martes, 18 de septiembre de 2012

Los hombres no siempre quieren hacer el amor (Parte 1)






Han pasado varios meses desde que tuve la idea de escribir sobre esto.  No lo había querido hacer porque es un tema delicado que viví en carne propia.

Contrario a lo que se piensa o se nos ha enseñado, los hombres no siempre quieren hacer el amor.  Y cuando eso sucede, afecta mucho a la mujer que está a su lado. Los motivos pueden ser varios: stress, obsesión de dinero o trabajo, falta de libido, resentimiento acumulado, stress post-traumático, depresión, abuso sexual, etc. 

Pero también hay otras razones que son menos agradables como que él esté teniendo una amante, que ya no se sienta atraído hacia su mujer, que sea homosexual o alguna condición médica no diagnosticada. A veces ni el mismo hombre lo sabe y hay que buscar ayuda profesional.

Voy a contar esta experiencia personal que solo mis amigos íntimos sabían hasta el día de hoy pero la comparto porque quiero que otras mujeres que estén pasando por la misma situación vean que el problema no es de ellas, sino que del hombre.

Encontré un hombre maravilloso hace años.  Era el hombre ideal para mí ya que poseía todas las características que una mujer busca en un hombre: guapo, inteligente, respetuoso, ambicioso, con buen trabajo, educado.  Nos enamoramos locamente y los primeros tres años de relación fueron muy buenos: nos compenetramos más como pareja, nuestras familias estaban contentas de vernos juntos, nuestros amigos nos admiraban por el amor que nos teníamos.  Éramos la pareja ideal.

Pero algo sucedió después del tercer año.  De mi parte nada cambió pero empecé a notar que él no quería hacer el amor.  Me ponía excusas como que le dolía la cabeza, que estaba muy cansado, que acababa de comer.  Mientras menos quería hacer el amor más intentaba yo de querer hacerlo.  Inconscientemente empecé a sentirme insegura. 

Muy pronto me di cuenta que pasaba más tiempo pidiéndole que lo hiciéramos que realmente haciéndolo.  Un día le pregunté que por qué y me dijo que porque yo le exigía demasiado que lo hiciéramos. Así que decidí no hacerlo.  Pero a partir de ese momento estaba más alerta de lo que pasaba.  Pasaron uno, dos, tres, cuatro meses sin que él me tocara ni un solo pelo.  Yo empecé a sentirme frustrada, fea, gorda y de ser una mujer completamente segura de mi misma empecé a mostrar signos de inseguridad como vigilar cada movimiento que él hacia, hacia donde veía, a donde iba.


Secretamente empecé a revisarle el correo electrónico, el teléfono, Facebook porque quería ver si tenía otra mujer.  No encontré absolutamente nada. Temblaba del deseo al acostarnos desnudos en la cama cada noche y abrazarnos, besarnos y decirnos buenas noches para luego memorizarme su espalda. Después de cuatro meses de agonía, le dije que quería hablar con él.  Muy suave pero firme le dije que teníamos un problema. Le expliqué calmadamente como eran las cosas y por primera vez él se dio cuenta del problema.  No tenía una respuesta pero sabía que no era de que no quería hacerlo: simplemente no le daban ganas de hacer un esfuerzo para hacerlo.

Cuando hablamos del asunto fue unos días antes de irnos de vacaciones.  En las vacaciones volvió a hacer el hombre de siempre.  Hacíamos el amor seguido y parecía que estuviéramos en una luna de miel.  Estaba feliz.  Creí que el problema se había terminado.

Pero al regresar de las vacaciones y entrar en la rutina, otra vez habían problemas.  Me empezó a poner condiciones: No quería que lo hiciéramos entre semana porque él tenía un trabajo que mentalmente era muy agotador y no le quedaban energías para hacerlo.  Tampoco quería hacerlo en las mañanas porque le desagradaba que nos besáramos sin lavarnos la boca.  Tampoco después de comer, porque entonces estaba lleno.  Con todas esas condiciones me quedaban libres unas horas, dos días a la semana: sábado y domingo.  Yo procuraba no tocar el tema pero pensaba en ello todo el tiempo.  Me entró una obsesión por hacerlo.  Añoraba que el primer paso lo tomara él.  Cuando pasaban dos o tres semanas sin que sucediera nada entonces era yo la que tomaba la iniciativa pero era rechazada con un: ahorita no, estoy cansando, más tarde.  Eso me frustraba y a veces hasta lloraba su rechazo en silencio.

Compré la ropa interior más sexi, compré juguetes, le ofrecí ver películas pornográficas, compré disfraces, pero nada parecía ayudar a que las cosas mejoraran.  Le pregunté si quería ir a un sexólogo o psicólogo y fue como que le hubiera pedido que se tirara de un puente: se molestó mucho por lo ridícula de la proposición.

Lo extraño de todo el asunto es que los besos y las caricias seguían intactos, seguíamos pasándonosla bien juntos, disfrutábamos de muchos momentos juntos y no peleábamos para nada.  Ante todos seguíamos siendo la pareja ideal mientras que yo sufría en silencio.  No sé si él también.  A lo mejor pero como aparentaba que todo estaba bien, continuábamos viviendo juntos como que si nada.

Mientras más pasaba el tiempo, peor me sentía conmigo misma, mi autoestima disminuía.  Sentía que ningún hombre en todo el planeta me encontraba atractiva.  Por las noches cuando nos decíamos buenas noches desnudos en la cama, con mis besos sensuales imploraba que pasáramos a más.  Pero él siempre dormía dándome la espalda y yo quedaba frustrada con mis deseos reprimidos.  Pasé muchas noches llorando en silencio, con insomnio infinito y a veces hasta me masturbaba pensando en él y a la par de él.  Eso es lo peor que le puede pasar a alguien que tiene pareja.

Mis amigos no sabían absolutamente nada del asunto.  Me daba mucha vergüenza contarlo. Sentía que la culpa era mía por lo tanto creía que ellos se burlarían de mí.  Además como mi autoestima estaba a la altura del suelo, no quería escuchar palabras duras de mis amigos, o a lo mejor no quería escuchar la verdad. Así que sufría en silencio mi frustración y cada día me levantaba esperanzada que algún milagro sucediera y él me tomara en sus brazos y me hiciera el amor como nunca.

¿Por qué aguanté tanto?  Pues porque lo amaba profundamente.  Pero los días se convirtieron en meses y los meses en años.  Al término de dos años de estar en esta situación yo estaba irreconocible. Era la sombra de lo guapa, confidente, alegre y sexi que yo siempre había sido.  Me había engordado, sentía una profunda tristeza, buscaba pelea con él por cualquier cosa y eso hacia que las cosas empeoraran más.  Además tenía deseos de tener un hijo pero ¿Cómo?  No era la virgen María para tenerlo por medio del Espíritu Santo. Entonces tanto el sexo como tener un hijo se volvieron una obsesión.  Y le reclamaba, le decía, le rogaba y le pedía que hiciera algo.  El por su lado se encerraba más en su mundo, me evitaba, empezó a salir más con sus amigos y yo sentía que vivía con un compañero de piso ya que él no quería acompañarme a ningún lugar, a veces ni sabía donde yo estaba ya que no le importaba  y pasaba de mí completamente.

Esto tenía que acabar. Lo sabía.  Pero me sentía sin fuerzas para tomar acción. En eso sucedió lo impensable, lo que me hizo despertar y darme cuenta que en realidad el problema no era mío para nada sino que de él. 


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