Han pasado varios meses desde que tuve la idea de escribir sobre esto. No lo había querido hacer porque es un tema
delicado que viví en carne propia.
Contrario a lo que se piensa o se nos ha enseñado, los hombres no siempre
quieren hacer el amor. Y cuando eso
sucede, afecta mucho a la mujer que está a su lado. Los motivos pueden ser
varios: stress, obsesión de dinero o trabajo, falta de libido, resentimiento
acumulado, stress post-traumático, depresión, abuso sexual, etc.
Pero también hay otras razones que son menos agradables como que él esté
teniendo una amante, que ya no se sienta atraído hacia su mujer, que sea
homosexual o alguna condición médica no diagnosticada. A veces ni el mismo
hombre lo sabe y hay que buscar ayuda profesional.
Voy a contar esta experiencia personal que solo mis amigos íntimos sabían
hasta el día de hoy pero la comparto porque quiero que otras mujeres que estén
pasando por la misma situación vean que el problema no es de ellas, sino que
del hombre.
Encontré un hombre maravilloso hace años.
Era el hombre ideal para mí ya que poseía todas las características que
una mujer busca en un hombre: guapo, inteligente, respetuoso, ambicioso, con
buen trabajo, educado. Nos enamoramos
locamente y los primeros tres años de relación fueron muy buenos: nos
compenetramos más como pareja, nuestras familias estaban contentas de vernos
juntos, nuestros amigos nos admiraban por el amor que nos teníamos. Éramos la pareja ideal.
Pero algo sucedió después del tercer año.
De mi parte nada cambió pero empecé a notar que él no quería hacer el
amor. Me ponía excusas como que le dolía
la cabeza, que estaba muy cansado, que acababa de comer. Mientras menos quería hacer el amor más
intentaba yo de querer hacerlo.
Inconscientemente empecé a sentirme insegura.
Muy pronto me di cuenta que pasaba más tiempo pidiéndole que lo hiciéramos
que realmente haciéndolo. Un día le
pregunté que por qué y me dijo que porque yo le exigía demasiado que lo
hiciéramos. Así que decidí no hacerlo.
Pero a partir de ese momento estaba más alerta de lo que pasaba. Pasaron uno, dos, tres, cuatro meses sin que
él me tocara ni un solo pelo. Yo empecé
a sentirme frustrada, fea, gorda y de ser una mujer completamente segura de mi
misma empecé a mostrar signos de inseguridad como vigilar cada movimiento que
él hacia, hacia donde veía, a donde iba.
Secretamente empecé a revisarle el correo electrónico, el teléfono,
Facebook porque quería ver si tenía otra mujer.
No encontré absolutamente nada. Temblaba del deseo al acostarnos
desnudos en la cama cada noche y abrazarnos, besarnos y decirnos buenas
noches para luego memorizarme su espalda. Después de cuatro meses de agonía, le
dije que quería hablar con él. Muy suave
pero firme le dije que teníamos un problema. Le expliqué calmadamente como eran
las cosas y por primera vez él se dio cuenta del problema. No tenía una respuesta pero sabía que no era
de que no quería hacerlo: simplemente no le daban ganas de hacer un esfuerzo
para hacerlo.
Cuando hablamos del asunto fue unos días antes de irnos de vacaciones. En las vacaciones volvió a hacer el hombre de
siempre. Hacíamos el amor seguido y
parecía que estuviéramos en una luna de miel.
Estaba feliz. Creí que el
problema se había terminado.
Pero al regresar de las vacaciones y entrar en la rutina, otra vez habían
problemas. Me empezó a poner
condiciones: No quería que lo hiciéramos entre semana porque él tenía un
trabajo que mentalmente era muy agotador y no le quedaban energías para
hacerlo. Tampoco quería hacerlo en las
mañanas porque le desagradaba que nos besáramos sin lavarnos la boca. Tampoco después de comer, porque entonces
estaba lleno. Con todas esas condiciones
me quedaban libres unas horas, dos días a la semana: sábado y domingo. Yo procuraba no tocar el tema pero pensaba en
ello todo el tiempo. Me entró una
obsesión por hacerlo. Añoraba que el
primer paso lo tomara él. Cuando pasaban
dos o tres semanas sin que sucediera nada entonces era yo la que tomaba la
iniciativa pero era rechazada con un: ahorita no, estoy cansando, más
tarde. Eso me frustraba y a veces hasta
lloraba su rechazo en silencio.
Compré la ropa interior más sexi, compré juguetes, le ofrecí ver películas
pornográficas, compré disfraces, pero nada parecía ayudar a que las cosas
mejoraran. Le pregunté si quería ir a un
sexólogo o psicólogo y fue como que le hubiera pedido que se tirara de un
puente: se molestó mucho por lo ridícula de la proposición.
Lo extraño de todo el asunto es que los besos y las caricias seguían
intactos, seguíamos pasándonosla bien juntos, disfrutábamos de muchos momentos
juntos y no peleábamos para nada. Ante
todos seguíamos siendo la pareja ideal mientras que yo sufría en silencio. No sé si él también. A lo mejor pero como aparentaba que todo
estaba bien, continuábamos viviendo juntos como que si nada.
Mientras más pasaba el tiempo, peor me sentía conmigo misma, mi autoestima
disminuía. Sentía que ningún hombre en
todo el planeta me encontraba atractiva.
Por las noches cuando nos decíamos buenas noches desnudos en la cama, con
mis besos sensuales imploraba que pasáramos a más. Pero él siempre dormía dándome la espalda y
yo quedaba frustrada con mis deseos reprimidos.
Pasé muchas noches llorando en silencio, con insomnio infinito y a veces
hasta me masturbaba pensando en él y a la par de él. Eso es lo peor que le puede pasar a alguien
que tiene pareja.
Mis amigos no sabían absolutamente nada del asunto. Me daba mucha vergüenza contarlo. Sentía que
la culpa era mía por lo tanto creía que ellos se burlarían de mí. Además como mi autoestima estaba a la altura
del suelo, no quería escuchar palabras duras de mis amigos, o a lo mejor no
quería escuchar la verdad. Así que sufría en silencio mi frustración y cada día
me levantaba esperanzada que algún milagro sucediera y él me tomara en sus
brazos y me hiciera el amor como nunca.
¿Por qué aguanté tanto? Pues porque
lo amaba profundamente. Pero los días se
convirtieron en meses y los meses en años.
Al término de dos años de estar en esta situación yo estaba
irreconocible. Era la sombra de lo guapa, confidente, alegre y sexi que yo
siempre había sido. Me había engordado,
sentía una profunda tristeza, buscaba pelea con él por cualquier cosa y eso
hacia que las cosas empeoraran más.
Además tenía deseos de tener un hijo pero ¿Cómo? No era la virgen María para tenerlo por medio
del Espíritu Santo. Entonces tanto el sexo como tener un hijo se volvieron una
obsesión. Y le reclamaba, le decía, le
rogaba y le pedía que hiciera algo. El
por su lado se encerraba más en su mundo, me evitaba, empezó a salir más con sus amigos y yo sentía que vivía con un compañero de piso ya que él
no quería acompañarme a ningún lugar, a veces ni sabía donde yo estaba ya que no le importaba y
pasaba de mí completamente.
Esto tenía que acabar. Lo sabía. Pero me sentía sin fuerzas para tomar acción. En eso sucedió lo impensable, lo que me hizo
despertar y darme cuenta que en realidad el problema no era mío para nada sino
que de él.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario