Recuerdo aquella noche en la que me hiciste tuya por primera vez. Pusiste un cobertor de pieles finas en el
suelo, preparaste la chimenea, compraste un vino blanco importado, pusiste
velas y música de Spinetta de fondo.
Yo sin saber que hacer me recostaba en la puerta mientras tú me observabas
con mirada ansiosa. Te acercabas lento y
al estar cerca me besabas mientras tomabas con tus gruesas manos mi
rostro. Tus manos se deslizaban por mi
cuello para bajar a mis hombros y luego a mis brazos. Me tomabas de las manos al darte cuenta que
yo temblaba me dijiste al oído: “¡Déjate llevar!” y volviste a besarme.
Hice lo que me dijiste: me dejé llevar.
Disfruté cuando desabotonaste mi blusa, cuando deslizaste tus dedos bajo
mi ropa interior para tocar mis pechos, cuando me quitaste la falda y tomaste
mi trasero con tus dos manos. Mientras
yo te quitaba la camisa, te desabrochaba el pantalón y metía mis manos debajo
del mismo.
Al desnudarnos completamente me acostaste en el cobertor de pieles finas,
el calor de la chimenea embargó nuestros cuerpos mientras me besabas los pechos
para pasar a mi vientre y mi ombligo.
Tomaste la copa de vino mientras nos veíamos extasiados y sonreías
maliciosamente. Después de un sorbo
empinaste la copa y echaste vino entre mis pechos y en mi vientre. Luego lo bebiste de mi cuerpo mientras me
limpiabas los restos con la lengua.
Después me besabas desde los pies hasta el comienzo de cada una de las
piernas. Yo me estremecía presintiendo
lo que iba a venir. Me veías con ojos
hechiceros mientras te acercabas a tu objetivo principal. Me comiste el coño como si te lo hubieran prohibido
por mucho tiempo y al fin te lo habían dejado ahí, vulnerable y limpio,
esperando a tus labios y tu lengua devorarlo.
Yo gemía y me retorcía de placer.
Me mordía los labios y deseaba tanto tenerte adentro que casi no me
podía contener.
Después de un buen rato y cuando
estaba a punto de reventar, te susurré: “ven aquí, quiero sentirte adentro, no
puedo más” subiste besando y lamiendo mi cuerpo hasta encontrar mis labios y
mientras nos fundíamos en un beso sentí tu pene deslizarse dentro de mí de manera
suave. Empezamos la danza del amor
mientras clavaba mis uñas a tu espalda y tu me besabas el cuello y mordías mi
oreja. Cada vez más rápido, cada vez más fuerte, mi sed hacia ti en vez de
disminuir aumentaba.
Te pedí cambiar de posición y me puse encima. Mientras me movía y tocaba mis pechos tu me
observabas y me decías: “como te he deseado”.
Yo ponía mi dedo en tus labios para callarlos, no quería escucharte
hablar, solo sentirte dentro y profundo.
Nuestros movimientos empezaron a ser más rápidos y sabíamos que el clímax
estaba por llegar. Me tomaste de las
manos y en unos segundos que parecieron eternos los dos vimos las estrellas al
mismo tiempo; gritamos, gemimos, nos
sacudimos, nos besamos, jadeamos, suspiramos, terminamos.
Descansé en tu pecho mientras tú me acariciabas la espalda.
Tomé un buen sorbo de vino y tú también.
Nos besamos y acariciamos los cuerpos desnudos por lo que pareció una
eternidad. Me dijiste: “¡tengo una
sorpresa para ti!” te levantaste y fuiste a otra habitación. Regresaste con un bolígrafo negro de punta
gruesa. Te pregunté: “¿Para qué traes eso?”
Me guiñaste el ojo y me dijiste: “voltéate”.
Me puse boca abajo y tú te sentaste a mi lado. Besaste una de mis piernas y escribiste: “Silencio”.
Mientras lo escribías la decías en voz alta.
Yo primero me sorprendí pero luego me dio curiosidad de saber que más
escribirías en mi cuerpo. De ese momento
en adelante escribías mientras decías en voz alta cada una de las palabras.
En mi otra pierna escribiste “Noche”, en una de mis nalgas “Jaguar” en la
otra “Tiempo”. Besabas alternamente las partes escritas mientras yo sentía como
se humedecía entre mis piernas. En la
cintura “Espejo” en la parte baja de mi espalda “Almendra” luego de besarme me
preguntaste: “¿Te gusta la palabra Crepuscular?”
Te contesté: “¡que más da si me gusta o no! ¡Escríbela!” Así que la escribiste en medio de mi
espalda. Creo que mi espalda te parecía
una hoja gigantesca porque seguiste escribiendo en ella: “Viento”...“Estela” ... “Remolino”.
Ya no podía más, estaba en el punto máximo de la excitación. Escribiste “Tormenta” en mi cuello y me
dijiste: “Quiero que este poema te dure días en el cuerpo. Quiero que cada vez que te bañes vaya
desapareciendo poco a poco hasta que te quedes sin manchas. Pero la huella del poema sobrevivirá en tu
memoria”.
La última palabra que escribiste fue “Látigo”. No estoy segura si la
escribiste con tus dedos o con tus labios…
Muy bonito... te invito a que eches un vistazo a mi blog
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Saluditos :D