En una foto. Ahí vi tus ojos por primera vez. Hechiceros, misteriosos y llamativos. Que mirada
mas penetrante la que mostraba esa foto. Tu
ceja izquierda se levantaba en complicidad con tus ojos traviesos. Como que si estuvieras a punto de revelar un
secreto que hiciera caer a los mismísimos muros de la Basílica de San Pedro en
Roma.
Me llamó la atención que fuera tu ceja izquierda la
que se levantara y no la derecha. Estaba
casi segura que eras zurdo.
Tenias tu mano izquierda apoyada en la sien mientras
la derecha se recostaba en una mesa. Observé la foto tanto tiempo que parecía un
niño contemplando el mar por primera vez. Quería saber quién eras, que hacias,
donde vivías. La información que venía
con la foto no revelaba mucho. Me llamó
la atención que también eras escritor y disfrutabas del vino como yo. No revelaba lo que quería saber pero al menos
me motivaba a investigarlo.
Te busqué por toda la internet y encontré más
información sobre ti y como hacerte saber que tus ojos me habían cautivado. Pero por más escritora que yo fuera no sabía
que escribirte. Era tonto lo sé. Era una
idea arrebatada pero quería que supieras de mi existencia. Encontré que vivías al otro lado del mundo, que te gustaba la fotografía y que te gustaba la naturaleza o
trabajas en ello.
¿Qué escribir? “Me
gustan tus ojos” ,“me encanta tu mirada” ,“oye...que bonitos ojos tienes”, vaya si que era difícil. Era mas fácil ir un bar y levantarme a
alguien con ojos más bonitos que los tuyos.
No, pero yo de necia, quería saber más de tus ojos hechiceros. Quería saber lo que había detrás de esa
mirada.
Hubieron varios días de por medio antes de que lograra
encontrar la frase perfecta. Mire tu fotografía
una y otra vez. Una noche en un instante
supe porqué tus ojos me habían cautivado.
Era una noche de tormenta y lluvia.
Era una noche de tormenta como aquella... diez años atrás.
Diez años atrás yo caminaba sin rumbo en una calle de
Paris. Me había perdido y no encontraba
mi hotel. Había una tormenta inesperada
y llovía sin parar. Los rayos iluminaban
el Siena y hacían parecer que las estatuas de los edificios a la orilla del río
cobraban vida cada vez que un rayo las iluminaba. Truenos y relámpagos como en un cuento
encantado.
Yo caminaba a prisa con un paraguas pequeño y un
abrigo adecuado para los días de septiembre, cuando el otoño se empieza a dejar
ver. Era casi la media noche. Habia caminado todo el día cual turista y mis
pies y piernas me pedía a gritos un descanso.
Al dar varias vueltas en diferentes callejuelas, siempre regresando al
Siena sin poder encontrar mi hotel, me rendí.
Encontré en una callejuela un bar y entré tratando de sacudirme el agua
de encima pero sin lograrlo.
En el bar habían menos de diez personas, casi todos
hombres. Me senté en una mesa de dos
sillas en el rincón más acogedor que había mientras me componía mis despeinados
y mojados cabellos largos. El camarero
me preguntó que quería de beber y pedí un cognac. Necesitaba calentarme el espíritu y el
cuerpo.
Al quitarme el abrigo y sentarme de nuevo, ya el
cognac estaba en la mesa. Me tomé un
sorbo y con la copa en la mano empecé a observar el lugar. Tenía columnas de madera que combinaban con
las mesas y sillas. Las lámparas del siglo XVIII le daban al lugar una luz
tenue y apacible. Las paredes eran de
piedra. El lugar era acogedor y
romántico. Tenía cuadros de las calles
de Paris en siglos pasados.
Mientras la lluvia golpeaba las ventanas insistente,
una música melódica se escuchaba al fondo.
Era una voz de mujer triste y solitaria.
En ese instante sentí una mirada que recorría de pies
a cabeza mi ser. Era tan penetrante que
podía sentirla como un calor invicible que se posaba en cada parte de mi cuerpo.
Con precaución y lentitud dirigí mi mirada hacia
él. Estaba sentado precisamente al lado
opuesto de donde yo estaba. Su mirada,
como la tuya, era cautivadora desde el primer instante. Su rostro impacible develaba una sonrisa casi
nula. Su mirada en cambio me revelaba
todo un universo de sensualidad, misterio y fragilidad combinada con virilidad.
Nos observamos mutuamente por una hora aunque pareció
una eternidad. Ni él dio un paso a donde
yo estaba ni yo lo di hacia él. Ambos
bebíamos de nuestras copas sin dejar de vernos.
Terminé mi cognac y el camarero interrumpió el hechizo de esos ojos penetrantes para preguntarme si quería beber más, posando su cuerpo obeso exactamente enfrente de donde él se encontraba. Pedí otro cognac. Cuando el mesero se movió y regresé la mirada hacia aquella mesa él ya
no se encontraba. Busqué por todos lados
su silueta sin encontrarla. Me sentía
triste de que no me hablara y se fuera así como si nada.
Me bebí el otro cognac en media hora. Ya para ese entonces la tormenta se había
acabado y yo ya había encontrado en el mapa húmedo dónde estaba y a dónde
dirigirme.
Pagué y salí del bar.
Comencé a caminar hacia la dirección correcta. Las calles estaban solitarias y se oían tan
solo las últimas gotas de lluvia que recorrían los tejados cayendo hacia los
charcos.
A escasos metros de donde caminaba vi la sombra de un hombre
recostado en una puerta. Me sobrecogí
mientras me abrochaba el abrigo hasta el cuello. Tenia que pasar a la par del hombre asi que
procuraba observar cualquier movimiento extraño. Al acercarme se empezó a revelar su rostro a cada paso. De nuevo me encontré con
esa misma mirada hechicera que me había cautivado momentos atrás.
La impresión de su mirada me hizo detener mis
pasos. Ahora nos observabamos a escasos
centímetros de distancia. Sin decir nada
se apartó de la puerta y se me acercó.
Me ofreció su brazo. Sin saber ni
porque lo tomé confiada y caminamos juntos hasta la puerta de mi hotel sin
decir palabra pero explorándonos con la mirada.
Después de recordar lo que sucedió esa noche, con una
sonrisa maliciosa te escribí:
“Esos ojos tuyos me recuerdan a una noche de tormenta
pero fantástica”.
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