Ayer fui a ver la película Her (Ella).
En la película, un escritor de mediana edad llamado Theodore Twombly
(Joaquin Phoenix) está pasando por un divorcio y es un solitario aficionado de la tecnología avanzada. Decide
instalar un sistema operativo que tiene una voz sensual femenina (Scarlett
Johansson) llamado Samantha. Samantha es igual de consciente que un ser humano y
le arregla la vida a Theodore en varias maneras (leer su correo electrónico,
hacer citas, etc.) pero también se involucra en aconsejarlo en su vida privada
para luego compartir experiencias virtuales con él. Theodore se enamora rápidamente de Samantha y
la hace “su novia”.
No voy a seguir contando la película porque para los que no la han visto la
recomiendo ir a ver, pero he de decir que la película me dejó reflexionando
respecto al mundo virtual que nos hemos construido y el cual vivimos
paralelamente a nuestra vida real.
Hace algunos años cuando recién me vine a vivir a Holanda, recibí una carta
enternecedora de un ex novio que tuve. En
ella me contaba todos los sentimientos que había acumulado por mí por años y el
amor que me tenía. También me contaba
por qué no me quiso ver cuando tenía como 22 años y por qué había decidido
casarse tan rápido. Me contaba que su
esposa era maravillosa y que era feliz con ella pero que siempre se había
quedado con la duda de lo que “a lo mejor hubiera sucedido” entre nosotros dos.
Cuando le escribí de regreso, nos dimos cuenta que él había visto las cosas
de distinta manera de lo que realmente habían sucedido y que si nos hubiéramos
comunicado mejor, hubiera existido la posibilidad de quedarnos juntos para
siempre. Pero ya era demasiado tarde.
Cuando concluimos en ello, me dijo: “Quiero invitarte a que juguemos Segunda Vida”. Yo no sabía que era eso así
que me puse a investigar. El insistía en
que lo hiciéramos, que sería divertido.
Básicamente lo que él me estaba proponiendo es que al jugar viviéramos una realidad virtual de lo que hubiéramos querido que fuera nuestra
relación y así virtualmente ser pareja, casarnos y tener hijos.
A mí me pareció una locura y le dije que no. Que aunque fuera una vida virtual sentía que
de esa forma engañaba a su mujer.
Con redes sociales como Facebook, Instagram y Twitter creamos una imagen de
nosotros de la forma que queremos. Ahí
casi todo el mundo es feliz. Tenemos
fotos de viajes, fiestas, premios, hijos, etc.
Y en casi todas las fotos salimos sonriendo. Hay algunos pocos que les gusta poner fotos
de cuando están en el hospital, de cuando le cortan el cordón umbilical a su
hijo y recuerdo una vez haber visto fotos de un funeral.
En esos sitios creamos la imagen que queremos que los demás vean de
nuestras vidas. Por ejemplo, después de
la muerte de mi abuelo yo entré en una depresión que me duró meses pero solo
mis amigos íntimos se enteraron. En el
Facebook seguía poniendo fotos de fiestas, de reuniones, etc. Y en todas me veía sonriendo. En mi mundo virtual era feliz, en el real
estaba triste.
También se ve mucho en las redes sociales las relaciones perfectas. A cada rato veo frases como “mi esposo es el
mejor del mundo”, “llevamos 12 años de casados y todavía tenemos una relación
fuerte”, etc. Yo recuerdo que mi ex y yo
a pesar de que la relación estaba deteriorada poníamos fotos de pareja en los
que estábamos contentos y se nos mostraba felices. Una amiga mía me dijo que cuando se enteró
que había terminado la relación con mi ex no lo podía creer porque nos veíamos tan
felices en el Facebook.
Ahora que estoy soltera he encontrado otro tipo de realidad virtual. Hay veces en que me aburro y necesito hablar
con alguien. En lugar de llamar a mis
amigos lo que hago es que me meto a un lugar de chat. Si encuentro a alguien que más o menos me
caiga bien entonces vamos a un chat privado.
Y así me entretengo con la persona.
Puedo inventar una persona ajena a mí en esos chats. Ahí puedo ser una chica más joven, puedo
elegir una profesión interesante como arquitecta, psicóloga o astronauta y
hasta me puedo describir como rubia o Europea.
El problema de ello es que al pedir fotos tengo que ver cómo me las
ingenio. A veces al llegar a ese punto
me desconecto y me río de mi maldad.
También he comprobado que algunos de los chicos que encuentro en la página
para citas ponen perfiles falsos pero son personas reales y se arrepienten de
haber mentido en su perfil cuando nos gustamos bastante. Por ejemplo conocí a
un chico llamado Mack. Él decía vivir en
Londres, ser un arquitecto y estar soltero por dos años. Me enviaba fotos de él y la verdad que era
guapo. Logramos chatear varias veces y
conectábamos bien. Nos gustábamos. Pero a la hora de acordar para vernos
vinieron las complicaciones: todo lo que él había dicho, inclusive las fotos que
me había mandado eran falso. En realidad
no era soltero, no era arquitecto y tenía casi 50 años y no 33 como me había
dicho. Al parecer le gusté tanto que
decidió decirme la verdad porque creyó que si nos gustábamos íbamos a gustarnos
no importando lo que sucediera. Me dijo
que estaba dispuesto a dejar a su mujer porque de todas maneras esa relación ya
estaba muerta desde hacía años.
Pero a mí me había gustado el avatar o la imagen de Mack y no el verdadero
Mack. La imagen de un arquitecto de 33
años y que tenía esos labios tan gruesos y esa mirada intensa y cuerpo
atlético. No el verdadero Mack flacucho,
cincuentón, contador y con labios delgados y ojos pequeños (y encima con gafas).
Cuando construimos nuestro mundo virtual, nosotros decidimos que imagen
queremos que la gente tenga de nosotros y también decidimos qué es lo que
esperamos de nuestra pareja o amigos virtuales.
En Facebook por ejemplo, podemos hacer listados de personas. Así que si
hay algo que no queremos que los “religiosos” vean o la “familia” entonces los
bloqueamos para que no lo hagan.
Ahora hay hasta depredadores virtuales que buscan de ti dinero, fotos, datos de
tu banco o tarjetas de crédito, o engañar a mujeres solteras o niños para
hacerlas víctimas sexuales.
Cuando empecé a usar Facebook hace como 5 años ponía todas mis fotos,
aceptaba a amigos de amigos aunque no los conociera personalmente y ponía en mi
estatus del perfil cosas como: “Estoy en el Restaurante Roma”. Poco a poco me fui dando cuenta que la
internet no es segura para nada y hay mucha gente malvada queriéndote hacer
daño. Ahora tengo mi Facebook privado, tengo
otro nombre en mi perfil, una foto cualquiera y trato de chequear seguido que
es lo que la demás gente puede ver de mí.
Uno está expuesto a tantos peligros en el mundo virtual como en el
real. Así que tenemos que tener cuidado.
Acá pueden leer mi historia de cuando fui engañada con un perfil falso en Facebook
En conclusión hagamos lo que se nos dé la gana para construir nuestro mundo
virtual pero tengamos siempre en cuenta que virtualmente la mayoría de las
personas creamos una imagen que no es la de nuestras vidas verdaderas. Yo siento que últimamente la gente está más
pendiente de su vida virtual (poner el estatus en el Facebook, una foto en
Instagram, una frase en Twitter) que se está olvidando de vivir la vida en el
mundo real. Nos perdemos de lo que
realmente vale la pena y nos olvidamos de tener calidad en nuestra vida real. Limitemos las horas en nuestro mundo virtual
y veremos la diferencia.
También tengamos mucho cuidado con nuestros hijos y el mundo virtual que
ellos se construyen. No diré más al
respecto pero les comparto este video que lo dice todo: