Lo vio quemarse poco a poco. Lo vio
en llamas y sintió que un peso se le iba quitando poco a poco encima de los
hombros. En ese papel se fueron todas
las maldiciones, pensamientos y despedidas que ella les daba a familiares,
amigos y hasta el novio que ella había perdido durante el año. Se sentía libre.
Había sido un año
difícil. La mala suerte la había
visitado y se había quedado por todo un año sentada en el sofá de su casa
bebiendo vino y riendo a carcajadas de todo lo malo que le sucedía a Sofía.
Sofía había tenido una relación por 10 años con Paco y en ese año, el 2012,
se había acabado. Encima Paco se había
conseguido una nueva novia en un abrir y cerrar de ojos. Había sido amiga de
Paula por 15 años y Paula se había molestado con ella por una nimiedad y la
había acusado que su amistad solo le hacía daño y le traía tristeza. Así que se acabó la amistad de un día para el
otro. En ese mismo año se enteró que
Mariana, a quien consideraba su amiga desde hacía 4 años, estaba hablando mal
de ella a sus espaldas y sobre todo hablando cosas íntimas de ella con extraños. Sofía perdió la confianza en Mariana y
terminó con la amistad. También ese
mismo año la salud del padre de Sofía se había deteriorado y después de pasar
días en el hospital, un día dejó de respirar.
Su amiga Lucía se había mudado a otro país cuando más la necesitaba y
aunque la amistad no había terminado, el hecho de saber que Lucía no iba a
estar ahí cerca la ponía triste. Su
amigo Manuel con el que había compartido una amistad por 10 años de repente se
había puesto a criticarla desde la manera de vestir hasta la manera de hablar y
parecía que la presencia de Sofía a Manuel le estorbaba. Así que un día que le pidió explicaciones a
Manuel de su comportamiento, el optó por sentirse herido y le dejó de
hablar. Y luego estaban los amigos de
Paco, con los cuales había compartido los mismos años de relación que había
tenido con él. Con todos había reído,
llorado, bailado, viajado, inclusive a algunos los había visitado al hospital
pero aun con todo los perdió de un día para el otro. Eso fue porque ellos seguían siendo amigos de
Paco y como él ya tenía nueva novia pues simplemente reemplazaron a Sofía con
ella.
Así que después de ese año de tantas perdidas Sofía se sentía como en un
barco en alta mar, sin rumbo, sin destino, sin final. Entró en depresión y aunque ante todos los
demás estaba dándole la cara al mundo como toda una mujer de hierro por dentro
estaba como un vidrio quebrado en miles de pedazos. No dormía por las noches y no sabía qué hacer
con su vida. La pérdida que más le había
dolido era la de su padre. Él había sido
su motor, su consuelo, su todo. ¿Podría
ella recuperarse algún día de tanta desgracia?
Lo había intentado todo: Hablar con los pocos amigos que tenía, ahogar
sus penas en el alcohol, desahogarse en relaciones sexuales pasajeras con
hombres desconocidos, meterse a clases de meditación, etc. Pero nada parecía quitarle ese sentimiento de
pérdida que la acompañaba. Parecía que
no iba a encontrar nunca un motivo para seguir viviendo.
Una noche en la que se encontraba sola, había visto una película que la
había puesto emotiva y se sentía triste y sombría. Decidió ver algo en la
computadora y se dirigió al escritorio donde la tenía. En eso vio la foto de su
padre y se puso a llorar. Tiró todo lo que se encontraba en el escritorio:
papeles, bolígrafos, tijeras, el teclado de la computadora, engrapadora, una
taza, etc. Todo cayó al suelo
desordenadamente mientras Sofía lloraba a mares. Cuando recobró un poco la cordura, se dio
cuenta que en el escritorio lo único que quedó intacto fue un papel en
blanco. Buscó en el suelo un lapicero y
empezó a escribir. Escribió las últimas
palabras que le hubiera querido decir a cada una de las personas que había
perdido. Entre esas palabras se leía
“traición”, “odio”, “maldito”, “estúpida”, “te extraño”.
Después de escribir por más de dos horas y cuando ya las lágrimas habían
secado tenía el papel listo. Había
escrito todo lo que quiso. ¿Y ahora que hacia con el papel? No se los iba a mandar a cada uno de
ellos. Tampoco se los iba a enseñar a
sus amigos que le quedaban para ver que pensaban. Tampoco lo iba a guardar por
años hasta que algún día lo volviera a leer. Tenía ganas de destruirlo pero romperlo era lo
más estúpido por hacer después de haber pasado tanto tiempo escribiéndolo. De repente se le ocurrió que lo mejor era
quemarlo. Simbólicamente esas llamas
iban a terminar con su mala suerte y así podía empezar una nueva vida. Trajo un encendedor, sonrió maliciosamente y
le prendió fuego.
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