Al entrar a su casa me abofeteó el olor a viejo
y moho mezclado con tabaco y marihuana.
El hablaba nervioso de verme finalmente en su mundo. Me llevó directamente a su habitación y
seguía hablando mientras quitaba varios papeles y ropa de la cama y la
desarrugaba mientras me indicaba que me sentara ahí. Cuando me senté mi mirada empezó a estudiar
la habitación: Una librera desvencijada y apolillada a mi lado izquierdo
parecía apenas sostenerse en pie con la cantidad de libros y revistas que
tenía. Los títulos eran variados
desde Gramática en Inglés hasta Bajo la Rueda de Herman Hesse. Todo libro y revista tenía una capa gruesa de polvo, que hacía notar que
no se habían limpiado en varios años.
En la parte de enfrente de la cama estaba una armazón
rústica que hacia de clóset, con una cortina que alguna vez había sido verde
pero ahora se notaba amarillenta y rota.
Apenas lograba tapar la ropa que se escondía tímidamente detrás de ella. Luego un gavetero apolillado como la librera.
Este era de una madera tan oscura que contrastaba con los colores claros del
resto del mobiliario. Encima de la
librera estaba una laptop, la única cosa moderna y bien cuidada de la
habitación. El estaba ocupado en la laptop
buscando música adecuada para la ocasión mientras que de su boca seguían
brotando palabras sin significado o coherencia.
Del lado derecho de la habitación una mesa que
ya no estaba recta sostenía encima varios papeles, libros y un equipo de sonido
que estaba conectado directamente a la laptop.
Debajo de la mesa habían mas libros, revistas y papeles revueltos . Cuando me fijé en el techo ví que habían
varias telas de araña y hacían falta algunas tablas de Madera que se había caído en otros tiempos. Me preguntaba si alguna le habría caído en la
cabeza a él mientras dormía.
El se acostó a mis pies y se me quedó viendo
fíjamente a los ojos mientras me preguntaba si quería tomar algo pero que lo
único que podía ofrecerme era agua. Sus
ojos demacrados, vidriosos y rojos denotaban que estaba prendido por la
marihuana que acababa de fumar. Tenía un
par de ojeras que acentuaban esos ojos cafés apagados. Su piel era pálida y marchita. Sus manos huesudas y la camisa holgada no
escondían que había perdido peso en extremo desde la última vez que lo ví. Estaba nervioso y ansioso en extremo. Le dije que sí, que quería agua y se levantó hasta alcanzar una botella con agua que estaba
a la par del equipo de sonido y de la cuál no me había percatado antes. Vertió el agua en un vaso que estaba a la par
de la botella y me lo extendió mientras él se empinaba el resto de agua de la
botella y bebía como si no hubiera bebido en varios días. Se volvió a acostar a mis pies y cerró los
ojos. Dejó de hablar.
Al darme vuelta para poner el vaso
con agua en la cabecera de la cama ví la foto:
Era de mi primer amor, René, sonriente y lleno de vida. Tomé la foto en mis manos y la observé
bien: René tendría unos dieciseis años,
exactamente la edad en la que lo había conocido. Tenía una sonrisa de oreja a oreja y en sus ojos estaba esa chispa de
vivacidad y misterio que me había cautivado la primera vez que lo vi. Llevaba un pantalón de lona y una camisa a
rayas blanco con verde. Sonreí. Lo extrañaba.
Hacia algunos años que lo había perdido.
Abracé la foto como si con ello lograra que él
volviera a reaparecer en ese instante.
Nostálgicamente recordé la primera vez que lo ví: Yo estaba en una fiesta con mis amigas y
veíamos y hablábamos de todos los chicos del lugar. Eramos tres chicas quinceañeras con las
hormonas alborotadas y despertando a las emociones de las primeras veces en
todo. En eso René entró al lugar: moreno, alto, con esa sonrisa que encantaba y
esos ojos cafés misteriosos y curiosos a la vez. De
inmediato varias chicas saltaron de la emoción y se acercaron a saludarlo de
beso en la mejilla. Yo no me perdía
ninguno de sus movimientos. Si existe el
amor a primera vista ahí en ese instante, me enamoré de él. Su presencia lleno el lugar embriagando a
casi todas las féminas. Era de esas
personas que había nacido para conquistar al mundo; de las que iban a llegar
lejos.
Como yo me sentía muy poca cosa no vi ninguna
posibilidad de hacer que él se fijara en mí.
No me recuerdo cuando fue que alguien nos presentó. Nos vimos varias veces en distintos lugares y
él siempre amable me saludaba y platicaba cuando podía. Nunca creí que yo también le gustara a él.
Fueron pasando los años y como vivíamos cerca
nos veíamos frecuentemente en la calle.
Platicábamos de cosas triviales, de estudios y amigos. Me invitó a su graduación así como yo lo
invite a la mía. Nos considerábamos
amigos.
Cuando empecé a trabajar decidí dejar de vivir
con mi familia y alquilé una habitación a una cuadra de su casa. Fue por casualidad, nada planeado. El día que yo celebraba mis veinte años tenía
una fiesta en mi casa y él de casualidad pasó por ahí. Hacía tiempo que no lo había visto y por eso
no lo había invitado pero le indiqué que pasara y se uniera a la fiesta. A las dos horas los dos estábamos pasadso de
copas y no sé ni como sucedió, quién sedujo a quién, pero la cosa es que nos
empezamos a besar. Los besos se fueron
haciendo cada vez más y más calientes y encontramos un rincón en la casa donde
podíamos acariciar nuestros sexos sin pudor y con mucho deseo. Pero no llegamos a hacer el amor.
Me quedé con mis ganas mojadas y juraba que
algún día él iba a tocar la puerta de mi casa para terminar lo que habíamos
empezado, pero eso nunca sucedió.
Pasaron un par de años más en los que jugábamos a conquistarnos cada vez
que nos veíamos pero todo se quedaba en palabras. Después de esos dos años fue cuando lo empecé
a perder. Casi no lo veía y cuando lo
hacía siempre andaba de prisa, sin tiempo o ganas de hablar. Empezamos a distanciarnos cada vez más y más.
Después de no verlo por mucho tiempo alguien me
contó que se lo había encontrado en un antro de mala muerte completamente
drogado. No sabía si creer la historia
porque no había escuchado ningún rumor al respecto. Empecé a averiguar y efectivamente, se había
vuelto drogadicto. Había dejado de
estudiar en la Universidad y nadie sabía ni donde dormía o donde estaba porque
se ausentaba por días, semanas y meses de su casa. Su mamá lo lloraba y a su papá le daba igual.
Después de varios años de separación volvimos a
entablar contacto por casualidad. Nos
encontramos en una ciudad que no era la nuestra, pero en la cuál yo vivía desde
hacía unos meses . Yo bebía un café
mientras leía un libro cuando él pasó por el recinto y al verme había entrado y
se había sentado a mi lado. Yo no quería
hablar de lo que era obvio, solo de verlo sabía que estaba drogado. Me habló despacio preguntándome por fulano y
por sutano, por mi vida y que hacía en esa ciudad. Me pidió que lo acompañara a otro lugar a
tomar un trago y lo hice más por amistad que por querer estar con él.
Fuimos a un bar que tenía una terraza con una
vista espectacular. Eran un poco más de
las cuatro de la tarde y aunque era verano había una brisa agradable. Pidió una botella de ron y empezamos a
beber. Nunca habíamos hablado tan profundo
como lo hicimos esa tarde. Hablamos de
su adicción, de cómo había empezado y de que quería salirse de ella pero que no
se sentía lo suficientemente fuerte para hacerlo. Yo lo aconsejaba y trataba de hacerle ver que
había arruinado su vida hasta ese día pero que todavía podía hacer algo para
recuperar lo que él era. Al casi terminarnos la botella nos dio hambre,
salimos del lugar y fuimos a comprar unos tacos con carne. Nos reíamos de que el queso se escurría por
las comesuras de los labios y de repente él empezó a limpiármelo con su lengua. Nos besamos entre queso, carne, salsa y
tortilla.
Fuimos a mi casa en la cuál también tenía una
terraza sin antes pasar comprando más ron.
Ya había entrado la noche y mil estrellas más la luna llena nos
acompañaba. Subí el radio a la terraza y
empezamos a escuchar canciones del tiempo cuando nos conocimos. Esa noche René me pidió que fumara marihuana
con él. Quería saber de qué se trataba
y porque él estaba adicto a ella y a las demás drogas así que acepté. Sentí como el efecto se me subía a la cabeza
y hacía que me sintiera muy liviana.
Comprendí que si uno tiene problemas esa era la mejor manera de no
pensar en ellos. Sentía que flotaba y
que no importaba nada más que ese momento.
El efecto me pasó rápido y no quise decirle a René para que no me diera
más.
Ya entrada la noche fuimos a dormir a mi
cama. Como cosa rara, con las ganas que
teniamos de hacer el amor, dormimos abrazados, en ropa interior. Al despertar
nos besamos y abrazamos más y luego nos despedimos.
De esa noche ya habían pasado más
de doce años. Había soñado tanto estar en su habitación y
hacerle el amor pero no sucedió nunca.
Y no iba a suceder. René
había desaparecido para siempre. Creo
que esa noche en la terraza de mi casa se despidió de mí. Ahora era otro. Era él que estaba
con los ojos cerrados a mis pies.
Coloqué la foto con cuidado en su lugar y me le acerqué, lo abracé, entrelacé
mi mano entre la suya y cerré los ojos.
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