miércoles, 15 de agosto de 2012

Mi querida Suegra



Cuando vi a Felipe la primera vez me enamoré de él a primera vista.  Lo conocí en la fiesta de cumpleaños de mi amiga Virginia. La atracción fue mutua porque él también me veía.  Nos presentaron y tratábamos de estar solos para poder hablar y conocernos mejor.  Bailamos esa noche y nos dimos el número de teléfono.

Al siguiente día recibí un mensaje de texto de él preguntándome si quería ir a cenar esa misma noche.  Yo pensé que a lo mejor íbamos muy rápido pero no podía contener mi emoción.  Como también deseaba verlo le dije que si.  Esa noche fuimos a cenar a un restaurante italiano.  Nos reíamos y hablábamos mucho de nuestras vidas. Al terminar la noche se despidió con un beso.  Yo sentía que flotaba por las nubes.  Sabía que Felipe era el hombre perfecto para mí.

En los siguientes días pasábamos casi todo el tiempo juntos, exceptuando cuando íbamos a estudiar o cuando él visitaba a su familia.  Mi familia vivía en otra ciudad así que no tenía ese inconveniente.  Cuando él no estaba conmigo nos extrañábamos y pasábamos todo el tiempo enviándonos mensajes de texto.

Así transcurrieron un par de meses hasta que me dijo que le gustaría que conociera a su familia.   La mamá de Felipe, Doña Marta, se había divorciado del padre de Felipe, Don Augusto, hacía diez años y se había casado con Don Tomás.   Don Augusto se había ido a vivir a otra ciudad y al poco tiempo había muerto de un infarto. 

Al conocer a Doña Marta, la primera impresión que me dio es que era una señora elegante e inteligente.   Don Tomás era un poco callado y retraído y solo se limitaba a confirmar las cosas que Doña Marta decía cuando ella se lo indicaba.  Doña Marta y Felipe tenían una conexión muy especial.  Felipe había sido hijo único.

Doña Marta me preguntó de la familia, del origen de mi apellido y a que se dedicaban mis padres.  Cuando le conté que mi padre era dueño de una tabaquería dijo “nada que ver con mi Tomás que es dueño de una cadena de supermercados”.   El resto de la velada la pasamos de maravilla y creí haber encontrado una segunda familia. 

Pronto éramos invitados a todo tipo de celebraciones familiares y pasábamos mucho tiempo con Doña Marta y Don Tomás.  A mi no me molestaba pero entre los estudios y estas celebraciones, casi no nos quedaba tiempo a Felipe y a mi de estar solos.

Felipe se graduó seis meses antes que yo de la Universidad y al nomás graduarme, como regalo de graduación me llevó al restaurante italiano donde estuvimos en la primera cita y me pidió la mano.  Yo estaba tan enamorada de él que lo acepté, sin pensarlo, entusiasmada.

A partir de ese momento mi vida cambió.   Empezaron los preparativos de la boda y Doña Marta quería encargarse de todos los detalles y ser la de la última palabra.   Si yo elegía rosas para la decoración ella quería claveles.  Si elegía los manteles de encaje blanco ella los quería de seda.  El vestido que yo había elegido le parecía muy escotado o muy adornado y me hacía probarme unos vestidos que a mí no me gustaban.  El lugar de la recepción lo había elegido ella, el traje que Felipe se iba a poner también. Poco a poco fue imponiendo su voluntad en todos los aspectos de la boda pero seguíamos discutiendo respecto al vestido que me debía poner.  El tiempo iba pasando y ya casi se venía la fecha de la boda encima y ni ella cedía ni yo tampoco.  Yo pensaba que ella podía elegir lo que quisiera pero lo que yo me pondría era muy mi decisión.

Como último recurso y para que  no terminara siendo el vestido de bodas de Doña Marta en lugar de mi vestido, le pedí a mi madre que viajara y me ayudara.  Entonces la batalla ya no fue conmigo sino con mi pobre madre que tenía la paciencia de un elefante y era firme como un juez dictando la sentencia.   Mi madre logró convencer a Doña Marta de dejarme usar el vestido que quería con la condición de que ella elegía el resto de lo que me iba a poner.  Me compró una ropa interior para el día de la boda que ni a mi abuela se le hubiera ocurrido ponerse.  Por supuesto le dije que la iba a usar refundiéndola en un cajón y poniéndome la ropa sexi que había comprado.  Los zapatos eran muy incómodos y aburridos.  También a último momento me puse unos que había comprado.  Lo único que le acepté a Doña Marta fue el collar y los aretes de perlas con los que ella se había casado.  Ella hablaba con tal intensidad de esas joyas que no quería menospreciarla.

El día soñado llegó y Felipe y yo nos casamos escuchando constantemente a Doña Marta ordenarnos como pararnos, qué decir,  a donde ir, que hacer.   Todo había sido arreglado por ella y daba órdenes aquí y allá a camareros, personal de limpieza, tíos, primos, etc. A pesar de que yo estaba molesta por que todo ello se había tornado “su” boda fui feliz de haberme casado con Felipe.  Lo amaba intensamente y quería estar con él para siempre.

Nos fuimos de luna de miel a Cancún, México y estaba contenta de, al fin, tener un tiempo solamente con Felipe. Cuando llegamos al hotel era medio día y después de una sesión de amor nos fuimos a instalar a la piscina.  Estábamos ahí disfrutando del sol, cuando escucho de repente una voz familiar y al voltear a ver Doña Marta y Don Tomás aparecen en traje de baño y se instalan en las sillas a la par de nosotros.  Del asombro, me quedé sin habla y Doña Marta dijo sonriendo:  “nosotros también necesitábamos unas vacaciones con tanto que tuvimos que arreglar para la boda y que mejor que pasarlas junto con ustedes”.   Don Tomás como siempre se limitó a no decir nada y mantenerse al margen de todo.

Yo no podía creer tal descaro mientras que Felipe abrazaba a su madre y padrastro dándoles la bienvenida mientras pedía unos cócteles para ellos.

He decir que los siguientes días fueron pocos los momentos que Felipe y yo pudimos estar solos y tranquilos.  Yo estaba de mal humor casi todo el tiempo y evitaba todo contacto con mis suegros ya fuera escuchando música con audífonos o leyendo apasionadamente un libro.

Cuando Felipe y yo regresamos teníamos que buscar casa para comprar.  No hace falta decir que también en eso Doña Marta se metió.  Ella quería que viviéramos en el mismo barrio que ella y después de muchas discusiones y enfrentamientos entre ella y yo, compramos una casa que quedaba a tres kilómetros de distancia de la de ella.  Ella protestaba que vivíamos muy lejos y yo estaba feliz de haber podido tener aunque sea un poco de distancia.

Yo le decía a Felipe que tenía que ponerle un alto a su madre, que se estaba metiendo mucho en nuestras vidas.  Él me decía que lo hacía por nuestro bien, que no era con mala intención y que cuando se pasara de la raya él iba a hablar con ella.

Cada tarde cinco minutos después de regresar del trabajo, ella llegaba a la casa.  Siempre llevaba comida y decía que era para que Felipe y yo comiéramos bien (aduciendo que yo no sabía cocinar).  Luego inspeccionaba la casa y movía algunas cosas de lugar o me decía qué debía poner o quitar.  Varias veces le dije que me gustaba mi casa como estaba y era como si estuviera hablando con una pared porque no me escuchaba mientras seguía en la inspección.

Los fines de semana siempre habían actividades que atender con ella y Don Tomás.  Varias veces le dije a Felipe que no fuéramos pero él me decía que si no íbamos tendríamos más problema con ella.  Así que yo iba de muy mala gana.

Después de un par de meses de tener constantemente a Doña Marta llegando a mi casa y haciéndonos que pasáramos casi todo el fin de semana con ellos le hablé a Felipe y le dije que esa situación tenía que cambiar.  Ya que ella no escuchaba mis protestas él tenía que hablar con ella.  Al parecer él habló con su madre pero de una manera que ella sabía que yo lo había pedido, porque cambió su estrategia: Llegaba a la casa cada dos o tres días y lo hacía cuando sabía que Felipe había regresado del trabajo.  No me saludaba y a él le daba la comida que le había traído. Llamaba a Felipe con cualquier excusa: porque ella tenía una crisis de nervios o para que fuera a reparar algo a la casa y hacía que él se pasara horas con ella en lugar de conmigo.

La situación se volvió muy tensa entre Felipe y yo ya que si yo protestaba, él se molestaba y me decía que no podía ponerse a elegir entre su madre y su esposa.  Intenté hablar con Doña Marta para ver si podíamos hacer las paces y en lugar de lograrlo, ella se puso a la defensiva de tal forma que terminamos peleando más de la cuenta.

En medio de esos problemas resulté embarazada.  Eso hizo que Doña Marta suavizara un poco su comportamiento conmigo y llegaba a la casa a indicarnos cómo debíamos de decorar el cuarto de bebé, que comprarle, etc.   Me invitaba a comer y me llevaba a lugares donde una mujer embarazada no podía comer. Por ejemplo me llevó a un restaurante hindú que era muy famoso porque la comida era picante.  Cuando yo le decía que no había nada en el menú que pudiera comer, ella se limitaba a decir: “que lo siento, yo si voy a ordenar algo” y comía enfrente de mí tan despacio mientras mi estómago se retorcía del hambre.  Después de tres o cuatro ocasiones empecé a rechazar sus invitaciones.

Mis vecinas me contaron que ella les había hablado mal de mí.  Le conté a Felipe y me dijo que la llamara y le preguntara.  Lo hice y en lugar de contestarme si sí o si no me colgó el teléfono.  A los dos segundos el celular de Felipe sonó y era ella quejándose de mí, diciendo que yo la había acusado falsamente y haciéndose la víctima llorando y con un ataque de nervios que se inventó.

La del ataque de nervios era yo.  Esta situación se estaba volviendo tan enfermiza que no sabía que hacer para contrarrestarla ya que mi esposo no hacía nada al respecto y se dejaba dominar por ella.  El resto de la familia no se metía tampoco.  Le conté a mi madre y ella me aconsejó que tratara de hacerle ver a Felipe el daño que su mamá estaba haciéndole a nuestra relación.

Y eso hice.  Le hablé en incontables ocasiones y le expuse varios ejemplos.  Él no decía nada mas yo creía que si me prestaba atención.

Cuando faltaban dos meses para dar a luz, Doña Marta nos anuncia que nos ha comprado boletos para un crucero y es precisamente por las fechas en las que yo voy a dar a luz.  Cuando le hago recordar me dice: “Que descuido querida, se me había olvidado.  Bueno, entonces Felipito será el único que se irá con nosotros”.  Ahí me enfurecí y dije que no, que como iba a creer, que yo necesitaba a mi esposo a mi lado para cuando diera a luz. 

Doña Marta, muy astuta, dijo: “Pues dejemos que Felipito elija donde quiere estar.  ¿Dónde prefieres estar cariño?  ¿En un crucero que te llevara a las islas mas exóticas del Caribe o viendo a tu mujer sangrando, sudorosa por horas y escuchar a una criatura llorando?”

En ese momento Felipe se nos quedó viendo a las dos.  Podía observársele en el rostro la angustia de tener que elegir entre las dos mujeres importantes de su vida.  Mi rostro suplicante imploraba en silencio que no eligiera mal.  Yo sabía que éste iba a ser el momento decisivo para el resto de nuestra vida.

Felipe empezó a temblar, se le salieron las lágrimas, se puso tan pálido que creí que se iba a desmayar.  Doña Marta tamborileaba los dedos en la mesa viéndolo con una cara de triunfo y una sonrisa maliciosa.  Ella estaba segura de lo que él iba a elegir.

En eso sucedió algo inesperado:  Don Tomás, el callado, el retraído, el que siempre aceptaba todo lo que doña Marta decía,  se levantó de su asiento, furioso, agarró a Doña Marta por los hombros y la empezó a sacudir mientras le decía: ¨ ¡PERO QUE MIERDA ES ESTA! ¡PONER A ELEGIR A TU HIJO ENTRE UN CRUCERO O EL NACIMIENTO DE SU HIJO!  ¿ES QUE ACASO NO TIENES ALMA MUJER? ¡ES DE TU NIETO QUE ESTAS HABLANDO! ¡DEJA YA DE CASTIGAR A TU NUERA PORQUE CREES QUE TE QUITO A TU HIJO!  ¡TU HIJO ES ADULTO! ¡ACEPTALO DE UNA BUENA VEZ!  ¡JODER!

Don Tomás soltó a Doña Marta y a zancadas se fue de la habitación.  Doña Marta cayó al suelo y empezó a llorar.  Felipe se quedó parado como una estatua de sal por unos minutos observando a su mamá, luego me tomó de la mano y me hizo salir de la casa.

Dos meses después nació José Ramón.  Su padre estuvo ahí para el parto y fue mi mayor apoyo.  Ese día fue la primera vez que volvimos a ver a Doña Marta y a Don Tomás después del incidente.  Doña Marta parecía otra, más sumisa, más tranquila.  Todo era armonía, paz y sonrisas por la llegada del nuevo miembro de la familia.  Creí que todo iba a ir mejor a partir de ese momento, hasta que escuché a Doña Marta decir: “ ¿Pero quién se llama José Ramón en estos días?  Yo diría que le cambiaran el nombre por...”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario