lunes, 23 de enero de 2012

El Clóset



Con las manos en las manijas de las puertas del clóset suspiro profundamente mientras titubeo si las abro o no. Ese closet de madera, que huele a pasado está a punto de develarme lo que lleva adentro.  Ese lugar tan sagrado de mi madre donde nadie, ni siquiera mi padre, tenía el permiso de abrir. Ahora no hay quién lo impida. 

La muerte de mi madre nos cogió a todos de sorpresa aunque tenía una enfermedad crónica.  Sabíamos que el espíritu de la muerte estaba rondando cerca pero siempre se guarda una esperanza de que la vida se alargará y de que no sucederá.

La muerte fue repentina e inesperada.  El velorio y el entierro fueron intensos y devastadores.  Asi que después de un par de meses de luto, es hora de seguir la vida y dejar a mi madre descansar en paz...o talvez no. 

Abro el clóset y me golpea en la fosas nasales el olor peculiar de mi madre.  Una a una guardo sus prendas de vestir en una caja de cartón previamente preparada mientras recabo en mi memoria lo  vivído:  el vestido azul que usó para mis quince años, la blusa roja que le criticaron para la Navidad de 1990, el pantalón favorito de ella que usaba a menudo antes de perder el peso por la enfermedad,  el suéter negro que usaba en esas noches frías de diciembre. 

Me brotan las lágrimas al mismo tiempo que rio al acordarme de momentos graciosos, alegres o tristes.

Continúo por los zapatos:  Los botines que usó para la fiesta de vaqueros del tío Mario, los tacones que usó para mi graduación, las sandalias que usaba para estar en casa.  Tanta cosa que en su momento no era importante y que ahora guardo como si fuera el tesoro más preciado.

Me siento a sollozar en silencio mientras recuerdo a mi madre y lo buena que era.  Nunca le ví hacer el mal, nunca le ví criticar a nadie, siempre era honesta.  Hubiera querido haberla gozado más en vida y haber prestado más atención a las cosas de ella.  Hubiera querido haber compartido más con ella y en los días que me dió pereza visitar a mis padres, haberme levantado y haberlo hecho.

Encuentro sus joyas y no sé que hacer con ellas.  Recuerdo en especial el collar de perlas que hacia juego con los aretes y la pulsera.  Lo enseñaba de vez en cuando con orgullo y nos contaba que su madre se lo había heredado.  Nos había dicho que quería usarlo en una ocasión especial.  Nunca lo hizo.  Ni para fiestas, ni para cumpleaños, ni para su aniversario de bodas.  Temía que se estropearan.  Cuando murió, mi hermana dijo que se lo pusieramos pero pensamos que era mejor que usara el collar y los aretes de plata que siempre cargaba.  Era lo más lógico.

Encuentro los albumes de fotos que nunca nos enseñaba.  Una a una veo las fotos de mi madre de niña o adolescente con rostros desconocidos y lugares irreconocibles.   Esas fotos de un pasado tan de ella ya que fue antes de conocer a mi padre.   

Cuando ya casi quedaba vacío el clóset, encuentro hasta el fondo una caja peculiar.  Es de terciopelo color vino con bordados de oro.  Tiene la letra R grabada en la tapa.  Al buscar en mi memoria, recuerdo haber visto a mi madre leer unas cartas que tenía en la caja.  Que algunas veces le pregunté que era y me dijo modestamente que no era nada importante.   Dibujo por encima de la letra R. con mi dedo índice.    No se que significará ya que el nombre de mi madre es Berta.  La caja se encuentra tan frágil y al alcance que me provoca abrirla en ese mismo instante.   Está con llave.  Busco en todos los rincones de la alcoba y no encuentro la llave.  Después de media hora de buscarla me siento a pensar.  Tengo que pensar como mi madre para saber donde ella escondería una llave así.

Creo saber donde está.  Me dirijo a la cocina y abro gaveta por gaveta hasta encontrarla.  Estaba escondida en una caja igual a la de terciopelo pero mucho más pequeña.  También tiene grabada la letra R.

Me dirjo a la alcoba y ceremoniosamente abro la caja de terciopelo y encuentro unas cartas atadas a un listón del mismo color de la caja.   Yo imaginaba que eran cartas de mi padre cuando cortejaba a mi madre. Se nota que fueron releídas ya que se ven desgastadas. Cuando desato el listón y leo las cartas me doy cuenta que están dirigidas a mi madre y están firmadas por R.   Mi padre se llama Alfonso y mi madre le llamaba Poncho asi que sé que no son de él.  En cada carta R. le escribe del amor que siente por ella y de como le está yendo en donde se encuentra.  Las cartas fueron escritas en diferentes lugares del mundo.

Hay dos fotos de R. en la caja.  Una donde se encuentra en Brasil, en el Amazonas, cazando cocodrilos y la otra es de él con la Muralla China a su espalda.  En ambas está con lentes oscuros así que no puedo verle la cara.  Al verificar las fechas de las cartas veo que se encuentran en orden cronológico y mientras la primera data de 1965, antes de que mi madre conociera a mi padre, la última es del 2000.  En esta última R. le dice a mi madre que el error más grande que cometió en su vida fue realizar sus sueños y no quedarse al lado de ella. 

Sorprendida y confundida me dirijo a mi padre y le pregunto si sabe quién es R.  Mi padre dió un suspiro al mismo tiempo que perdía la mirada en el vacío y me contestaba que si.  Al preguntarle más sobre él mi padre me esbozó una triste sonrisa y me contestó que ya era hora de que yo me enterara del mayor secreto de la familia.

Maldito clóset, maldita caja de terciopelo...maldito secreto.

2 comentarios:

  1. ¡Abriste la caja de Pandora!

    Pues ahora a esperar la continuación (rollo telenovela venezolana total :-))

    Paquito.

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