jueves, 17 de octubre de 2013

La Dama


No había hombre en la ciudad de San Nicolás que no soñara estar en los brazos de La Dama.   Era una mujer bella, de 40 años, con un cuerpo perfecto, elegante, misteriosa y sensual.   Además vestía bien y tenía una casa modesta en las afueras de la ciudad, ideal para tener una noche discreta y pasional. Pero no todo hombre que soñara estar con La Dama lo conseguía ya que era selectiva. 

El primer contacto lo hacían a través de un correo electrónico que era del dominio popular.   El candidato le escribía sobre sus características, edad, rasgos, profesión y enviaba un par de fotos:  una de su rostro y otra de cuerpo entero.  La Dama escribía de regreso unos días después, tan solo si estaba interesada. 

Sus admiradores eran de todas las edades pero era sorprendente la cantidad de jóvenes que buscaban de su compañia.  Ellos, curiosos, querían saber de sus habilidades y en qué necesitaban mejorar.  Y es que era bien sabido que La Dama era una mujer con mucha experiencia en las artes del amor.

Nadie sabía su verdadero nombre.  Cuando alguien se sentía incómodo de no saberlo ella decía como que si nada:  “Pónme el nombre que más te guste”.  

La Dama no cobraba por sus servicios pero algunos de sus amantes le regalaban cosas:  anillos, diamantes, ropa o lo que se les ocurriera.

Algunas veces La Dama era invitada por algunos de sus admiradores a reuniones o fiestas las cuales ella declinaba elegantemente.  Y es que en público ella prefería ser vista sola para darles a entender a todos que no tenía dueño.

Se decía que La Dama era heredera de una gran fortuna pero nadie sabía con certeza si era verdad.  Todo el mundo se preguntaba de qué vivía y al preguntarle ella contestaba:  “Tengo mis negocios por ahí”.

Cuando alguien lograba una invitación de La Dama para visitar su casa, era la persona más feliz del planeta.  Se encargaba de decirle a amigos y desconocidos que había logrado la invitación.   Era prohíbido por La Dama decir la fecha y la hora exacta de la cita, para evitar cualquier encuentro con alguien celoso o posesivo. 

Los que habían logrado concretar la cita con ella contaban con lujo de detalles lo que había sucedido. No había ningún hombre que hubiera estado con La Dama que se quedara insatisfecho.  Al contrario, los elogios, algunas veces exagerados, no faltaban y se compartían con entusiasmo.  Algunos decían orgullosos que se había concertado una segunda cita, aunque no fuera cierto, para poner envidiosos a los demás. 

Algunos de los que hablaban de grandes cosas que habían hecho con La Dama guardaban un secreto.  Y era que ellos no pudieron complacerla o que no pudieron desempeñar como ella se merecía.  Pero como La Dama era discretísima con sus encuentros entonces su secreto estaba a salvo.  Eso sí, jamás recibirían otra invitación de parte de ella.  Algunos  pocos tenían el privilegio de ser los favoritos.  Eran por lo regular más jóvenes que ella pero con experiencia e inteligencia porque a La Dama aparte de gustarle estar con un hombre físicamente le gustaba un hombre que la retara intelectualmente.

Cuando un hombre iba a tener una cita con La Dama se acordaba con anticipación lo que se iba a hacer.  Algunos querían simplemente estar con ella fisicamente y complacerla.  Otros, con experiencia,  querían hacer mas de alguna fantasia realidad.   La Dama ponía las reglas del juego y siempre preguntaba qué color de ropa interior debía usar o cómo debía vestirse. 

La casa de La Dama era acogedora.  El afortunado de la noche era conducido por un mayordomo a una sala de estar  la cuál estaba llena de candelas.  Los colores que predominaban eran el rojo y el violeta.   Después de algunos minutos que parecían eternos se aparecía La Dama detrás de una puerta corrediza.   Detrás de la puerta había una habitación contigua donde había una gran cama redonda con sábanas de seda negras o rojas.   Había un espejo gigante, candelas y un armario.  En el armario La Dama guardaba los juguetes o juegos que usaba con sus amantes.  También había un baño con Jacuzzi de mármol negro lleno de espejos.

La casa tenía más habitaciones pero ninguno de los visitantes tenía permitido ver el resto de la casa.   Algunos pocos mentirosos decían que ellos lo habían logrado  contando historias increíbles. 

Y así recibía La Dama a sus incontables amantes, todos satisfechos y contentos, todos queriendo tener la oportunidad de regresar a sus brazos y volver a sentir su aroma natural embriagador, su piel suave, sus besos y movimientos sensuales, sus gemidos, sus ojos intensos y sus artes en el amor incomparables.

Un día los correos electrónicos dejaron de ser contestados y se corría la voz de que la casa de La Dama había sido puesta en venta.   Varios curiosos pasaban enfrente de la casa disimuladamente para ver si era cierto y se retiraban sorprendidos de constatar que si lo era.  Nadie sabía por qué había partido, a nadie le había dicho adiós, ni siquiera a sus amantes favoritos que sentían una tristeza profunda al no saber cómo localizarla. 

Y por más que buscaron alguna pista de su paradero o saber por qué se había marchado nadie podía obtener una respuesta concreta.

Todos pensaron que a lo mejor se había quedado sin dinero, que la casa no era de ella  o que había huído porque alguien le había hecho daño o amenazado.  

Nadie se puso a pensar que La Dama se había cansado de ser La Dama.  Que La Dama llegó a sentir un gran vacío con la vida que llevaba, con los amantes que abundaban pero solo la buscaban por lo que ella podía darles físicamente y para llenar sus fantasías.  Nadie se puso a pensar que a La Dama le hubiera gustado enamorarse, ser amada y deseada por una sola persona.  Nadie se puso a pensar que La Dama se había cansado de dormir sola, que quería dormir abrazada de alguien, que necesitaba saber lo que era el amor como cualquier otra mujer.





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