lunes, 6 de julio de 2015

La última travesura de mi abuelito





Ayer mi abuela me contó una historia increíble.  Mi abuelo tenía Diabetes. El y todos en la familia lo sabíamos.  El tenía que llevar una dieta estricta sin azúcar.  Mi abuela se esmeraba en prepararle comidas nutrientes y sin azúcar para mi abuelo. Yo sé que cuando te prohíben algo que te gusta mucho quieres hacerlo más. Es una obsesión.  ¿Pero hasta que punto el romper las reglas es permisible?

Mi abuelo le decía a mi abuela que iba a ver al vecino, Don Oscar. Ese era un ritual de todas las mañanas. Mi abuelo era ciego así que mi abuela le decía que lo acompañaba.  El le decía: “No, dejáme, yo lo hago solo.   Ya sé por dónde irme para no tropezarme”.  Conforme los años la ceguera junto con la vejez habían hecho a mi abuelo lento y necesitaba mucha ayuda porque se desorientaba.  Pero mi abuelo era terco y además odiaba depender de los demás.

Entonces la terquedad con ese sentimiento de independencia lo hacían imposible cuando quería hacer algo solo.  Puedo hasta escuchar su voz de fastidio: “¡Dejáme! ¡Yo puedo solo!”.

Mi abuela entonces lo dejaba ir solo pero le decía: “Te voy a estar vigilando”.  Entonces mi abuela se paraba en la puerta de reja para observarlo a través de ella.  La casa de Don Oscar era literalmente a 10 pasos de la casa de mis abuelos.  Cuando él llegaba a la puerta le gritaba a la abuela: “Ya llegué.  Andate a hacer tus cosas”.   

Mi abuela entonces se entraba a la casa a hacer sus quehaceres sabiendo que mi abuelo estaba donde don Oscar.  

Don Oscar tenía un aparato para chequear el azúcar porque él mismo es diabético.  Chequeaba en las mañanas a mi abuelo cuando lo iba a visitar y llegaba todas las tardes a la casa de mis abuelos con su aparato para chequearlo de nuevo. Pero había algo peculiar por las tardes.  El azúcar de mi abuelo estaba por los niveles más altos.  Don Oscar le preguntaba a mi abuelo: “¡Pero que fue lo que comiste César!  Si por la mañana te chequee el azúcar y estabas bien y ahora el nivel de azúcar está por las nubes!”. 

Mi abuelo le contestaba que no había comido nada con azúcar.   Mi abuela entonces le contaba a don Oscar lo que le había dado de comer y ninguno de los dos se explicaba el por qué el azúcar de mi abuelo había dado un cambio tan drástico de la mañana a la tarde.

Una noche de noviembre a mi abuelo se lo llevaron al hospital porque le dio un coma diabético.  Pasó casi dos meses en el hospital y lo operaron varias veces en ese tiempo. Al final murió de un infarto.

Fue una noticia triste para todos los de la familia.  No comprendíamos el por qué había sido así tan de repente.  Aunque uno siente que está preparado para la muerte de un ser querido, nunca lo está en su totalidad.

Unas semanas después de la muerte de mi abuelo, mi abuela fue a la tienda.  Hay que caminar más o menos media cuadra y hay que cruzar una calle donde pasan carros para llegar a la tienda.

Mi abuela le dijo a la señora de la tienda lo que quiere comprar y la señora le dice: “Ya no vino el señor por sus dulces”.  Mi abuela le dice: “¿De que señor me habla?” a lo que la señora contestó: “De su esposo.  Ya no vino por sus dulces.  El me pidió unos dulces de chocolate con leche que yo ni vendo pero me rogó que se los comprara.  Venía todos los días por sus dulcitos pero ahora no lo he visto”.  

 Mi abuela estaba confundida.  No entendía lo que la señora le decía.  Empezó a indagar a las horas en que llegaba mi abuelo por los dulces y resulta que era a la misma hora que él iba donde Don Oscar.  Entonces mi abuela concluyó que en cuanto mi abuelo decía “Ya llegué.  Andate a hacer tus cosas” y ella se entraba a la casa, él daba la media vuelta y se iba a la tienda.  Mi abuela se angustió y le dijo a la señora: “¡pero si él estaba ciego!  ¿Cómo se podía cruzar la calle?”  y la señora le contestó: “le pedía al señor de las verduras que lo ayudara a cruzar o cualquiera que estuviera por ahí”. 

Entonces la señora le dijo a mi abuela: “¿Le lleva usted sus dulcitos al señor? Solo por él los compré porque yo no los vendo.  A mi no me sirven esos dulces”.  Entonces mi abuela le contestó: “Mi esposo falleció hace unas semanas por comerse esos dulces.  El era diabético”.

Ahora que estoy escribiendo esta historia mis ojos se llenaron de lágrimas.  Me da cólera que mi abuelo haya hecho eso y si estuviera todavía vivo lo estaría regañando en este mismo momento.  Puedo comprender que el diabético siempre busca lo dulce y me imagino que con la edad uno se vuelve más obsesivo con esas cosas.  Pero luego me pongo a pensar ¿Buscó mi abuelo su propia muerte?  Yo sé que ya estaba fastidiado de la vida.  La ceguera y el hecho de haberse hecho dependiente de las demás personas le molestaba muchísimo.  ¿Lo habrá hecho a propósito?  Siempre me quedaré con esa duda.

La verdad es que al final mejor solo concluyo con decir que esta fue la última travesura de mi abuelito.  Seguro se estará riendo de saber que ahora lo sé.  ¡Abuelito bandido! ¡Algún día te lo reclamaré!