viernes, 12 de septiembre de 2014

La Risa de los Niños





Se enamoró de Mariana por su espontaneidad, porque reía sin represiones, porque lo amaba sin límite,  porque era sencilla y genuina.  Ella venía de un país tercermundista donde fue extremadamente pobre pero gracias a su esfuerzo e inteligencia llegó a salir de su pobreza y trabajaba en una multinacional que la había trasladado a Europa.
Genaro venía de una familia adinerada y acomodada de Holanda donde lo más importante era guardar las apariencias.  Para él la felicidad era cuan grande era la casa donde vivía, cuál carro tenía, qué tan buen trabajo tenía, cuánto dinero ganaba.  Al mirar en el Facebook de toda su familia se veían yates, viajes, carros, restaurantes de lujo, extravagancia sin límite.
Por eso el contraste de su vida con lo sencilla que era Mariana lo había llevado a enamorarse locamente de ella.  Al introducirla a su vida ella la aceptaba pero tanta falsedad la hacia sentirse abrumada.  Ella le decía a Genaro que no se olvidara de poner los pies sobre la tierra y darse cuenta que habían cosas más importantes en la vida que el dinero.  El corazón de Genaro se derretía cuando veía a Mariana hacer actos de caridad a gente pobre, cuando la veía ayudar a ancianos o ciegos cruzar la calle, cuando la veía sentirse mal por tener que tirar un pan que ya no podia comerse.  
Genaro quería llenar a Mariana de lujos y aunque veía que a Mariana le gustaba, sentía una resistencia de parte de ella a pertenecer a ese mundo.  El lo tomó como reto.  Pero la resistencia no cesaba y terminó de entender el por qué cuando él conoció el mundo de ella.
Cuando Genaro fue a Guatemala, que era el país de Mariana, se sorprendió de ver tanta pobreza.  La familia de Mariana vivía en una casa sencilla, sin lujos, donde lo trataron como a un hijo.  Mariana lo llevó a una escuela de niños donde ella colaboraba monetariamente y a él le sorprendió ver como los niños que venían de familias extremadamente pobres eran humildes, sonreían y eran felices con pocas cosas.  La felicidad que irradiaban era tan auténtica que perturbó el concepto de felicidad que Genaro tenía.  Lo sacudió de pies a cabeza.
Después de la visita a la escuela de niños pobres fueron a visitar unos pueblos pintorescos del país en los cuáles conoció más gente pobre pero sonriente y humilde.  Eso lo hizo sentirse todavía más perturbado.   Mientras más gente pobre conocía Genaro más perturbado se sentía.  Y aunque todavía amaba profundamente a Mariana en el fondo de su subconciente se sentía confuso por el mundo al cuál Mariana pertenecía y lo sentía como una amenaza a su propia felicidad.
Cuando terminaron las vacaciones siguieron sus vidas normales pero algo había cambiado en él.  Lentamente empezó a notar que habían cosas de Mariana que le empezaron a irritar.  Ya no le hacia gracia que ella fuera tan sencilla y humilde.  Notó que las novias de sus amigos eran más parecidas a lo que él esperaba en una mujer:  eran bonitas, rubias, de ojos azules, altas.  Mariana era baja de estatura, morena, de ojos cafés y rasgos indios.  Cuando en un principio le pareció algo exótico ahora le parecía algo irritante y fuera de contexto.  Empezó a distanciarse de ella, a tratarla como que fuera una extraña.  
Mariana sin comprender el cambio de actitud de Genaro intentó desesperadamente de luchar por su amor, por regresar a lo que habían sido por algun tiempo:  felices, sin preocupaciones, amándose hasta el cansancio.  Pero no sucedió.  Genaro cada vez se alejaba más de ella, cada vez la ignoraba más, ella se sentía cada vez más ajena a él.  Así que decidió terminar la relación.  Genaro sufrió y lloró pero en silencio.  A ella no le mostró ni una gota de compasión, ni pena, ni tristeza.  Le rompió el corazón en mil pedazos sin ningún remordimiento.
Rápidamente se consiguió una novia parecida a las novias de sus amigos.  Ella venía de una familia adinerada también así que los dos disfrutaban de lo mismo:  carros, lujos, casas, caprichos.   Eran felices.  Genaro rompió todo contacto con Mariana y se forzó a no pensar en ella más.  Se casó con su novia perfecta, tuvieron los hijos perfectos, pasó el tiempo y se compraron una casa más grande, un bote, una casa de campo.  Todo iba bien.
Cuando Genaro llegó a la edad de 50 años estaba trabajando en un proyecto complicado en la empresa donde trabajaba.  Estaba trabajando hasta altas horas de la noche y tenía que viajar mucho así que casi no veía a su familia ni amigos.  Se distanció de su mujer tanto que un día ella le pidió el divorcio.  La razón que ella le dio para divorciarse es que él se había dedicado tanto a trabajar que se había olvidado de su familia.
Al principio pensó que ella era una mal agradecida porque él trabajaba tanto para mantener los lujos de su familia y ella no lo apreciaba.  Pero luego se dio cuenta que ella era como una extraña y que sus hijos habían crecido y él no se había dado ni cuenta. 
Sin hijos y esposa se pasó a vivir a un apartamento pequeño pero lujoso y procuraba trabajar más para no pensar.  Veía a sus hijos con regularidad pero se sentía tan ajeno a ellos.  Se había enterado que su ex mujer se había conseguido a alguien más, un hombre con mucho menos dinero que él.  Le dio pena por ella.  Pasaba los días todos iguales, sin mayores cambios, tenía todos los lujos que necesitaba y eso era lo importante.  Se sentía contento con todo lo que había logrado.
Un día estaba sentado en una terraza tomando un café.  Era una tarde lluviosa y él leía el periódico.  La risa de unos niños lo distrajeron de la lectura.  Molesto se puso a observar que era lo que a los niños les hacia tanta gracia.  Ellos jugaban bajo la lluvia.  Se echaban agua uno al otro y estaban empapados.  Eso les causaba tanta risa.  Esa risa lo hipnotizó por un momento.  Sabía que habia escuchado una risa semejante en algún lugar pero no recordaba donde.  Y mientras los niños seguían riendo y jugando su mente empezó a despejarse y se recordó donde había escuchado risas similares:  Había sido en la escuela de niños pobres que visitó en Guatemala con Mariana.  Mariana había llevado una pelota de fútbol a los niños y ellos inmediatamente habían empezado un juego.  Genaro se puso a jugar con ellos y ellos reían de la misma manera que esos niños que jugaban bajo la lluvia:  con una risa despreocupada y genuinamente natural.
Eso lo hizo acordarse de Mariana.  Tenía años de no saber de ella.  De vez en cuando había pensado en ella pero procuraba desechar esos pensamientos lo más pronto posible.  Pero ahora le venía el pensamiento fuerte, con la risa de los niños jugando bajo la lluvia.  Recordó que ella reía de esa manera también.  Sintió el fuerte deseo de saber de ella.  La buscó por la internet en su teléfono y no fue tan difícil encontrarla.  Encontró una foto de ella reciente.  Estaba sonriendo y tenía arrugas en el rostro y su cabello era blanco con tintes negros.  La sonrisa de ella le proporcionaba la misma calidez que antes. 
Sintió que su corazón se constriñía.  Se fue a su casa y de repente se sintió tan ajeno a todo lo que le rodeaba.  Quería jugar fútbol con los niños pobres de Guatemala, quería jugar bajo la lluvia con los niños en la terraza, quería volver a besar los labios de Mariana y escucharla reir como antes.  
Pasó días sintiéndose extraño, no podía ni concentrarse en el trabajo.  Sentía que le hacía falta algo. No podia sacarse del pensamiento a Mariana y a los niños de la escuela en Guatemala.  Pensó volverse loco hasta que un día supo el por qué:  El quería experimentar esa risa tan franca, esa risa sin falsedades, sin caprichos, esa risa honesta.
Después de pensarlo bien, renunció a su trabajo.  Le dijo a su ex-esposa y sus hijos que iba a un viaje a encontrarse a si mismo.  Por la internet encontró un lugar remoto en Guatemala, en una escuela, donde podia enseñar inglés o computación a los niños y se reclutó como voluntario ahí.
Al fin iba a a saber por qué esa risa lo consternaba tanto.  Quería poner los pies sobre la tierra como tantas veces le aconsejó Mariana.
 

jueves, 4 de septiembre de 2014

Amsterdam






Eran las 7 de la tarde y estaba parada en el puente que queda entre el Amstel y Prinsengracht.  Era una tarde cálida y agradable. La brisa soplaba suavemente en mi rostro jugando con mi cabello.  Observaba los botes pasar por debajo del puente, por adelante, de lado.  No habían muchos, era una tarde tranquila.

En el Carré había alguna obra teatral porque se divisaba mucha gente en la puerta. La gente estaba conversando, saludando, viendo la cartelera. Veo un coche jalado por caballos asomarse detrás de mi.  Es uno de esos coches del siglo XVIII. El chofer está vestido elegantemente con sombrero de copa, sacola larga y pantalón negro.  La sacola por dentro es roja y por fuera es negra.  El traje se veía impecablemente planchado.  Dentro del coche había un par de enamorados. Se besaban, se veían a los ojos, se acariciaban y no se daban cuenta que eran parte de un paisaje surrealista en uno de los primeros días de septiembre del año 2,014.

El puente de madera que estaba a mi lado derecho se abrió para dar paso a un barco enorme. Los ciclistas iban y venían por cualquier calle sin parar.

En ese momento me di cuenta lo que amo esta ciudad, mi ciudad.  He vivido acá 13 años de mi vida.  No he disfrutado de esta ciudad como debiera y voy a explicar el por qué:  al principio lo único que quería de Amsterdam era que me salvara del pueblo donde vivía antes: Alkmaar. Quería salir del aburrimiento y la letanía que conlleva el vivir en un pueblo.  Necesitaba la vibración y la energía de esta ciudad.

En ese entonces lo que quería de ella era diversión, entretenimiento, ilusiones.  Con el paso del tiempo quería establecerme con mi pareja, instalarme, ubicarme, acomodarme.  Después al quedar soltera quería darle una tregua.  No podia pasar más de seis meses en la ciudad porque sentía que me agobiaba, tenía que huir no se de qué.  Pero después de todos esos periodos llegó el momento en que a Amsterdam la abracé, la gocé, la acaricié, la amé.  

Esta ciudad me ha dado tanto que no sé ni como agradecerle.  Me ha dado el amor, la amistad, la variedad, la tristeza, la alegría, la agonía, la sorpresa, el desafío, la bondad, la frialdad, la delicadeza, la esencia, la simpatía, la apatía, el frío, el calor, la brisa, la risa, el gozo, la tranformación, la ternura, la sorpresa, el viento.
Decir que no ha marcado mi vida sería mentir.  He aprendido de ella como también he aprendido de mi misma gracias a ella.  

Al montar en mi bicicleta cada día me sumerjo en el tráfico de bicicletas, semáforos, carros.  Esquivo, evito y freno para luego pedalear como una experta.  Me hace ilusión andar en bicicleta por sus canales sus puentes inagotables, sumergirme en el panorama, ser parte de la variedad. 

He evolucionado junto con esta ciudad.  He crecido y me he inspirado en sus calles, en sus parques, en su gente, en su esencia.

Mi vida no sería la misma sin esta ciudad como esta ciudad no sería la misma sin mí.  Somos una, nos pertenecemos.