lunes, 25 de julio de 2011

¡Perro de los mil demonios!

Viniendo del supermercado paso el patio de mi casa temblando, vigilando, mirando de derecha a izquierda, con miedo, para ver dónde se encuentra ¡ese perro hijo de puta!  Es que no es que le tenga miedo a los perros pero ese perro y yo ya tenemos historia.


Todo comenzó hace un mes.  Nos habíamos cambiado de casa, mi madre y yo, una de las tantas casas en las que hemos vivido y en las que viviremos.  No me pregunten por qué mi mamá se cambia tanto.  Creo que es un tic nervioso.  No lo sé.  Lo que sé es que en esta casa  donde alquilamos un apartamentito y además tiene jardines sin fin, se encuentra el perro maldito que me ha robado el sueño.  Es un perro enorme que si se para en dos patas seguro alcanza la altura de los dos metros.  Con el pelo enmarañado y negro (no podría ser de otro color).  Dientes y colmillos afilados, sólo esperando a darme la mordida perfecta.   

El día que nos mudamos, yo estaba jalando mis tilinches (cosas)  y el perro desgraciado me pegó el susto de mi vida cuando pasé cerca de su jaula.  Se tiró hacia la malla y me ladraba enseñándome toda la dentadura mientras babeaba de rabia.  Ahí es cuando supe que ese animal estaba maldito.

Y cada día que paso tengo que cuidarme porque la dueña de la casa dice que a veces suelta a Boris para que camine un poquito.  Me dijo: “Pobrecito mi Boris, ya está viejito.  No puede caminar ni correr como antes, pero si todavía muerde duro”.  Y a pesar que le dije a la señora a que horas regreso del trabajo, si no tiene Alzheimer tendrá sordera porque no lo pone en su jaula a veces y la que sufre soy yo.

Así que todos los días como hoy, escucho, vigilo nerviosamente, tiemblo y voy despacio.  A veces el perro cabrón está afuera y en cuanto me ve, sale corriendo disparado y yo corro más rápido que Mateo Flores para llegar a mi apartamento y cerrar la puerta con llave.  Menos mal mi mamá nunca echa llave a la puerta sino sí tuviera un gran problema.

Por las noches el perro del infierno aúlla si hay luna llena o ladra si no la hay.  Y entre mis sueños lo veo más grande de lo que es, más salvaje, más furioso y siempre corriendo detrás de mi casi alcanzándome.  Me despierto sudorosa de la pesadilla y lo oigo aullar o ladrar.  No sabes lo que me enoja escucharlo.  ¡Odio al perro de mierda!

Y ahora por estar distraída pensando en todo esto, siento que el perro viene corriendo a mis espaldas, volteo a ver y veo que está cerca, esta vez si me va a alcanzar.  Empiezo a correr pero sé que es tarde.  Grito de desesperación. La bolsa del supermercado está pesada y se me mete entre las piernas. De repente siento que se me lanza por la espalda y como es tan grande, los dos caemos al suelo. Las cosas se desparraman de la bolsa. Yo me tapo la cara con mis manos raspadas para que no me muerda ahí por lo menos.  Y cuando estoy a punto de desmayarme del susto, en lugar de morderme con fuerza, me empieza a lamer los oídos, las manos y los brazos.  

Cuando me doy cuenta del por qué es que estoy cubierta del Salmón que traía para la cena y que se confundió en mil pedazos con mi cuerpo.  ¡Pero que perro más tonto!  Tanto desear morderme y prefiere comer para saciar su hambre. Me levanto y dejo la bolsa ahí tirada en el patio para que el perro maldito se lo coma todo.  Voy por mi madre y le digo que vamos a cenar fuera mientras me cambio de ropa. 

Creo que a partir de hoy el mundo dió vuelta. Ahora yo voy a encargarme de joder al perro de los mil demonios.  Cambiar su presa por comida.  ¡De verdad que le perdí el respeto al animal infeliz!. 

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