Mis vacaciones en México ya estaban por
terminar. Había estado en Veracruz por
una semana y quería pasar unos tres días en Puebla para luego proseguir a la
ciudad de México. Quería quedarme en la ciudad por un par de días más y
tomar el avión que me trajera de regreso a Ámsterdam.
De Veracruz a Puebla me dijeron que lo mejor
era tomar el bus nocturno ya que eran muchas horas de un viaje tedioso que era mejor
aprovecharlas durmiendo. Este viaje
había sido maravilloso exceptuando que lo había hecho sola en lugar de haberlo
hecho con el que había sido mi novio. Un
poco antes del viaje nos peleamos y separamos y yo no quise desperdiciar el
boleto.
En Veracruz estuve meditando al respecto y
aunque sola y triste disfruté de los días soleados, de la playa, de la comida y de su gente.
Estaba entusiasmada de ir a Puebla. Me habían dicho que era una ciudad
espectacular.
Se llegó la noche en la que tomé el referido
bus , me puse los audífonos e intenté dormir.
Pasadas algunas horas el bus estaba a oscuras. El chófer con el ayudante
charlaban y yo no podía dormir. Acababamos
de pasar a un comedor, de esos típicos de carretera. Habíamos estirado los pies, charlamos, comimos
y fuimos al baño. Siempre ha sido
difícil para mí dormir después de que algo me despierta así que estaba bien
despierta pensando en lo bonito del viaje a pesar de haberlo hecho sola.
El bus dio un frenazo repentino. Se abrió la puerta y entraron varios hombres
armados. Le pidieron al chófer que
encendiera las luces y un hombre con un pasamontañas que parecía ser el líder
nos dijo: “ ¡Esto es un asalto, queremos
todas las cosas de valor!”. Me llamó la
atención que él era el único que tenía pasamontañas mientras que los otros se
cubrían el rostro con un pañuelo y todos llevaban puesta una gorra. Los asaltantes
comenzaron a despojarnos de nuestras
pertenencias. Yo intenté rápidamente
buscar mi pasaporte y esconderlo pero como estaba sentada en los primeros
lugares no me dió tiempo a hacerlo. Se
llevaron mi bolso con todo: dinero,
tarjeta de crédito, tarjeta de débito, cámara, celular y pasaporte. Me despojaron también de mi iPod con los
audífonos y de un anillo que no tenía mucho valor.
Luego le pidieron al chófer que abriera el
compartimiento de las maletas y poco a poco descargaron nuestras maletas a un
pick up que tenían en la parte de enfrente
del bus mientras a nosotros nos seguía apuntando el hombre con el pasamontañas. Había gente llorando, otros estábamos
callados sin decir nada viendo la escena.
El hombre con el pasamontañas nos callaba o nos amenazaba con
matarnos.
En menos de quince minutos acabó toda la
operación y a una señal se subieron algunos a una camionetilla que estaba
parqueada frente al pickup y otros al pickup y se fueron dejándonos sin
nada. Faltaban todavía seis horas para
llegar a nuestro destino. Sin saber
que hacer, el chófer nos calmó y nos dijo que a veces sucedía esto en México. Nos indicó que podíamos ir a la estación de
la policía en Puebla para poner una denuncia y obtener papeles temporales.
Habíamos varios extranjeros en el bus y todos
estabamos muy nerviosos y preocupados.
No tiene nada de gracia quedarse sin dinero ni pasaporte en un país que
no es el nuestro. Las próximas seis
horas nos dedicamos a comentar lo sucedido y a tratar de obtener la mayor
información posible de la gente local.
Me dijeron que se podía obtener un permiso de salida del país por la
perdida del pasaporte y que era aceptado para entrar a Europa. Esa era mi mayor preocupación.
Al llegar el bus a la estación me bajé sin
saber que rumbo tomar. El chófer nos
indicó como llegar a la estación de la policía y un grupo se dirigió ahí
inmediatamente. Eran las ocho de la mañana
y lo que menos me apetecía era estar en una estación de policía esperando por
horas a que me atendieran. Revisé las
bolsas de mi pantalón y me encontré con 100 pesos. Por lo menos podía comprarme un desayuno
antes de decidir que hacer. Caminé por
las calles aventurando y sin dirección.
Encontré en una esquina un café bonito y sencillo. Después de escudriñar los precios me senté y
ordené un desayuno. Tenía la mente en
blanco, no sabía que hacer. Al terminar
de comer pedí un café y me quedé escudriñando a los demás comensales.
Había un muchacho que me estaba observando. Ya me había fijado antes pero no le había
prestado atención hasta ahora. Era un
hombre de mi edad, alto, delgado y con un cabello rizado negro que hacia
contraste con sus ojos color miel. Me sonrió y le devolví la sonrisa y seguí
viendo alrededor sin dejar de verlo disimuladamente.
Después de un rato nuestras miradas se
encontraban a cada momento y no parabamos de sonreir. Me gustaba su sonrisa sensual y su mirada
traviesa. Por un momento se me olvidó
que estaba en problemas.
Se levantó y se dirigía hacía mí cuando veo que al mismo tiempo se levantan
dos hombres de distintas mesas pero iban atrás de él a cierta distancia. Lo primero que pensé fue: “No puede ser ¡Otro
asalto!”. Se sentó en mi mesa y veo que
los hombres se vuelven a sentar en distintas mesas . Me sorprendí.
El al ver que yo veía a los hombres se río y me dijo: “No te preocupes,
son mis guardaespaldas”.
Su nombre era Eduardo y era el hijo del alcalde
de la ciudad. En un par de horas nos
pusimos al día con nuestras vidas. Le
conté por lo que estaba pasando y me dijo:
“Mientras estés acá no te faltará ni casa, ni comida, ni ropa, ni
dinero”. Terminamos enrollándonos y
tuve los días más fantásticos de mi vida.
Parecía una persona famosa o del jet set. Eduardo me llevó a comprar ropa de lujo,
zapatos, bolsas, todo lo que se me ocurriera y sin reparos de dinero. Como su papá era el alcalde, le pidió a su
secretaria que me arreglase los papeles que necesitaba para salir del país, sin
necesidad de tenerme que presentar a la estación de policía. Me llevó a restaurantes de lujo, fiestas
fantásticas y hasta a su finca con caballerías, ganado y una piscina
espectacular.
Sentía como que estaba viviendo un sueño. A los tres días cuando me tocaba ir a la
ciudad de México, Eduardo me rogó que me quedara un día más y que él mismo me
llevaría a la ciudad de México. Pasamos
el día en un club haciéndonos un masaje, jugando golf y disfrutando del resto
de las instalaciones. Esa noche tuvimos una cena romántica en un restaurante
que abrió las puertas únicamente para nosotros.
Había un trío de cantantes de boleros amenizando la noche. Eduardo me confesó entonces que se había
enamorado de mí. A mi me halagó su
confesión pero a la vez me abrió los ojos y me di cuenta que yo no estaba
enamorada de él. Mi corazón todavía
pertenecía al chico con el que me había peleado en Ámsterdam. Aun con ese sentimiento escondido en lo más
profundo de mi ser, pasé una noche maravillosa con Eduardo haciéndonos el amor
como nunca.
Al siguiente día un helicóptero nos esperaba
para trasladarnos a la ciudad de México y yo iba cargada con dos maletas de
ropa. Nos hospedamos en un hotel de lujo
y Eduardo estaba muy triste por mi partida.
Yo me había pasado unos días fantásticos con él pero tenía muchos deseos
de regresar a Holanda. Me hacia falta mi
vida normal. Eduardo me llevó al
aeropuerto y se le llenaron los ojos de lágrimas al tener que decirme adiós. Yo me sentía mal porque no sentía tristeza de
dejarlo.
Al regresar, por no haberme comunicado por una
semana con nadie, mi ex estaba preocupado.
Al comentarle del robo se asustó y me confesó que no se hubiera
perdonado si algo me hubiera pasado.
Regresamos en ese mismo instante.
Eduardo intentó comunicarse conmigo pero nunca le contesté sus correos
electrónicos. Pobre chico.
Eduardo:
Por si me estás leyendo gracias por todo.
Muy buen relato! Me alegro que las vacaciones tuvieran un final "feliz"... por lo menos ayuda olvidar lo del robo.
ResponderBorrarNo hay nada peor que quedarse sin la documentación y todo lo personal (mas que por el valor en si, por todo lo que conlleva) y no me quiero ni imaginar como debe ser estando en un país extranjero...
Un saludo,
Sonia.