Estimada Luz:
Te escribo estas líneas para decirte que ya no puedo más y necesito tu ayuda. Esta agonía de las enfermedades que tanto he padecido ya es insoportable. El problema hormonal que me acompañó desde mi aletargado nacimiento ha hecho que ahora padezca de los riñones, de la vesícula, de los intestinos, del corazón y ahora hasta tengo un zumbido desquiciante en el oído que no se va con nada. Y estoy como siempre, yendo a doctores, especialistas, exámenes y hospitales. Me inyectan a diario. Me sacan sangre a cada dos por tres. No tengo idea de lo que es ser una persona sana pero es lo que más anhelo.
He perdido la fuerza. Estoy pesando la mitad de lo aconsejable, no tengo ganas de comer. No puedo verme al espejo. Mi figura esquelética me da escalofríos. Tengo la necesidad de ir al baño cada media hora. Vomitar se ha vuelto una costumbre. Con decirte que procuro no salir a la calle porque no quiero asustar a la gente. Como vivo sola y con el zumbido en el oído prefiero dormir todo el día. Duermo y sueño con una vida sana y feliz, con una vida llena de alegría, con una familia e hijos. Pero al despertar me enfrento una vez más a mi realidad y lloro en silencio.
¡Si tan siquiera pudiera trabajar! Me daría un incentivo para vivir. Porque es difícil despertarse por la mañana con dolores necios, zumbido mezquino, sueños podridos. Y lo peor de todo es la soledad. ¡Maldita compañera! Sé que no te gustará lo que voy a escribirte pero preferiría estar todavía con el imbécil de mi ex marido que aunque me trataba como a un perro callejero me hacia compañía. Ninguno de mis amigos tiene tiempo para estar con una inútil enferma como yo. Los pocos hombres que se me acercan se asustan de inmediato y corriendo se alejan.
Y de hijos ni hablar. Hace poco descubrí que me quitaron la matríz en una operación y a mí no me consultaron. Me gustaría tanto tener uno pero al mismo tiempo pienso en que no sería nada bueno para un niño crecer con una madre enferma. Así que poco a poco estoy aceptando la desdicha que no los puedo tener.
Le reclamo a Dios por todo lo que he tenido que vivir y no recibo respuesta. Estoy empezando a dudar de su existencia. ¿Para qué me trajo a este mundo sino es para sufrir? Yo no debí de haber nacido. Soy un error en el cálculo de la vida.
Si tu pudieras ver a mi pobre padre, siempre que me acompaña a algún hospital o a algún especialista, le veo en su mirada una chispa de esperanza. Cuando recibe una respuesta negativa (como siempre) sé que llora en silencio. Nunca me dice nada pero puedo reconocer su inmenso dolor. Sé que se siente culpable por haberme traído a este mundo tan sólo a sufrir. ¡Si tan sólo todavía viviera mi madre para consolarlo! Pero no, Dios también fue cruel al llevársela a ella hace tantos años atrás de un cáncer.
Por todo esto descrito en un grito ahogado estoy pidiendo tu ayuda. Quiero que me ayudes a morir. Quiero que me digas que puedo irme de este mundo para calmar mi sufrimiento. De rodillas te pido que me ayudes a quitarme la vida. Necesito planear mi muerte. El día y la hora. Pienso que lo más fácil sería tomarme de una vez por todas todos los calmantes que me han recetado. Puedes estar ahí para cuando los tome. Te necesito a mi lado. Quiero que me veas partir y que veas esa sonrisa que se me dibujará en el rostro al dejar este mundo y pasar a mejor vida. Así dejo de ser una carga para mi familia y para mi misma.
Sé que es algo muy grande lo que te estoy pidiendo, pero tú eres mi mejor amiga y tampoco quiero seguir haciéndote sufrir a ti también. Sé que te preocupas por mí y a pesar de que tú tienes tus propios problemas con los que lidiar, siempre estás ahí para cuando te necesito.
Pero principalmente hago esto para dejar de sufrir yo, porque nadie puede comprender lo que yo siento en mi interior. Mi vida es una carga pesada la cuál yo no he pedido y con la cuál quiero terminar.
Espero tu respuesta amiga, sé que no me vas a fallar.
Un abrazo,
Karina.
(Respuesta a esta carta será la próxima semana)
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