lunes, 25 de abril de 2011

La Leyenda del Xocomil

En el departamento de Sololá, Guatemala se encuentra el Lago de Atitlán. Es considerado uno de los lagos más bellos del mundo. Está rodeado de tres volcanes: Atitlán, Tolimán y San Pedro.  En las márgenes del lago se encuentran varias poblaciones de origen maya.  La naturaleza alrededor del lago así como la gente con sus trajes indígenas de colores vibrantes hacen de este lugar una de las atracciones turísticas más grandes del país.  Una de las características del lago es un viento fuerte llamado Xocomil que empieza a las cinco de la tarde y que no permite la navegación por las aguas del lago a esa hora.  Es muy temido por las grandes olas que levanta y por la rabia con la que sopla. La etimología de Xocomil, proviene de las voces kaqchikeles (un idioma hablado en Guatemala) "Xocom", de jocom (recoger) e "il" (pecados), o sea el viento que recoge los pecados de los habitantes de los pueblos situados a orilla del lago.

Cuenta la leyenda que antes de la formación del lago habían tres ríos que se juntaban al centro de los tres volcanes.  Cada mañana iba una doncella a bañarse a los ríos.  La doncella era de una cabellera larga y negra, delgada de piel suave y fina y de una belleza incomparable.  Era la hija del cacique de la región y su nombre era Citlatzin que significa “estrellita”.  Cantaba con una dulzura excepcional y las aguas de los ríos se enamoraron de ella y cada día esperaban el baño de Citlatzin con ansias.  Los ríos se creían los amantes de Citlatzin aunque sabían que ella era la prometida del hijo del cacique del norte.

Una mañana de tantas, después del baño usual, Citlatzin decidió dar un paseo para recoger algunas flores para su madre.  En el camino se topó con Tzilmiztli.  Tzilmiztli era hijo del carpintero de la región, por lo tanto un plebeyo.  Su nombre significa “Puma Negro”.  No era permitido que la nobleza se mezclara con los plebeyos pero el encuentro casual de Citlatzin y Tzilmiztli los impactó a los dos.  Al verse a los ojos sintieron como la electricidad les recorría el cuerpo y no querían separarse jamás.  Hablaron de todo un poco y acordaron volverse a ver a la mañana siguiente en el mismo lugar.  Desde ese día, Citlatzin y Tzilmiztli se encontraban a escondidas y compartían momentos inolvidables.  Una mañana sin pensarlo Tzilmiztli le rozó la mejilla y la besó apasionadamente.  Del beso pasaron a más y así empezaron a tener una apasionada aventura amorosa que los hizo enamorarse y aferrar el alma hacía un destino incierto y sin futuro.

Mientras tanto los ríos veían un cambio en Citlatzin que no sabían como interpretar.  Ya no jugaba con sus aguas cristalinas como antes sino que se apresuraba a bañarse y hasta dejó de cantar para ellos.  Ellos sabían que algo la distraía pero no comprendían que era.  Después de algunos meses se empezaron a ver cambios en el cuerpo de Citlatzin.  Los ríos que conocían todos sus rincones sabían que estaba diferente.  Sus formas de niña se había transformado a formas de mujer.  Sospechaban que Citlatzin se había enamorado pero no podían estar seguros. Sabían que faltaba bastante tiempo para que ella se casara asi que no comprendían quien podía estarla distrayendo.  Se morían de la curiosidad así que decidieron preguntarle al viento si podía contarles que sucedía.  El viento les contó de los encuentros de Citlatzin con Tzilmiztli.  Los ríos se cegaron de los celos y decidieron hacer algo para separarlos.  Le pidieron al viento que les ayudaran a traer a Tzilmiztli y Citlatzin a los ríos.  Querían castigar a Tzilmiztli enfrente de Citlatzin para que ella supiera que con ellos no se jugaba.

El viento empujó a Tzilmiztli y a Citlatzin hacia los ríos y cuando llegaron a la orilla empujó con más fuera a Tzilmiztli para que entrara a las aguas de los ríos.  Tzilmiztli se enredó en las aguas enfurecidas mezcladas con el viento que lo envolvían para hundirlo en ellas.  Cuando Citlatzin notó lo que estaba sucediendo decidió que no podía vivir sin Tzilmiztli y voluntariamente entró a las aguas y en medio de la furia tomó la mano de Tzilmiztli para luego hundirse con él hasta las profundidades.

Los ríos al ver que Citlatzin había decidido acabar su vida junto a Tzilmiztli se enfurecieron aún más hasta formar un choque de corrientes que cubrió casi toda la región.

Así fue como se formó el Lago de Atitlán.  Las aguas nunca olvidaron la traición de su amada y junto con el viento todavía protestan su pecado. 

lunes, 18 de abril de 2011

Diecinueve años

Hace diecinueve años que no veo a mi mamá.   Diecinueve años viviendo con el pensamiento de querer estar con ella.  Las circunstancias de tal alejamiento son muchas.  No culpo a Dios, ni la culpo a ella, ni a la vida.  Tampoco puedo culparme a mi misma porque sé que hecho todo lo posible para lograr el reencuentro que sucederá en un par de días.  Tengo el estómago revuelto y el corazón en la mano.  Trato de no emocionarme porque no se que voy a encontrar.  Diecinueve años es la mitad de mi vida.  En esos diecinueve años ha pasado mucho como tampoco a pasado nada.

Un enjambre de pensamientos dan vueltas en mi cabeza sin posarse en un suspiro fijo.  Trato de adivinar como será el reecuentro pero todo es una ilusión vana.  Olvidé su rostro y sus manos.  Me imagino que ahora nada será igual.  Ella tiene cincuenta y siete años y el paso de tiempo no perdona. 

Tendremos que reinventar una historia que se quedó en el suspenso.  Recordar los viejos hábitos y reconocerlos en la fragilidad de las horas.  Disimular las emociones vanas y sonreir ante la amargura.

Y amaneceremos contándonos nuestras hazañas.  Haremos nuevos recuerdos para las tardes cálidas.  Por más que evitemos los reproches brotarán como sonidos incontrolables de nuestras bocas.  Tendremos que desarrollar la paciencia infinita y saborear la derrota. Divisaremos el horizonte que nos espera para juntas alcanzar una nueva etapa.  Esta vez no será por separado sino que de la mano.

Y en la espera de que eso suceda me traicionan los nervios.   Mis piernas se debilitan y siento desmayarme.  ¿Estará esperándome? ¿Que sentirá? ¿O desea salir huyendo para no enfrentar la realidad?

Sé que al centenar de preguntas habrá una sola respuesta:  Dejarme llevar por el destino y decirme que todo va a estar bien.  Aceptar que ha llegado la hora de cerrar el libro viejo y desgastado y confrontar el final de la historia a como venga. ¿O será el comienzo de una historia nueva?

Este reencuentro lo dejaré en manos de Dios.  Yo sólo me dejaré guiar de su mano santa y de su sabiduría infinita.  

lunes, 11 de abril de 2011

Pensamientos de un Cincuentón

Me estremezco completito al verla salir de mi oficina.  Tengo ganas de agarrarle esa cinturita con mis manos y pegarme despacito atrás de ella para que pueda sentir como me pone.  Esa faldita negra que usa a menudo y le queda tan apredita me está volviendo loco.  Y esa blusa de seda transparentona que está usando hoy y que deja entre ver el brasier de encaje que esconde esas tetas bien redondas y paraditas.  ¡Huy! ya no puedo pensar más.

Es que Alejandra, mi nueva asistente está para chuparse los dedos.  La contrató Rodrigo, el Gerente de Recursos Humanos y no yo.  Si Rodrigo supiera las pasiones que me está levantando creo que no lo hubiera hecho.  Pero él no sabe nada de cómo están las cosas en mi casa. 

No tengo que olvidarme que a penas tiene diecinueve añitos.  Pobrecita, se nota que le falta experiencia en todo sentido.  Hasta para hacer el café.  Lo hace tan amargo.  Pero por no hacerla sentir mal le digo que está delicioso y me lo tomo enterito. 

No debería de estar pensando en estas cosas.  ¡Si pudiera ser mi hija! Pero esa forma entre inocente y curiosa con la que me habla y me pregunta las cosas me hace desearla cada día más. 

Me pregunta:  ¿Desea algo más señor Rodríguez?  Y le contesto que no pero lo que realmente le quisiera contestar es:  “Si, quiero algo más, ven acercate a mi y dejame acariciarte y quitarte la ropa despacito”.  ¿Pero que querría una chica tan bonita y perfecta con un viejo como yo?  Cincuentón, panzón y canoso.  Menos mal que no soy calvo.  Y ya empiezan los achaques de la edad.  Pero estoy seguro de que si pudiera hacer realidad mis fantasias con ella me rejuvenecería veinte años.

Y es que llevo mas de diez años de no sentirme deseado ni por mi mujer.  Cada vez que intento hacer el amor con ella me sale con que le duele la cabeza, el estómago y hasta los cayos de los pies.  Además últimamente me ha dejado entre ver que quiere que durmamos en camas separadas porque mi cuerpo es por naturaleza demasiado caliente y le provoca sofocones por la noche que no la dejan dormir.  Y yo me resisto a la idea porque ¿Que me queda?  ¿Dormir solo por los siguientes cuarenta años de mi vida?  ¿Tener mujer pero sin tenerla?.

Es duro envejecer y darse cuenta que aquellos tiempos en los que eras un gigolo, casanova y que te llovían las mujeres se ha acabado.  Ahora mi vida pasa enfrente como una película ya que hace mucho tiempo que no me siento vivo.  Excepto cuando veo a Alejandra.  Al verla se despiertan todas las emociones y deseos que han estado dormidos en algún rincón de mi cuerpo.  Quiero sentirme hombre de nuevo, de ser deseado y de que alguien quiera estar conmigo por lo que soy.

A veces tengo la sensación de que ella está atraída por mí pero creo que es sólo mi imaginación.  ¿Y si la invito a una copa después del trabajo?  ¿Cómo reaccionará?  Podría aprovecharme de esa inocencia y seducirla poco a poco, con paciencia hasta lograr hacerla mía.  Sé que es un plan perverso pero no puedo quitármela de la cabeza.  Hay muchas mujeres que sueñan estar con un hombre maduro y con experiencia.  A lo mejor ella es una de esas mujeres. 

Estos pensamientos me rondan día y noche y se ha vuelto una obsesión.  Tan sólo necesito a alguien que me escuche.  En mi casa nadie lo hace.   Llego a casa y mi mujer me tiene un listado de todas las quejas de lo que los chicos hicieron o dejaron de hacer.  Nunca jamás me pregunta como estoy, como me fué o qué es lo que realmente quiero.  Cuando hablo con mis hijos, ellos están en su mundo.  Creen que compartir su mundo con un viejo “fuera de onda” como lo soy yo es una perdida de tiempo.  Así que se esconden detrás de la computadora, del play station, de los audífonos o del teléfono.  Y no me queda más que cada noche comer, ver televisión y dormir. 

El otro día le pregunté a mi mujer que si tenía algún sueño que no haya alcanzado en la vida y que pudiera hacerlo ahora.  Lo hice porque me puedo imaginar que ser ama de casa desde que nacieron los niños y cuidar de ellos por más de quince años no es el único propósito que ella ha tenido en su vida.  Me miró por un segundo, encogió los hombros y siguió con su costura como que si nada.  

Recuerdo que cuando la conocí una de las cosas que me hizo enamorarme de ella era su ambición.  Soñaba con ser arquitecta y me dibujaba los edificios que supuestamente construiría en una servilleta.  A veces me siento culpable de haberle pedido matrimonio pero yo jamás le dije que dejara todos sus sueños por sus hijos.  Fue su decisión.  Y mientras más pasa el tiempo más he sentido que la mujer de la que me enamoré se ha esfumado poco a poco para desaparecer por completo.

No puedo concentrarme más en el trabajo, creo mejor me voy al bar porque me estoy poniendo nostálgico.  No hay nada mejor que el alcohol para neutralizar esos profundos sentimientos que no queremos confrontar.

-          Alejandra, ven un momento por favor.
-          Si señor Rodríguez ¿En que le puedo servir?
-          Puedes irte a casa ahora si quieres.  No te voy a necesitar más. 
-          ¿Está seguro que no quiere nada más?
-          Mmmmmm
¿Te gustaría ir a tomarte una copa conmigo? Necesito una buena conversación y compañía.
-          Esta bien señor Rodríguez, voy por mis cosas.

¡Hay Dios mío que he hecho!  Tan solo espero que el alcohol realmente ayude a neutralizar todos los sentimientos.

lunes, 4 de abril de 2011

Juegos y Juguetes de la Infancia

Mi primer recuerdo de la infancia es la araña.  Esa armazón en la que colocan a los niños para que se arrastren por toda la casa cuando no pueden caminar todavía.  El mío era blanco con dibujos de colores rojo, morado, rosado y azul.  Enfrente de mí habían unas bolitas de colores que daban vueltas sobre sí y se movían de un lado al otro.   Pero a mí no me interesaban las bolitas.  A mí lo que me interesaba era la distancia que podía recorrer y sin ayuda de mis padres. Apenas tenía un año y un par de meses. Corría de un lado al otro conociendo mis límites. 

Un día quise ir al patio de afuera.  Lo único entre él y yo era una silla desvencijada de madera que mi mamá ponía atravesada para que no pasara.  Ese día mi mamá no había asegurado la silla y yo noté que al hacer cierto movimiento la silla se empujaba a un lado dejándome pasar.  Me aseguré de que mi madre no me viera y seguí haciendo el movimiento hasta lograr moverla completito y darle paso a mi araña.  Lo que yo no sabía a tan temprana edad era que mi mamá hacía eso para evitar que me cayera de la grada que había desde la casa hasta el patio.  Asi que ¡Plungún!  Adiós a mis cuatro dientes delanteros y hola a la primera experiencia de golpes ganada en la vida.  Fui sholca (sin dientes) hasta los siete años.

Mi segundo gran descubrimiento fue dos años más tarde con el famoso Big Wheel. Era como una motocicleta de color rojo amarillo y azul con llantas anchas una adelante y dos atrás.  Recuerdo que le decía a mi madre:  ¡Voy a jugar con mi Bijuil! Y recorría incansable de un lado al otro el patio que no era tan grande.  Como quería yo a mi Bijuil.  Lo usé hasta que ya mis piernas no podían darle vueltas más porque estaban demasiado largas. 

Jugaba también con los cochinitos.  Esos animalitos grises que eran pequeñitos y se hacen una bolita al tocarlos.  Me encantaba tirar las bolitas de cochinitos a mis amigos de la cuadra.

Y mi árbol... ¡Como olvidarme de él!  Ese árbol frondoso de ramas acogedoras y muchas hojas verdes. Por la manera que había crecido el tronco, yo podía subir y sentarme muy cómodamente escondida entre sus ramas.  Nadie podía verme.  Tenía unas flores pétalos rojos bien abiertos.  El árbol tenía una fruta parecida a un frijol gigante, sólo que de color café.  Si se destripaba la fruta entre mis manos salía una agua ligosa.  Solía pasar tardes enteras en ese árbol tirando al que pasaba las frutas.  A las personas que les caía volteaban a ver sin divisarme en mi escondite y yo, a punto de soltar la carcajada.

Cuando entré al colegio aprendí todos los juegos de moda.  Estaban los famosos yax ( que eran unas estrellas de colores y una bola pequeña).  Uno jugaba de recoger primero solo uno, luego dos, luego tres, y así sucesivamente al momento de rebotar la bola en el suelo. Así que el método era: Tirar la bola al aire, recoger el yax mientras la bola caía y recoger la bola sin que volviera a tocar el suelo. El objetivo del juego era no botar ningún yax y no rebotar la bola dos veces.  Ese juego jugabamos incansablemente en todos los años que estuve en la Primaria.

Cuando teníamos siete u ocho años jugábamos el famoso Arranca Cebollas.  Una de las chicas se aferraba a un poste mientras que todas se ponían en fila en la parte de atrás de la chica agarradas a la cintura.  La última chica se encargaba de tirar y tirar hasta que lograba que alguna de las chicas no aguantara más la fuerza y esa chica más todas las de detrás, caían al suelo desparramadas y más de alguna se ganaba un raspón.

Durante toda mi niñez mi juego favorito fue El Escondite.  Un niño o niña contaba del uno al diez con los ojos cerrados y los demás niños nos escondíamos en diferentes sitios.  Luego ese niño o niña iba buscándonos a todos y al primero que encontrara era al que le tocaba contar en el siguiente turno pero aún así tenía que encontrarlos a todos.  Yo estudié mi primaria en el Liceo Francés, un colegio sólo para mujeres ubicado en una casa considerada como patrimonio cultural ya que en esa casa se había firmado el acta de la Indepencia de Guatemala en 1821.  Esa casa era demasiado grande, con muchos escondrijos, pasadizos secretos y muchas habitaciones sin usar.  Se decía que habían túneles por debajo de la casa que comunicaban al Palacio Nacional que quedaba a dos cuadras de distancia.   Nunca lo pudimos comprobar.  Un día me puse a jugar a la hora del recreo El Escondite con mis compañeras.  Tenía mucho sueño porque no había dormido bien la noche anterior.  Tendría más o menos once años de edad.  Le tocó a una de mis compañeras contar hasta diez y yo me escondí en una habitación que tenía muchas cajas con cosas por todos lados y atrás de la habitación había un ropero antiguo de dos metros de altura por dos metros de ancho.  Decidí acomodarme en el ropero entre la ropa y estaba tan cómoda que me quedé dormida.  Mi compañera que contaba empezó a buscar a todas y me buscó por todos lados y llamó mi nombre incansablemente pero no me encontró.   

Cuando tocaron el timbre para que entráramos a clases todas entraron menos yo.  La maestra puso a cinco de mis compañeras a buscarme y después de una hora no me habían encontrado.  Cuando se empezaban a preocupar por mi paradero, aparezco yo muy soñolienta, desaliñada y con el pelo alborotado.  Por dormirme me gané el castigo de estar parada en el patio bajo el sol, por el resto de la mañana.

Puedo seguir contando muchos más juegos y juguetes de mi niñez pero estos son los más representativos.  Yo considero que no importa cuan dura, suave, triste, pobre, rica, alegre, fugaz o extraña fue la niñez para cada quién, más de algún juego o juguete se quedará en la memoria para siempre y si nos volvieramos a topar con ese juego o juguete, el niño que llevamos dentro despertará por un momento y volveremos a vivirlo como en el pasado.  Así que... ¡A jugar todo el mundo!