No había hombre en la ciudad de San Nicolás que no
soñara estar en los brazos de La Dama.
Era una mujer bella, de 40 años, con un cuerpo perfecto,
elegante, misteriosa y sensual. Además
vestía bien y tenía una casa modesta en las afueras de la ciudad, ideal para
tener una noche discreta y pasional. Pero no todo hombre que soñara estar con
La Dama lo conseguía ya que era selectiva.
El primer contacto lo hacían a través de un
correo electrónico que era del dominio popular. El candidato le escribía sobre sus
características, edad, rasgos, profesión y enviaba un par de fotos: una de su rostro y otra de cuerpo
entero. La Dama escribía de regreso unos
días después, tan solo si estaba interesada.
Sus admiradores eran de todas las edades pero
era sorprendente la cantidad de jóvenes que buscaban de su compañia. Ellos, curiosos, querían saber de
sus habilidades y en qué necesitaban mejorar.
Y es que era bien sabido que La Dama era una mujer con mucha experiencia
en las artes del amor.
Nadie sabía su verdadero nombre. Cuando alguien se sentía incómodo de no
saberlo ella decía como que si nada:
“Pónme el nombre que más te guste”.
La Dama no cobraba por sus servicios pero
algunos de sus amantes le regalaban cosas:
anillos, diamantes, ropa o lo que se les ocurriera.
Algunas veces La Dama era invitada por algunos
de sus admiradores a reuniones o fiestas las cuales ella declinaba elegantemente. Y es que en público ella prefería ser vista
sola para darles a entender a todos que no tenía dueño.
Se decía que La Dama era heredera de una gran
fortuna pero nadie sabía con certeza si era verdad. Todo el mundo se preguntaba de qué vivía y al
preguntarle ella contestaba: “Tengo mis
negocios por ahí”.
Cuando alguien lograba una invitación de
La Dama para visitar su casa, era la persona más feliz del planeta. Se encargaba de decirle a amigos y
desconocidos que había logrado la invitación.
Era prohíbido por La Dama decir la fecha y la hora exacta de la cita, para evitar
cualquier encuentro con alguien celoso o posesivo.
Los que habían logrado concretar la cita con
ella contaban con lujo de detalles lo que había sucedido. No había ningún
hombre que hubiera estado con La Dama que se quedara insatisfecho. Al contrario, los elogios,
algunas veces exagerados, no faltaban y se compartían con entusiasmo. Algunos decían orgullosos que se había
concertado una segunda cita, aunque no fuera cierto, para poner envidiosos a
los demás.
Algunos de los que hablaban de grandes cosas
que habían hecho con La Dama guardaban un secreto. Y era que ellos no pudieron complacerla o que
no pudieron desempeñar como ella se merecía.
Pero como La Dama era discretísima con sus encuentros entonces su
secreto estaba a salvo. Eso sí, jamás
recibirían otra invitación de parte de ella. Algunos pocos tenían el
privilegio de ser los favoritos. Eran
por lo regular más jóvenes que ella pero con experiencia e inteligencia
porque a La Dama aparte de gustarle estar con un hombre físicamente le gustaba
un hombre que la retara intelectualmente.
Cuando un hombre iba a tener una cita con La
Dama se acordaba con anticipación lo que se iba a hacer. Algunos querían simplemente estar con ella
fisicamente y complacerla. Otros, con
experiencia, querían hacer mas de alguna
fantasia realidad. La Dama ponía las
reglas del juego y siempre preguntaba qué color de ropa interior debía usar o
cómo debía vestirse.
La casa de La Dama era acogedora. El afortunado de la noche era conducido por
un mayordomo a una sala de estar la cuál
estaba llena de candelas. Los colores
que predominaban eran el rojo y el violeta.
Después de algunos minutos que parecían eternos se aparecía La Dama
detrás de una puerta corrediza. Detrás
de la puerta había una habitación contigua donde había una gran cama redonda
con sábanas de seda negras o rojas. Había
un espejo gigante, candelas y un armario.
En el armario La Dama guardaba los juguetes o juegos que usaba con sus
amantes. También había un baño con Jacuzzi
de mármol negro lleno de espejos.
La casa tenía más habitaciones pero ninguno de los
visitantes tenía permitido ver el resto de la casa. Algunos pocos mentirosos decían que ellos lo
habían logrado contando historias
increíbles.
Y así recibía La Dama a sus incontables amantes,
todos satisfechos y contentos, todos queriendo tener la oportunidad de regresar
a sus brazos y volver a sentir su aroma natural embriagador, su piel suave, sus
besos y movimientos sensuales, sus gemidos, sus ojos intensos y sus artes en el
amor incomparables.
Un día los correos
electrónicos dejaron de ser contestados y se corría la voz de que la casa de La
Dama había sido puesta en venta. Varios
curiosos pasaban enfrente de la casa disimuladamente para ver si era cierto y
se retiraban sorprendidos de constatar que si lo era. Nadie sabía por qué había partido, a nadie le
había dicho adiós, ni siquiera a sus amantes favoritos que sentían una tristeza
profunda al no saber cómo localizarla.
Y por más que buscaron alguna pista
de su paradero o saber por qué se había marchado nadie podía obtener una respuesta
concreta.
Todos pensaron que a lo mejor se había quedado
sin dinero, que la casa no era de ella o
que había huído porque alguien le había hecho daño o amenazado.
Nadie se puso a pensar que La Dama se había cansado
de ser La Dama. Que La Dama llegó a
sentir un gran vacío con la vida que llevaba, con los amantes que abundaban
pero solo la buscaban por lo que ella podía darles físicamente y para llenar
sus fantasías. Nadie se puso a pensar que
a La Dama le hubiera gustado enamorarse, ser amada y deseada por una sola persona.
Nadie se puso a pensar que La Dama se había cansado de dormir sola, que
quería dormir abrazada de alguien, que necesitaba saber lo que era el
amor como cualquier otra mujer.
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