martes, 25 de septiembre de 2012

Los hombres no siempre quieren hacer el amor (Parte 2 y Final)


Acá pueden leer la primera parte de Los hombres no siempre quieren hacer el amor



Nos fuimos de vacaciones a Guatemala y tuvimos que compartir con familia y amigos de toda la vida.  Un día él le habló a uno de mis amigos de sus grandes deseos de ser padre y tener una familia conmigo.   Mi amigo me felicitó y me dijo que era feliz por mí porque mi novio estaba tan enamorado de mí y quería tenerlo todo conmigo. Ese mismo día mi abuela me dijo lo mismo.  Eso me enfureció de una manera incontrolable.  ¿Cómo era posible que pudiera engañar a mis amigos y familia de esa manera?  Y ahí caí en cuenta que me engañaba a mi prometiéndome que la cosa iba a mejorar entre los dos, engañaba a sus amigos y familia pretendiendo que todo estaba bien entre nosotros y ahora engañaba a mis amigos y familia pretendiendo que era el hombre perfecto para mí y que estaba enamorado.   Yo no podía vivir en un mundo de pretensiones. Necesitaba vivir en un mundo real.

En ese momento decidí que no quería estar con un hombre así.  Quería que tomara acción y no que pretendiera tomarla.  El problema era de él y se estaba convirtiendo en mi problema también.  Al regresar de viaje tomé mis cosas y me marché de casa.

A él le sorprendió mucho mi partida pero tampoco hizo un gran esfuerzo por hacerme recapacitar.  A partir del día que lo dejé pasé varias noches en vela llorándolo y añorándolo.   Esta es la parte por la cual muchas mujeres no toman el paso: porque se sabe que se sufrirá y que se vivirá muy triste sin él y aunque uno lo ame no puede estar con esa persona.  Pero creo que es necesario pasar ese período que no es tan largo (máximo dos meses) para poder ver que en realidad hay una mejor vida que la que dejamos.  Yo empecé a ir al gimnasio, salía con mis amigos y empecé a recuperar la seguridad en mi misma.  Poco a poquito me di cuenta que sí era atractiva para otros chicos.  Después de tres meses yo me sentía muy bien conmigo misma, volví a ser la que era antes y hasta mejor.

Pero un día él y yo coincidimos en una fiesta y él se desmoronó.  Lloró y me dijo que me extrañaba, que no podía vivir sin mí que quería dármelo todo.  Confieso que todavía lo amaba y quise darle otra oportunidad.  Pero fui muy precavida, no quería irme de boca y aunque no le puse condiciones él sabía exactamente que yo no estaba para jugar más.  Que o él cambiaba de actitud de verdad o la cosa no iba a funcionar.
Los primeros tres o cuatro meses fueron fantásticos, parecía que de verdad estaba entregado a la relación.  Me ponía atención, salíamos más como pareja y el principal problema -la falta de sexo- parecía solucionado.  Pero yo no estaba convencida que ese cambio se haya dado solo así.  Le daba tiempo al tiempo y aunque esperanzada mi corazón me decía que no podía amar con la misma soltura que antes así que me fui con cuidado.

Y paulatinamente empezó de nuevo la falta de atención, la falta de sexo, la falta de ganas, las pretensiones.  No aguanté mucho, a los cinco meses de haber vuelto no tuve la paciencia para darle una nueva oportunidad ni de ver como solucionar el problema.  Ya no había por dónde.  Este problema iba a seguir por los siglos de los siglos. 

Así que lo dejé.   Y esa vez fue para siempre. 

Ahora tiene nueva novia y me pregunto si con ella también tendrá el problema.  Pero realmente no me importa.  Lo que nunca pude saber es por qué sucedió, cómo empezó y qué hubiéramos podido hacer para solucionarlo.  Siempre me quedaré con la duda. 

Otra pregunta que todavía ronda por mi cabeza es el por qué por unos meses él si podía tener relaciones y luego no.  ¿era el tiempo que pasábamos juntos?  ¿era el compromiso?  ¿era la rutina?  No sé.  Nunca lo lograré saber y yo creo que ninguna mujer que dejó una relación así lo sabrá nunca.  Es un secreto guardado en el fondo del subconsciente del hombre al que se deja.

Lo malo es que como es un tabú, algo de lo que no se habla o se sabe poco y como se tiene la idea que los hombres siempre piensan en sexo y siempre lo quieren hacer, cuando uno se topa con alguien que no quiere es bastante difícil tocar el tema con la persona y que esa persona se abra y diga que es lo que realmente le sucede. 

En mi caso yo era la que quería solucionarlo todo y él no. El pretendía que todo estaba bien y ese fue su mecanismo de defensa.  Lamentablemente cuando uno vive en pareja y se tiene un problema de esa magnitud, el problema se tiene que resolver en pareja, poniendo los dos de su parte para lograrlo.

Mis consejos para las mujeres que están viviendo con un hombre así en estos momentos es lo siguiente:

No eres la única.  Según he chequeado por la internet le sucede a 40% de los hombres.  ¡Cuarenta por ciento!  O sea que casi a la mitad de los hombres.

Estoy segura que ya pasaste la fase de buscar en su correo, teléfono, Facebook, Twitter y no encontraste nada.  Dicen que esto no se debería de hacer pero no te puedo decir que no lo hagas porque comprendo como te sientes de insegura.  Es normal.

Aconsejo que hables con él a conciencia del problema usando palabras suaves, sin acusaciones y siendo bien honesta con él, de los sentimientos que provocan en ti y de que hay que buscar la solución al problema.   Los dos tienen que buscar cuál es la mejor solución, no solo tú.  No le impongas nada.  Deja que parezca que de él salen las ideas para mejorar.  La comunicación es la clave de todo.

Yo cometí el grave error de obsesionarme con el tema y tocárselo cada dos o tres semanas.  Luego a la hora de hacer el amor para él era como una obligación y le creó una especie de inseguridad.  Pero eso él me lo confesó después de que termináramos la segunda vez.   Aconsejo que se hable del tema una vez y se busque la solución y que los dos pongan de su parte para encontrar la solución.   Yo como soy muy desesperada ponía fechas límites y eso no ayudó en nada a resolver el problema.  Pero mi desesperación fue porque él no ponía de su parte. 

Ambos cometimos el error de en lugar de buscar estar juntos y probar resolver el problema, pasábamos más tiempo separados y así procurábamos no pensar en ello o no enfrentarnos a ello.  Aconsejo que salgan a comer, que se vayan un fin de semana a otra ciudad, que hagan alguna actividad juntos.  Eso los unirá y hará que les de mas fuerza para luchar por su amor.

Para finalizar, las mujeres sabemos cuando un hombre nos engaña con otra mujer.  Tenemos un sexto sentido que nos alerta.  No dejes que tu amor o tu miedo te haga seguir con ese hombre.  Si te es infiel, no vale la pena continuar con él.  Es mejor llorar por un par de meses que llorar toda una vida.  Respétate a ti misma para que te respeten.

Y último consejo: Si no puedes más, si ya no te reconoces a ti misma, salte de la relación y encuéntrate de nuevo.  Te sorprenderás la persona fuerte y admirable que eres y además lo atractiva que eres para otros hombres más interesantes que tu ex.

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martes, 18 de septiembre de 2012

Los hombres no siempre quieren hacer el amor (Parte 1)






Han pasado varios meses desde que tuve la idea de escribir sobre esto.  No lo había querido hacer porque es un tema delicado que viví en carne propia.

Contrario a lo que se piensa o se nos ha enseñado, los hombres no siempre quieren hacer el amor.  Y cuando eso sucede, afecta mucho a la mujer que está a su lado. Los motivos pueden ser varios: stress, obsesión de dinero o trabajo, falta de libido, resentimiento acumulado, stress post-traumático, depresión, abuso sexual, etc. 

Pero también hay otras razones que son menos agradables como que él esté teniendo una amante, que ya no se sienta atraído hacia su mujer, que sea homosexual o alguna condición médica no diagnosticada. A veces ni el mismo hombre lo sabe y hay que buscar ayuda profesional.

Voy a contar esta experiencia personal que solo mis amigos íntimos sabían hasta el día de hoy pero la comparto porque quiero que otras mujeres que estén pasando por la misma situación vean que el problema no es de ellas, sino que del hombre.

Encontré un hombre maravilloso hace años.  Era el hombre ideal para mí ya que poseía todas las características que una mujer busca en un hombre: guapo, inteligente, respetuoso, ambicioso, con buen trabajo, educado.  Nos enamoramos locamente y los primeros tres años de relación fueron muy buenos: nos compenetramos más como pareja, nuestras familias estaban contentas de vernos juntos, nuestros amigos nos admiraban por el amor que nos teníamos.  Éramos la pareja ideal.

Pero algo sucedió después del tercer año.  De mi parte nada cambió pero empecé a notar que él no quería hacer el amor.  Me ponía excusas como que le dolía la cabeza, que estaba muy cansado, que acababa de comer.  Mientras menos quería hacer el amor más intentaba yo de querer hacerlo.  Inconscientemente empecé a sentirme insegura. 

Muy pronto me di cuenta que pasaba más tiempo pidiéndole que lo hiciéramos que realmente haciéndolo.  Un día le pregunté que por qué y me dijo que porque yo le exigía demasiado que lo hiciéramos. Así que decidí no hacerlo.  Pero a partir de ese momento estaba más alerta de lo que pasaba.  Pasaron uno, dos, tres, cuatro meses sin que él me tocara ni un solo pelo.  Yo empecé a sentirme frustrada, fea, gorda y de ser una mujer completamente segura de mi misma empecé a mostrar signos de inseguridad como vigilar cada movimiento que él hacia, hacia donde veía, a donde iba.


Secretamente empecé a revisarle el correo electrónico, el teléfono, Facebook porque quería ver si tenía otra mujer.  No encontré absolutamente nada. Temblaba del deseo al acostarnos desnudos en la cama cada noche y abrazarnos, besarnos y decirnos buenas noches para luego memorizarme su espalda. Después de cuatro meses de agonía, le dije que quería hablar con él.  Muy suave pero firme le dije que teníamos un problema. Le expliqué calmadamente como eran las cosas y por primera vez él se dio cuenta del problema.  No tenía una respuesta pero sabía que no era de que no quería hacerlo: simplemente no le daban ganas de hacer un esfuerzo para hacerlo.

Cuando hablamos del asunto fue unos días antes de irnos de vacaciones.  En las vacaciones volvió a hacer el hombre de siempre.  Hacíamos el amor seguido y parecía que estuviéramos en una luna de miel.  Estaba feliz.  Creí que el problema se había terminado.

Pero al regresar de las vacaciones y entrar en la rutina, otra vez habían problemas.  Me empezó a poner condiciones: No quería que lo hiciéramos entre semana porque él tenía un trabajo que mentalmente era muy agotador y no le quedaban energías para hacerlo.  Tampoco quería hacerlo en las mañanas porque le desagradaba que nos besáramos sin lavarnos la boca.  Tampoco después de comer, porque entonces estaba lleno.  Con todas esas condiciones me quedaban libres unas horas, dos días a la semana: sábado y domingo.  Yo procuraba no tocar el tema pero pensaba en ello todo el tiempo.  Me entró una obsesión por hacerlo.  Añoraba que el primer paso lo tomara él.  Cuando pasaban dos o tres semanas sin que sucediera nada entonces era yo la que tomaba la iniciativa pero era rechazada con un: ahorita no, estoy cansando, más tarde.  Eso me frustraba y a veces hasta lloraba su rechazo en silencio.

Compré la ropa interior más sexi, compré juguetes, le ofrecí ver películas pornográficas, compré disfraces, pero nada parecía ayudar a que las cosas mejoraran.  Le pregunté si quería ir a un sexólogo o psicólogo y fue como que le hubiera pedido que se tirara de un puente: se molestó mucho por lo ridícula de la proposición.

Lo extraño de todo el asunto es que los besos y las caricias seguían intactos, seguíamos pasándonosla bien juntos, disfrutábamos de muchos momentos juntos y no peleábamos para nada.  Ante todos seguíamos siendo la pareja ideal mientras que yo sufría en silencio.  No sé si él también.  A lo mejor pero como aparentaba que todo estaba bien, continuábamos viviendo juntos como que si nada.

Mientras más pasaba el tiempo, peor me sentía conmigo misma, mi autoestima disminuía.  Sentía que ningún hombre en todo el planeta me encontraba atractiva.  Por las noches cuando nos decíamos buenas noches desnudos en la cama, con mis besos sensuales imploraba que pasáramos a más.  Pero él siempre dormía dándome la espalda y yo quedaba frustrada con mis deseos reprimidos.  Pasé muchas noches llorando en silencio, con insomnio infinito y a veces hasta me masturbaba pensando en él y a la par de él.  Eso es lo peor que le puede pasar a alguien que tiene pareja.

Mis amigos no sabían absolutamente nada del asunto.  Me daba mucha vergüenza contarlo. Sentía que la culpa era mía por lo tanto creía que ellos se burlarían de mí.  Además como mi autoestima estaba a la altura del suelo, no quería escuchar palabras duras de mis amigos, o a lo mejor no quería escuchar la verdad. Así que sufría en silencio mi frustración y cada día me levantaba esperanzada que algún milagro sucediera y él me tomara en sus brazos y me hiciera el amor como nunca.

¿Por qué aguanté tanto?  Pues porque lo amaba profundamente.  Pero los días se convirtieron en meses y los meses en años.  Al término de dos años de estar en esta situación yo estaba irreconocible. Era la sombra de lo guapa, confidente, alegre y sexi que yo siempre había sido.  Me había engordado, sentía una profunda tristeza, buscaba pelea con él por cualquier cosa y eso hacia que las cosas empeoraran más.  Además tenía deseos de tener un hijo pero ¿Cómo?  No era la virgen María para tenerlo por medio del Espíritu Santo. Entonces tanto el sexo como tener un hijo se volvieron una obsesión.  Y le reclamaba, le decía, le rogaba y le pedía que hiciera algo.  El por su lado se encerraba más en su mundo, me evitaba, empezó a salir más con sus amigos y yo sentía que vivía con un compañero de piso ya que él no quería acompañarme a ningún lugar, a veces ni sabía donde yo estaba ya que no le importaba  y pasaba de mí completamente.

Esto tenía que acabar. Lo sabía.  Pero me sentía sin fuerzas para tomar acción. En eso sucedió lo impensable, lo que me hizo despertar y darme cuenta que en realidad el problema no era mío para nada sino que de él. 


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Aventura espontánea


Lo conocí en el peor lugar.  Era una cafetería de paso en una carretera X.  Llevaba 6 horas manejando por el desierto de Arizona y me faltaban otras 6 horas para llegar a mi destino.  Desde hacía 4 horas que solo veía desierto y una que otra gasolinera perdida por ahí.  De vez en cuando me había cruzado con algún auto así que era un viaje de lo más aburrido.  

Vi un rótulo en el que anunciaban que la cafetería Roxy’s estaba a dos kilómetros.   Estaba hambrienta y necesitaba descansar.  Así que me dirigí a la cafetería.  Eran aproximadamente las 5 de la tarde.  El calor seco del desierto cortaba el ambiente. 

Al llegar a la cafetería Roxy’s, estacioné el auto y entré.  Adentro estaba casi vacío. Había una mesa con tres personas más la chica que atendía. Me senté en la barra del lugar.  Leí el menú descuidadamente y pedí una carne acompañada con papas y ensalada y una Coca Cola.  

Al recibir la Coca Cola y dar el primer sorbo entró él.  Entró con una amplia sonrisa viéndome detenidamente a los ojos como que si fuéramos viejos conocidos y hubiéramos quedado de juntarnos en ese lugar.  Sus ojos avellanados me cautivaron desde el primer momento. Saludó a la chica de la cafetería mientras se sentaba a la par mía y me extendió la mano y me dijo:  John.

Me presenté y le apreté la mano.  El volteó mi mano y me dio un beso en el dorso de ella.  ¡Que manera de impresionar a una mujer!   Luego empezó a hojear el menú y ordenó algo, a lo que después agregó: ¿Que tal el viaje?

Platicamos sobre donde veníamos y hacia donde nos dirigíamos.  No íbamos particularmente al mismo sitio pero por algunos kilómetros tendríamos que viajar por el mismo camino.  Noté que era muy inquieto.  No podía estar sin hacer nada.  Así que mientras hablaba, jugaba con las llaves, o cambiaba los cubiertos de sitio, o de vez en cuando tocaba mi rodilla para darme a entender que estaba de acuerdo con lo que yo decía.  

Me llamó la atención su sonrisa.  Tenía los dientes perfectos y eran pocos minutos los que permanecía sin ella.  Era como si su sonrisa no se borraría nunca de su rostro.  

Nos sirvieron la comida mientras hablábamos de todo un poco.  Me contó que le faltaban 14 horas de camino para llegar a su casa.  Venía de visitar a su hermano.    Me preguntó qué iba a hacer después de comer y le respondí: “Proseguir mi camino”.  Se quedó callado por un momento y esbozó una sonrisa maliciosa y me dijo:  “Me gustaría retarte a un partido de ping pong.  ¿Qué te parece si nos quedamos en el siguiente motel, descansamos y jugamos? “.  

Normalmente al recibir una propuesta así de un extraño no la aceptaría por nada en el mundo.  Pero John me inspiraba confianza además de sentir una atracción desconsolada hacia él.  Quería conocerlo más ya que me intrigaba su energía y espontaneidad que contrastaba con mi manera controlada de vivir la vida.

Pero aun así le contesté que no sabía si quería retrasarme más.  No insistió en el tema y se puso a hablar con la chica que atendía la cafetería.  Ella se retorcía de la emoción ya que él le estaba dando piropos sobre como lucía y sobre la comida.   A mi me dio risa la escena.   John era del tipo de hombre que caía bien a todo el mundo.  

Al terminar de comer pedimos un café y continuamos la conversación.  En pocos minutos me contó que se dedicaba a reparar aparatos eléctricos.    Me contaba que le gustaban los deportes extremos y viajar a lugares remotos.  Le encantaba la aventura, hacer cosas de manera espontánea y le gustaba mucho la naturaleza y los animales.

En un momento nos terminamos el café pero yo no me quería ir.  Tenía muchas ganas de seguir conversando con él ya que me intrigaba su personalidad.  En un momento él me puso una mano en cada una de mis rodillas y me dijo:  “¿Jugamos ping pong? “ mientras ponía unos ojos como de un perrito cuando te ruega por comida.  Me reí.  No pude rechazar la invitación.

Como íbamos cada quién en nuestro carro lo seguí hasta llegar al Motel.  Pedimos habitaciones contiguas y con un guiño me dijo: “Creo que estamos desperdiciando el dinero de una habitación“.
Mientras más lo conocía más me gustaba.  Me hacía reír tanto, físicamente era muy atractivo, me inspiraba confianza y me sentía bien a su lado.

Después de refrescarnos cada quién en su habitación fuimos a la sala del Motel a jugar Ping Pong.  Ordenamos un par de cervezas y jugamos por una hora.  Luego nos pasamos a jugar Billar.  Ninguno de los dos éramos expertos en los juegos,  a veces él ganaba, a veces yo.  Reíamos mucho y mientras más cervezas teníamos en la cabeza más empezábamos con cariñitos, como abrazarnos cuando alguno perdía, tomarnos de la mano, o estar demasiado cerca cuando a alguien le tocaba jugar.

Después de tres horas yo estaba a punto de la locura.  Quería sentir sus besos en mis labios y sus manos en mi cuerpo.  Ya habíamos terminado de jugar y estábamos sentados en la barra tomándonos la última cerveza.   John estaba hablando con uno de los chicos que se había sentado en la barra también y él nos contó que había una fiesta buena  en un pueblo cercano.   John le dijo que le encantaría ir pero ya llevaba algunas cervezas encima y no podría manejar.  El chico dijo que él no había tomado porque era el conductor designado de la noche y que si queríamos él nos llevaba a la fiesta y nos traía de nuevo al Motel.

Me entusiasmó tanto la idea que le dije a John que fuéramos.  Yo sentía que necesitaba más espontaneidad y aventura en mi vida.  Yo vivía una vida tan normal sin nada que me incentivara a hacer cosas como las que estaba haciendo esa noche.  Me sentía libre y feliz.

Nos fuimos con Camilo, el chico de la barra,  y tres de sus hermanos a la fiesta.  Íbamos apretados en el carro pero todos estábamos de muy buen ánimo. 

En la fiesta, bailamos todo tipo de música: rock, reggae, pop, country.  Hablábamos con todo el mundo y  rápidamente hicimos amigos.   Nos preguntaban si éramos pareja y John decía que llevábamos diez años juntos. La gente se lo creía y yo reía.  

Después de un par de horas, John me preguntó  si lo podía acompañar afuera que necesitaba un poco de aire y fumar.  La noche estaba completamente estrellada y la luna estaba llena y se veía de color naranja.  Al salir, me tomó entre sus brazos y acercó su rostro hacia el mío.  Me acarició una mejilla y me dijo:  “Eres una princesa maravillosa” y me besó.  Fue un beso apasionado y tierno a la vez.   Fue el beso perfecto para la noche perfecta.  Después de un largo rato entre besos, risas y cigarros,  entramos de nuevo al lugar y Camilo nos indicó que ya era hora de llevarnos de regreso al Motel.

Aunque seguíamos apretados en el carro yo me sentía tan ligera y liviana.  Sentía que había tomado la mejor decisión de dejarme llevar por mis instintos y disfrutar de una noche como esta.

Llegamos al Motel y John y yo no podíamos quitarnos las manos encima.  Nos besábamos incontrolablemente mientras caminábamos a ciegas hacia las habitaciones.  Abrí la mía y nos empezamos a quitar la ropa haciéndola volar por toda la habitación.  

Hicimos el amor como nunca lo había hecho.  Nos besamos cada rincón de nuestro cuerpo hasta besar el alma. Yo gocé plenamente sin inhibiciones ni prejuicios como solía hacerlo.  Al terminar caímos rendidos de cansancio en un profundo sueño.

Al despertar a media mañana del siguiente día con la boca seca y dolor de cabeza,  me di cuenta que John ya no estaba a mi lado.  Me bañé y vestí y toqué la puerta de su habitación pero nadie me contestó.  Pregunté en la barra y el dueño me dijo que John ya se había marchado pero que me había dejado una nota con él.  La nota decía:

“Princesa maravillosa: perdona por marcharme sin decirte adiós pero tengo un largo camino por recorrer y quiero llegar antes del anochecer a mi casa.   Fue una noche increíble.  La pasé muy bien contigo.  Hubiera querido quedarme y seguir amándote por varios días y varias noches pero tengo que regresar.  Acá abajo te dejo cómo contactarme por si quieres aventurar conmigo de nuevo.  Recuerda que la aventura espontánea es la mejor. Me encantaría verte muy pronto.  Besos, John”. 

Después de un breve desayuno recogí mis cosas y dispuse marcharme.  Empecé a manejar.  No podía quitarme a John de la cabeza.  Quería más de él.  Mucho más.  Llegué a un punto de la carretera donde empezaban a anunciar el cruce que me llevaría a su ciudad.   Me quedaban algunos días de vacaciones que los iba a ocupar para hacer cosas en la casa.  Recordaba que al contarle a John al respecto se rio y me dijo: “¡que aburrido! ¡Aventura y has algo distinto!  Tu casa siempre estará ahí esperándote para cuando termines las vacaciones”.

Al llegar al cruce que me llevaría a su ciudad, ni lo pensé dos veces, viré y me encaminé a su casa.  No sabía como me iba a recibir pero... ¡que importaba!  Nunca había estado en esa ciudad.  Aventura espontánea… ¡Me sentía muy bien!