Anoche tuve una pesadilla. Nunca
había tenido una pesadilla que me hiciera sentir tanto miedo y tristeza como esa.
Soñé que estaba enfrente de un palacio como los que hay en Francia: con
veinte habitaciones, de enormes ventanales,
un jardín de varias hectáreas, balcones, unas gradas para entrar a la
puerta principal que era de más de dos metros de alto con un arco de piedra
alrededor. Pero el palacio estaba abandonado así que estaba gris, con maleza
por todos lados.
Era un día de otoño. Las hojas secas bailaban al ritmo del fuerte viento
sin destino ni retorno. Las nubes negras
amenazantes de lluvia daban al lugar un aire tenebroso. Yo cautelosamente subía las gradas para
entrar al palacio.
Al empujar la puerta de madera,
crujió perezosa mientras se habría.
Había un pasillo oscuro enfrente y varias puertas alrededor. Entré despacio y pegué un grito al darme
cuenta que en el suelo habían ratas y cucarachas que corrían despavoridas
huyendo de mi presencia.
Abrí la puerta que daba a un cuarto pero estaba vacío. Luego abrí la segunda puerta y ahí lo encontré: Era mi padre que estaba en
un catre prostrado. Estaba agonizando de
un cáncer. Su cuerpo frágil demostraba
que no había comido en varios días ya que se le marcaban todos los huesos como
líneas fronterizas en un mapa. Mi
corazón se encogió al verlo en ese estado pero traté de guardar la compostura
por él.
Estaba tan pálido y débil que no podía hablar. El hacía un esfuerzo por
decir algo pero no lograba emitir ni un sonido. Busqué alrededor y encontré un vaso con
agua. Le levanté la cabeza con mi mano
derecha y con la izquierda le traté de dar agua. El agua se escurría por las comisuras de los
labios mientras intentaba retener un poco del líquido. Abría y cerraba los ojos y se entraba en
inconsciencia a intervalos.
Mis lágrimas rodaban silenciosas por las mejillas. No quería que mi padre me escuchara
llorar. Al fondo escuchaba al viento y
al chillido de las ratas. Mi padre
señalaba con el dedo índice a un lugar imaginario sin yo poder descifrar lo que
me quería decir. Quería llevármelo a otro lugar donde lo pudieran ayudar o
curar pero sabía que eran sus últimos minutos de vida y que solo me quedaba
esperar.
Después de varios minutos que parecieron una eternidad seguía sosteniendo
la cabeza de mi padre con mi mano derecha, mientras le acariciaba con la
izquierda las manos huesudas. Su piel a
mi tacto era fría como un témpano de hielo.
De repente mi padre abrió los ojos y vio por primera vez los míos. Se aferró fuertemente a mi blusa y dio un
suspiro antes de expirar. Ahí pasé mi
mano por su nariz y acerqué mi oído a su pecho para asegurarme que de verdad
había muerto. Cuando comprobé que si era
así, empecé a llorar fuertemente y me abracé a su cuerpo inerte.
Pero en ese momento yo ya no era hija de él sino simplemente alguien que lo
había ayudado morir. Su hija era una
adolescente rebelde de dieciséis años a la que tenía que buscar y darle la
noticia. Me aventuré más adentro del
palacio y encontré a la chica distraída jugando en un patio interior. En mi mente buscaba las palabras adecuadas
para que la noticia cayera menos pesada pero no era posible. La senté en una banqueta y le dije: “Tu padre
ha estado muy enfermo y el día de hoy a dado su ultimo respiro. Lo siento”.
Ella miraba fijamente a mis ojos como queriendo atravesarlos y alcanzar
las profundidades de mi alma. Se encogió
de hombros y empezó a jugar con sus pies.
Yo no sabía si el mensaje le había llegado o no: “¿Entendiste lo que
dije? Nuestro padre ha muerto”.
De ser una desconocida adolescente pasó a ser mi media hermana. Una que tengo en la vida real de la cuál sé
su existencia y a la cuál he intentado conocer pero que no he logrado
hacerlo. Ella asintió con la cabeza sin
decir nada y siguió jugando con sus pies.
Me entró una gran cólera porque me parecía que o no se enteraba o realmente
era una idiota. Empecé a llorar de nuevo
y el viento empezó a soplar más fuerte hasta provocar un escalofrío que me
llegó hasta la espina dorsal.
En ese momento me desperté sobresaltada, temblando y llorando. Me abracé a mi almohada y lloré por mucho
rato en lo que me pasaba la mala sensación.
Hablé con mi mejor amiga y ella me ayudó a calmarme. Pero no pude conciliar el sueño después de
ello.
Los “intérpretes” de sueños que conozco me han dado varias versiones de lo
que puede significar: casamiento,
progreso, dinero, cierre de un capítulo de mi vida, que viviré por muchos años
o que mi padre vivirá por muchos años.
Yo de sueños no entiendo nada pero lo que si sé es que soñar algo tan
intenso como ver a alguien a quien amas moribundo y luego que muere en tus
brazos cuando nunca has tenido la experiencia, es algo fuera de lo común y te
hace pensar mucho en tus seres queridos.
Te hace meditar de cuanto tiempo más estarán con vida, de qué sucederá
cuando mueran, si estarás cerca o lejos.
Yo estoy al otro lado del mundo de todos mis seres queridos y eso me da
menos posibilidades de verlos aún con vida cuando algo suceda.
Esto nos sucede a todos los que vivimos lejos. En especial cuando llegamos a nuestros países
y vemos que la gente ha envejecido, que está enferma o nos damos cuenta que nos
estamos perdiendo los últimos años de vida de esas personas a las que tanto
queremos. Esto nos hace reflexionar si
vale la pena vivir en el extranjero con mejor calidad de vida o si regresar,
vivir pobre pero estar cerca de los seres queridos a los que amamos.
Nunca me imaginé que llegaría el día en el que me plantearía regresar a mi
tierra. Llegar a pensar que aunque sé
que en mi país hay criminalidad,
pobreza, paranoia y en el cuál es un desafío vivir día a día, prefiero
vivir así que vivir en el extranjero segura y sin tener a mi familia cerca y gozar
de ellos. Es una paradoja confusa a la
que hay que meditar bien antes de dar cualquier paso.
Estoy segura que si tuviera hijos ni me lo pensaría y me quedaría acá donde
estoy. Pero sin hijos ¿Qué tengo que perder? Si mi familia puede sobrevivir en mi tierra… ¿Por
qué no puedo yo hacerlo también?
No he decidido nada pero esta pesadilla me ha hecho reflexionar sobre lo
que realmente importa en mi vida. Tengo
ahora una espinita clavada.
El desenlace de esta historia no se ha escrito todavía…
He decidido pensar que pensaste en mi un poquito cuando escribiste esto. Un beso
ResponderBorrarSilviTa! Este si me Llego al alma! He pens ado mucho en mi abuelita en El Salvador, gracias! Es un dilemma!
ResponderBorrar