizas.  Pero cada día que pasaba lo veía más cerca a su libertad y eso la hacía seguir adelante. 

Y se llegó el día en que le pudo decir adiós a ese infierno para siempre.   Fue dura la tarea de abrirse paso sola y con las heridas en el alma a cuestas fue aún más difícil.  Hubo una época en que se ahogó en el alcohol.  Otra en la que se metió a las drogas y casi se vuelve adicta.  Llegaba a encontrar pareja pero siempre caía  o en relaciones abusivas o con hombres manipuladores siguiendo el mismo patrón de lo que había vivido.   Pero lo que la hacia salir de todas esas malas épocas era la promesa que se había hecho a los 7 años de buscar la felicidad.

Hasta que un día fue donde un psicólogo que le hizo ver las cosas que le habían sucedido desde otro punto de vista y fue cuando descubrió el por qué del maltrato que su madre le había dado todos esos años:  Su madre era bipolar.   Al comprender la enfermedad y encontrar las respuestas a tantas preguntas que tuvo por años con un signo de interrogación permanente, decidió que ya era hora de ser feliz.

Ahora Raquel es una mujer profesional y exitosa.  Dejó los fantasmas del pasado en el baúl de los recuerdos.   Aunque su madre todavía intenta hacerle daño emocionalmente no lo logra ya que Raquel ha aprendido a manejar la situación y sabe como controlarla.  Vive tranquila y feliz.

Nunca más volvió a tener esa expresión en el rostro como la del niño de la foto y se prometió que si alguna vez la ve en el rostro de algún otro niño buscará la manera de darle una mano y hacerle saber que no está solo.


*Raquel es un nombre ficticio pero la historia es real

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lunes, 18 de junio de 2012

Carta de un padre a su hija


Querida hija,

Recuerdo cuando te cargaba en mis brazos y tu ponias tus pequeños brazos alrededor de mi cuello y recostabas tu cabeza de rizos de oro en mi hombro.   Era el hombre más feliz del mundo cuando hacias eso.  Sabía que confiabas en mí ciegamente.   Te gustaba que te sentara en mis hombros y jugar con mi cabello mientras recorríamos grandes distancias juntos.  Te encantaba descubrir el mundo desde esa altura.  

Por las noches te leía tu cuento favorito ya que no querías escuchar ningún otro.  Solo querías saber de la princesa que había besado a un sapo y al hacerlo el sapo se había convertido en un príncipe azul.   Te arropaba hasta el cuello y te besaba en la frente y te decía cuanto te quería.  Tu me lo decías a mí también y te quedabas casi instantáneamente dormida.  

Cuando tenías pesadillas llorabas y al llegar a tu habitación te acurrucabas en mis brazos y nadie te sacaba de ahí.  Decías que solo yo podía protegerte del mounstruo o del fantasma.   

Te llevaba al parque y te veía subir el resbaladero una y otra vez mientras me decías: “ ¡Mira papá! ” y te resbalabas de distintas maneras hasta llegar al piso.

Cuando aprendiste a dibujar, cada día al regresar del trabajo, me tenías un dibujo listo.  Yo era representado siempre de distinta manera:  un punto rojo, un garabato de distintos colores, un cuadrado con cabello.  Era divertido escuchar tus explicaciones sin sentido de los dibujos que me hacias que llevara en mi maletín para el trabajo.  Te imaginabas que todos los dibujos los ponía en la pared de la oficina cuando en realidad los guardaba porque eran demasiados.    Los que más me habían gustado si que los habia colgado y los contemplé durante años cuando me entraba la tristeza y la nostalgia.

No se ni como sucedió, pero tu madre y yo empezamos a pelear.  Primero eran peleas esporádicas pero luego la frecuencia de las peleas fue aumentando.   Nos decíamos cosas feas e hirientes.  A tu madre le encantaba gritar y quebrar platos.  Yo le pedía que no lo hiciera frente tuyo porque te asustabas pero ella no hacía caso.   Tu empezaste a esconderte en tu habitación a la menor provocación o indicio de que una pelea iba a iniciar.

Las peleas con tu madre se empezaron a hacer demasiado insoportables.  Aunque le preguntaba por qué me remediaba tanto no me decía lo que le pasaba.  Sabía que era algo profundo pero nunca logré saber que era. Empecé a dormir más seguido en la casa de tu abuela.   Hasta que un día me dí cuenta que no había solución al problema porque cada cosa que intentaba hacer era en vano.   Tu madre me odiaba y no sabía ni por qué.  No le había hecho nada grave:  No le había engañado con otra mujer, no le había pegado, no le había gritado nunca.  Simplemente creo que a lo mejor me dejó de amar porque todas las cosas que yo hacía que antes le gustaban se hicieron insoportables.  Me reprochaba mil y una cosas de mi personalidad pero me confundía porque antes esas mismas cosas hicieron que ella se enamorara de mí.  

Así que un día decidí irme de casa para siempre.  Lo que más me dolió de la decisión fue dejarte.  Tenías apenas cinco años y estabas muy pequeña para comprender lo que sucedía.

Intenté entablar conversación con tu madre después de mi partida.  Todavía la amaba y quería ver si se podía arreglar la cosa.  Pero no sirvió de nada.  Me quedé sin fuerzas de suplicar, pedir, rogar.  Se acabó nuestra historia de amor como un espejo roto en mil pedazos.   Me deprimí mucho.  La amé, ¡cuanto la amé! pero al final de nuestra historia parecía como si hablaramos idiomas distintos.  No lográbamos comunicarnos de ninguna manera.   La lloré y te lloré a ti también.  Ya no habrían mas dibujos al llegar a casa,  ni tus brazos enlazados en mi cuello, ni estaría contándote tu cuento favorito cada noche.

Pero la cosa no quedó allí.  Cuando intenté convencerla de que te quería ver me decía que no.  Me decía que yo solo te iba a hacer daño tanto o más como le hice a ella.  Le rogué y supliqué que me dejara verte y solo me lo permitió por escasas horas y de manera esporádica.  Nos divorciamos y acordamos que el dinero que le iba a mandar lo hiciera a través de su abogado.  Yo pensé que era porque no confiaba en mí sin saber que en realidad ya tenía planes de alejarte mucho más de mí.  Se fue a otra ciudad sin decirme nada.  Por más que le rogué al abogado de hacerme saber donde estaban no me quizo decir.  El me aconsejó que era mejor dejar las cosas así.

Talvez fui demasiado tonto o inexperto de no  saber que por la vía legal pudiera haber hecho algo ya que estaba cumpliendo con mi obligación de padre.  Perdí las fuerzas de luchar.  Te perdí.  Perdí todo lo que tenía de un sólo golpe y no sabía que hacer.  Pasaba las noches en vela, taciturno, solitario.  Trabajaba por hacerlo y no me consolaba con nada.  La vida pasaba como película enfrente mío sin yo siquiera participar de ella. Me preguntaba cómo estabas, que te diría tu mamá de mí al preguntar donde yo estaba.   Repasaba cada una de las peleas con tu madre tratando de encontrar lo que yo había hecho mal para ver si podía corregirlo.  No digo que fui perfecto, pero no encontré una razón de peso para que te alejara de mí de esa manera.

Por años estuve  buscándolas pero fue imposible.  Su familia se había mudado, el abogado no me quería ayudar, sus amigas guardaron silencio.   A los pocos conocidos que quedaron y que sabían donde ustedes estaban les veía en la cara que me veían como a un ogro y que jamás me iban a decir.  No sabia ni por qué era eso pero no me quedó otra alternativa que aceptarlo. 

 La otra persona que sufrió mucho tu partida fue tu abuela.  Su salud se deterioró mucho y me preguntaba las vueltas que yo había hecho para encontrarte.  Al cabo del tiempo ella falleció y mi depresión se volvió permanente.  No había ningún motivo para mí para vivir más que la esperanza de encontrarte.

Al cabo de unos años de estar viviendo así encontré a una buena mujer que me sacó de mi letargo.  Me sacó de la depresión, me demostró que todavía se podía vivir, me amo por lo que era.  Me enamoré de su tenacidad y su valentía.  Me dió fuerza y vigor.  Pero tenía miedo de cometer los mismos errores así que me fui muy despacio.  Al cabo de cinco años de estar juntos le propuse matrimonio.  Ella se embarazó y me dió una bella hija.  Al principio tenía miedo de amar a mi nuevo retoño tanto como te amaba a ti porque tenía miedo de perderla y además sentía que te traicionaba.  Pero gracias a la comprensión y palabras de mi nueva esposa logré superar el problema y volví a disfrutar ser padre de nuevo.

Los días del padre siempre han sido extraños.  Por un lado adoraba las cosas que me daba mi segunda hija pero por otro te añoraba y pensaba en las cosas que me hubieras dado.   Repasaba una y otra vez los dibujos que todavía guardaba.  Cada año me entraba la nostalgia porque sabía que también tu me extrañabas.  No me gustaba saber que crecías sin padre o esperaba que si tu madre se hubiera casado de nuevo, esa persona llenara el vacío que mi ausencia había dejado.

El tiempo pasó y dejó su huella en muchos aspectos de mi vida.  Pero las heridas de tu partida eran permanentes y yo no lograba sanar.

Hasta que después de quince años sucedió el milagro.  El abogado de tu madre murió y la asistente de él, que me vió llegar por años al despacho a pedir razón de ustedes, me llamó de inmediato para darme la dirección.  Me contó que tu madre se había casado de nuevo diez años atrás y que vivían en la ciudad de Quetzaltenango.  Y hasta ese momento me enteré del por qué tu madre me había odiado tanto:  Aparentemente su hermana le dijo que habíamos sido amantes cuando en realidad nunca lo fuimos.  Ojalá y tu madre me lo hubiera preguntado aunque creo que de  todas maneras de nada hubiera servido decirle que no era cierto porque era obvio que le creía más a su hermana.   Me enteré que al poco tiempo tu tía murió así que nunca se dió la oportunidad que ella dijera la verdad.

¿Cuántas veces no había ido yo a Quetzaltenango en el transcurso de estos años?  Si hubiera sabido antes que ahí estaban te hubiera buscado de puerta en puerta.   

Por medio de esta carta, quería que supieras mi versión de la historia antes de que me veas.  No he podido estar ahí cuando más me has necesitado pero no es porque yo no haya querido.  Las circunstancias de la vida nos hicieron separarnos de mala manera y espero poder recuperar el tiempo perdido.  Me da mucho miedo de que me rechaces antes de siquiera intentarlo.   

Si me rechazas, lucharé por tí aunque me tome el resto de mi vida hasta lograr que me veas aunque sea como un amigo.   Eres lo único que me hace falta en este mundo para ser completamente feliz.  No quiero morirme sin tener el gusto de volver a verte a los ojos y decirte cuanto te he extrañado.

Te amo hija, no sabes cuanto.

Un abrazo,

Tu padre







lunes, 11 de junio de 2012

Bajo la lluvia de Paris






Había encontrado el café ideal en Paris.  Era un café de esquina que tenía unas seis mesas en una terraza adornada con flores, a pesar de estar ubicada en una calle peatonal.  Desde mi mesa se miraba solo un costado de la Torre Eiffel pero siempre imponente y orgullosa.  En el fondo se escuchaba a la melancólica canción de Edith Piaf “La Vie en Rose” (la vida en rosa). 

Me senté y pedí un café y un bocadillo y empecé a escribir las postales atrasadas. 

Había una brisa misteriosa esa mañana que despejaba mi rostro de cabellos rebeldes.  En ese momento recordé que me había despertado con un sobresalto.  Tenía un presentimiento de que algo iba a suceder pero no sabía que era.

Al decir un “merci” (gracias) distraída mientras recibía el café y los bocadillos, seguía escribiendo las postales cuando escuché que alguien llamaba por mi nombre:  “ ¿Mónica?” 

Al ver hacia la dirección de donde venía la voz me estremecí al verlo.  Era él.  Con su misma sonrisa, su nariz respingada, sus ojos seductores, su andar pausado, sus labios sensuales y delgados.  Era como si el tiempo se hubiera detenido en él.  Se miraba igual que hacia 15 años atrás.  

Mis ojos no podían creer lo que veían.  Parecía una ilusión.  ¿Cuántas veces no había soñado un rencuentro con él?  ¿Pero en Paris?  Jamás.  Se sentó enfrente mío mientras mis labios secos y enmudecidos se remojaban con saliva para poder recobrar el aliento.  El también parecía sorprendido.  Nos vimos a los ojos reconociéndonos y me tomó de la mano.

Mi mano temblorosa sintió la de él y los recuerdos empezaron a fluir en mi memoria: La primera vez que lo ví y me enamoré de él al tropezar en las escaleras y casi caerle encima, su risa entre tímida y sensual, cuando mi mano rozó la suya por primera vez y sentí aquellas cargas eléctricas recorrer todo mi ser, nuestro atardecer  bajo la lluvia jugando entre los charcos, mi carro descompuesto a media noche y nosotros riéndonos sin saber que hacer, sabernos en la misma casa pero no en el mismo cuarto y las ganas de -a escondidas- encontrarnos, las huidas a la Antigua Guatemala para amarnos por toda una noche, pero sobre todo recordaba sus besos.  Esa manera de besarnos que parecía como si le hubiéramos robado esos besos al universo y temíamos que el tiempo se nos acabaría antes de terminarlos.

Después de un par de minutos que parecieron eternos le llamé por su nombre:  ¿Claude? Y me asintió con la cabeza.  Ahí caí en cuenta que era lógico que estuviera en Paris.   Por su ascendencia francesa era posible que estuviera visitando a algún familiar.

Mientras su mano todavía acariciaba la mía, nos preguntamos que hacíamos precisamente en esa esquina de una calle parisina.  Me contó que vivía en Paris desde hacia 8 años atrás.  Yo le conté que solo estaba de visita pero que vivía a tan solo 4 horas de Paris, en Ámsterdam.

Las casualidades de la vida nos trajo a los dos a este lado del continente habiéndonos conocido, amado y dejado a 10,000 kilómetros de distancia.

El y yo habíamos tenido una relación intensa pero a la vez tormentosa.  Había sido intensa por lo que vivimos, porque nos amamos con locura, nuestros besos y caricias era infinitos, charlábamos de planes futuros y reíamos.  Sobre todo reíamos mucho.  Éramos felices en los pocos momentos que logramos estar juntos.  Fue tormentosa porque para amarnos tuvimos que dejar las relaciones que teníamos en ese momento y las personas afectadas se pusieron de acuerdo para destruir nuestro amor.  Nos acosaron, nos atacaron pero sobre todo, lograron su objetivo y nos separaron.  Si no hubiera sido por ellos creo que todavía estaríamos juntos.

Me contó que era casado y que tenía dos hermosos niños.  Se había casado con la misma chica que nos hizo separarnos.  

Al contarme esto sentí una punzada en el corazón.  Como hubiera querido que el destino hubiera sido otro y que por casualidad hubiéramos sido nosotros los que termináramos casándonos.

Me dio alegría de saber que todavía estaban juntos.  A lo mejor yo había sido una piedra en el camino para su felicidad aun sabiendo que lo que tuvimos fue verdadero y apasionado.  ¡Cuánto abracé su recuerdo en mis noches solitarias y frías! Despertaba de mis pesadillas mencionando su nombre y sollozando su partida.
Pero había algo en su mirada que me decía que no era feliz.  A pesar de que habían pasado tantos años, todavía lo conocía tan bien como para saber que me estaba mintiendo con cada palabra que me decía para parecer que si lo era.  Tenía una tristeza incrustada en el alma que se reflejaba en  sus ojos claros aunque sus gestos querían decir lo contrario.

Dejándome llevar por mis impulsos, le interrumpí y le dije:  “ ¡Para por favor! Sé que me estás mintiendo” para arrepentirme de inmediato.  Me vio desconsolado y se paró.  Me dijo que se tenía que ir y sin despedirse se fue.  Quería ir tras de él y besarlo como antes pero me sentía tan perpleja con la reacción de él al marcharse de esa manera que me quedé clavada en la silla.  

Al hablar con él no me había dado cuenta que el cielo se había cargado de nubes grises y que la brisa había cambiado por un viento frío.  Al pedir la cuenta empezó a llover.  Me quedé sentada en la mesa hasta terminar de pagar.  No me importaba mojarme.  Necesitaba la lluvia para salir de mi estupor por lo que acababa de pasar.  La tinta en las postales que acababa de escribir empezó a hacer caminos serpentinos hacia el mantel blanco.

Al levantarme para irme la lluvia ya había acrecentado.  Caminé hacia la dirección contraria en la que Claude se fue dirigiéndome hacia la Torre Eiffel.  Había dado diez pasos cuando de repente sentí un jalón en el brazo que me hizo voltear para encontrarme con Claude a escasos centímetros de mí.  Estábamos tan cerca que podía sentir su aliento confundiéndose con el mío.  Me veía a los ojos con una desesperación tal que sentía que me veía a mi misma en un espejo.  Nuestros labios se encontraron de nuevo con aquella pasión de antaño. Le estábamos robando un beso más al universo.  Después de algunos minutos se separó y  me acarició  el rostro con ambas manos.  Me sonrió mientras nuestras lágrimas se confundían con la lluvia.  Nos abrazamos tan fuerte que parecía que nuestros cuerpos se habían pegado para siempre.  Luego se marchó por donde había venido mientras yo lo veía partir hasta que su silueta desapareciera por completo.

Nunca más lo volví a ver.  

lunes, 4 de junio de 2012

La Amante




Hace poco estaba hablando con un amigo que me contaba que era casado pero que no podía ser fiel.  Ha tenido a lo largo de su matrimonio varias amantes y con una de ellas hasta llegó a engendrar un hijo.  Mi amigo me hizo la siguiente pregunta:  “Si yo pongo las cosas en claro desde un principio de que soy casado y que nunca voy a dejar a mi mujer,  ¿por qué hay mujeres que a pesar de que uno les pone las reglas de juego se enamoran y exigen más? “

Eso me hizo recordar cuando yo tenía 21 o 22 años y me enamoré de un hombre casado, 20 años mayor que yo.  El era un hombre poderoso bien metido en la política.  Por lo mismo,  siempre que lo veía era en eventos del hotel en donde yo trabajaba.   Era casi imposible hablar con él aunque yo notaba que de vez en cuando me daba una mirada o se sonreía conmigo.

Mi oportunidad se presentó una vez que yo estaba en una discoteca y él llegó.  Yo intentaba no verlo pero estaba muy nerviosa de saber que él estaba ahí.  Me saludó y me sacó a bailar.  Estuvimos hablando mucho y a la hora de irme, me ofreció llevarme en su carro al mío, porque lo había dejado un poco lejos.  

Ya en el carro no podía más con mi alma.  ¡Ese hombre al que tanto admiraba y adoraba estaba a escasos centímetros de mi!.   Yo no hablaba porque sabía que los nervios me traicionarían si lo hacía.  Cuando llegamos a mi carro, él apagó el motor del suyo y me dijo: ¿Sabes que me gustas mucho?  Cuando escuché eso no lo podía creer.   Lo negué con la cabeza y me tomó de la mano y la besó.   Y luego me dijo: “Me encantaría que fueras mi amante.  Eso si, nunca esperes a que deje a mi mujer.  Si puedes tener algo conmigo con esa condición, de verdad me gustaría hacerte mía”.  

Casi me desmayo de la alegría de escuchar esas palabras.  Por la inexperiencia y las ganas de estar con él acepté el trato.  El primer beso fue fenomenal.  Era un hombre apasionado pero a la vez muy romántico.  A partir de entonces nos encontrábamos a escondidas en hoteles o lugares clandestinos para amarnos.  Haciamos las reservaciones con nombres ficticios y las pagábamos siempre en efectivo.   Nos haciamos el amor con intensidad y yo estaba aún más enamorada de él.  Pero poco a poco esos encuentros furtivos empezaron a cansarme.  Soñaba con estar toda una noche con él o todo un fin de semana con él y era imposible.   A veces al marcharse me dejaba dinero para que fuera al bar del hotel o me comprara ropa y me sentía como una prostituta a la que le pagaban sus servicios.

Me empecé a obsesionar con él y a intentar llamarlo a su trabajo o celular a horas prohíbidas.    Cuando estábamos juntos empecé a reclamarle de que quería aunque sea una vez estar en público con él, ir a un restaurante o ir a bailar como la noche en que nos hicimos amantes.  Tener la libertad de besarlo  si quería.  Por su posición en la política y su matrimonio, eso era imposible.    Hasta que un día me invitó a almorzar pero me prohibió que me le acercara.  Parecía que estábamos en un almuerzo de negocios aunque por debajo de la mesa nuestros pies se entrelazaran y nos dijeramos cosas obscenas cuando parecía que charlábamos del clima.  Hicimos varios almuerzos así y hasta teníamos un  lugar predilecto para hacerlos.
Pero poco a poco caí en cuenta que esos encuentros en hoteles y  almuerzos de negocios me dejaban vacía.   Al él marcharse me hacía sentir tan profundamente sola.   Empecé a maldecir el día en que había ido a esa discoteca y coincidido con él.

Al mismo tiempo empecé a tener problemas en mi trabajo y problemas de salud.   Esos factores sumados a la soledad infinita que se siente al ser la amante de un hombre casado hicieron que un día explotara y decidiera dejarlo todo e irme de mochilera a Argentina.  

Vendí mi carro, mis cosas, etc. y me fui.  Fue un viaje lleno de aventura pero sobre todo me ayudó a darme cuenta que lo de ser la amante que no espera nada a cambio ya no me iba a mí.  Yo quería tener una relación con alguien que me hiciera feliz y al mismo tiempo hacerlo feliz a él.

Al regresar a mi país evité verlo a toda costa.   Aunque él me buscó y me llamó yo no lo volví a ver hasta mucho tiempo después y solo por amistad.   Todavía hablamos de vez en cuando.  Y todavía sigue casado.

He de decir que también experimenté  el otro lado de la moneda y no mucho tiempo después de esta experiencia.  Encontré al novio que tanto estaba buscando pero resultó que después de un año de estar saliendo juntos empecé a sospechar que él tenía a una amante.   

Las mujeres tenemos un sexto sentido para esas cosas.  Algunas de nosotras preferimos engañarnos a nosotras mismas porque queremos demasiado a esa persona o por miedo a quedar solas (sobre todo si hay hijos de por medio) pero en realidad todas las mujeres sabemos cuando nos están engañando.  Eso lo aseguro al cien por ciento.  

Yo me lo sospechaba pero no sabía como comprobarlo.  El era muy cuidadoso al respecto.  Hasta que un día en que él se había llevado mi carro supuestamente para trabajar, un amigo mío lo vió con la amante y me fue a traer a la casa para que lo comprobara por mi misma.    Al momento de ver a tu pareja con otra persona se siente como que te pusiera todo un iceberg encima.  No sabes qué sentir, qué pensar, qué decir o cómo reaccionar.   Algunas personas se ponen agresivas, otras se quedan como estatuas de sal.  Yo llegué, vi a la tipa de pies a cabeza (porque era gorda, fea y sin gracia) y le dije a él:  “ ¿Pensé que me engañaba con alguien mejor que yo, pero ésta?” y recuperé las llaves de mi carro, que era lo que más me interesaba en ese momento. 

Yo pienso que la responsabilidad empieza por la persona casada.  Ellos son los que han prometido ser fieles ante Dios en un altar.   También responsabilizo a los amantes.  Sabiendo como están las cosas aceptan por deseo aunque algunas veces es por otros motivos.

Como dije anteriormente, yo acepté ser la amante por amor e inexperiencia.    El me doblaba la edad y sabía mucho mejor que yo lo que estaba haciendo.

Contestando la pregunta a mi amigo, las mujeres somos por naturaleza románticas.  A nosotras nos cuesta hacer el amor solo para satisfacer las necesidades físicas como lo suelen hacer los hombres.  Son muy pocas las mujeres que logran un equilibrio entre tener sexo por placer o estar con alguien por amor.  Al momento que se da la oportunidad de estar con un hombre casado, ya sea por deseo, por instinto o porque nos gusta mucho la persona aceptamos las condiciones que se nos han dado en calidad de amantes.  Pero conforme el tiempo pasa, no logramos evitar el que un sentimiento hacia esa persona con la que nos acostamos nazca y crezca.  No nos conformamos con las migajas, queremos tener todo el pastel.  Asi que por eso es que se dan los problemas que se te dan, mi querido amigo.

En fin, si quieres pasarla bien, es mejor tener una noche de pasión y decir adiós.  Pero si quieres seguir viendo a esa persona, tenlo por seguro que tarde o temprano esa persona te exigirá más.   

Aunque yo no estoy de acuerdo con seguir engañando a la mujer.  Sea cuales sean los motivos por los que se engaña a una mujer ¿Que se gana con seguirla engañando una y otra y otra vez?  ¿No es mejor cortar por lo sano?  ¿Y que pasó con los sentimientos de ella?  Es como comer pero no dejar que ella coma.   Eso es un poco egoísta.

En fin, no soy quien para juzgar.  Y para las amantes que me lean les digo que se merecen ser las señoras aunque si vamos a ser las señoras engañadas ¿Qué sera mejor?