Querida hija,
Recuerdo cuando te cargaba en mis brazos y tu
ponias tus pequeños brazos alrededor de mi cuello y recostabas tu cabeza de
rizos de oro en mi hombro. Era el
hombre más feliz del mundo cuando hacias eso.
Sabía que confiabas en mí ciegamente.
Te gustaba que te sentara en mis hombros y jugar con mi cabello mientras
recorríamos grandes distancias juntos.
Te encantaba descubrir el mundo desde esa altura.
Por las noches te leía tu cuento favorito ya
que no querías escuchar ningún otro.
Solo querías saber de la princesa que había besado a un sapo y al
hacerlo el sapo se había convertido en un príncipe azul. Te arropaba hasta el cuello y te besaba en
la frente y te decía cuanto te quería.
Tu me lo decías a mí también y te quedabas casi instantáneamente
dormida.
Cuando tenías pesadillas llorabas y al llegar a
tu habitación te acurrucabas en mis brazos y nadie te sacaba de ahí. Decías que solo yo podía protegerte del
mounstruo o del fantasma.
Te llevaba al parque y te veía subir el
resbaladero una y otra vez mientras me decías: “ ¡Mira papá! ” y te
resbalabas de distintas maneras hasta llegar al piso.
Cuando aprendiste a dibujar, cada día al
regresar del trabajo, me tenías un dibujo listo. Yo era representado siempre de distinta
manera: un punto rojo, un garabato de
distintos colores, un cuadrado con cabello.
Era divertido escuchar tus explicaciones sin sentido de los dibujos que
me hacias que llevara en mi maletín para el trabajo. Te imaginabas que todos los dibujos los ponía
en la pared de la oficina cuando en realidad los guardaba porque eran
demasiados. Los que más me habían
gustado si que los habia colgado y los contemplé durante años cuando me entraba
la tristeza y la nostalgia.
No se ni como sucedió, pero tu madre y yo
empezamos a pelear. Primero eran peleas
esporádicas pero luego la frecuencia de las peleas fue aumentando. Nos decíamos cosas feas e hirientes. A tu madre le encantaba gritar y quebrar
platos. Yo le pedía que no lo hiciera
frente tuyo porque te asustabas pero ella no hacía caso. Tu empezaste a esconderte en tu habitación a
la menor provocación o indicio de que una pelea iba a iniciar.
Las peleas con tu madre se empezaron a hacer
demasiado insoportables. Aunque le
preguntaba por qué me remediaba tanto no me decía lo que le pasaba. Sabía que era algo profundo pero nunca logré
saber que era. Empecé a dormir más seguido en la casa de tu abuela. Hasta que un día me dí cuenta que no había
solución al problema porque cada cosa que intentaba hacer era en vano. Tu madre me odiaba y no sabía ni por
qué. No le había hecho nada grave: No le había engañado con otra mujer, no le
había pegado, no le había gritado nunca.
Simplemente creo que a lo mejor me dejó de amar porque todas las cosas
que yo hacía que antes le gustaban se hicieron insoportables. Me reprochaba mil y una cosas de mi
personalidad pero me confundía porque antes esas mismas cosas hicieron que ella
se enamorara de mí.
Así que un día decidí irme de casa para
siempre. Lo que más me dolió de la
decisión fue dejarte. Tenías apenas
cinco años y estabas muy pequeña para comprender lo que sucedía.
Intenté entablar conversación con tu madre
después de mi partida. Todavía la amaba y
quería ver si se podía arreglar la cosa.
Pero no sirvió de nada. Me quedé
sin fuerzas de suplicar, pedir, rogar. Se
acabó nuestra historia de amor como un espejo roto en mil pedazos. Me deprimí mucho. La amé, ¡cuanto la amé! pero al final de
nuestra historia parecía como si hablaramos idiomas distintos. No lográbamos comunicarnos de ninguna
manera. La lloré y te lloré a ti
también. Ya no habrían mas dibujos al
llegar a casa, ni tus brazos enlazados en mi cuello,
ni estaría contándote tu cuento favorito cada noche.
Pero la cosa no quedó allí. Cuando intenté convencerla de que te quería
ver me decía que no. Me decía que yo
solo te iba a hacer daño tanto o más como le hice a ella. Le rogué y supliqué que me dejara verte y
solo me lo permitió por escasas horas y de manera esporádica. Nos divorciamos y acordamos que el dinero que
le iba a mandar lo hiciera a través de su abogado. Yo pensé que era porque no confiaba en mí sin
saber que en realidad ya tenía planes de alejarte mucho más de mí. Se fue a otra ciudad sin decirme nada. Por más que le rogué al abogado de hacerme
saber donde estaban no me quizo decir.
El me aconsejó que era mejor dejar las cosas así.
Talvez fui demasiado tonto o inexperto de no saber que por la vía legal pudiera haber hecho
algo ya que estaba cumpliendo con mi obligación de padre. Perdí las fuerzas de luchar. Te perdí.
Perdí todo lo que tenía de un sólo golpe y no sabía que hacer. Pasaba las noches en vela, taciturno,
solitario. Trabajaba por hacerlo y no me
consolaba con nada. La vida pasaba como
película enfrente mío sin yo siquiera participar de ella. Me preguntaba cómo
estabas, que te diría tu mamá de mí al preguntar donde yo estaba. Repasaba cada una de las peleas con tu madre
tratando de encontrar lo que yo había hecho mal para ver si podía corregirlo. No digo que fui perfecto, pero no encontré una
razón de peso para que te alejara de mí de esa manera.
Por años estuve
buscándolas pero fue imposible.
Su familia se había mudado, el abogado no me quería ayudar, sus amigas
guardaron silencio. A los pocos
conocidos que quedaron y que sabían donde ustedes estaban les veía en la cara
que me veían como a un ogro y que jamás me iban a decir. No sabia ni por qué era eso pero no me quedó
otra alternativa que aceptarlo.
La otra
persona que sufrió mucho tu partida fue tu abuela. Su salud se deterioró mucho y me preguntaba
las vueltas que yo había hecho para encontrarte. Al cabo del tiempo ella falleció y mi
depresión se volvió permanente. No había
ningún motivo para mí para vivir más que la esperanza de encontrarte.
Al cabo de unos años de estar viviendo así encontré
a una buena mujer que me sacó de mi letargo.
Me sacó de la depresión, me demostró que todavía se podía vivir, me amo
por lo que era. Me enamoré de su
tenacidad y su valentía. Me dió fuerza y
vigor. Pero tenía miedo de cometer los
mismos errores así que me fui muy despacio.
Al cabo de cinco años de estar juntos le propuse matrimonio. Ella se embarazó y me dió una bella hija. Al principio tenía miedo de amar a mi nuevo
retoño tanto como te amaba a ti porque tenía miedo de perderla y además sentía
que te traicionaba. Pero gracias a la
comprensión y palabras de mi nueva esposa logré superar el problema y volví a
disfrutar ser padre de nuevo.
Los días del padre siempre han sido
extraños. Por un lado adoraba las cosas
que me daba mi segunda hija pero por otro te añoraba y pensaba en las cosas que
me hubieras dado. Repasaba una y otra
vez los dibujos que todavía guardaba.
Cada año me entraba la nostalgia porque sabía que también tu me
extrañabas. No me gustaba saber que
crecías sin padre o esperaba que si tu madre se hubiera casado de nuevo, esa
persona llenara el vacío que mi ausencia había dejado.
El tiempo pasó y dejó su huella en muchos
aspectos de mi vida. Pero las heridas de
tu partida eran permanentes y yo no lograba sanar.
Hasta que después de quince años sucedió el
milagro. El abogado de tu madre murió y
la asistente de él, que me vió llegar por años al despacho a pedir razón de
ustedes, me llamó de inmediato para darme la dirección. Me contó que tu madre se había casado de nuevo
diez años atrás y que vivían en la ciudad de Quetzaltenango. Y hasta ese momento me enteré del por qué tu
madre me había odiado tanto: Aparentemente
su hermana le dijo que habíamos sido amantes cuando en realidad nunca lo
fuimos. Ojalá y tu madre me lo hubiera
preguntado aunque creo que de todas
maneras de nada hubiera servido decirle que no era cierto porque era obvio que
le creía más a su hermana. Me enteré
que al poco tiempo tu tía murió así que nunca se dió la oportunidad que ella
dijera la verdad.
¿Cuántas veces no había ido yo a Quetzaltenango
en el transcurso de estos años? Si
hubiera sabido antes que ahí estaban te hubiera buscado de puerta en puerta.
Por medio de esta carta, quería que supieras mi
versión de la historia antes de que me veas.
No he podido estar ahí cuando más me has necesitado pero no es porque yo
no haya querido. Las circunstancias de
la vida nos hicieron separarnos de mala manera y espero poder recuperar el
tiempo perdido. Me da mucho miedo de que
me rechaces antes de siquiera intentarlo.
Si me rechazas, lucharé por tí aunque me tome
el resto de mi vida hasta lograr que me veas aunque sea como un amigo. Eres lo único que me hace falta en este
mundo para ser completamente feliz. No
quiero morirme sin tener el gusto de volver a verte a los ojos y decirte cuanto
te he extrañado.
Te amo hija, no sabes cuanto.
Un abrazo,
¡Joder cómo nos acostamos! ¡Qué dramón!
ResponderBorrarQue linda carta, si pareeciera que fue hecha para mi, solo por algunos detalles que no fueron, pero en general muy hermosa de verdad ojala yo hubiese visto por ultima vez a mi padre., lo añore por mucho tiempo y siempre estara en mi corazón como un hermoso recuerdo de una niña.
ResponderBorrarQue lindo mensaje! Gracias por compartir! Un abrazo
BorrarMuy bonita carta de un padre que en realidad ama a su hija, fue como si el padre de la niña me estuviera contando su historia, como que si el estuviera platicando conmigo. Felicidades una gran historia.
ResponderBorrarMe encanto :)
ResponderBorrarJoder como llore hermosa carta!
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