Jimena era la típica chica de barrio callada, recatada, obediente a sus padres. Era la única hija de los Sánchez así que la habían sobreprotegido toda su vida. Le habían dicho qué hacer y qué no hacer y habían decidido lo mejor para su futuro. El señor Sánchez tenía una abarrotería muy cerca de la casa. Estaba decidido que cuando Jimena terminara los estudios de Administración tomaría las riendas de la abarrotería.
Jimena aceptaba su destino calladamente aunque le hubiera gustado haber estudiado Arquitectura. Tenía una obsesión por los detalles arquitectónicos que, cuando el tiempo se lo permitía, admiraba en cada edificio que veía en la ciudad y en libros de Arquitectura que encontraba en la Biblioteca donde estudiaba.
También le hubiera gustado no vestirse como se vestía. Su madre la acompañaba a comprar ropa y elegía por ella. Así que Jimena en lugar de verse como una chica de veinticuatro años se veía como una señora de cuarenta por los trajes tan sobrios y fuera de moda. Ella vivía con sus padres y eso también la agobiaba. Hubiera preferido tener su propio apartamento pero cada vez que tocaba el tema su madre se encargada de hablarle y convencerla de que no lo hiciera.
Ella sabía que su madre la dominaba mucho pero no sabía como evitarlo. También sabía que su madre la chantajeaba sentimentalmente porque cuando estaba decidida a dejar su casa, su madre se hacía la enferma con hiperventilación y desmayos hasta que Jimena le prometiera que no se iba a mudar. En cuanto Jimena se lo prometía su madre, como por arte de magia, se recuperaba de un solo golpe. Su madre le decía que quería hacer de ella una chica de bien, que todos la admiraran y que cuando encontrara un hombre digno de ella se casara por lo grande y viviera cerca de sus padres. Jimena se preguntaba como podía hacer eso si al mínimo intento de querer salir con alguien o de querer tener un poco de opinión y determinación para hacer las cosas, su madre se escandalizaba y con alimañas y engaños lograba dominarla.
La salud de su padre se había complicado a finales del año pasado a raíz de una Apoplejía, así que ella tuvo que cambiar el horario de estudios y encargarse de la abarrotería mientras seguía estudiando por las noches.
Un día en que Jimena estaba con mucho stress, desganada, infeliz, tratando de terminar la tarea mientras atendía la abarrotería sucedió algo que le cambió la vida. Casi a la hora del almuerzo entró un muchacho a la abarrotería que para muchos sería de aspecto normal pero a Jimena le llamó la atención porque no era conocido del lugar. Llevaba una chaqueta de cuero, camisa blanca, jeans rotos, zapatos tenis y un gorro para ocultar su enmarañado cabello.
Al él acercarse a la caja para pagar las cosas sus ojos se encontraron. El le sonrió y le dijo que no sabía que una chica tan bonita atendiera una abarrotería. En los siguientes días él se presentaba a la abarrotería y le decía nuevas cosas: “Me llamo Leonel ¿ y tú?” , “Me gustan tus ojos” , “Me encanta cuando te sonrojas”.
Jimena no podía describir lo que sentía cada vez que lo veía pero era una felicidad incontrolable. Cuando él entraba a la abarrotería sentía un alboroto en el estómago y su corazón se aceleraba de una manera alarmante. Sus manos se ponían sudorosas y procuraba no sonrojarse pero siempre le traicionaban sus emociones.
Pensaba en él día y noche y decidió que iba a comprar mejores ropas a escondidas de su madre. La ropa la mantenía en la parte detrás de la abarrotería así que cuando ella salía de casa, salía con la ropa que a su madre le gustaba para cambiarse inmediatamente en la abarrotería. Su madre nunca iba por ahí así que no temía que la fuera a ver. Se compró maquillaje y se soltaba el cabello y así mejoraba su imagen considerablemente.
Un día Leonel le invitó a salir. Ella nerviosa no sabía que hacer pero aceptó la invitación. Le dijo a su mamá que a la siguiente noche iba a estudiar a la biblioteca pero en verdad iba a encontrarse con Leonel.
Pasaron una noche estupenda comiendo en un restaurante Italiano que Leonel conocía. Las coincidencias de la vida hicieron que Jimena se enterara esa noche que la profesión de Leonel era la arquitectura. Él tenía 26 años y estaba empezando a trabajar como arquitecto. Jimena se sorprendía así misma de la espontaneidad con la que sus palabras fluían frente a Leonel. Se sentía relajada, se sentía dueña de si misma, sentía esa libertad que siempre había anhelado para hablar sobre sus pensamientos profundos y ambiciones secretas.
Ella le pidió a Leonel que la dejara en la abarrotería para que él no la acompañara a casa. Él le dijo que era una chica interesante y tiernamente la tomó de las manos y la beso suavemente en los temblorosos labios.
¿Cómo explicar ese sentimiento nuevo y profundo en Jimena? Cuando llegó a la casa su madre sospechó casi inmediatamente que había algo extraño en ella. Trató de sacarle la verdad con preguntas pero no logró nada. Jimena sonreía al vacío sin explicación alguna.
Leonel y Jimena se siguieron viendo a escondidas. Ella tuvo que confesarle las restricciones de su madre y por qué él no la podía acompañar a casa. Después de dos meses de salir a escondidas, Leonel le dijo que no podía más, que ambos eran adultos y tenían que enfrentar las cosas con madurez. Decidieron que ella lo iba a presentar en una semana y mientras tanto iba a preparar a su madre para ello con palabras.
Esa misma noche Jimena le contó a su madre que un chico había ido a vivir al vecindario y que llegaba a la abarrotería seguido, que su nombre era Leonel. A la madre de Jimena se le encendió en ese momento la alarma cuál emergencia en el hospital y le dijo que las vecinas habían dicho que ese chico se estaba divorciando y por eso se había ido a vivir al vecindario. Que al parecer le pegaba a la esposa y era un hombre complicado.
Mientras más intentara Jimena decirle que lo del divorcio era mentira y que él era un buen muchacho más se empeñaba su madre en decir que el chico era de la peor calaña y que se cuidara de él. Jimena no podía creer que su madre no le daba ni una oportunidad para contarle lo fantástico que era él y lo feliz que era ella a su lado.
¿Cómo rebatir los señalamientos de su madre y lograr su permiso para salir con Leonel?
Al siguiente día sucedió algo inesperado para Jimena. Su madre se había levantado antes que ella y cuando Jimena estaba lista para ir a la abarrotería su madre le dijo que ese día ella se encargaba de la abarrotería y Jimena de su padre. Por más que le imploró Jimena sobre dicho arreglo su madre, firme, la dejó en la casa a que cuidase a su padre que necesitaba ayuda para comer, bañarse, vestirse y sentarse en la silla de ruedas.
Con lágrimas en los ojos Jimena cuidó de su padre y al tener un rato libre quiso telefonear a Leonel solo para darse cuenta que su madre lo había escondido. Esa noche que Jimena dijo tener clases su madre le prohibió salir. Llevó toda la ropa bonita que Jimena tenía en la abarrotería y con una tijera la cortó en pedacitos.
Jimena no podía creer tanta crueldad. Jimena lloraba su desdicha pero al mismo tiempo crecía en ella las ganas de ser ella misma y luchar por lo que quería.
Después de estar en este encierro brutal por cuatro días Leonel se presentó a la casa. Al Jimena explicarle todo (y aunque no estaba encerrada con llave no podía salir de la casa para no dejar solo a su padre), Leonel decidió quedarse y esperar el regreso de la madre para confrontarla los dos.
Como faltaban un par de horas para que su madre saliera de la abarrotería, Leonel se encargó de darle de comer a su padre y aunque éste no lo escuchara, comprendiera o pudiera responderle decidió contarle lo que amaba a su hija y lo feliz que quería hacerla. Jimena reía de ver lo que Leonel hacía y le hubiera gustado que su padre estuviera mejor para conocerlo. Su padre siempre terminaba comprendiendo los argumentos de Jimena y sabía que él no se hubiera opuesto a la relación con Leonel.
Cuando la madre de Jimena llegó de la abarrotería y encontró a Leonel en su casa se enfureció e inmediatamente lo echó sin querer darle la oportunidad para hablar. Jimena se opuso a que él saliera de casa y por primera vez se confrontó a su madre poniéndose frente a la puerta de salida evitando que él saliera. La madre gritaba a diestra y a siniestra mientras Jimena luchaba por sus derechos y Leonel intentaba calmar los ánimos inútilmente.
En un momento se escuchó el ruido de algo quebrándose y cuando voltearon a ver se dieron cuenta que el padre de Jimena había alzado el brazo y botado la jarra de agua que se encontraba sobre la mesa. Por la gravedad de la Apoplejía ese movimiento había sido imposible en otras circunstancias. Se veía que hacía un gran esfuerzo por hablar pero solo atinó a decir: “Le-on-el si”.
Todos sorprendidos del milagro volvieron a escuchar: “Si, si, si Le-on-el si”.
La madre de Jimena rompió a llorar y comprendió inmediatamente lo que su marido quería decir. Él aprobaba a Leonel para su hija. Ella confesó en ese momento que no quería que su hija estuviera con alguien por miedo a que la dejase sola y se olvidase de ella para siempre.
Al comprobar que no eran ni las intenciones de su hija ni de Leonel ella les dio el visto bueno.
El padre de Jimena se ha recuperado mucho desde ese incidente y aunque no habla coherente todavía hace el mayor esfuerzo para rehabilitarse. Jimena cambió de carrera y está estudiando Arquitectura. Aunque su madre no aprobó el cambio lo aceptó para evitar seguir siendo egoísta.
Jimena le insistió a su madre que le comprase de nuevo la ropa que le cortó en pedacitos. Y aunque su madre no la acompañó por lo menos le dio el dinero para que lo hiciera.
Jimena a partir de ese día tomó las riendas de su vida y logró ser ella misma dentro y fuera de su casa. Con o sin Leonel, ella sabía que nadie le podía quitar ahora su personalidad, su libertad de pensamientos y su capacidad para realizar sus sueños.
Mensaje de Kutz: ¡Feliz Día de San Valentín a todos mis lectores!