jueves, 10 de abril de 2014

Humberto




Mis estimados lectores:  Mil perdones por la ausencia de un mes de mis cuentos pero estaba arreglando asuntos personales.  Vuelvo con más ganas y a hacer realidad los sueños de este año.  Un abrazo, Kutz

 

Humberto conoció a Rosalia en el trabajo.  Ella era una mujer 10 años menor que él, guapa, inteligente, soltera.  Lo que más le llamó la atención a Humberto de Rosalia era su manera de llevar su la vida: tan libre, tan independiente, tan segura de si misma, sin complicaciones y sin miedos.

Humberto a sus 49 años se había dado cuenta que todo lo que había hecho en la vida lo había hecho para complacer a otros.  Estudió la carrera de Administración para complacer a su padre ya que lo que a Humberto le hubiera gustado era estudiar para Piloto Aviador.  Para complacer a su madre se casó con Miriam, su esposa desde 25 años atrás, a la cual no amaba y nunca amó.  Miriam era para él mas bien una buena amiga.  Miriam quizo tener dos hijos y la complació con ello porque si hubiera sido por él, jamás hubiera tenido hijos.

El sentía que nunca había hecho nada por él y para él.  Al conocer a Rosalia la admiró desde el primer momento:  ella era soltera porque quería, no quiso casarse para no tenerle que rendir cuentas a nadie, había estudiado la carrera que quería,  viajaba a donde quería, se divertía, se acostaba con quién quería, compraba lo que quería y vivía como quería.

Como tenían que hacer un proyecto juntos tenían que hacer varias sesiones de trabajo y Humberto disfrutaba cada una de las sesiones.  Le gustaba ver con la seguridad con que Rosalia presentaba los puntos del proyecto y qué camino se debía de tomar para que el proyecto fuera un éxito.  Verla en esos trajes de ejecutiva de blusa de seda, falda y tacones altos mientras exponía lo hacian sentir sensaciones que él creyó muertas o imposible de sentir a su edad.  Se despertaba en él el deseo de poseer a esa mujer tan entera, de quitarle la libertad a besos y sumergirla en un enamoramiento con el Director del Proyecto, poderoso y desdichado a la vez.

Si Rosalia supiera lo que había logrado despertar en él a lo mejor lograba pasar aunque sea una noche de lujuria con ella.  Total, era una mujer libre, acostarse con un hombre casado no sería un impedimento o algo nuevo para ella.  Además él tenía un buen puesto en la empresa. La podría ayudar a escalar.

El proyecto seguía el rumbo normal y Humberto llamaba o escribía a Rosalia para preguntarle nimiedades con tal y de tener un contacto más profundo con ella.  Ella siempre contestaba amable y cordial, haciendo algunos chistes y coqueteaba tan natural que hacía a cualquiera pensar que a ella también le gustaba Humberto.

Humberto pensaba noche y día en Rosalia.  Por las noches sus pensamientos y deseos brotaban en fantasias que no lo dejaban dormir hasta que iba al baño a descargar sus frustraciones.   Miriam que lo conocía demasiado bien le preguntaba por qué estaba tan distraído, como si su mente estuviera en otro lado y él solo le contestaba que estaba preocupado por algo del trabajo odiando la manera disimulada de ella de querer controlarle su vida y sus pensamientos.  

Cuando el proyecto estaba a punto de terminar, Humberto estaba desesperado porque sabía que si no actuaba rápido iba a perder el contacto con Rosalia al no haber nada en lo que tuvieran que trabajar o hablar.  Decidió proponerle salir a tomar una copa para celebrar el éxito del proyecto la cuál ella aceptó.   La citó en el bar de un hotel de lujo donde también había reservado una noche de hotel. Le dijo a Miriam que tenía que viajar por dos días a otro país para no tener problemas de ausencia por esa noche.  El estaba seguro que podía seducir a Rosalia a la cama diciéndole cuánto la deseaba y quería poseerla.  

Lo que Humberto no sabía es que Rosalia era una experta en interpretar las actitudes de los hombres y sabía bien cuáles eran las intenciones de Humberto.  A pesar de ser tan libre y soberana como lo era, tenía principios y sabía de antemano que jamás se metería con un hombre casado.  Además Humberto no era un hombre atractivo, era inexperto y además inseguro.  Cuando recibió la invitación de Humberto decidió aceptar para hacerle ver que nada iba a pasar entre los dos porque le estaba molestando profundamente todos los correos electrónicos y llamadas sin sentido que Humberto le hacía diariamente.

Cuando se llegó el día de la cita, Humberto se chequeó en el hotel y fue a la habitación a fantasear lo que iba a suceder esa noche.  Se imaginaba a Rosalia vestida con un despampanante vestido rojo, muy ajustado y con un pintalabios rojo que invitaba a comérsela a besos.  Pensaba que no tardarían ni 10 minutos charlando y ya estarían camino a la habitación.  Creía que no iban a aguantar hasta llegar a la habitación y en el elevador iban a empezar a besarse apasionadamente mientras él acariciaba ese cuerpo que tanto deseaba.   Estaba tan nervioso por la cita que tuvo que tomarse un whisky para serenarse.

Cuando bajó al bar, Rosalia no había llegado, así que buscó la mesa del rincón más privada posible y se sentó a esperar mientras pidió una copa.  Cuando Rosalia llegó, su decepción fue verla vestida modestamente, con unos pantalones flojos y una blusa con cuello de tortuga.   Pero eso no le quitaba lo atractiva que era.  Se la había imaginado tantas veces desnuda que sabía que ese cuerpo de Diosa se escondía debajo de esas ropas simples.  

Rosalia se sentó como si fuera la reina del lugar, pidió un vino blanco, cruzó la pierna y vió directamente a los ojos a Humberto y con una sonrisa maliciosa le preguntó: “ A ver Humberto ¿Cuál es tu historia? ¿Cuál es la verdadera razón por la que me citaste aquí?”

La entereza y seguridad de Rosalia desarmó el disfraz de seductor de Humberto.  Se sintió como un ratón atrapado por un gato en una esquina.  No sabía como responder, los nervios lo traicionaron haciéndolo temblar de pies a cabeza.  

Rosalia recibió el vino de manos del camarero y esperó paciente a que Humberto se compusiera. De repente Humberto sintió la gana de desahogarse por primera vez de su desdichada vida. Le abrió el corazón a Rosalia y le contó que siempre había complacido a otros, que no era feliz en su matrimonio, que no amaba a su esposa, que no sentía ninguna conexión con sus hijos,  que quería ser una persona libre como ella.  Que quería decidir qué hacer cada día, que quería sentirse hombre de nuevo, quería ser deseado, quería complacer sus más bajos instintos, hacer lo que nunca hizo y siempre quiso hacer y tomar el control de su vida. Quería viajar a lugares exóticos y lejanos (a Miriam le daba miedo viajar por avión y nunca lo había hecho), quería emborracharse de noche sin tener quién le reprochara por ello, quería hacer locuras como paracaidismo, moticlisimo, montañismo.  

Mientras hablaba se dio cuenta que no era tanto la atracción física que tenía por Rosalia sino era más que quería tener la vida de Rosalia.  Quería ser como ella. Pretendía al querer acostarse con ella que ella le transmitiera un poco de esa seguridad, de esa entereza, de esa libertad.  

Después de hablar sin parar por una hora se quedó callado y espero a ver lo que Rosalia le iba a decir.  Ella tomó el ultimo sorbo de su copa y le dijo:   “Me alegro que te hayas desahogado.  Creo que tienes la crisis de los 50 años.  Quiero que sepas que deseo que logres tus propósitos y que no me acostaré contigo esta noche ni nunca.  No me atraes además de que eres casado”.   Ella se levantó le saludó con un ademán y se fue.

El se quedó ahí sentado.  No sabía por qué pero se sentía más liviano.  Y aunque no le había caído en gracia las palabras de Rosalia se sentía profundamente agradecido con ella por haberlo escuchado. Pagó la cuenta y se dirigió al elevador.

Entró al elevador y cuando ya iba a pulsar el número de su piso se dio cuenta que esa noche era libre  y podía ser el dueño de su vida.  Podía tomar sus propias decisiones y hacer lo que quería.  Miriam no lo esperaba hasta tarde del siguiente día y no tenía que trabajar. Pulsó el botón de abrir la puerta y salió del hotel sin rumbo y con una sonrisa de oreja a oreja.

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