jueves, 28 de marzo de 2013

De la Semana Santa o Pascua




La Semana Santa o la Pacua es la conmemoración anual cristiana de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.  En la mayoría de los países es feríado nacional, no importando la religión que uno tenga. Ese feriado cae algunas veces en marzo y otras en abril.

Como yo crecí en Guatemala la recuerdo llena de color por las procesiones de la iglesia católica.  Alfombras multicolores de aserrín, flores, pino verde o frutas adornando las calles principales de la ciudad de Guatemala o de la Antigua Guatemala.   Los devotos  cargadores de la procesión  vestidos de morado (en mi pais les llamamos cucuruchos) y otros  vestidos de soldados romanos.   Y la banda que va detrás de las procesiones, como olvidarla,  siempre entonando canciones tristes y funerarias.  Como la mayoría de la población en Guatemala es católica, hay muchas procesiones como muchos son los devotos que las siguen.

Pero como yo no soy católica lo que más recuerdo de la Semana Santa es el caos.  El tráfico, los tumultos de personas, vendedores ambulantes gritando,  mucha basura, y ruido. Los olores a sudor mezclado con el de incienso, comida, pino y aserrín mojado.  Así que por todo ello  yo odiaba la Semana Santa y procuraba irme fuera de la ciudad Guatemala y de la Antigua Guatemala, que son las dos ciudades donde principalmente sucede el caos.  (Aquí un video para que se den una idea).

Pero no era la única que tomaba esa decisión.  Miles de personas huían al interior del país así como miles de personas que trabajan en la ciudad pero vienen de los pueblos, aprovechan para ir a ver a sus familias a sus respectivos lugares de origen.  Así que el caos también se forma para salir de la ciudad ya fuera en bus o carro, en las playas, en los pueblos, en los ríos, en todos lados.

Así que para Semana Santa, en los últimos años que estuve en Guatemala, procuraba no salir para nada.  Compraba comida para toda la semana, alquilaba películas, compraba un par de buenos libros y pasaba mucho tiempo asoleándome en la terraza de mi casa.  Que maravillosas Semanas Santas fueron aquellas alejada de todos y de todo.

Desde que estoy en Holanda la Semana Santa ha sido diferente pero más agradable.  Acá no hay procesiones.  Amsterdam tiene turistas durante todo el año pero para topármelos tengo que ir al centro de la ciudad.  Yo casi nunca lo hago. Yo vivo alejada del centro cerca de un lago, así que es tranquilo.  En mi trabajo me dan dos días libres con un fin de semana de por medio así que cuento con cuatro días libres en los cuáles  puedo decidir si me voy de  vacaciones a otra ciudad de Europa:  Paris, Barcelona, Berlin, Viena, etc.  Si no hay dinero para viajar, hay muchas actividades culturales, deportivas y de entretenimiento.  Si le preguntas a un holandés porque es la Pascua o Semana Santa, no te contestará que es por la conmemoración de la pasión muerte y resurrección de Jesús.  Te dirá que es un feriado oficial del país.

Las familias holandesas acostumbran a juntarse y es cuando más comida he visto en las mesas.  Entonces si que parecen latinos.  Lo que más se come son huevos porque son los “Huevos de Pascua” Así que se comen los huevos al desayuno y también al almuerzo.  En la cena se acostumbra a comer cordero asado.

Los niños holandeses  se entretienen buscando huevos decorados  que sus padres o familiares han escondido en lugares estratégicos dentro y fuera de la casa.  Antes de la Semana Santa pueden haber ayudado a su familia a decorar los huevos. 

Me imagino que han de haber misas y cosas religiosas en algún lugar pero nunca he visto o escuchado nada de ello en los 12 años que tengo de vivir acá.  

Un holandés me enseñó este video.  Es de la Pasión de Cristo, versión holandesa. Me comentó que lo transmiten por televisión cada año para la Pascua:


Ignoro si otros latinos practican la religion acá porque los que conozco aprovechan esos días para irse de vacaciones a algún lugar.

Así que no, no me hacen falta las procesiones ni el caos que provocan.  Tampoco extraño la multitud de gente en las playas,en los balnearios, en los pueblos y ciudades. Es más, es la única cosa que no extraño de mi país.  Cuando regreso de vacaciones jamás regreso en Semana Santa.  Prefiero evitarla.

Respeto y admiro a los devotos que cargarn las procesiones y que las siguen. También admiro a la gente que se da a la tarea de hacer las alfombras.  Eso si que me daba gusto ver, las alfombras tan elaboradas de belleza sin igual.  Recuerdo una vez haber ayudado a elaborar una y fue una gran tarea.  Eramos más o menos diez personas elaborándola y nos tardamos unas cuatro horas para que fuera deshecha en treinta segundos.    Eso me provocó una frustración que me duró varios días.  Nunca más volví a ayudar a elaborar una.

A la final , cada quien celebra la Semana Santa como mejor le plazca.  Lo que todos hacemos muy bien es aprovechar esos días de asueto, porque los tenemos bien merecidos.

¡ Feliz Semana Santa a todos!








miércoles, 20 de marzo de 2013

Somos una Generación de Idiotas




“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad, el mundo solo tendrá una generación de idiotas” 

Esta cita es atribuida a Albert Einstein (pero no ha sido comprobado que él la haya dicho) y está corriendo por la internet como virus con fotos de chicos y chicas viendo las pantallas de sus teléfonos.

Desde hace un poco más de dos años los teléfonos inteligentes, mejor conocidos como Smartphones, han incursionado en todo el mundo, siendo sus mejores representantes el iPhone y el BlackBerry.  He visto como todos los que poseemos un Smartphone (incluyéndome) nos obsesionamos con el mismo.  Chequeamos el Facebook, el Twitter, las noticias, el clima, el Instagram, el Pinterest, el correo eléctronico. La aplicación que nos tiene más atrapados es el Whatsapp.  Con el Whatsapp uno puede enviar mensajes de textos, fotos, videos, compartir contacto, compartir tu ubicación y hasta enviar una nota recién grabada con tu bella voz a tus contactos que estén en cualquier parte del mundo y todo esto gratis.

Recuerdo mi primera experiencia con alguien que tenía un Smartphone hace dos años.  Era la persona más moderna de todos mis amigos.  Si nos juntábamos para comer, ella estaba chequeando su correo electrónico, Facebook, etc. Y si teníamos duda de cualquier cosa, ella se ofrecía a chequear en Google inmediatamente.  Me molestaba profundamente.  Decidí que no iba a ser así si algún día poseía un Smartphone.  Confieso que no he respetado mi propia palabra ya que yo misma estoy chequeando mi teléfono cada dos por tres.

Siento que los Smartphones han servido como excusa para no interactuar con las demás personas.  Cuando yo chequeo el Smartphone es porque me siento un poco cohibida ya que no conozco mucha gente en la fiesta donde estoy y en lugar de hacer amigos me escudo en el teléfono.  También me ha servido para evitar a esa persona que me cae mal.  También para evitar conversaciones que no quiero tener. 

Hace cinco años que tomo el mismo metro por las mañanas en Ámsterdam.  En el camino hay jóvenes que se bajan en cierta parada para ir a la escuela secundaria o para ir a la Universidad.  La mayoría de estos jóvenes están chequeando algo en su teléfono.  También la mayoría está con sus audífonos puestos.   Yo calculo que de 50 jóvenes habrá 10 que están conversando entre sí.  Los demás están viendo la pantalla de su teléfono.  A veces me acerco a ver qué es lo que hacen: unos están en el Whatsapp, otros jugando video juegos, otros viendo algún video.  Todo esto a las ocho de la mañana.  Me ha afectado tanto ver eso que he decidido que a esa hora yo voy a leer un libro.  Creo que mi tiempo es más productivo leyendo un libro que chequeando mi teléfono.  El pasado lunes fue la excepción: dos chicos se pelearon y los demás estaban observando la pelea, pero no faltó quien tomara un video de la misma. Al terminar la pelea, todos inmediatamente tomaron su teléfono, me imagino que para contar sobre la pelea en el Twitter, Facebook o Whatsapp.

Creí que por estar en Europa y vivir en un país primermundista hacía que la gente fuera así, pero descubrí el año pasado que en mi país, Guatemala, también sucede ese fenómeno.  Es increíble porque los guatemaltecos se viven quejando de que les roban los teléfonos más sin embargo los están usando constantemente. 

No digo que la tecnología sea mala, al contrario, nos facilita muchas cosas.  ¿Pero quién nos pone los límites? Usamos la internet para una tarea de investigación, hacer la reservación de un restaurante, chequear nuestra cuenta bancaria, comprar ropa y zapatos, hacer reservaciones de cine, inversión de dinero, reservar y pagar vacaciones y hoteles, hasta para arreglar una cita con un@ chic@ o conseguir novi@, ver las noticias de la farándula, puedes chatear con alguien que vive lejos,  puedes encontrar a alguna persona perdida, puedes hacer compras del supermercado, ver tu serie favorita, bajar música, ver porno, etc.

Hace veinte años no teníamos todo tan a la mano como ahora.  El problema con ello es que estamos perdiendo la costumbre de interactuar con las personas.  No hay nada más patético que ver amigos, familia, etc. que están juntos pero todos están viendo algo en la pantalla del teléfono “inteligente”.  Los que tenemos este teléfono inteligente somos esclavos del mismo.  Lo primero que hacemos al despertarnos es chequearlo, ver si hay llamadas perdidas, mensajes en el Whatsapp, quién nos escribió en el Facebook, que noticias hay en el Twitter, etc.

El día de hoy me pasaron una noticia increíble: ayer hubieron tiroteos en Monclova, Coahuila, México.  Desde las 7:45 de la mañana con una duración de más de una hora,  se registraron "narcobloqueos" y enfrentamientos entre miembros del Ejército y la Policía Federal contra civiles armados.  La noticia de por sí es alarmante (puedes leerla en este link).   A mí en lo personal no me gustaría estar en medio de una balacera como ésta. Me imagino el ambiente lleno de tensión y miedo que se vive.  Pero lo que más me impactó fue ver la foto que venía con la noticia.  En ella vez gente en el suelo cubriéndose y a alguien con su teléfono.  La persona que tomó la foto me imagino también estaba usando el teléfono.  ¿Somos capaces de perder la vida por estar informando al resto del mundo lo que estamos viviendo en ese momento?


                             Foto de aristeguinoticias.com


He visto varias páginas en la internet en la que jovenes dicen que no entienden como es eso de que “el mundo tendrá una generación de idiotas.”  Pues diciendo “no entendiendo” ya es una mala señal. Si dependemos de la tecnología, si perdemos la paciencia por culpa de la tecnología, si aceptamos todo lo que vemos en la internet sin investigar, si perdemos nuestra salud por culpa de la tecnología, si no conocemos más lo que importa a nuestros seres queridos por prestar más atención a la tecnología, si usamos la tecnología como excusa para evitar el contacto humano o si perdemos el contacto humano por culpa de la tecnología, si usamos la tecnología para herir a una persona o para hacer bullying, si usamos la tecnología para enterarnos de la vida de alguien o para juzgar a través de fotos lo mal, gorda o fea que está esa persona, si llamamos al teléfono “inteligente”, si perdemos un amanecer, tiempo con nuestros amigos y/o familiares, la playa, un juego, etc. por estar viendo la pantalla de nuestro teléfono y si usamos la tecnología en vez de nuestro cerebro, lamento darte la mala noticia:   sí, somos una generación de idiotas. 



jueves, 14 de marzo de 2013

Vientre de Alquiler



Tenía veinte años, me acababa de casar y no sabía que ya me encontraba embarazada al casarme.  A los tres meses de casada no me sentía bien y decidí ir al doctor.  Me hicieron el examen de embarazo y salió positivo. En el momento de la noticia sentí mariposas en el estómago, no podía creer que iba a ser mamá por vez primera.  Sonreía de oreja a oreja y sentía que quería saltar de la alegría.

Al hacer el primer ultrasonido para ver cómo se encontraba el bebé, esa alegría se esfumó en un segundo.  Durante el examen me dieron  la mala noticia que el bebé estaba muerto en mi vientre.  Sentí que el mundo se me venía encima y me quede con la mente en blanco.   La noticia me pegó fuerte y entré en estado de shock.

Siempre he sido del pensar que Dios sabe porque hace las cosas.  Después de realizada la operación para sacarme al bebé muerto y  al ir pasando los meses, me fui recuperando poco a poco de ese trauma y del sentimiento de vacío que me había dejado ese amargo día de Enero cuando recibí la peor noticia de mi vida.

Cinco meses después de haber perdido a mi bebé  tuve un accidente  automovilístico severo, el cual me dejo entre la vida y la muerte en un hospital por un lapso de  seis meses. La recuperación fue lenta y dolorosa.

En la cama del hospital me puse a pensar en qué hubiera sucedido si hubiera estado embarazada para cuando tuve el accidente.  Si el bebé hubiera muerto, o yo, o los dos.  Hasta la fecha me hago la misma pregunta.

Tenía curiosidad por saber si algún día tendría la dicha de ser madre ya que no sabía a ciencia cierta de los  daños  o  secuelas que el accidente automovilístico había provocado.  Después de la recuperación y ya estando nuevamente saludable traté nuevamente de tener otro bebé, procurando así borrar la mala memoria de la primera experiencia.   Fue en vano,  no pude quedar embarazada.   Me convencí que no podía tener hijos y eso me dio mucha tristeza.

Después de un tiempo las cosas entre mi primer esposo  y yo ya no eran lo mismo y después de casi cuatro años de matrimonio nos divorciamos.

Estuve más de un año soltera cuando conocí a Ernesto.   Nos gustaba estar juntos, nos enamorábamos poco a poco y las cosas entre él y yo iban cada día mejor.   

Cuando ya éramos novios  recuerdo una vez en particular que vimos una película en la televisión  sobre una persona que dio su vientre en alquiler y a la vez su propio óvulo (o sea que era su propio hijo) para una pareja.  La película me impactó de tal manera que le comenté a Ernesto que si algún día se me presentaba una oportunidad  de ayudar a una pareja que realmente quisieran ser padres no la pensaría ni dos veces, que lo haría con gusto.  Ernesto, enamorado como estaba, me dijo que él me apoyaría.

Algunos meses después nos casamos y la ilusión de ser madre volvió a nacer en mí.  Había conocido a un maravilloso hombre con el cuál estábamos locamente enamorados y deseábamos ser padres. Hicimos todo lo necesario para poder quedar embarazada. Estuvimos en varios tratamientos, visitamos doctores y nada.   Cada fin de mes era frustrante para ambos.  El tiempo pasaba y no había forma de quedar embarazada.   Tenía un deseo enorme de ser madre, pero todo parecía indicar que gracias al accidente  automovilístico nunca lo iba a lograr.   Eso me deprimía mucho.

Cuando ya había perdido toda esperanza y ya no estaba concentrada en ello sucedió: mi menstruación no se presentó y al hacerme el examen de embarazo salió positivo.  Ernesto y yo estábamos felices con la noticia y tiramos la casa por la ventana para decorar el cuarto del bebé.  Tuvimos una hermosa niña a la que llamamos Allegra por la felicidad que nos dio.   

El ser madre cambió mi vida por completo.  Me sentía la mujer más plena y dichosa del mundo.  Tenía mi pequeña familia a la cual cuidaba con esmero y dedicación.   

Mi madre vivía en otra ciudad así que la iba a visitar seguido para que compartiera con su nieta.  Un día muy caluroso decidimos ir a la piscina del condominio a disfrutar del sol.   Estábamos charlando, jugando con el agua y riendo cuando una muchacha joven de triste apariencia se acercó a saludar a mi mamá. Noté en su cara los ojos hinchados y rojos de tanto llorar.  Encorvada, se alejó de nosotros y se sentó al otro extremo de la piscina.  Noté que sostenía una colcha de bebé y se mecía de lado a lado, tomándola fuertemente contra su pecho, como si le doliera el alma al ponerla entre sus brazos.  

Le pregunté a mi mamá quién era ella y qué le pasaba y mi madre me contó que había perdido a su tercer bebé y que el doctor le dijo que no podía seguir intentando porque su vida peligraba.  La observé por largo rato y podía sentir su dolor como si fuera el mío.  Yo había perdido un bebé  y sabía lo que era pensar en no poder tener más bebés.

Como estaba con mi familia, dejé de ver a la muchacha y seguí disfrutando del momento en la piscina.

Pasaron un par de meses y platicando con mi madre por teléfono un día,  le pregunté por la muchacha.  Mi madre me contó que la muchacha y su esposo estaban desesperados.  Iban a agencias de adopción y ponían anuncios en el cual decían que si alguien no quería a su bebé que ellos se encargarían de cuidarlo.  Pero que no les salía nada.  Que habían estudiado la posibilidad de contratar a alguien como un vientre de alquiler pero que pedían mucho dinero y eso los detenía.  

Esa noche no pude dormir.  Recordé  la película que había visto con Ernesto cuando éramos novios y  lo difícil que fue para mí quedar embarazada de Allegra y la dicha que sentíamos de tenerla en nuestras vidas.

A la mañana siguiente cuando nos preparábamos para ir a trabajar le comenté a Ernesto sobre la muchacha y le dije directamente  “Voy a dar mi vientre en alquiler”.  “ ¿Qué dices?” me contestó.  Le dije que yo quería ayudar a la muchacha y a su esposo y que lo iba a hacer de gratis.  Él me dijo que estaba loca pero ya no pudimos discutir más porque teníamos que ir a trabajar.  Cuando regresamos a casa esa noche y volvimos a tocar el tema, él vio que estaba hablando en serio así que me preguntó: “¿estas segura de lo que quieres hacer?” , “ ¡Sí!”, respondí sin titubear.  Conforme a mi actitud y mi convencimiento me dijo:  “respeto tu decisión y te apoyo”.

En realidad era una decisión riesgosa, pero no tenía la menor duda de mi decisión.  Tampoco tenía  nada que perder.  Yo tenía  una linda familia, una niña saludable y feliz y un esposo comprensible. Yo estaba bien de salud y tener al bebé en mi vientre para esa muchacha era lo que más deseaba en ese momento.

Sabía que le cambiaría la vida a la muchacha y con mi decisión lograría tener la familia que ella siempre había soñado, una familia como la que yo tenía.  

Llamé a mi mamá y le dije lo que quería hacer.  Mi mama trató de disuadirme  que no lo hiciera, pero yo estaba determinada y segura que lo iba hacer.  Cuando mi mamá le contó a la muchacha y su esposo de lo que yo quería hacer por ellos y les dio mi número telefónico, ellos estaban rebozando de alegría.  Me llamaron y decidimos que íbamos a hacer una reunión en un par de semanas para ultimar detalles. 

Al tener la reunión, el abogado de ellos me explicó los términos:  El problema de la muchacha era que su matriz era débil, pero sus óvulos estaban sanos.  Iban a inseminarme con los embriones  de la muchacha y el esposo.    El Doctor iba a poner en mi matriz tres embriones en total.  Ellos correrían con los gastos médicos y me darían una cantidad de dinero simbólica.  Ellos querían tener la libertad de estar conmigo para el nacimiento del bebé  y ponerle nombre.  La última condición era que no querían que yo tuviera contacto con ellos después del nacimiento del bebé  y al firmar los papeles no habría marcha atrás ya que la decisión estaba tomada y firmada con papeles legales.  Acepté todas las condiciones y firmé los papeles.

El proceso fue duro.  Me hicieron muchos exámenes psicológicos y médicos. Tenía que inyectarme dos veces diarias y ponerme cremas vaginales para cambiar mi ciclo menstrual y preparar mi cuerpo para recibir los embriones y que resistiera al ser penetrados en la matriz.   Como era inseminación artificial cabía la posibilidad de que tuviera gemelos y hasta trillizos como que tuviera uno o ninguno.   

Se llegó el día de la inseminación.  La muchacha quiso estar ahí para cuando sucediera.   El proceso fue rápido.  La inseminación duró diez minutos para luego reposar por una hora.   La muchacha estaba muy nerviosa y excitada a la vez.  Esas ganas de tener un hijo de ella era lo que me había hecho estar ahí. Sus ojos tenían un destello de esperanza y súplica. Esperaba que la inseminación saliera bien, pero tendría días llenos de tensión y expectación al no saber si el procedimiento había sido un éxito o un fracaso total, todo quedaba en manos de Dios y del tiempo.

Yo tenía que regresar a la clínica a las tres semanas para saber y confirmar si había quedado embarazada o  tendría que empezar nuevamente con la  odisea de las inyecciones y cremas vaginales por segunda vez, lo cual no era cosa fácil.

Dos semanas antes de mi cita médica supe la respuesta.  Iba manejando mi carro y sentí algo extraño.  Era como un vacío en el estómago y una desesperación de comer rápidamente. Algo similar me sucedió cuando estaba embarazada de Allegra.  En ese momento tomé el teléfono y llamé a mi mamá y le dije  “mami ¡ya estoy embarazada!”,  “¿cómo sabes? “ me respondió.  “Instinto, pero estoy segura”.  Había que confirmarlo y también saber de cuántos bebés estaba embarazada.

Al llegar a casa le comenté a mi esposo que yo sabía que estaba embarazada. Me sugirió comprar una prueba de embarazo y esperar la confirmación del Doctor antes de darle la noticia a los futuros padres.  Al hacerme la prueba de embarazo casero esa noche, salió positivo. Era un hecho ¡estaba embarazada! 

El día asignado para la cita llegué a la clínica y me hicieron el ultrasonido el cual confirmó el embarazo positivo y también que tendría un bebé.  Los futuros padres estaban enormemente felices.  Como vivíamos en distintas ciudades me llamaban para saber si necesitaba algo, si todo estaba bien, como iba creciendo el bebé.  Yo les mantenía informados de todo lo que estaba sucediendo con el embarazo, les contaba de mis síntomas como las náuseas, lo que comía y les enviaba fotos de los ultrasonidos de su bebé.

Los primeros meses fueron normales. Yo me sentía bien.  Los resultados de los exámenes que  los doctores me hacían también eran positivos.  El bebé estaba sano y crecía como cualquier otro.

Fue un embarazo normal hasta  el sexto mes.  Empecé a sentirme extremadamente cansada, pero a la vez empecé a ponerme sumamente hinchada.  Yo no lo notaba.  Sentía que los pies y las piernas los tenía hinchados y que no me quedaban los zapatos, pero no le di importancia porque creí que era normal.  Hasta que fui a un almuerzo de una amiga que no había visto por mucho tiempo y me preguntó si me sucedía algo porque estaba bien hinchada. Me sugirió que fuera a visitar al Doctor al día siguiente.

Le comenté a mi esposo y a la mañana siguiente pedí  la cita y como cosa rara me la dieron ese mismo día por la tarde. Al llegar, el Doctor me hizo los exámenes de rutina de sangre, presión, etc. Noté al Doctor un tanto inquieto, entraba y salía de la habitación constantemente.  Yo  conocía a mi doctor hacía tiempo ya que él había recibido a mi hija Allegra.  Era un Ginecólogo muy bromista, siempre estaba haciendo chistes.  Pero ese día fue diferente. 

Después de un tiempo de estar esperando, el doctor entró por enésima vez a la habitación y me dijo: “Necesito que te vayas al hospital urgentemente”.  Yo se lo tomé a broma y le dije: “Doctor yo tengo que recoger a mi hija Allegra y mañana tengo que trabajar” y me dijo: “desde hoy estás deshabilitada”.  Yo seguía creyendo que estaba bromeando y me empecé a reír.  El muy serio y determinado me dijo:  “Te vas al hospital ahora mismo. Ya hice todos los arreglos y te están esperando. Estás muy mal”. En ese momento supe que no era broma. Llamé a mi esposo y le expliqué lo que sucedía y que estaría en el hospital. 

Al llegar al hospital empecé a darme cuenta de la intensidad del problema. Doctores y enfermeras entraban y salían de la habitación.  Desde que llegué empezaron con los análisis y pruebas de todo tipo.   Cada vez que llegaban los doctores me percataba más de que era un problema serio.   Después de un par de horas, el Ginecólogo del hospital entro a la habitación y me explicó lo que sucedía calmadamente:  el bebé estaba bien, pero mi cuerpo estaba rechazándolo y tenían que inducirme un parto prematuro ya que mis órganos estaban parando de trabajar.  Tenían que hacerme una Cesárea de emergencia al llegar a las 24 semanas  de gestación para darle al bebé la oportunidad de sobrevivir a tan prematura edad.

Llamé a mi esposo para informarle de la magnitud de la situación y a la vez le pedí al Doctor informarles a los padres del bebé para que ellos estuvieran presentes para cuando el bebé naciera.

Al escuchar de la noticia, la muchacha y su esposo emprendieron el camino a mi ciudad casi inmediatamente para llegar al nacimiento de su bebé. Cuando llegaron, se  reflejaba la preocupación, temor y tristeza en el rostro de ambos.  Me imagino que ésta situación les recordaba que habían pasado por tres abortos.   Yo le dije al Ginecólogo:  “Doctor, haga todo lo posible por salvarle la vida al bebé”.   Estaba más preocupada del bebé que de mi vida en ese momento.  Quería tanto salvarle la vida.  Era una locura lo sé, pero que el bebé naciera era mi mayor deseo.

Después de algunos días de tensión se llegó el día en que me llevaron a la sala de operaciones y el Doctor me dijo que una persona podía entrar conmigo a la Sala de Cirugía y le respondí:  “Quiero que entre la mamá del bebé”.   

Al estar todo listo para la Cesárea,  me indujeron al parto.  Perdí mucha sangre pero lograron sacar al bebé con vida. Era un varón. Lo pusieron inmediatamente en una incubadora y lo llenaron de  cables y aparatos.  Yo lo vi de lejos,  era muy pequeño, pero ya estaba formadito completamente.   Mi recuperación fue lenta por toda la sangre que había perdido.  Estaba muy débil.  La muchacha no se despegaba ni un segundo del lado del bebé y mi esposo ningún segundo del mío.    

Después de un par de semanas me dieron de alta del hospital.  Recuerdo que por primera vez fui a la sala donde tenían a los bebés.   A través del vidrio pude ver a la muchacha y a su esposo al lado de la incubadora.  Pude observar  los ojos llenos de amor y ternura de ambos al ver cada movimiento y  respiro del bebé.  Me habían contado que lo cuidaban las 24 horas del día.  Entré a la sala por un momento para despedirme de ambos padres y del bebé al cual había tenido en mi vientre por seis meses pero no era realmente mío.  Era un bebé diminuto, se miraba débil y  frágil.  Al salir de la sala  le pedí  tanto a Dios que le diera la oportunidad de vivir.

Tres meses después supe que el bebé había sido dado de alta del hospital ya que había llegado al peso normal y que estaba sano. Los padres regresaron a su casa con su bebé. 

Pasaron los meses y empecé la rutina de mi vida normal con mi pequeña familia. Un día tuve la agradable sorpresa de recibir un sobre de los papás del bebé. Encontré una tarjeta de agradecimiento y adjunto unas fotografías de la muchacha, su esposo y el bebé.   Ya había cumplido su primer añito.  Era un bebé sonriente, sano y lleno de vida y ambos padres tenían los ojos radiantes y llenos de alegría.

El bebé tenía los ojos de su mamá.   Los mismos ojos que una vez vi apagados y sin ninguna razón de seguir. Esos mismos ojos que me hicieron alquilar mi vientre por amor.  



miércoles, 6 de marzo de 2013

El Divorcio





Recibí el sobre que tanto temía tener entre mis manos.  En él, tu letra impecable escribió mi nombre y mi dirección.  Me pregunto si te tembló la mano o si dudaste al hacerlo.  

Pongo el sobre sobre la mesa.  Temo abrirlo.  Mientras sirvo hielo y whisky en un vaso noto como mi cuerpo se estremece con un escalofrío que me viene con un mareo.

Me siento en el sofá y cojo el sobre.  Veo de nuevo mi nombre y mi dirección.  Trato de memorizar todos los detalles de los dos sellos postales.  Me recuesto en el sofá en el que tantas veces charlamos e hicimos el amor mientras observo el cuadro que compramos en la Antigua Guatemala.  El volcán de Agua se ve triste y solitario.  Empiezan a correr lágrimas por mis mejillas.

No quería llorar ¡MALDITA SEA!  Pero no lo puedo evitar.  Este es el fin.  Empieza la nostalgia y los recuerdos: El día en el que te conocí donde ambos nos refugiamos en la misma cornisa de la tormenta que se nos vino encima.  La primera cena en la que ordenaste Albóndigas en Salsa Roja y una te cayó encima de la camisa inmaculadamente blanca.  El primer beso en el cuál tuve que empinarme para poder alcanzar tus labios porque eres tan alto.   La primera vez que hicimos el amor y las intensas sensaciones que me hiciste sentir.   Cuando me propusiste matrimonio después de escalar el Volcán de Agua por varias horas para luego comprar  el cuadro como recuerdo; cuadro que intento seguir observando entre mis lágrimas.   El día en el que nos casamos, lo guapo que te veías y lo feliz que éramos.   Cuando te conté que estaba embarazada y la cara que pusiste al saberlo.  El nacimiento de Estela y tres años después el de Byron.   Ver a nuestros hijos crecer y sentirnos satisfechos por los logros laborales y financieros.   Cuando murió tu madre, como te quebraste y lloraste como un niño y lo que te consolé.  Verte perder tu figura atlética, blanquear tu cabello y ver marcadas las primeras arrugas en tu rostro.  Cuando nuestros hijos salieron de la escuela y fueron a la Universidad y  el abrazo que nos dimos para disipar la sensación de pérdida que nos embargó.

Fueron veinticinco años juntos.  Veinticinco años que se fueron por la borda porque según me dijiste:  “Habías dejado de quererme”.

No lo vi venir, no vi las señales o no las quise ver.   Y rápidamente te saliste de la casa, saliste de mi vida y me dejaste como si yo no hubiera sido nadie valioso para ti.  He intentado comunicarme contigo y me has dicho que es mejor que no lo hagamos porque así las heridas curarán más rápido.  ¿Cómo puedes sacarme de tu vida así como si yo hubiera sido un objeto despreciable?   Nunca me porté mal contigo y no merezco este trato.

Y ahora recibo el sobre.  Solamente han pasado dos meses y quieres sacarme de tu vida para siempre.  Me pusiste en el único correo electrónico que me has enviado que no ibas a pelear por nada.  Que me lo dejas todo y lo único que quieres conservar es tu carro.  Que es lo mejor para los dos.  La verdad es que no me interesa ni la casa, ni el carro, ni la casa de campo de la que supuestamente ahora soy dueña absoluta.  Me importas tú.  Me interesas tú.  A ti es al que amé y al que todavía amo.

Pero nada puedo hacer.  Al tú tomar la decisión tan abrupta y dejarme recogiendo los pedazos de mi corazón roto se te olvidó contarme un pequeño detalle:  Se te olvidó decirme que hay alguien más en tu vida.  Alguien que es treinta años menor que tú, alguien que te hace sentir joven, que te hace vibrar y sentirte vigorizado.  Me alegro mucho por ti.  Te felicito y espero que ella te haga feliz.

Abro el sobre y leo los papeles de divorcio.  Leo cada palabra con lentitud, siento que las leo pero que no las entiendo.   Me quedo un largo rato viendo el papel.  Es como si fuera un papel en blanco, tan blanco como mi mente.  Me tiemblan las manos y las lágrimas empiezan a caer en el papel, mojándolo y sellándolo con mi dolor. Busco un lapicero, me tomo un buen sorbo de whisky y después de un suspiro los firmo.

Tomo otro sorbo de whisky y me rio.  Primero es una risa tímida pero luego se convierte en carcajada.   Me carcajeo tanto que hasta los vidrios de la ventana se estremecen.    No sé porque me estoy carcajeando pero lo hago y lo sigo haciendo.  Las lágrimas que hace un momento eran de tristeza ahora son parte de la carcajada.

Me levanto y voy al escritorio.  Saco un sobre y escribo tu nombre con el código postal que venía en el sobre que me enviaste (porque ni siquiera sé dónde vives ahora).  Le pongo dos sellos. A la par de tu nombre escribo “Quien ríe de último ríe mejor”.   Me dirijo a mi habitación y saco una maleta que empiezo a llenar con mi ropa y accesorios. 

Llamo a tu mejor amigo, Luis.  Cuando me contesta le digo: “¿Te acuerdas de que prometimos celebrar mi divorcio a lo grande?” él me contesta: “Si mi amor” “Pues ya se llegó la hora.  Te veo en la casa de campo, me voy ahora” y cuelgo el auricular.  Al pasar por la sala recojo una botella de Champán y el sobre con los papeles de divorcio firmados.

Manejo hasta la oficina postal y dejo el sobre.  Ya está.   Ya se terminó nuestra historia como tanto querías.  Ahora comenzaré otra.  Espero no te importe que me revuelque con Luis a tu salud.