Después de
que muere un ser querido pasas por un proceso duro, largo y de grandes
desafíos. Primero porque tienes
que mitigar los “y si hubiera…”. Los “Y
si hubiera…” te persiguen como fantasmas de día y de noche. No te dejan dormir. Su presencia
es tan fuerte que hasta puedes sentirlos como alguien que está cerca de tu
rostro exhalando el aliento nefasto. Tienes que ser fuerte mentalmente para
callarlos porque sabes que ellos solo están en tu mente.
Mientras
estas luchando contra los “Y si hubiera…” también estás intentando hacerte la
idea de que al ser querido que ha fallecido ya no lo verás nunca más. Empiezas a idealizar todos los momentos vividos. La tristeza y los recuerdos te vienen como
olas. En un momento estás viviendo el
presente. En otro estás en el pasado. Eso te agota y te hace sufrir.
Llegas a
sentir tanta tristeza que tu cuerpo sufre como tu espíritu. Bajas de peso, tienes un dolor permanente o
punzadas en el corazón, se te quita el hambre, se te quita el sueño, no tienes
deseos de hablar o de vivir, no quieres socializar, sientes a veces perder la
cabeza ya que quieres gritar y salir corriendo.
Algunas veces hasta llegas a sentir que no quieres vivir. Tienes pensamientos suicidas.
Las
personas más cercanas hacen lo posible por ayudarte en tu dolor. Te dicen que todo va a estar bien, quieren
complacerte en todo, quieren hablarte y hacerte entender que estarás mejor, que
todo pasará. Tu los escuchas y pareciera
que están lejos, que su voz es apagada, no les crees, quieres que te dejen en
paz en tu dolor y en tu tristeza.
Pero la
vida continúa, tienes que trabajar, atender a los hijos, atender al marido,
seguir con la rutina de todos los días porque necesitas dinero para seguir
viviendo, para sufragar los gastos del entierro ya que esa muerte también te
causó gastos imprevistos. Pero lo haces todo mecánicamente, como si fueras un
títere del recuerdo del que se fue y quién monitorea tu vida en ese
momento. Físicamente estás presente pero
en realidad estás ausente. No te importa
nada, es como que si tu espíritu hubiera dejado tu cuerpo por una temporada y
lo observara todo desde una distancia prudencial.
El lapso de
tiempo que duras de esa manera parece eterno, días, meses, años ¿Quién sabe cuanto
dura en realidad? Solo tú sabes que estás en un rincón observándolo todo. Tu cuerpo come, camina, ríe, llora, habla,
hace los quehaceres de la casa y tú solo observas, no quieres regresar, no
sabes si alguna vez lo harás. Nadie se
da cuenta. Solo tú sabes que no estás.
Las cosas
que antes te agradaban hacer como ir al gimnasio, leer, tomar el té con tus
amigas, almorzar con tu marido, etc. ya
no te gustan. Las aborreces. Te sientes culpable al tener un poco de
alegría en tu vida así que lo evitas.
Lo único
que puede hacer que tu estado mejore es el tiempo indeterminado que necesitas
para aceptar lo que sucedió. Para que los “Y si hubiera…” desaparezcan, para
que tu tristeza se desvanezca y para que tu espíritu quiera dejar el rincón en
el que está y entrar de nuevo a tu cuerpo.
Toma
tiempo… pero es posible. Aunque los
recuerdos y la ausencia de ese ser jamás dejarán tu presencia. Lo recordarás y extrañarás por el resto de
tu vida con la esperanza de que al morir, podrás abrazarlo y verlo de
nuevo. Eso es lo que te motiva a seguir
viviendo.