Lo conocí en el peor lugar. Era una
cafetería de paso en una carretera X.
Llevaba 6 horas manejando por el desierto de Arizona y me faltaban otras
6 horas para llegar a mi destino. Desde hacía
4 horas que solo veía desierto y una que otra gasolinera perdida por ahí. De vez en cuando me había cruzado con algún
auto así que era un viaje de lo más aburrido.
Vi un rótulo en el que anunciaban que la cafetería Roxy’s estaba a dos
kilómetros. Estaba hambrienta y
necesitaba descansar. Así que me dirigí
a la cafetería. Eran aproximadamente las
5 de la tarde. El calor seco del
desierto cortaba el ambiente.
Al llegar a la cafetería Roxy’s, estacioné el auto y entré. Adentro estaba casi vacío. Había una mesa con
tres personas más la chica que atendía. Me senté en la barra del lugar. Leí el menú descuidadamente y pedí una carne
acompañada con papas y ensalada y una Coca Cola.
Al recibir la Coca Cola y dar el primer sorbo entró él. Entró con una amplia sonrisa viéndome detenidamente a los ojos como que si fuéramos viejos conocidos y hubiéramos
quedado de juntarnos en ese lugar. Sus
ojos avellanados me cautivaron desde el primer momento. Saludó a la chica de la
cafetería mientras se sentaba a la par mía y me extendió la mano y me
dijo: John.
Me presenté y le apreté la mano. El volteó
mi mano y me dio un beso en el dorso de ella.
¡Que manera de impresionar a una mujer!
Luego empezó a hojear el menú y ordenó algo, a lo que después agregó: ¿Que
tal el viaje?
Platicamos sobre donde veníamos y hacia donde nos dirigíamos. No íbamos particularmente al mismo sitio pero
por algunos kilómetros tendríamos que viajar por el mismo camino. Noté que era muy inquieto. No podía estar sin hacer nada. Así que mientras hablaba, jugaba con las
llaves, o cambiaba los cubiertos de sitio, o de vez en cuando tocaba mi rodilla
para darme a entender que estaba de acuerdo con lo que yo decía.
Me llamó la atención su sonrisa.
Tenía los dientes perfectos y eran pocos minutos los que permanecía sin
ella. Era como si su sonrisa no se
borraría nunca de su rostro.
Nos sirvieron la comida mientras hablábamos de todo un poco. Me contó que le faltaban 14 horas de camino
para llegar a su casa. Venía de visitar
a su hermano. Me preguntó qué iba a hacer
después de comer y le respondí: “Proseguir mi camino”. Se quedó callado por un momento y esbozó una sonrisa
maliciosa y me dijo: “Me gustaría
retarte a un partido de ping pong. ¿Qué
te parece si nos quedamos en el siguiente motel, descansamos y jugamos? “.
Normalmente al recibir una propuesta así de un extraño no la aceptaría por
nada en el mundo. Pero John me inspiraba
confianza además de sentir una atracción desconsolada hacia él. Quería conocerlo más ya que me intrigaba su
energía y espontaneidad que contrastaba con mi manera controlada de vivir la
vida.
Pero aun así le contesté que no sabía si quería retrasarme más. No insistió en el tema y se puso a hablar con
la chica que atendía la cafetería. Ella
se retorcía de la emoción ya que él le estaba dando piropos sobre como lucía y
sobre la comida. A mi me dio risa la
escena. John era del tipo de hombre que
caía bien a todo el mundo.
Al terminar de comer pedimos un café y continuamos la conversación. En pocos minutos me contó que se dedicaba a
reparar aparatos eléctricos. Me
contaba que le gustaban los deportes extremos y viajar a lugares remotos. Le encantaba la aventura, hacer cosas de
manera espontánea y le gustaba mucho la naturaleza y los animales.
En un momento nos terminamos el café pero yo no me quería ir. Tenía muchas ganas de seguir conversando con
él ya que me intrigaba su personalidad. En
un momento él me puso una mano en cada una de mis rodillas y me dijo: “¿Jugamos ping pong? “ mientras ponía unos
ojos como de un perrito cuando te ruega por comida. Me reí.
No pude rechazar la invitación.
Como íbamos cada quién en nuestro carro lo seguí hasta llegar al
Motel. Pedimos habitaciones contiguas y
con un guiño me dijo: “Creo que estamos desperdiciando el dinero de una
habitación“.
Mientras más lo conocía más me gustaba.
Me hacía reír tanto, físicamente era muy atractivo, me inspiraba confianza
y me sentía bien a su lado.
Después de refrescarnos cada quién en su habitación fuimos a la sala del
Motel a jugar Ping Pong. Ordenamos un
par de cervezas y jugamos por una hora.
Luego nos pasamos a jugar Billar.
Ninguno de los dos éramos expertos en los juegos, a veces él ganaba, a veces yo. Reíamos mucho y mientras más cervezas
teníamos en la cabeza más empezábamos con cariñitos, como abrazarnos cuando
alguno perdía, tomarnos de la mano, o estar demasiado cerca cuando a alguien le
tocaba jugar.
Después de tres horas yo estaba a punto de la locura. Quería sentir sus besos en mis labios y sus
manos en mi cuerpo. Ya habíamos
terminado de jugar y estábamos sentados en la barra tomándonos la última
cerveza. John estaba hablando con uno
de los chicos que se había sentado en la barra también y él nos contó que había
una fiesta buena en un pueblo
cercano. John le dijo que le encantaría
ir pero ya llevaba algunas cervezas encima y no podría manejar. El chico dijo que él no había tomado porque
era el conductor designado de la noche y que si queríamos él nos llevaba a la fiesta
y nos traía de nuevo al Motel.
Me entusiasmó tanto la idea que le dije a John que fuéramos. Yo sentía que necesitaba más espontaneidad y
aventura en mi vida. Yo vivía una vida
tan normal sin nada que me incentivara a hacer cosas como las que estaba
haciendo esa noche. Me sentía libre y
feliz.
Nos fuimos con Camilo, el chico de la barra, y tres de sus hermanos a la fiesta. Íbamos apretados en el carro pero todos estábamos
de muy buen ánimo.
En la fiesta, bailamos todo tipo de música: rock, reggae, pop,
country. Hablábamos con todo el mundo y rápidamente hicimos amigos. Nos preguntaban si éramos pareja y John
decía que llevábamos diez años juntos. La gente se lo creía y yo reía.
Después de un par de horas, John me preguntó si lo podía acompañar afuera que necesitaba un
poco de aire y fumar. La noche estaba
completamente estrellada y la luna estaba llena y se veía de color
naranja. Al salir, me tomó entre sus
brazos y acercó su rostro hacia el mío.
Me acarició una mejilla y me dijo:
“Eres una princesa maravillosa” y me besó. Fue un beso apasionado y tierno a la
vez. Fue el beso perfecto para la noche
perfecta. Después de un largo rato entre
besos, risas y cigarros, entramos de
nuevo al lugar y Camilo nos indicó que ya era hora de llevarnos de regreso al
Motel.
Aunque seguíamos apretados en el carro yo me sentía tan ligera y
liviana. Sentía que había tomado la
mejor decisión de dejarme llevar por mis instintos y disfrutar de una noche como
esta.
Llegamos al Motel y John y yo no podíamos quitarnos las manos encima. Nos besábamos incontrolablemente mientras
caminábamos a ciegas hacia las habitaciones.
Abrí la mía y nos empezamos a quitar la ropa haciéndola volar por toda la
habitación.
Hicimos el amor como nunca lo había hecho.
Nos besamos cada rincón de nuestro cuerpo hasta besar el alma. Yo gocé
plenamente sin inhibiciones ni prejuicios como solía hacerlo. Al terminar caímos rendidos de cansancio en
un profundo sueño.
Al despertar a media mañana del siguiente día con la boca seca y dolor de
cabeza, me di cuenta que John ya no
estaba a mi lado. Me bañé y vestí y toqué
la puerta de su habitación pero nadie me contestó. Pregunté en la barra y el dueño me dijo que
John ya se había marchado pero que me había dejado una nota con él. La nota decía:
“Princesa maravillosa: perdona por marcharme sin decirte adiós pero tengo
un largo camino por recorrer y quiero llegar antes del anochecer a mi
casa. Fue una noche increíble. La pasé muy bien contigo. Hubiera querido quedarme y seguir amándote
por varios días y varias noches pero tengo que regresar. Acá abajo te dejo cómo contactarme por si
quieres aventurar conmigo de nuevo. Recuerda
que la aventura espontánea es la mejor. Me encantaría verte muy pronto. Besos, John”.
Después de un breve desayuno recogí mis cosas y dispuse marcharme. Empecé a manejar. No podía quitarme a John de la cabeza. Quería más de él. Mucho más.
Llegué a un punto de la carretera donde empezaban a anunciar el cruce
que me llevaría a su ciudad. Me quedaban
algunos días de vacaciones que los iba a ocupar para hacer cosas en la
casa. Recordaba que al contarle a John
al respecto se rio y me dijo: “¡que aburrido! ¡Aventura y has algo distinto! Tu casa siempre estará ahí esperándote para
cuando termines las vacaciones”.
Al llegar al cruce que me llevaría a su ciudad, ni lo pensé dos veces, viré
y me encaminé a su casa. No sabía como
me iba a recibir pero... ¡que importaba! Nunca había estado en esa ciudad. Aventura espontánea… ¡Me sentía muy bien!
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