lunes, 9 de julio de 2012

Ojos Hechiceros




En una foto.    Ahí vi tus ojos por primera vez.  Hechiceros, misteriosos y llamativos. Que mirada mas penetrante la que mostraba esa foto.  Tu ceja izquierda se levantaba en complicidad con tus ojos traviesos.  Como que si estuvieras a punto de revelar un secreto que hiciera caer a los mismísimos muros de la Basílica de San Pedro en Roma.

Me llamó la atención que fuera tu ceja izquierda la que se levantara y no la derecha.  Estaba casi segura que eras zurdo.

Tenias tu mano izquierda apoyada en la sien mientras la derecha se recostaba en una mesa.  Observé la foto tanto tiempo que parecía un niño contemplando el mar por primera vez. Quería saber quién eras, que hacias, donde vivías.  La información que venía con la foto no revelaba mucho.  Me llamó la atención que también eras escritor y disfrutabas del vino como yo.  No revelaba lo que quería saber pero al menos me motivaba a investigarlo.

Te busqué por toda la internet y encontré más información sobre ti y como hacerte saber que tus ojos me habían cautivado.  Pero por más escritora que yo fuera no sabía que escribirte.  Era tonto lo sé. Era una idea arrebatada pero quería que supieras de mi existencia.  Encontré que vivías al otro lado del mundo, que te gustaba la fotografía y que te gustaba la naturaleza o trabajas en ello.

¿Qué escribir?  “Me gustan tus ojos” ,“me encanta tu mirada” ,“oye...que bonitos ojos tienes”,  vaya si que era difícil.  Era mas fácil ir un bar y levantarme a alguien con ojos más bonitos que los tuyos.  No, pero yo de necia, quería saber más de tus ojos hechiceros.  Quería saber lo que había detrás de esa mirada.

Hubieron varios días de por medio antes de que lograra encontrar la frase perfecta.  Mire tu fotografía una y otra vez.  Una noche en un instante supe porqué tus ojos me habían cautivado.  Era una noche de tormenta y lluvia.  Era una noche de tormenta como aquella... diez años atrás.  

Diez años atrás yo caminaba sin rumbo en una calle de Paris.  Me había perdido y no encontraba mi hotel.  Había una tormenta inesperada y llovía sin parar.  Los rayos iluminaban el Siena y hacían parecer que las estatuas de los edificios a la orilla del río cobraban vida cada vez que un rayo las iluminaba.   Truenos y relámpagos como en un cuento encantado.

Yo caminaba a prisa con un paraguas pequeño y un abrigo adecuado para los días de septiembre, cuando el otoño se empieza a dejar ver. Era casi la media noche. Habia caminado todo el día cual turista y mis pies y piernas me pedía a gritos un descanso.  Al dar varias vueltas en diferentes callejuelas, siempre regresando al Siena sin poder encontrar mi hotel, me rendí.  Encontré en una callejuela un bar y entré tratando de sacudirme el agua de encima pero sin lograrlo.  

En el bar habían menos de diez personas, casi todos hombres.  Me senté en una mesa de dos sillas en el rincón más acogedor que había mientras me componía mis despeinados y mojados cabellos largos.  El camarero me preguntó que quería de beber y pedí un cognac.  Necesitaba calentarme el espíritu y el cuerpo.

Al quitarme el abrigo y sentarme de nuevo, ya el cognac estaba en la mesa.  Me tomé un sorbo y con la copa en la mano empecé a observar el lugar.  Tenía columnas de madera que combinaban con las mesas y sillas. Las lámparas del siglo XVIII le daban al lugar una luz tenue y apacible.  Las paredes eran de piedra.  El lugar era acogedor y romántico.  Tenía cuadros de las calles de Paris en siglos pasados.

Mientras la lluvia golpeaba las ventanas insistente, una música melódica se escuchaba al fondo.  Era una voz de mujer triste y solitaria.

En ese instante sentí una mirada que recorría de pies a cabeza mi ser.  Era tan penetrante que podía sentirla como un calor invicible que se posaba en cada parte de mi cuerpo.  

Con precaución y lentitud dirigí mi mirada hacia él.  Estaba sentado precisamente al lado opuesto de donde yo estaba.  Su mirada, como la tuya, era cautivadora desde el primer instante.  Su rostro impacible develaba una sonrisa casi nula.  Su mirada en cambio me revelaba todo un universo de sensualidad, misterio y fragilidad combinada con virilidad.

Nos observamos mutuamente por una hora aunque pareció una eternidad.  Ni él dio un paso a donde yo estaba ni yo lo di hacia él.  Ambos bebíamos de nuestras copas sin dejar de vernos.  Terminé mi cognac y el camarero interrumpió el hechizo de esos ojos penetrantes para preguntarme si quería beber más, posando su cuerpo obeso exactamente enfrente de donde él se encontraba. Pedí otro cognac.  Cuando el mesero se movió  y regresé la mirada hacia aquella mesa él ya no se encontraba.  Busqué por todos lados su silueta sin encontrarla.   Me sentía triste de que no me hablara y se fuera así como si nada.

Me bebí el otro cognac en media hora.  Ya para ese entonces la tormenta se había acabado y yo ya había encontrado en el mapa húmedo dónde estaba y a dónde dirigirme.

Pagué y salí del bar.  Comencé a caminar hacia la dirección correcta.  Las calles estaban solitarias y se oían tan solo las últimas gotas de lluvia que recorrían los tejados cayendo hacia los charcos.  

A escasos metros de donde caminaba vi la sombra de un hombre recostado en una puerta.  Me sobrecogí mientras me abrochaba el abrigo hasta el cuello.  Tenia que pasar a la par del hombre asi que procuraba observar cualquier movimiento extraño.  Al acercarme se empezó a revelar su rostro a cada paso.  De nuevo me encontré con esa misma mirada hechicera que me había cautivado momentos atrás.

La impresión de su mirada me hizo detener mis pasos.  Ahora nos observabamos a escasos centímetros de distancia.  Sin decir nada se apartó de la puerta y se me acercó.  Me ofreció su brazo.  Sin saber ni porque lo tomé confiada y caminamos juntos hasta la puerta de mi hotel sin decir palabra pero explorándonos con la mirada.                                           

Después de recordar lo que sucedió esa noche, con una sonrisa maliciosa te escribí:

“Esos ojos tuyos me recuerdan a una noche de tormenta pero fantástica”.

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