Su cuerpo se contonea sensual mientras sigue el ritmo de la música. En la pista de baile, no hay nadie que se le compare. Cada canción, cada composición, la hace tan suya como si ella la hubiera creado. Todas las noches se le ve en el mismo lugar, bailando sin parar, tarareando cada canción. Duerme de día pero muy poco para evitar las pesadillas. Se llama Rebeca pero en el pueblo le llaman la Loca de la Pista del Baile.
No hay noche alguna en la que un galán no trate de conquistarla, porque a pesar de su edad está bien conservada. Pero ella no está interesada ni le habla a nadie, solo baila.
Sus manos recorren suavemente sus muslos, sus caderas, sus brazos, su cuello y se enredan en su cabello. Luego estira los brazos hacía arriba y termina entrelazando los dedos de ambas manos. Baila siempre con los ojos cerrados.
Vive en la Calle Santander. Hace tres años tenía un esposo y una hija a la que cuidar. Entonces era otra. Daba clases de inglés en la escuela local y hablaba con los vecinos. Solía ir cada sábado al mercado e integraba el coro de la iglesia. Pero un día lluvioso de abril ella iba manejando el coche en la carretera de regreso a casa y se quedó dormida al volante. El carro fue a chocar contra un árbol en el Kilómetro 220. Su esposo e hija murieron al instante y a ella la llevaron al hospital en estado de coma.
Cuando despertó del coma y supo lo que había pasado fue tan grande el dolor que decidió no volver a hablar. Lloraba día y noche su desdicha y no lograba encontrar consuelo en nada. Como la recuperación fue larga compartía la habitación del hospital con una anciana moribunda.
Un día el hijo de la anciana le trajo un radio para que se entretuviera. La anciana solía tener el radio prendido durante el día y cantaba sin parar. El entusiasmo de la anciana por la música hizo que Rebeca resistiera esos días fríos y solitarios de su vida reducida a una cama de hospital y cuatro paredes blancas. La anciana le hablaba a ella o a la soledad, ella nunca supo bien a quién. La anciana contaba que había sido una gran bailarina en sus años mozos. Había aprendido a bailar el Charleston tanto como el vals y el rock n'roll. Describía con alegría cada canción, quién la cantaba y la fecha en que había sido escrita y para quién o por qué.
Cuando ella estaba a punto de salir del hospital la anciana empeoró su condición y los doctores decidieron hacerle una operación de emergencia. La anciana le pidió a la enfermera que le diera el radio a Rebeca para que se lo cuidara. La anciana no regresó nunca a recuperar su radio. Rebeca al enfrentarse de nuevo a otra perdida decidió consolarse con la música.
Al salir del hospital ya conocía cada una de las canciones de moda y las canciones antiguas. Llegó a su casa tembló del miedo al saberla tan vacía así que se quedó afuera de la puerta escuchando el radio. Estuvo en la puerta por tres días sin atreverse a entrar. Cuando al radio se le acabó la bateria sollozaba sin parar.
Los vecinos se apiadaron de ella, le dieron de comer, la vistieron y le ayudaron a vaciar la casa de recuerdos fantasmales para luego venderla . Con el dinero de la venta le compraron el apartamento que queda en el ático de la casa No. 12 en la Calle Santander y lo decoraron sencillamente. El resto de dinero se lo depositaron en el banco para que empezara una nueva vida.
Inmediatamente después de estar ubicada en su nueva residencia, empezó a vagar de noche por las calles sin rumbo acompañada del radio. Nadie sabía muy bien por qué pero corre el rumor que de noche puede escuchar a los fantasmas de su hija y esposo llamarla sin cesar. Una noche nostalgica caminó por la Calle Revelación y se topó con la Discoteca del pueblo. Al escuchar la música que venía de adentro como hipnotizada entró al lugar. Desde esa noche de luna marchita no ha dejado de llegar a la Discoteca para bailar.
Dicen que es la primera en llegar y la última en irse. Los días que la discoteca está cerrada llega con su radio y se queda en la puerta toda la noche escuchando canciones tarareando incanzable cada una de ellas.
La han tratado de ayudar, pero no se deja. Los vecinos han hablado de llevarla al manicomio pero se lo piensan porque en realidad ella no molesta a nadie. Ella solo vive para la música.
Y ahí se le ve, cada noche, contoneándose como culebra sin perder nota alguna. Es la loca de la pista de baile, quién encontró en la música lo que nadie puede traerle de regreso. Su desgracia va más allá de los tonos tristes de los boleros de antaño o las notas alegres de la música popular. La música le evita el dolor de lo que no quiere recordar. Sin ella no podría vivir.
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