martes, 17 de marzo de 2015

Problemas de Lujo




                                                          Foto Prensa Libre: Victor Chamalé


Estoy con la cabeza que parece un globo que se infla de tanto aire que ya se sabe que de repente ¡PUM!  explotará y mi cabeza se hará añicos.  Pero mi cabeza no está llena de aire sino que de pensamientos y esos mismos pensamientos  son los que no me han dejado escribir por días. 

Lo peor para un escritor es no poder escribir.  Pero a veces no se tiene la inspiración por más que se busque.  Antes de este escrito he intentado escribir dos o tres veces más.  Solo que en lugar de arrugar el papel y tirarlo al sesto de la basura solo hago un click en “no grabar”.

En estos días han sucedido tantas cosas que me hacen pensar que la vida a veces te da jugarretas para que aprendas algo pero que tienes que prestar atención para saber qué es lo que tienes que aprender.

Ayer estaba hablando con mi amiga Claudia de su supuesto viaje a Europa en octubre de este año.  Es un regalo para su hija, Mariandré, que quiere conocer Amsterdam y  Paris y quieren que las acompañe a estos lugares que yo ya conozco demasiado bien.   La discusión que tuve con mi amiga era que yo no quería ir a Paris porque ya he estado varias veces.  Le dije que mejor fuera ella con Mariandré. 

Después de la discusión con Claudia, abro mi computadora y veo esta noticia: Hombre Traslada en Carreta a su Conviviente Enferma. Se me salieron las lágrimas.  Yo discutiendo con Claudia diciéndole que no quiero ir a Paris más y este señor llevando a su mujer por cuatro kilómetros en una carreta así tan a la intemperie y a la vista de todas las personas.  

A veces no nos damos cuenta que simplemente tenemos problemas de lujo.   Que en realidad no son problemas, que somos unos seres sumamente mal agradecidos, que tomamos las cosas como se dice en inglés “for granted”,  como si siempre las fuéramos a tener.

Recuerdo que a mi abuelito César  -que en paz descanse-  lo que más le dolió en el mundo fue perder el  sentido de la vista.  El se fue quedando ciego gradualmente.   Lo odió porque a él le fascinaba leer.  Algo tan sencillo pero para él era algo importante en su vida.   

¿Qué sería de mí si pierdo la vista o si me quedo sin manos?  No podría escribir o leer, dos cosas que para mí son esenciales.   

Tengo un amigo muy querido que hace poco se cayó de las escaleras de su casa.  Se dio un golpe en la parte de atrás de la cabeza de tal manera que quedó inconsciente.   Su pareja escuchó cuando se cayó y fue a rescatarlo.  Si su pareja no hubiera estado en ese momento en casa mi amigo se hubiera muerto porque se estaba ahogando con su propia lengua ya que se le había volteado para dentro. Normalmente la pareja de mi amigo trabaja en Brasil así que está fuera de casa por meses.

De pura casualidad cuando mi amigo se cayó su pareja estaba ahí.  De pura casualidad mi amigo se salvó.   Ese golpe dejó a mi amigo inconsciente.  Cuando despertó no podía hablar, cuando empezó a hablar no podía decir oraciones,  tampoco podía saber la diferencia entre español y holandés.  No reconocía a nadie, no sabía dónde estaba o de dónde venía.   Mi amigo es de Guatemala y las cosas esenciales como frijoles, Antigua Guatemala o la palabra Chapín (apodo de los guatemaltecos en centroamérica) no las recordaba.

Mi amigo tardará 6 meses en ser rehabilitado y los doctores no pueden decir si quedará completamente bien o tendrá secuelas del accidente.  Así que por el golpe él ha perdido tantas memorias y a lo mejor tendrá secuelas corporales.

Yo me puse a pensar que si algún día yo me golpeo de esa manera y no recuerdo de dónde vengo, no recuerdo Guatemala, no recuerdo mi niñez, mis amigos, mi comida, mi familia, ni nada de eso tan importante en mi vida, que me ha hecho lo que soy entonces ¿Quién seré? ¿Qué será de mi?  ¿Qué quedará de mi?

Entonces si voy o no a Paris este año de nuevo ya no tiene importancia.  Es más, estaré agradecida de ir una vez más.  

Recuerdo una vez, en uno de mis viajes a Guatemala, que tuve el atrevimiento de irme en bus desde la ciudad capital hasta Sololá, para luego ir a Panajachel en otro bus.  Conocí a una señora en Sololá que viajaba con sus hijos gemelos.  Recuerdo su rostro como si lo estuviera viendo ahora mismo:  Arrugado, quemado por el sol pero sonriente.  La señora carecía de los dientes frontales superiores más sin embargo su sonrisa era de oreja a oreja y a uno no le quedaba más que sonreir con ella.  Nos pusimos a hablar y entre la plática le pregunté cuál era su mayor deseo.  Me dijo con un suspiro y con ojos brillantes:  “Mi mayor deseo es ir a la ciudad capital de Guatemala”. 

¡PUM! Ahora si, mi cabeza estalló y se hizo añicos.