miércoles, 21 de mayo de 2014

Sobre el libro Crecer a Golpes







Pocas veces un libro me impacta emocional y sorpresivamente.  Eso fue lo que me sucedió al leer “Crecer a Golpes”  editado por Diego Fonseca.

En la parte de atrás del libro se lee: “Crecer a Golpes recupera el ensayo y la crónica de trece reconocidos narradores y periodistas para exhibir los conflictos irresueltos que cortan la carne hasta el hueso de América Latina”.

Crecer a Golpes toma como punto de partida el golpe de Pinochet.  Como clave debemos saber que Salvador Allende, un socialista, ganó por elecciones democráticas la Presidencia de Chile antes de Pinochet.  Eso nunca había sucedido en Latinoamérica y eso fue lo que desencadenó muchas de las cosas que sucedieron en los siguientes 40 años.

En la introducción escrita por Diego Fonseca se lee:  “Por primera vez en estas cuatro décadas, la region se encuentra con un mundo multipolar y sin una figura paterna que la ayude a navegar su adolescencia. Si los setenta fueron balas y tortura, los ochentas una década perdida entre crisis de deuda y los noventa la apertura al capital, no está muy claro qué otra cosa más que un interesante mejunje somos ahora”.

Después de leer las narraciones de cada pais (Chile, Argentina, Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, México, Cuba, España y la tan necesaria narración de Estados Unidos) comprendo que el problema de nosotros, los latinoamericanos, es más grave de lo que pensé. 

Este libro despertó recuerdos guardados profundamente en mi subconsciente.  Cuando yo era niña, Guatemala, estaba en plena Guerra Civil.  Yo estudiaba a pocas calles del Palacio Nacional y la Casa Presidencial ubicados en la zona 1 de la ciudad capital.   A mi me enseñaron en el colegio a cubrirme la cabeza y meterme debajo de mi escritorio al escuchar los cañonazos cuando había uno de los tantos golpes de estado que viví.    Cada vez que esto sucedía los vidrios de la ventana de mi clase se quebraban.   

Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando en la esquina de mi colegio había una protesta de estudiantes universitarios.  En ese momento pasó un bus.  Bajaron a todas las personas del bus y entre todos hamaqueaban el bus de un lado al otro.  Alguien le prendió fuego.  Cuando ya estaba a medio quemar de entre los asientos de enmedio salió de repente una señora pidiendo auxilio.  Se había quedado escondida, paralizada del miedo, pero cuando vio que el bus se estaba quemando y que podía morir calcinada reaccionó.  Recuerdo muy bien el rostro de pánico de la señora y hasta recuerdo la ropa que cargaba puesta.  Yo tendría apenas 7 u 8 años.

Recuerdo un toque de queda, alarmas a las 6 de la tarde, ver un Tanque de Guerra venir del lado contrario de donde yo iba caminando.  Recuerdo a mi madre poniéndome contra la pared y protegiéndome en varias ocasiones.  Recuerdo que mi padre actuaba extraño, siempre viendo a todos lados, enseñandome canciones “prohíbidas” que no debía cantar en público, tan solo con él, sus largas ausencias y a mi madre diciéndome que él se había ido con otra mujer (mi papá era de los intelectuales de la guerrilla y tuvo que escapar de Guatemala cuando el ejército lo andaba buscando).  Recuerdo soldados armados hasta los dientes transitando por las calles dela ciudad, recuerdo ver a Efraín Rios Montt (hablaré de él más adelante) con traje militar en la televisión empezando su discurso con “Usted papá, usted mamá”.  Recuerdo una canción bien pegajosa cantada por una niña que entonaba: “Hoy le escribí una carta a mi querido hermano, le puse que lo extraño y que lo quiero mucho.  Mamá me ha contado que él es un buen soldado que cuida las fronteras de la patria…”. 

Yo sabía en mi inconsciente que algo sucedía pero no sabía exactamente que era.  Los adultos hablaban de esas cosas cuando yo estaba dormida o se susurraban entre sí sin dejarme escuchar.  Ni cuando fui adolescente se habló de ello en el colegio o en casa.  Me enteré de como había sido todo ello hasta que me fui de Guatemala en el 2001.  En el extranjero leí una variedad de libros que relatan las verdades de la Guerra Civil guatemalteca, libros que no se encontraban en Guatemala cuando yo vivía ahí. 

Lo que me impactó de Crecer a Golpes es como se entrelazan las historias de todos los países Latinoamericanos.  Como lo que sucedía en un país repercutía en el otro y como los sentimientos son los mismos (aunque seamos de distintos países) de las personas que crecimos a golpes.  

Como lo escribiera Carlos Dada de El Salvador: “Probablemente la última generación con sueños fue la que nos precedió.  La revolución fue un sueño; la justicia social fue un sueño; la democracia fue un enorme sueño.  A mi generación, en cambio, le legaron la orfandad, las tendaladas de muertos y desaparecidos, el desarrollo del instinto de supervivencia, las guindas nocturnas en las areas rurales, la zozobra, la impunidad y la falta de claves para entender al mundo.  Los tiempos exigían alinearse con el bando que le diera sentido de pertenencia a algo”. 

Me interesé en leer el libro Crecer a Golpes después de leer un artículo de Plaza Pública titulado ¿El Tercer Round?.  Al leer en el libro la crónica de Guatemala escrita por Francisco Goldman titulada “Después del Segundo Round” puedo entender por qué están sucediendo las cosas que están sucediendo en mi país en los últimos meses.  

Para comenzar, a principios de abril suspendieron (convenientemente) a la jueza Yassmin Barrios por un año.   Esta jueza fue la que condenó por primera vez en Guatemala a tres militares (El Coronel Byron Lima Estrada, su hijo, el capitán Byron Lima Oliva y el sargento Obdulio Villanueva) por el asesinato político del Monseñor Juan José Gerardi. La jueza Barrios también fue la que condenó a  Efraín Rios Montt por Genocidio a  50 años de cárcel y 30 años por delitos contra los deberes a la humanidad.   Lamentablemente la sentencia a Rios Montt fue anulada por la Corte de Constitucionalidad días después. 

Casi al mismo tiempo destituyeron a Claudia Paz y Paz la fiscal general del Ministerio Público que llevo a juicio por genocidio a Efraín Rios Montt.  También fue una resolución de parte de la Corte de Constitucionalidad.  

La semana pasada me entero que el Congreso de la República de Guatemala aprobó un punto resolutivo en el que se niega el Genocidio en Guatemala.   La noticia se ha propagado en una pequeña porción y casi no se habla al respecto en los medios de comunicación o en las redes sociales.   Hubo una protesta frente al Congreso de Guatemala la semana pasada pero al parecer fue pequeña porque tampoco hay noticias al respecto más que una pequeña reseña en los periódicos nacionales. 

Con estos tres ejemplos me doy cuenta que los dinosaurios que tienen controlada a Guatemala con actos de corrupción y la impunidad o “ellos”* nos han dado a nosotros, los guatemaltecos, tres rounds y a lo mejor hasta un knock out. Y eso que yo no soy la gran experta en política pero está clarísimo.

Como lo escribiera Francisco Goldman en Crecer a Golpes:  “Imagine ser un niño pequeño que ve a su madre y hermanas mayores violadas y asesinadas por soldados, sobrevivir de alguna manera con esos recuerdos y que, entonces, le digan que esas memorias han sido silenciadas oficialmente, y que le debe lealtad al gobierno y al Ejército heroico que hicieron posible la “democracia”.  Imagine que es el padre de un estudiante universitario desaparecido y que le digan que las leyes de la nueva democracia le prohíben exigir al sistema de justicia que busque la verdad sobre el paradero de su hijo o hija, o castigar a los responsables en caso de que alguna manera pueda identificarlos. ¿Qué tipo de ciudadanos produciría este tipo de “democracia”?".

La clave del gran problema de los guatemaltecos (y talvez de todos los latinoamericanos) se encuentra también en la crónica de Goldman: “(Guatemala) es un país acostumbrado por demasiado tiempo al silencio, donde todo el mundo sabe que el precio por hablar es, con frecuencia, la muerte”.

Hay muchas cosas interesantes en el libro, como la forma en que Gustavo Faverón Patriau describe a Vladimiro Ilich Montesinos, el hombre fuerte detrás de Fujimori; lo que describe Sergio Ramírez de lo está sucediendo ahora mismo en Nicaragua con el tratado Ortega-Wang donde se concede al chino Wang Ying los derechos absolutos para construir "El Gran Canal Interoceánico" un proyecto tan o más ambicioso que el del Canal de Panamá;  de como Leonardo Padura describe lo que años de represión castrista ha generado  en los cubanos y la narración de John Lee Anderson sobre como Estados Unidos ha intervenido en el extranjero "donde y cuando quisieran".  No voy a escribir más sobre Crecer a Golpes porque los invito a que lean el libro.  Es uno de esos libros que al leerlo te da todas las piezas del rompecabezas de la Latinoamérica de hoy.   

Mi generación no puede hacer nada más que tratar de educar a nuestros hijos también en lo político.  Como concluye Leonardo Padura en su crónica sobre Cuba: “Al final del camino la generación escondida, sin rostro, obediente y complacida, la generación que soñó con el futuro y a la cuál pertenezco, ha vuelto a ser la perdedora. Sólo que esta no es una derrota coyuntural, del momento, sino una declave histórica de la que no saldremos ni siquiera más sabios, o más cínicos, porque ya no saldremos hacia ninguna parte”.  Padura es 20 años mayor que yo pero mi sentimiento es el mismo.

El futuro de Latinoamérica está ahora en manos de nuestros hijos. ¿Los hemos preparados a ellos para lo que van a enfrentar? ¿ O dejaremos que crezcan en la ignorancia como nosotros crecimos?

* leer en el libro quienes son "ellos"o en el link de "¿El Tercer Round?".


viernes, 16 de mayo de 2014

Cuando alguien cruza tu camino brevemente y deja una huella profunda para toda la vida






En la vida conocemos a personas que por unos segundos, unos minutos, unas horas o unos días, dejan una huella profunda en tu vida.  Personas que dijeron o hicieron algo que en un momento clave te impactó o que hizo que cambiara algo en tu vida por ello.  

Hace algunos años conocí a un chico austriaco llamado Hans.  Hans no era un chico guapo, más bien era un chico común y corriente y nada atractivo.  Hans estaba viajando con su hermano Peter por Latinoamérica por seis meses.  Había llegado a Guatemala viniendo desde México y pensaba seguir a Honduras, Nicaragua y Costa Rica.  

Yo tenía 23 años y estaba en un momento de transición en mi vida.  Acaba de terminar una relación turbulenta con un chico que sufría esquizofrenia y que había amenazado con suicidarse si yo lo dejaba.  Mi relación con él había sido de altos y bajos y situaciones turbulentas.  Lo había querido mucho pero lamentablemente estaba dañado emocional y mentalmente.  Cuando uno ha estado con una persona con problemas psicológicos se vuelve una persona vulnerable.  Para un hombre con malos sentimientos yo hubiera sido una presa fácil en ese momento por lo mismo.

Durante la semana yo trabajaba en la ciudad de Guatemala.  Los sábados por la mañana yo estudiaba en la Universidad y lo más que podía me la pasaba en la Antigua Guatemala, la ciudad turística más popular de Guatemala, ya que estar ahí me relajaba.  

Conocí a Hans en un bar famoso de la Antigua llamado La Escudilla.  Normalmente en los lugares turísticos, conoces a una persona y esa persona te presenta a otra que viene con otra, hasta llegar a formar un grupo de conocidos con los que te tomas unos tragos y pasas una noche agradable bailando o hablando.  Esa noche me presentaron a Hans y Peter. Yo le había echado el ojo a Peter, quien era el más jóven de los hermanos.  Tendría unos 20 años.  Era un chico atractivo que se veía pasaba sus días en el gimnasio.  En cambio Hans, de 25 años, era flacucho y como ya lo dije antes, nada atractivo.   Pero Hans tenía algo que su hermano no tenía:  Podía hablar de cosas interesantes y era inteligente.  Al hablar con Peter era como hablar con una pared.  

Por lo mismo, pasé la noche hablando con Hans, sobre sus viajes, sobre su vida en Europa, sobre mi vida en Guatemala.   Pero aún así no estaba convencida de que me gustaba así que le dije adiós al final de la noche.  Al despedirnos en la puerta del bar me preguntó si me gustaría cenar con él a la noche siguiente.  Le dije que me encantaría.   Al día siguiente era domingo y la pasé yendo a mis lugares favoritos en la Antigua.  Habíamos quedado con Hans de vernos en el Parque Central a las 7 de la noche.  Cuando llegué me di cuenta que había hecho un esfuerzo por verse elegante esa noche.  Se había puesto un pantalón y camisa que aunque eran de viaje parecían finos.  Me invitó a comer a un restaurante nuevo y pequeño que tenía 4 o 5 mesas dentro y 4 mesas en un patio.  

Decidimos sentarnos afuera.  El patio estaba lleno de bouganvilias que se entrelazaban con las columnas y el techo.  Era una noche sin nubes y de luna llena y llena de estrellas. No sé si fue el vino, la deliciosa comida francesa, el ambiente con música suave de jazz, o la plática interesante con Hans, pero me empecé a sentir atraída por él.   Cuando ya casi nos íbamos tomó mi mano entre las suyas y después de acariciarla por unos minutos le dio un beso.  Eso me dejó perpleja por unos minutos.  Cuando salimos del restaurante nos dirigimos a La Escudilla en silencio pero estábamos tomados de las manos.  No había casi nadie por las calles así que escuchábamos nuestras pisadas al andar.  Cuando ya estabamos llegando al bar, con un ademán rápido Hans se puso enfrente mío.  Veía fíjamente a mis labios mientras tomaba mis mejillas entre sus manos.  Me dejé llevar.  Nos besamos por primera vez bajo la luz brillante de la luna en esa noche estrellada.   

Llegamos a La Escudilla y ahí estaban las mismas personas de la noche anterior, ahora viejos conocidos.  Hablábamos con todos y de vez en cuando, disimuladamente, cruzábamos nuestras miradas cómplices.   Después de un par de horas se me acercó al oído y me dijo:  “Vámonos de aquí, necesito besarte”.  Salimos del lugar y ya con la calentura y las copas en la cabeza nos empezamos a besar en la calle apasionadamente, acariciándonos los cuerpos.  Sus besos eran tan intensos que me dejaba sin aliento.  Me dijo al oído que moría por hacerme el amor así que nos dirigimos al lugar donde me estaba hospedando. 

Recuerdo que al llegar a la habitación me desvistió lentamente besando cada rincón de mi cuerpo con una suavidad y ternura que me hizo sentir virgen de nuevo.  Pasamos una noche maravillosa y desperté entre sus brazos.  Hans y yo seguimos nuestro romance, que después de esa noche juntos era del dominio público.  Cada vez que él y yo estábamos juntos me trataba con respeto, me besaba con suavidad y me decía lo hermosa que era. Me invitaba a cenar a lugares románticos y me veía y trataba como si fuera una Diosa.  Eso hizo que mi vulnerabilidad cambiara por fortaleza.   

Después de dos semanas de ese idilio romántico me llamó por teléfono y me anunció que le tocaba seguir su viaje a Honduras al domingo siguiente y me dijo que quería despedirse de mí .  Me citó el viernes por la noche en un hotel que ya sabía era un hotel sencillo porque ya habíamos pasado una noche ahí.   

Ese viernes recuerdo que había tenido una semana intensa en el trabajo y estaba estresada porque mi exnovio esquizofrénico había estado fastidiándome.  Cuando llegué a la habitación donde me esperaba Hans me quedé sin habla:  Las sábanas desgastadas, lo oscuro de la habitación (porque no tenía ventana), el piso sucio y las paredes descascaradas de pedazos de pintura no se notaban ya que habían velas de todos los tamaños y pétalos de rosas que estaban regados por la cama y el piso.  Fue tan grande mi impresión que se me llenaron los ojos de lágrimas.  Existía un hombre que me podía hacer sentir especial y hacer del lugar más feo del mundo nuestro rincón romántico.  Esa noche no me quise despegar de entre sus brazos.

Hans y Peter se despidieron de mí el domingo y durante los próximos tres meses recibía de vez en cuando un correo electrónico en el que Hans me contaba de su viaje y experiencias.  Cuando estaban en Costa Rica me envió un correo diciendo que se iban a aventurar a la selva sin guía.  Me preocupé de saber que ellos dos estaban solos en la selva y que algo les podría pasar.  Pasaron varios días sin saber de ellos y le escribí a Hans varios correos angustiada.  Como diez días después recibí un correo que decía que habían sobrevivido su aventura en la selva a pesar de que les había picado un animal raro que no sabía especificarme que era pero que les había causado fiebre y dolor.  

Me dijo que iba a estar brevemente en Guatemala a la semana siguiente ya que su vuelo de regreso a Austria era desde México DF pocos días después.  Quería verme aunque fuera por una noche.  Yo le dije que encantada lo esperaba.

Cuando nos vimos  nos abrazamos largamente.  Me llevó a comer al mismo restaurante de la primera vez y nos sentamos en la misma mesa.   Aunque no había luna llena y la noche no estaba estrellada como la vez anterior, la noche era agradable y cálida.  Hans me dijo que cerrara mis ojos y que pusiera la palma de mi mano para recibir algo.  Recibí algo duro pero de textura lisa y suave.  Cuando abrí los ojos era una especie de piedra plana, aunque parecía madera.  Me dijo que cuando estaba con fiebre en la selva costarricense encontró esa piedra y que inmediatamente pensó en mí.  Me dijo:  “Esta piedra es dura pero al mismo tiempo por su textura lisa la hace suave al tacto.  Así te considero yo.  Eres una persona fuerte pero a la vez tierna y con mucha sensibilidad.  Quiero que guardes la piedra y te recuerdes de mí siempre”.

Todavía conservo la piedra conmigo y cada vez que siento desfallecer la busco y la tomo entre en mis manos.  A Hans nunca más lo he vuelto a ver, pero de vez en cuando nos escribimos para contarnos de nuestras vidas y siempre recordamos esos días juntos como algo especial.

viernes, 9 de mayo de 2014

¿Qué harías si me muero?







“¿Qué harías si me muero?”   Su pregunta me cayó como un balde de agua fría.  Para mí era el Quique, mi tío Quique, al que siempre había visto como una persona activa, energética, alegre.    En ese momento me di cuenta que los años ya habían hecho lo suyo y que –talvez no ahora pero algún día-  él no iba a estar ahí.  

Las memorias comenzaron a brotar.  Quique apareció un día en la casa de mi bisabuela a la que cariñosamente le decíamos “Mami” cuando yo tenía cinco años casi seis.  Cuando llegó me abrazó y yo no sabía quién era.  Mi Mami parecía tenerle mucha confianza así que por eso no me importaron los abrazos.  Con el tiempo aprendí de que se trataba de mi tío Quique, hermano de mi madre y del cuál yo no tenía memoria más que solo una: cuando era más pequeña a cada avión que veía, saludaba con la mano y decía “Adiós Quique”. El vio a mi madre embarazada de mí una noche que pasó por Guatemala camino a Brasil. Luego me conoció cuando tenía dos años que pasaba unos días en Guatemala viniendo de Brasil rumbo a Estados Unidos y me volvió a ver a mis tres añitos cuando iba camino al Perú.  De esas visitas yo no guardo ningún recuerdo. Cuando se apareció en Guatemala para quedarse, acababa de terminar la misión de la Iglesia mormona en La Paz, Bolivia.

Quique venía a reecontrarse con sus raíces y sus hermanas después de muchos años de ausencia.  Encontró un trabajo en el Palacio Nacional de la Ciudad de Guatemala como guía del Palacio.  Esto fue por su conocimiento del idioma inglés.  También era miembro activo en la iglesia mormona.  Quique fue como el padre que no tuve en mi niñez.  Me aconsejaba, jugaba conmigo, hacíamos actividades juntos. 

De las memorias que más atesoro de mi niñez y con Quique son jugar por horas a las “luchitas” con Quique y mis primos Manuel y Guillermo (hijos de mi tía Luva, hermana de mi mamá). Poníamos el colchón de la cama como resbaladero cayendo al suelo y luchábamos por horas.  Las risas en esos momentos eran interminables.  Todos parábamos rojos, cansados y felices. Recuerdo también que a Quique le gustaba ir a McDonalds a almorzar.  Para mí ir a almorzar con Quique era especial.  Viviendo en pobreza ir a McDonalds era un lujo para mí.  Así que yo gozaba de esas idas a McDonalds como si asistiera a un banquete elegante.  Ahora de adulta de vez en cuando voy a McDonalds cuando me siento nostálgica y quiero recordarme de él.

En esa época la guerra civil en Guatemala se volvió más dura.  Teníamos golpes de estado a cada rato y Quique estaba trabajando en el Palacio Nacional cuando uno de los golpes de estado más importante de la historia de Guatemala se produjo:  El General Rios Montt había tomado el mando. Esto fue el 23 de marzo de 1982.  Cuando ocurrió, abolió la Constitución de la República y declaró un estado de sitio y un toque de queda de 18:00 pm a 6:00 am.  No dejaban entrar ni salir a nadie del Palacio Nacional que estaba lleno de soldados del Ejército.  Recuerdo que el día que ocurrió el Golpe de Estado mi mamá y mi tía estaba muy preocupadas por Quique.  No recuerdo exactamente cuántas horas estuvo en el Palacio pero sé que fueron muchas.  Yo lloré en mi cuarto en silencio por él y le pedí a Dios que lo trajera con vida.  Cuando apareció saltaba de la alegría y lo abracé por largo rato.

En la iglesia mormona conoció a Sonia, su actual esposa.  Ella estaba prometida para otro chico pero no recuerdo que hizo Quique para conquistarla. Seguro que usó sus mejores galanterías.  

Conforme pasaba el tiempo mi amor por Quique se fue haciendo mayor.  Estaba casi siempre de buen humor, haciendo bromas y cuando se enojaba le teníamos mucho respeto aunque jamás gritó o dijo algo que lo ofendiera a uno.  Era flacucho y cuando se despertaba por las mañanas parecía puro chino ya que sus ojos amanecían rasgados como ellos.   Siempre usaba gafas y tenía el cabello lizo y negro.  Por sus similitudes con los asiáticos a veces bromeábamos diciéndole que a lo mejor era adoptado de la China.  Por su manera de ser tan vivaracha y su buen sentido del humor se ganó el corazón de muchas personas dentro y fuera de la iglesia mormona.  Dentro de la iglesia trabajó por mucho tiempo con adolescentes y estuvo a cargo de los Boy Scouts.  Eso hizo que muchos miembros jóvenes de la iglesia lo respetaran.  Lo veía por los pasillos de la iglesia con jóvenes revoloteando a su alrededor tratando de hablarle o compartirle algo.  A veces me ponía celosa de algunas chicas que recibían sus abrazos y consejos.  

Después del matrimonio con Sonia ella quedó embarazada de su primer bebé a la que llamó Linda Arlene.  Lamentablemente Linda Arlene solo vivió dos meses.  Le dio una Meningitis que hizo que falleciera en pocas horas.  Tanto Quique como Sonia estaban destrozados.  Yo no entendía mucho lo que sucedía porque apenas tenía 9 años en ese entonces.  Pero si entendía que la tristeza de los dos era grande y yo quería ayudarlos pero no sabía cómo.  

Con el tiempo Sonia quedó embarazada de nuevo.  Y así nació mi prima Leslie.  Después de Leslie vino Shirley y después Hyrum.  Cada nacimiento de mis primos lo gocé.  Como era la prima mayor los cuidaba y trataba de enseñarles cosas.  

Como mi mamá trabajaba todo el día entonces se decidió que pasara la tarde en la casa de Quique para que me cuidaran.  Yo gozaba esas tardes en su casa pero en especial los fines de semana cuando teníamos algún cumpleaños que celebrar o alguna actividad de familia.   Todos los niños jugaban juntos.  Yo procuraba estar con los adultos ayudando en la cocina o en alguna otra cosa.

Cuando entré a la adolescencia también me entró la rebeldía.  Tenía un sin fin de problemas con mi mamá y cuando ella sentía que no podia más conmigo, me mandaba a hablar con Quique.  Quique siempre fue paciente en decir las cosas.  Lo respetaba mucho así que escuchaba sus consejos que no siempre tomaba pero al menos escuchaba atentamente.

Llegó un momento en el que Quique decidió irse a vivir a Estados Unidos con toda la familia.  Eso fue entre mis 15 y 16 años, en el año 1990.  Sentí un gran vacío cuando se fue, no solo por él sino que también por mi tía Sonia y mis primos. Al poco tiempo de haberse ido escuché que mi tía Sonia estaba embarazada de nuevo y meses después nació mi primo Carlos en el año 1991.  Tres años después en el año 1994 nació mi primo Eric.  

Después de mis 16 años tuve una etapa dura en la cuál las peleas con mi mamá se hicieron más intensas.  Ella decidió irse a vivir a Estados Unidos así que me quedé sin ella y sin mi hermano.  Mi mamá me dejo en casa de mi tía Luva, casa en la cuál tuve problemas y me tuve que salir al poco tiempo. Después de eso yo tuve que buscarme la vida y empezar a trabajar.  

De esa etapa de mi vida recorrían muchos rumores.  Que era amante de un amigo de la familia que ya era mayor pero con el cual yo tenía mucho contacto, que andaba de cama en cama y me iba a quedar embarazada de saber quién, que quién sabía dónde y cómo vivía o dónde dormía.    Yo perdí contacto con mi familia porque los rumores y las acusaciones no me hacían nada bien.  Quería demostrarles que podia sola y que las cosas no eran lo que parecía.  Fueron tiempos difíciles para mí pero logré levantarme.  Encontré un trabajo en un hotel 4 estrellas de la ciudad y una habitación en una casa de una familia en la Zona 1 de la ciudad de Guatemala. Cuando ya estaba bien parada poco a poco recuperé el contacto con mi familia, en especial con Quique.

El vino a Guatemala a visitar y sabía que por encargo de mi madre él quería asegurarse que estaba bien.  Yo era la Ejecutiva de Ventas en el hotel así que tenía derecho a almorzar con clientes en el restaurante del hotel.  Invité a Quique a almorzar.  Se quedó sorprendido de ver en el hotel que trabajaba, que estaba bien y que había superado los problemas por los que había pasado.  Recuerdo que me dijo:  “M’ija, estoy orgulloso de ti”.

Lo vi dos o tres veces más.  En una de esas ocasiones viajó con toda la familia y ahí conocí a Carlos de dos años de edad (Eric no había nacido todavía).  Después pasaron más de diez años sin vernos.  En esos años yo hice muchas cosas que sabía que mi tio Quique siendo mormón no aprobaba:  viví en union libre con varios novios, me hice un tatuaje, dejé la religión por completo y me vine a vivir a “la ciudad del pecado” según las palabras de mi mamá o sea Amsterdam.  Mi tio nunca dijo nada de las decisiones que yo tomaba.  Un día le pregunté si no le molestaba y me dijo: “M’ija, te dejo vivir”.

Lo volví a ver en el año 2011 cuando yo fui a Utah a visitar a la familia.  Fue una gran emoción volverlo a ver, ahora más viejo y ya no tan flacucho como cuando vivía en Guatemala, pero seguía con su mismo sentido del humor y me trató con el mismo cariño con el que siempre nos tratamos.  Seguía con su pelo lizo pero ahora con tintes blancos y siempre con sus gafas y con una gran sonrisa contando sus chistes.  Fuimos a pasear a muchos lugares y Quique, con su paciencia de siempre, me enseñaba cada lugar y me contaba alguna anécdota o historia. Recuerdo que no dejaba la cámara de video para nada y yo bromeaba que hasta en el baño me iba a tomar video.  Después comprendí que era porque quería capturar esos momentos para siempre porque quién sabe cuándo nos volveremos a ver.  Pasamos muchas risas juntos en esos días y para mí fue especial volver a reencontrarme con mi Quique, a quien admiraba y sigo admirando mucho.

Así que cuando me preguntó: “¿Qué harías si me muero?” no sabía que contestarle.  Aunque vivimos lejos, mantenemos un contacto  y un vínculo estrecho.   

Contestando a tu pregunta mi querido Quique, te diría:  No sé que haría sin ti.  Te extrañaría mucho y de vez en cuando te mandaría un mensaje al cielo diciendo lo mucho que te quiero y extraño y recordaría tus anécdotas y las cosas vividas juntos con tu esposa, hijos, primos y demás familia.  Mantendría vivo tu recuerdo que es el ejemplo de muchos y haría lo posible porque nadie te olvidara.  Eso haría.