Paige era un americano que trabajaba para la empresa de Telecomunicaciones
que había contratado a la empresa en la cual yo trabajaba en Guatemala. Por razones de trabajo, nos tocó pasar un día
juntos, yendo de lugar en lugar, donde se habían construido las torres de
telecomunicaciones para que él les diera la inspección final. Era un chico de treinta años de cabello largo
y negro. También sus ojos eran de un
negro azabache. Le gustaba usar
chaquetas de cuero y casi siempre usaba lentes oscuros. Eso le daba un misterioso encanto. Yo en apenas mis veintitrés primaveras me
cautivé con su presencia en el primer instante.
El día que nos tocó trabajar juntos, tuvimos mucho tiempo para hablar
mientras cubríamos largas distancias en carro. Era caballeroso, divertido, interesante y
espontáneo. Hablaba perfecto español ya que había trabajado para las fuerzas
especiales del ejército de Estados Unidos. Lo habían enviado a lugares de
conflicto en Latinoamérica y eso lo había obligado a aprender el idioma. Después de ocho años había decidido dejar el
ejército y ahora era gerente de proyectos.
Se había casado con anterioridad pero su esposa había muerto de Cáncer. Desde que su esposa muriera procuraba no
estar en Estados Unidos ya que todo le recordaba a ella. Hablamos tanto de su vida como de la
mía. Yo le conté que estaba soltera
porque la Universidad me quitaba mucho tiempo.
Conectamos desde el primer momento y recuerdo que lo más especial de ese día fue haberlo
llevado a un restaurante de comida típica guatemalteca. En ese restaurante se hacían tortillas en el
momento y lo puse a él a hacer una. Cómo
nos reímos de la ocurrencia. Yo tenía la
norma de no involucrarme sentimentalmente con compañeros de trabajo no
importando las circunstancias y era muy difícil seguir esa norma ante un hombre
como Paige. Pero aun así, decidí cumplirla.
Nunca más nos pusieron a trabajar juntos aunque lo veía de vez en cuando en
mi oficina. Hablábamos un poco pero todo
bajo un código laboral. Cada vez que lo veía procuraba no mostrar lo mucho que
me gustaba. Era muy difícil porque me
atraía demasiado.
Después de varios meses él aceptó un proyecto en Haití y no
lo vi más. Recuerdo un día recibir una
llamada de larga distancia y era Paige. Me
preguntaba como me iba y que tal estaban las cosas por Guatemala. Yo estaba sorprendida de su llamada ya que no
tenía por qué hacerlo. Hablamos de todo
un poco y al colgar yo no sabía que pensar de la llamada. No me volvió a llamar más.
Dejé de trabajar para esa empresa y me puse a trabajar para otra también de
telecomunicaciones. Ya habían pasado dos
años desde que Paige se fuera a Haití.
Estaba una mañana de verano caminando hacia mi trabajo que quedaba
enfrente de un hotel 5 estrellas y vi a Paige saliendo del hotel. Nos saludamos efusivamente y le di mi número
de teléfono y mi correo electrónico para que se comunicara conmigo. Él estaba a punto de aceptar un proyecto en
Guatemala y venía a firmar el contrato.
Cada día me encontraba esperando alguna llamada o correo de él pero
nada. A los ocho días recibí un correo
de Paige en el que me invitaba a cenar.
Yo estaba entusiasmada de al fin poder tener una cita con él. Así que acepté.
Procuré ponerme el vestido más bonito y sexi que tenía: uno rojo muy
ajustado. Zapatos negros con rojo y los
labios también rojos. Tenía el cabello recogido con unos rizos que bailaban
disimulados al compás de mis caderas. Llevaba en la mano una bolsa negra.
Cuando Paige me vio se notaba que estaba impresionado. Fuimos a cenar y él ordenó una botella de
vino. Nos embriagamos bajo la luz de las
velas. Nos rozábamos las manos y
disimuladamente mi pierna rozaba la suya.
Reíamos y hablábamos de todo.
La química que había entre el y yo estaba en efervescencia. No podía esperar a que se terminara la cena
y me llevara a su habitación. Cuando
terminó la cena fuimos al parqueo del carro y ya que él no lo hacia tomé el
impulso de besarlo en los labios. Fue un beso tierno y breve. Tuve que ponerme de puntillas para alcanzar
sus labios tibios. Me voltee sobre las
puntas para seguir caminando y él me jaló de la mano hacia él y me besó como
que si fuera un beso en un cuento de hadas. Nos comimos los labios con tanto
entusiasmo por lo que pareció una eternidad.
Fui a su casa y entre besos y caricias me disculpé para ir al baño. Estaba sin aliento antes del momento
anticipado. Necesitaba refrescarme. Mientras
tanto él había puesto una música rock a todo volumen. Cuando regresé con un
poco más de aire en los pulmones y lo besé, sentí un sabor raro en mis labios y
la lengua se me durmió al instante.
Cuando le pregunté que era me dijo que era cocaína. Le dije que no me gustaba que la usara y
menos conmigo así que lo que quedaba de ella la vertió en el inodoro y la dejó
ir.
Seguimos en los besos y caricias y la ropa empezó a volar por la
habitación. Y luego sucedió algo inesperado. Tomó un cuchillo y se hizo una herida en el
pecho. Me dijo que el dolor le provocaba
placer. Yo observaba como la sangre
corría de la herida y ví que habían cicatrices de antiguas heridas en todo su
pecho. Me asusté. Empecé a vestirme y le pedí que me llevara a
casa. Él se disculpaba constantemente
pero yo estaba tan decepcionada intentando procesar la información de lo que
había sucedido esa noche que no le dirigí la palabra más.
Paige me envió un largo email al siguiente día explicándome que había
estado con una chica en Haití que era un poco loca y depravada y que le había hecho
acostumbrarse a hacer el amor solamente si se herían mutuamente. Me pidió perdón y me dijo que quería empezar
de nuevo y haría todo lo que yo le pidiera pero que quería estar conmigo no
solo para sexo sino que para una relación.
La verdad es que me dio un poco de tristeza saber de que se había
enredado con alguien así y decidí darle otra oportunidad.
Nos vimos de nuevo a los tres días. .
Esta vez le dije que fuera a mi casa. Era otro Paige. Un Paige más romántico, más sumiso, más
tranquilo. Le dije que le iba a enseñar
a hacer el amor sin dolor. Puse una
música suave, algunas velas y le puse una venda en los ojos. Estando parados pasé mis manos por todo su
cuerpo de una manera suave. Mis dedos jugueteaban con sus pezones o con su
cintura, con sus caderas, con sus muslos. Todo por encima de la ropa. El, con los ojos cerrados, me pedía más. Luego le puse las manos sobre mí para que
explorara cada rincón de mi cuerpo. Me
pasó las manos por mis pechos, por mi ombligo, rodeó mi cintura, me tomó de las
caderas para bajar sus manos hasta las curvaturas de mis piernas. Nos desnudamos
lentamente y nos acostamos. Mientras él seguía con la venda en los ojos empezamos a hacer el
amor. Yo le besaba tiernamente el pecho,
en cada cicatriz, en la herida que se había hecho ese día que salimos. Me di cuenta que también tenía cicatrices en
las piernas, en los brazos y en la espalda.
En eso vi que lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Primero era un sollozo silencioso y luego
un llanto incontenible. Lo abracé y le
di mil besos. Se calmó al rato y
culminamos la noche en un intenso orgasmo.
Le enseñé a hacer el amor sin mezclarlo con dolor pero poco sabía yo que él
estaba herido en el alma. Que lo que había vivido con su esposa que se murió de
Cáncer, con las misiones ultra secretas de las fuerzas especiales a las que
perteneció y con la experiencia que tuvo con esa chica de Haití que estaba un
poco tocada de la cabeza, habían hecho de él una persona torturada por sus pesadillas
que no le dejaban ser feliz. Vivimos
muchas cosas tristes, otras un tanto dramáticas pero sobre todo cosas que me
hacían darme cuenta cada vez más que la
imagen que tenía de un Paige caballeroso, divertido, interesante y espontáneo
era solo una ilusión. Eran contados los
momentos en los que podíamos reír sin perder el encanto y sin martirizarnos con
los recuerdos que todavía rondaban como fantasmas permanentes en su vida
cotidiana.
Lo ame si que lo ame. Creo que lo
ame desde que nos pusieron a trabajar juntos por una única vez. Pero el amor se perdió gracias a toda esa
carga negativa que una persona con muchos traumas trae encima, como un
condenado a muerte que vive a diario con cadenas pesadas y oxidadas.
Al dejarlo seis meses después, le había enseñado a amar sin dolor si, pero
no había podido curarle las demás heridas. Él succionaba mi energía de una
manera tal que necesitaba guardar distancia.
Me pidió que nos hablaramos por última vez. Me fue a traer a mi casa en su carro. Tenía una mirada distante y fría cuando me
subí. Sus ojos eran un témpano de hielo
que venía desde el último rincón de su alma.
El carro tenía el control manual de puertas del lado del conductor. Paige cerró con llave las cuatro puertas de
su carro y me dijo: “Si tú no eres mía, no serás de ninguno”. Aceleró el carro en una avenida concurrida de
la ciudad y se pasaba los semáforos en rojo mientras yo le gritaba que parara y
él reía descontroladamente. Era obvio que
quería que nos matáramos. Después de forcejear un poco con él como pude acerqué
mi mano al control manual de puertas y logré abrir la puerta de mi lado. Me tiré al pavimento. Era preferible tener moretones y raspones que
morir en un carro acelerado.
Ya sabía la rutina. Al siguiente día
me enviaría un correo disculpándose y culpando ya fuera a su esposa muriéndose
de Cáncer, o las misiones de las fuerzas especiales a las que fue o a esa chica
haitiana. Siempre era lo mismo.
Nunca más volví a verlo después de ese episodio del carro. Supe que se había ido a otro proyecto en África.
Paige me había hecho una promesa en sus momentos de locura en los cuales decía
que si yo lo dejaba él se iba a quitar la vida.
Se la quitó meses después. La
versión oficial era que se había muerto del corazón y la extraoficial de que
se había muerto de una sobredosis de cocaína.
Estoy segura que fue él que le dio fin a su vida marchita.
Algunas noches me entra la nostalgia y lo recuerdo como al Paige del cual
me enamoré. Del cuál hubiera querido
conocer antes que los traumas de su vida lo arruinaran. Como al Paige que me hubiera podido haber
hecho feliz.
Descansa en paz mi amor.
"Amor a quemarropa" que lo llaman...
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