Tenía veinte años, me acababa de casar y no sabía
que ya me encontraba embarazada al casarme.
A los tres meses de casada no me sentía bien y decidí ir al doctor. Me hicieron el examen de embarazo y salió
positivo. En el momento de la noticia sentí mariposas en el estómago, no podía
creer que iba a ser mamá por vez primera.
Sonreía de oreja a oreja y sentía que quería saltar de la alegría.
Al hacer el primer ultrasonido para ver cómo se
encontraba el bebé, esa alegría se esfumó en un segundo. Durante el examen me dieron la mala noticia que el bebé estaba muerto en
mi vientre. Sentí que el mundo se me
venía encima y me quede con la mente en blanco. La noticia me pegó fuerte y entré en estado
de shock.
Siempre he sido del pensar que Dios sabe porque
hace las cosas. Después de realizada la
operación para sacarme al bebé muerto y
al ir pasando los meses, me fui recuperando poco a poco de ese trauma y
del sentimiento de vacío que me había dejado ese amargo día de Enero cuando
recibí la peor noticia de mi vida.
Cinco meses después de haber perdido a mi bebé tuve un accidente automovilístico severo, el cual me dejo entre
la vida y la muerte en un hospital por un lapso de seis meses. La recuperación fue lenta y
dolorosa.
En la cama del hospital me puse a pensar en qué
hubiera sucedido si hubiera estado embarazada para cuando tuve el
accidente. Si el bebé hubiera muerto, o
yo, o los dos. Hasta la fecha me hago la
misma pregunta.
Tenía curiosidad por saber si algún día tendría
la dicha de ser madre ya que no sabía a ciencia cierta de los daños
o secuelas que el accidente automovilístico
había provocado. Después de la recuperación
y ya estando nuevamente saludable traté nuevamente de tener otro bebé, procurando
así borrar la mala memoria de la primera experiencia. Fue en vano,
no pude quedar embarazada. Me convencí que no podía tener hijos y eso me
dio mucha tristeza.
Después de un tiempo las cosas entre mi primer esposo y yo ya no eran lo mismo y después de casi
cuatro años de matrimonio nos divorciamos.
Estuve más de un año soltera cuando conocí a
Ernesto. Nos gustaba estar juntos, nos
enamorábamos poco a poco y las cosas entre él y yo iban cada día mejor.
Cuando ya éramos novios recuerdo una vez en particular que vimos una película en la televisión sobre una persona que dio su vientre en alquiler y a la vez su propio óvulo (o sea que era su propio hijo) para una pareja. La película me impactó de tal manera que le comenté a Ernesto que si algún día se me presentaba una oportunidad de ayudar a una pareja que realmente quisieran ser padres no la pensaría ni dos veces, que lo haría con gusto. Ernesto, enamorado como estaba, me dijo que él me apoyaría.
Cuando ya éramos novios recuerdo una vez en particular que vimos una película en la televisión sobre una persona que dio su vientre en alquiler y a la vez su propio óvulo (o sea que era su propio hijo) para una pareja. La película me impactó de tal manera que le comenté a Ernesto que si algún día se me presentaba una oportunidad de ayudar a una pareja que realmente quisieran ser padres no la pensaría ni dos veces, que lo haría con gusto. Ernesto, enamorado como estaba, me dijo que él me apoyaría.
Algunos meses después nos casamos y la ilusión de
ser madre volvió a nacer en mí. Había
conocido a un maravilloso hombre con el cuál estábamos locamente enamorados y
deseábamos ser padres. Hicimos todo lo necesario para poder quedar embarazada.
Estuvimos en varios tratamientos, visitamos doctores y nada. Cada fin de mes era frustrante para ambos. El tiempo pasaba y no había forma de quedar
embarazada. Tenía un deseo enorme de ser madre, pero todo
parecía indicar que gracias al accidente automovilístico nunca lo iba a lograr. Eso me deprimía mucho.
Cuando ya había perdido toda esperanza y ya no
estaba concentrada en ello sucedió: mi menstruación no se presentó y al hacerme
el examen de embarazo salió positivo.
Ernesto y yo estábamos felices con la noticia y tiramos la casa por la
ventana para decorar el cuarto del bebé.
Tuvimos una hermosa niña a la que llamamos Allegra por la felicidad que
nos dio.
El ser madre cambió mi vida por completo. Me sentía la mujer más plena y dichosa del
mundo. Tenía mi pequeña familia a la
cual cuidaba con esmero y dedicación.
Mi madre vivía en otra ciudad así que la iba a
visitar seguido para que compartiera con su nieta. Un día muy caluroso decidimos ir a la piscina
del condominio a disfrutar del sol. Estábamos
charlando, jugando con el agua y riendo cuando una muchacha joven de triste
apariencia se acercó a saludar a mi mamá. Noté en su cara los ojos hinchados y
rojos de tanto llorar. Encorvada, se alejó
de nosotros y se sentó al otro extremo de la piscina. Noté que sostenía una colcha de bebé y se
mecía de lado a lado, tomándola fuertemente contra su pecho, como si le doliera
el alma al ponerla entre sus brazos.
Le pregunté a mi mamá quién era ella y qué le
pasaba y mi madre me contó que había perdido a su tercer bebé y que el doctor
le dijo que no podía seguir intentando porque su vida peligraba. La observé por largo rato y podía sentir su
dolor como si fuera el mío. Yo había
perdido un bebé y sabía lo que era
pensar en no poder tener más bebés.
Como estaba con mi familia, dejé de ver a la
muchacha y seguí disfrutando del momento en la piscina.
Pasaron un par de meses y platicando con mi madre
por teléfono un día, le pregunté por la
muchacha. Mi madre me contó que la
muchacha y su esposo estaban desesperados.
Iban a agencias de adopción y ponían anuncios en el cual decían que si
alguien no quería a su bebé que ellos se encargarían de cuidarlo. Pero que no les salía nada. Que habían estudiado la posibilidad de
contratar a alguien como un vientre de alquiler pero que pedían mucho dinero y
eso los detenía.
Esa noche no pude dormir. Recordé
la película que había visto con Ernesto cuando éramos novios y lo difícil que fue para mí quedar embarazada
de Allegra y la dicha que sentíamos de tenerla en nuestras vidas.
A la mañana siguiente cuando nos preparábamos
para ir a trabajar le comenté a Ernesto sobre la muchacha y le dije
directamente “Voy a dar mi vientre en
alquiler”. “ ¿Qué dices?” me contestó. Le dije que yo quería ayudar a la muchacha y a
su esposo y que lo iba a hacer de gratis.
Él me dijo que estaba loca pero ya no pudimos discutir más porque
teníamos que ir a trabajar. Cuando
regresamos a casa esa noche y volvimos a tocar el tema, él vio que estaba
hablando en serio así que me preguntó: “¿estas segura de lo que quieres hacer?”
, “ ¡Sí!”, respondí sin titubear. Conforme
a mi actitud y mi convencimiento me dijo: “respeto tu decisión y te apoyo”.
En realidad era una decisión riesgosa, pero no tenía
la menor duda de mi decisión. Tampoco tenía
nada que perder. Yo tenía
una linda familia, una niña saludable y feliz y un esposo comprensible. Yo
estaba bien de salud y tener al bebé en mi vientre para esa muchacha era lo que
más deseaba en ese momento.
Sabía que le cambiaría la vida a la muchacha y con
mi decisión lograría tener la familia que ella siempre había soñado, una
familia como la que yo tenía.
Llamé a mi mamá y le dije lo que quería
hacer. Mi mama trató de disuadirme que no lo hiciera, pero yo estaba determinada
y segura que lo iba hacer. Cuando mi mamá
le contó a la muchacha y su esposo de lo que yo quería hacer por ellos y les
dio mi número telefónico, ellos estaban rebozando de alegría. Me llamaron y decidimos que íbamos a hacer
una reunión en un par de semanas para ultimar detalles.
Al tener la reunión, el abogado de ellos me
explicó los términos: El problema de la
muchacha era que su matriz era débil, pero sus óvulos estaban sanos. Iban a inseminarme con los embriones de la muchacha y el esposo. El Doctor iba a poner en mi matriz tres embriones
en total. Ellos correrían con los gastos
médicos y me darían una cantidad de dinero simbólica. Ellos querían tener la libertad de estar
conmigo para el nacimiento del bebé y
ponerle nombre. La última condición era
que no querían que yo tuviera contacto con ellos después del nacimiento del
bebé y al firmar los papeles no habría
marcha atrás ya que la decisión estaba tomada y firmada con papeles legales. Acepté todas las condiciones y firmé los
papeles.
El proceso fue duro. Me hicieron muchos exámenes psicológicos y
médicos. Tenía que inyectarme dos veces diarias y ponerme cremas vaginales para
cambiar mi ciclo menstrual y preparar mi cuerpo para recibir los embriones y
que resistiera al ser penetrados en la matriz.
Como era inseminación artificial cabía la posibilidad de que tuviera
gemelos y hasta trillizos como que tuviera uno o ninguno.
Se llegó el día de la inseminación. La muchacha quiso estar ahí para cuando
sucediera. El proceso fue rápido. La inseminación duró diez minutos para luego reposar
por una hora. La muchacha estaba muy
nerviosa y excitada a la vez. Esas ganas
de tener un hijo de ella era lo que me había hecho estar ahí. Sus ojos tenían
un destello de esperanza y súplica. Esperaba que la inseminación saliera bien,
pero tendría días llenos de tensión y expectación al no saber si el
procedimiento había sido un éxito o un fracaso total, todo quedaba en manos de
Dios y del tiempo.
Yo tenía que regresar a la clínica a las tres
semanas para saber y confirmar si había quedado embarazada o tendría que empezar nuevamente con la odisea de las inyecciones y cremas vaginales
por segunda vez, lo cual no era cosa fácil.
Dos semanas antes de mi cita médica supe la
respuesta. Iba manejando mi carro y
sentí algo extraño. Era como un vacío en
el estómago y una desesperación de comer rápidamente. Algo similar me sucedió
cuando estaba embarazada de Allegra. En
ese momento tomé el teléfono y llamé a mi mamá y le dije “mami ¡ya estoy embarazada!”, “¿cómo sabes? “ me respondió. “Instinto, pero estoy segura”. Había que confirmarlo y también saber de
cuántos bebés estaba embarazada.
Al llegar a casa le comenté a mi esposo que yo
sabía que estaba embarazada. Me sugirió comprar una prueba de embarazo y
esperar la confirmación del Doctor antes de darle la noticia a los futuros
padres. Al hacerme la prueba de embarazo
casero esa noche, salió positivo. Era un hecho ¡estaba embarazada!
El día asignado para la cita llegué a la clínica
y me hicieron el ultrasonido el cual confirmó el embarazo positivo y también
que tendría un bebé. Los futuros padres
estaban enormemente felices. Como
vivíamos en distintas ciudades me llamaban para saber si necesitaba algo, si
todo estaba bien, como iba creciendo el bebé.
Yo les mantenía informados de todo lo que estaba sucediendo con el
embarazo, les contaba de mis síntomas como las náuseas, lo que comía y les
enviaba fotos de los ultrasonidos de su bebé.
Los primeros meses fueron normales. Yo me sentía
bien. Los resultados de los exámenes que
los doctores me hacían también eran
positivos. El bebé estaba sano y crecía como
cualquier otro.
Fue un embarazo normal hasta el sexto mes.
Empecé a sentirme extremadamente cansada, pero a la vez empecé a ponerme
sumamente hinchada. Yo no lo notaba. Sentía que los pies y las piernas los tenía
hinchados y que no me quedaban los zapatos, pero no le di importancia porque
creí que era normal. Hasta que fui a un
almuerzo de una amiga que no había visto por mucho tiempo y me preguntó si me
sucedía algo porque estaba bien hinchada. Me sugirió que fuera a visitar al
Doctor al día siguiente.
Le comenté a mi esposo y a la mañana siguiente pedí
la cita y como cosa rara me la dieron
ese mismo día por la tarde. Al llegar, el Doctor me hizo los exámenes de rutina
de sangre, presión, etc. Noté al Doctor un tanto inquieto, entraba y salía de
la habitación constantemente. Yo conocía a mi doctor hacía tiempo ya que él
había recibido a mi hija Allegra. Era un
Ginecólogo muy bromista, siempre estaba haciendo chistes. Pero ese día fue diferente.
Después de un tiempo de estar esperando, el
doctor entró por enésima vez a la habitación y me dijo: “Necesito que te vayas
al hospital urgentemente”. Yo se lo tomé
a broma y le dije: “Doctor yo tengo que recoger a mi hija Allegra y mañana
tengo que trabajar” y me dijo: “desde hoy estás deshabilitada”. Yo seguía creyendo que estaba bromeando y me empecé
a reír. El muy serio y determinado me
dijo: “Te vas al hospital ahora mismo. Ya
hice todos los arreglos y te están esperando. Estás muy mal”. En ese momento
supe que no era broma. Llamé a mi esposo y le expliqué lo que sucedía y que estaría
en el hospital.
Al llegar
al hospital empecé a darme cuenta de la intensidad del problema. Doctores y
enfermeras entraban y salían de la habitación. Desde que llegué empezaron con los análisis y
pruebas de todo tipo. Cada vez que
llegaban los doctores me percataba más de que era un problema serio. Después de un par de horas, el Ginecólogo
del hospital entro a la habitación y me explicó lo que sucedía
calmadamente: el bebé estaba bien, pero mi
cuerpo estaba rechazándolo y tenían que inducirme un parto prematuro ya que mis
órganos estaban parando de trabajar.
Tenían que hacerme una Cesárea de emergencia al llegar a las 24 semanas de gestación para darle al bebé la oportunidad
de sobrevivir a tan prematura edad.
Llamé a mi esposo para informarle de la magnitud
de la situación y a la vez le pedí al Doctor informarles a los padres del bebé
para que ellos estuvieran presentes para cuando el bebé naciera.
Al escuchar de la noticia, la muchacha y su
esposo emprendieron el camino a mi ciudad casi inmediatamente para llegar al
nacimiento de su bebé. Cuando llegaron, se reflejaba la preocupación, temor y tristeza en
el rostro de ambos. Me imagino que ésta
situación les recordaba que habían pasado por tres abortos. Yo le
dije al Ginecólogo: “Doctor, haga todo
lo posible por salvarle la vida al bebé”.
Estaba más preocupada del bebé que de mi vida en ese momento. Quería tanto salvarle la vida. Era una locura lo sé, pero que el bebé
naciera era mi mayor deseo.
Después de algunos días de tensión se llegó el
día en que me llevaron a la sala de operaciones y el Doctor me dijo que una persona
podía entrar conmigo a la Sala de Cirugía y le respondí: “Quiero que entre la mamá del bebé”.
Al estar todo listo para la Cesárea, me indujeron al parto. Perdí mucha sangre pero lograron sacar al
bebé con vida. Era un varón. Lo pusieron inmediatamente en una incubadora y lo
llenaron de cables y aparatos. Yo lo vi de lejos, era muy pequeño, pero ya estaba formadito
completamente. Mi recuperación fue
lenta por toda la sangre que había perdido.
Estaba muy débil. La muchacha no
se despegaba ni un segundo del lado del bebé y mi esposo ningún segundo del
mío.
Después de un par de semanas me dieron de alta del
hospital. Recuerdo que por primera vez
fui a la sala donde tenían a los bebés.
A través del vidrio pude ver a la muchacha y a su esposo al lado de la
incubadora. Pude observar los ojos llenos de amor y ternura de ambos al
ver cada movimiento y respiro del
bebé. Me habían contado que lo cuidaban
las 24 horas del día. Entré a la sala por
un momento para despedirme de ambos padres y del bebé al cual había tenido en
mi vientre por seis meses pero no era realmente mío. Era un bebé diminuto, se miraba débil y frágil.
Al salir de la sala le pedí tanto a Dios que le diera la oportunidad de
vivir.
Tres meses después supe que el bebé había sido
dado de alta del hospital ya que había llegado al peso normal y que estaba
sano. Los padres regresaron a su casa con su bebé.
Pasaron los meses y empecé la rutina de mi vida
normal con mi pequeña familia. Un día tuve la agradable sorpresa de recibir un
sobre de los papás del bebé. Encontré una tarjeta de agradecimiento y adjunto
unas fotografías de la muchacha, su esposo y el bebé. Ya había cumplido su primer añito. Era un bebé sonriente, sano y lleno de vida y
ambos padres tenían los ojos radiantes y llenos de alegría.
El bebé tenía los ojos de su mamá. Los
mismos ojos que una vez vi apagados y sin ninguna razón de seguir. Esos mismos
ojos que me hicieron alquilar mi vientre por amor.
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