viernes, 25 de abril de 2014

Una Sipnosis del Emigrante



 Este escrito es sobre los emigrantes legales.  Los emigrantes ilegales los tocaré en otro escrito.


El ser un emigrante no es fácil como todos se lo imaginan.  Y voy a explicar el por qué.  

Al irse a otro país uno deja todo lo que conoce y ama:  el país, la familia, los amigos, los lugares favoritos, la comida, las costumbres.   Uno se aventura a un país desconocido sin saber qué puede esperar. 

Normalmente hay alguien que te espera donde vas (son muy pocos los que se aventuran a lo desconocido solos).  Vas a dar con familiares lejanos, con una pareja o con conocidos.  Al estar en el nuevo país lo primero que uno hace es ubicarse y conocer lo básico (calles, lugares, transportación).  Hay productos alimenticios de los que nunca has escuchado o que nunca has probado así que te dedicas a hacerlo.  Al principio la gente que te acoge se muestra amable y te pasea por lugares, museos, restaurantes, playas, etc.  Te van enseñando las cosas para que te familiarices.

Todo nos parece maravilloso y estamos muy contentos con la decisión.  Pero esta felicidad no nos dura mucho. 

Lo segundo que uno hace es buscar un trabajo.   Si donde estás hablan un idioma desconocido buscas la manera de estudiarlo y aprenderlo.  Yo he conocido a varios emigrantes que han venido a Holanda con tan solo el idioma español.  Las cosas se hacen más difíciles si no tienes conocimiento de inglés. 

Normalmente cuando no tienes experiencia en otro país y no vienes ya con un empleo establecido los primeros empleos que te ofrecen o que puedes obtener tienen que ver con la limpieza o con atender mesas.  A mi jamás se me olvidará la experiencia que tuve en mi primer año que vine a Holanda.  Tenía que limpiar 50 hinodoros al día.  Recuerdo que cuando pasaba el cepillo dentro del hinodoro pensaba:  “Para esto me maté estudiando y desvelando tanto tiempo”.  Varias veces limpié esos hinodoros con lágrimas en los ojos. 
  
Puede suceder que si tienes títulos, diplomas y experiencia en un área, tu carrera dé un giro y termines trabajando en otra área distinta a la tuya. Por ejemplo, si tienes experiencia en el área de administración puedes terminar trabajando en contabilidad.  

Si uno se está quedando en la casa de familiares, amigos, o pareja y estás en el período de adaptación puede ser que en este período pueden surgir problemas.  Hay un dicho sabio  y antiguo que recita: “El huésped y el pez a los tres días hieden”.   Si uno está quedándose en la casa de los familiares y amigos temporalmente después de unos días empiezas a ser una molestia para ellos.  Entonces surgen las discusiones y los problemas.  Empiezas a estorbar. Y surge la primera angustia de ver a dónde cambiarte de casa.   Si no tienes mucho dinero las opciones para cambiarse son mínimas o malas.  Puedes quedarte en lugares donde te pueden robar o acosarte sexualmente.  

Yo tenía una amiga que consiguió una habitación en el apartamento de un pakistaní. Se quedó ahí porque era baratísimo pero el lugar era sucio y el tipo era un desagradable.  Confió de que al cerrar con llave su cuarto por las noches no iba a tener problemas.  Resulta que el pakistaní tenía la copia de la llave de la habitación y una de las noches se le entró a la habitación.  Ella le formó un escándalo tal que lo asustó y él se salió.  Al siguiente día ella se fue con todo y maletas del lugar. No quería regresar nunca a dormir ahí.  

Sumado a la adaptación del nuevo país todos pasamos por el Choque Cultural. Y empezamos con síntomas de ansiedad, depresión, deseos de regresar a nuestro país, rechazo al nuevo país.  La comida, las costumbres y todo lo que tenga que ver con el lugar nos empieza a parecer fastidioso y siempre estamos comparando al nuevo país con el nuestro:  “Es que en Guatemala la comida es mucho mejor que acá". 

A algunas personas el Choque Cultural le dura días, a otros meses y a otros hasta años.

Después de este período de adaptación empezamos a tener una vida más o menos normal:  conseguimos una casa y dejamos a los amigos, familiares o conocidos que nos acogieron, ya no tenemos problemas con la pareja ya que empezamos a acostumbrarnos a vivir juntos, tenemos un empleo regular, estamos aprendiendo el idioma y empezando a comprender frases o palabras, conocemos nuestro vecindario y sentimos que empezamos a construir una vida en el nuevo país.

Como dice otro dicho popular: “La cabra siempre tira al monte”.   Aunque estemos en otro lugar, teniendo una mejor vida, siempre nos hacen falta nuestras raíces.  Conocemos personas de nuestro país u otros latinoamericanos y procuramos hablar nuestro idioma, comer nuestra comida y escuchar nuestra música si no siempre por lo menos de vez en cuando.  Vivimos en constante nostalgia y cuando regresamos a nuestro país nuestro corazón se sobresalta de alegría y siempre nos engordamos de todo lo que nos hartamos (porque lo extrañamos).

Aprendemos que aunque ganemos más dinero la vida es más cara.  A mí jamás me enseñaron a llevar un presupuesto y recuerdo que en Guatemala apenas alcanzaba el dinero hasta recibir el salario pero ahí comía un mi pan con frijoles y ya estuvo.  Acá he aprendido a hacer un presupuesto de verdad porque aquí el pan y los frijoles no son tan baratos como en Guatemala.  También he aprendido la importancia de pagar impuestos y que no puedo evitarlo sino me meto en un gran lío con el gobierno que ya de por sí que me tienen bien controlada.  

El emigrante, especialmente los que venimos de Latinoamérica sufrimos de discriminación.  Cuando yo vine a Holanda en el año 2001 no habían muchos emigrantes latinoamericanos como los hay ahora.  Entonces no me querían dar trabajo donde se necesitara hablar español porque decían que yo “no hablaba el español correcto (El español de España)”.  También los holandeses tienen la idea que todos los latinoamericanos andamos buscando un pasaporte Europeo y por eso queremos casarnos o estar con un Europeo.  Lamentablemente algunas (os) compatriotas han hecho precisamente esto y nos tachan a todos por igual. 

Lo que más duele de ser un emigrante es saber que tu familia que se quedó en tu país se quiere aprovechar de ti y se cree con el derecho de exigirte que les envíes dinero.  Te salen a pedir dinero primos, tíos y otras personas con las que no tuviste gran contacto pero creen que tú les vas a solucionar la vida.   También uno recibe propuestas de negocios de todo tipo de personas que no te dan confianza.   He escuchado historias de varios emigrantes que han comprado terrenos o casas en sus países y se han encontrado con que los papeles de compra son falsos o el inmueble no pertenece a la persona a la que se lo compró.    Cuando viajo a Guatemala se piensan que yo soy millonaria pero en realidad me maté todo un año ahorrando el dinero para poder hacerlo.  No es cosa fácil.

Lo más duro de ser emigrante es lo siguiente:  no tenemos a nuestros padres o amigos más íntimos cerca de nosotros.  Podemos hacer amigos pero no es lo mismo.  Si estando en el nuevo país nos sucede algo grave (rompimiento de una relación, una enfermedad grave como cáncer o leucemia, desempleo, problemas de alcoholismo, etc.) no tenemos a nadie de confianza en quién apoyarnos.    Podremos apoyarnos de la pareja un poco pero siempre tendremos el sentimiento que no nos comprenderá completamente.  Entonces surge la polémica: ¿qué hacer? ¿A quién contarle nuestras angustias?  No se las podemos contar a nuestros familiares o amigos en nuestro país de origen porque no queremos angustiarlos.  No tenemos la confianza de contárselo a amigos el nuevo país porque no tenemos la misma confianza que con amigos del país de origen.  Entonces ¿qué nos queda?  Aguantarnos y guardárnoslo.  Sufrir en silencio, llorar a solas, buscar soluciones sin ayuda.   Es muy duro hacer eso, yo lo he pasado.  Pero eso nos hace personas más fuertes y a lo mejor nos ayuda a madurar y a ver las cosas de distinta manera.  También nos ayuda a ser fuertes para nuestra familia que tengamos en el nuevo país o la que dejamos atrás.

El ser emigrante tiene sus cosas buenas también.  Me he fijado que en nuestros países –o al menos en el mío- se nos enseña que lo importante es lo que sucede en el país.  Lo demás no tiene relevancia.  Como si la crisis mundial no nos fuera a afectar nunca. Acá en Europa he aprendido a abrir mi panorama respecto al mundo.  A interesarme por lo que sucede en otros países, comprenderlo, estudiarlo y aprender de ello porque eso también me afecta. También he aprendido a conocer otras culturas y aprender de ellas. 

Antes tenía solo amistades guatemaltecas y ahora tengo amistades de todo el mundo. Dos de mis mejores amigas son de países que jamás escuché en Guatemala (Hungría y Malta) pero me llevo tan bien con ellas que he aprendido de sus culturas y me encanta. 

También he encontrado el placer en viajar.  Conocer otros lugares lejanos que jamás creí conocer y aprender de sus culturas.

Mis amigos latinomericanos que tienen hijos dicen que están contentos de que sus hijos crezcan acá en Europa.  Son niños que desarrollan una facilidad increíble para los idiomas y además tienen mejor educación. 

Adaptamos cosas o costumbres del país y cuando regresamos al nuestro nos damos cuenta cómo la mentalidad nos ha cambiado.  Esto lo notamos al hablar con familiares y amigos.  Yo escucho como mis amigos en Guatemala hablan de la vida y me quedo callada ya que yo veo ahora las cosas de otra manera. 
 
En paises latinoamericanos vivimos el día a día y son pocos los que se ponen a pensar en ahorrar, en una pension o cosas así.  En otros países uno aprende a prepararse para todo y en especial para la vejez.
Uno puede ver expectáculos y exhibiciones de arte y cultura que jamás veríamos en nuestros países.  También fiestas, costumbres, tradiciones, etc. 

Conforme los años uno tiene el sentimiento de que “No eres de aquí ni tampoco de allá”.  Todavía uno se siente de su país pero hay cosas que ya no pensamos o que ya no adaptamos del país de origen.  Y en el país que nos acogieron hay cosas que adaptamos pero no seremos cien por ciento transformados a la cultura de ese país. También vivimos en constante nostalgia de lo que fue nuestra vida pero sabemos que si regresamos a ella no será lo mismo.  

Y así vivimos entre dos países distintos, partiendo nuestros corazones, sentimientos y pensamientos en dos y tratando de tomar lo mejor de cada lugar para crear nuestro mundo perfecto en el cuál buscamos conseguir la felicidad.  Talvez algún día regresemos a nuestro país, talvez nos quedemos en el país que nos acogió para siempre o ¿quién sabe?  Tal vez tengamos la idea loca de buscar un tercer, cuarto o quinto país adoptivo.   La cosa es que a partir del momento que nos fuimos de nuestro país no dejamos de ser un emigrante. 






jueves, 17 de abril de 2014

Esos Ojos Verdes






Recuerdo la primera vez que te vi en la parada del metro de RAI en Amsterdam.  Tu estabas recostado en un poste esperando el metro 50 y yo estaba sentada en uno de los asientos del metro 51.  Nuestras miradas se cruzaron por varios instantes.  Después disimuladamente pasábamos la mirada y volvíamos a unirla por una fracción de segundo.  Me cautivaron tus ojos verdes.  Tenías una mirada melancólica y sensual a la vez. Mi metro empezó a avanzar lentamente entonces si que nos vimos descaradamente e hicimos un silencioso pacto de volver a vernos.

Mi sorpresa fue encontrarte un par de meses después en el centro de Paris. Estaba por el Arco del Triunfo cuando te vi con un mapa en la mano y una chica a tu lado.  Te reconocí enseguida. ¡Cómo olvidarme de esos hermosos ojos verdes! Al tiempo que te reconocí tu me miraste y también me reconociste.  Cruzaste palabras con la chica y te me acercaste lentamente.  Me preguntaste: “¿te conozco?”,  me sonreí.  Te dije que hacía un par de meses nos habíamos visto en Amsterdam, tú en la parada y yo en el metro.  No recordaste para nada la ocasión pero si que mi rostro se te hacía familiar.  La chica con la que estabas te llamó y me dijiste adiós sin dejar de verme.  

Pasaron seis meses y llegó la Navidad.  Decidí pasarla en Berlin.  Hacía mucho frío pero los mercados navideños hacían de Berlin un lugar acogedor y familiar.  Estaba en el Mercado Navideño de Alexanderplatz cuando te vi de nuevo.  Esta vez estabas con tus padres.  Yo me hice la disimulada pero no tardaste en verme.   Llegaste a hablarme.  Esta vez si recordabas quién era yo. Volver a ver esos ojos verdes en otra ciudad era algo insólito. Me preguntaste mi nombre y te dije que me llamaba Amanda.  Me contaste que tu nombre era Andrés y que vivias en Amsterdam.  Te dije que yo también.  Me contaste que la chica con la que te había visto en Paris ya era historia.  Querías seguir hablando conmigo pero tus padres ya se querían ir.  Me pediste el número de teléfono y te lo di.  

Pasaron varios días y no recibí ninguna llamada o texto tuyo y creí que te había dado el número de teléfono equivocado.  Los días de invierno se hicieron largos y aunque te tenía presente en mis pensamientos conocí a Maurizzio, un italiano que acababa de venirse a vivir a Amsterdam.  El invierno lo pasamos más que nada entre las sábanas y para la primavera ya estábamos enamorados.  Decidimos irnos un fin de semana a Roma a conocer a su familia.  Cuando íbamos en el avión tuve ganas de ir al baño y me dirigí hacia ahí cuando para mi sorpresa estabas esperando en la puerta del baño y de nuevo mi mirada se cruzó con esos hermosos ojos verdes.  Nos saludamos y hablamos de lo extraño que era vernos de nuevo fuera de Amsterdam.  Me contaste que no pudiste llamarme porque alguien te robó el celular en Berlin y me preguntaste si podías obtener mi número de nuevo.   Con un poco de vergüenza te conté que estaba saliendo con alguien y que era mejor no darte mi número.  Dijiste que lo comprendías y luego entraste al baño y yo entré al otro.  Cuando salí ya no te vi y fui a sentarme junto a Maurizzio.  

Mientras él me daba besos y me decía lo contento que estaba de que yo conociera a su familia yo no podia olvidar que tú estabas en ese avión y que te acababa de decir que no quería darte mi número de teléfono.  Le dije a Maurizzio que me esperara y empecé a buscarte por todo el avión.  Maurizzio me observaba mientras la azafata me anunciaba que tenía que sentarme porque ya íbamos a descender.  Le dije que ya iba a mi asiento pero seguí buscándote.  Te encontré hasta adelante con los audífonos puestos.  Te toqué el hombro y cuando te quitaste los audífonos te dije: “Está bien.  Te doy mi número de teléfono con la condición que me des el tuyo esta vez”.  Me preguntaste: “¿ y tu chico?” te contesté: “ya veré como arreglo ese asunto.” Nos dimos el número mientras el piloto anunciaba el descenso y rápidamente regresé a mi asiento mientras guardaba tu número en una bolsa de mi chaqueta.  

Maurizzio me preguntó qué había pasado y le dije que me había parecido ver a alguien conocido pero no era quien pensaba.  Pasé el fin de semana en Roma entre la familia de Maurizzio, comida y vino pensando en tí.

Al término del fin de semana Maurizzio me dijo que me notaba extraña y le dije que necesitaba tiempo, que sentía que todo entre nosotros iba demasiado rápido.  Maurizzio estaba confundido pero decidió darme el tiempo necesario.   La verdadera razón es que te tenía en el pensamiento.  No podia ser que a cada ciudad Europea que fuera te iba a encontrar y no donde vivíamos.  Cuando llegué a casa encendí el teléfono que mantuve apagado durante todo el fin de semana.  Al verlo, había un mensaje de texto tuyo que decía: “Cada vez que te veo estas más guapa. Un beso. Andrés”.

Te escribí un mensaje de regreso que contestaste enseguida y no dejamos de mensajearnos en todo el día.  Me preguntaste si quería tomar una copa contigo y te dije que si.  Quedamos para el siguiente día.

Al siguiente día al verte sentí que mi estómago me daba un vuelco.  No podia entender por qué me sentía tan atraída por ti.  Yo creía que amaba a Maurizzio pero al estar contigo supe que no era así.  Hablábamos y coqueteábamos al mismo tiempo.  A veces rozábamos las manos y yo sentía una corriente eléctrica que recorría todo mi cuerpo.

Después de dos cervezas estábamos tan juntos que sabíamos lo que se venía.  Terminamos besándonos apasionadamente.  Después nos fuimos directo a la cama y pasamos la noche juntos.  A partir de esa noche nos hicimos inseparables.  

Tuve que terminar la relación con Maurizzio. Le rompí el corazón ya que él si se había enamorado de mí.  Nos vio un día en el parque y lo ví retirarse con lágrimas en los ojos.  Me sentí como un ogro en ese momento pero luego al ver tus bellos ojos verdes se me olvidó por completo.  Amaba perderme en esos ojos verdes y besarte después.  

Tres meses después cuando yo estaba más enamorada que nunca me llamaste una noche y me dijiste que estabas confundido.  Que la chica con la que te había visto en Paris te había contactado y te había dicho que quería regresar contigo. Que con ella había algo especial que había durado años y que a veces sentías que la extrañabas.  Sentí como un balde de agua fría me caía encima.  No podia creer que después de tanta felicidad y tantas coincidencias todavía tuvieras dudas de nuestro amor.  Me pediste una semana para pensar que era lo que querías hacer.  Esa semana lo cambió todo.  Aparecieron miedos, inseguridades, celos, ironías, caprichos, reproches de donde no habían existido antes.  Cuando se llegó el día en que supuestamente me ibas a decir qué habías decidido yo sentía morirme y tú ni siquiera te dignaste en llamarme.  Ahí supe la respuesta.  

Yo me deprimí y lloré intensamente por días.  Juré no volver a amar y no volver a dar mi corazón de esa manera.  Hasta tuve la osadía de llamar a Maurizzio con la intención de vengar tu partida entre sus brazos pero él ya no quizo saber de mí.  Me sentía solitaria y triste. Tres meses después decidí viajar para distraerme.  Sabía que estabas con esa chica así que el porcentaje de encontrarte en otra ciudad europea era casi nula.

No decidí ningún destino popular sino que una ciudad que casi nadie visita:  la ciudad de Belfast en Irlanda.  Jamás en la vida se te ocurriría ir ahí.

Tomé el avión y me fui a Belfast.  El primer día, recorrí la ciudad como por tres horas y al cansarme  me senté en un café.  Estaba escudriñando el mapa cuando alguien se sentó a la par mía en mi mesa.  Tenía miedo de voltear a ver.  Mi corazón palpitaba fuertemente al pensar que eras tú, de nuevo y de casualidad, en esa ciudad perdida de Europa.  Una voz sensual  y con acento inglés me preguntó de dónde era.  Respiré profundo.  La maldición de mis encuentros contigo se había roto.  Voltée a ver y era un chico atractivo de ojos azules.  A partir de ese momento me dejaron de gustar los ojos verdes.  Ahora me gustan los ojos azules.

jueves, 10 de abril de 2014

Humberto




Mis estimados lectores:  Mil perdones por la ausencia de un mes de mis cuentos pero estaba arreglando asuntos personales.  Vuelvo con más ganas y a hacer realidad los sueños de este año.  Un abrazo, Kutz

 

Humberto conoció a Rosalia en el trabajo.  Ella era una mujer 10 años menor que él, guapa, inteligente, soltera.  Lo que más le llamó la atención a Humberto de Rosalia era su manera de llevar su la vida: tan libre, tan independiente, tan segura de si misma, sin complicaciones y sin miedos.

Humberto a sus 49 años se había dado cuenta que todo lo que había hecho en la vida lo había hecho para complacer a otros.  Estudió la carrera de Administración para complacer a su padre ya que lo que a Humberto le hubiera gustado era estudiar para Piloto Aviador.  Para complacer a su madre se casó con Miriam, su esposa desde 25 años atrás, a la cual no amaba y nunca amó.  Miriam era para él mas bien una buena amiga.  Miriam quizo tener dos hijos y la complació con ello porque si hubiera sido por él, jamás hubiera tenido hijos.

El sentía que nunca había hecho nada por él y para él.  Al conocer a Rosalia la admiró desde el primer momento:  ella era soltera porque quería, no quiso casarse para no tenerle que rendir cuentas a nadie, había estudiado la carrera que quería,  viajaba a donde quería, se divertía, se acostaba con quién quería, compraba lo que quería y vivía como quería.

Como tenían que hacer un proyecto juntos tenían que hacer varias sesiones de trabajo y Humberto disfrutaba cada una de las sesiones.  Le gustaba ver con la seguridad con que Rosalia presentaba los puntos del proyecto y qué camino se debía de tomar para que el proyecto fuera un éxito.  Verla en esos trajes de ejecutiva de blusa de seda, falda y tacones altos mientras exponía lo hacian sentir sensaciones que él creyó muertas o imposible de sentir a su edad.  Se despertaba en él el deseo de poseer a esa mujer tan entera, de quitarle la libertad a besos y sumergirla en un enamoramiento con el Director del Proyecto, poderoso y desdichado a la vez.

Si Rosalia supiera lo que había logrado despertar en él a lo mejor lograba pasar aunque sea una noche de lujuria con ella.  Total, era una mujer libre, acostarse con un hombre casado no sería un impedimento o algo nuevo para ella.  Además él tenía un buen puesto en la empresa. La podría ayudar a escalar.

El proyecto seguía el rumbo normal y Humberto llamaba o escribía a Rosalia para preguntarle nimiedades con tal y de tener un contacto más profundo con ella.  Ella siempre contestaba amable y cordial, haciendo algunos chistes y coqueteaba tan natural que hacía a cualquiera pensar que a ella también le gustaba Humberto.

Humberto pensaba noche y día en Rosalia.  Por las noches sus pensamientos y deseos brotaban en fantasias que no lo dejaban dormir hasta que iba al baño a descargar sus frustraciones.   Miriam que lo conocía demasiado bien le preguntaba por qué estaba tan distraído, como si su mente estuviera en otro lado y él solo le contestaba que estaba preocupado por algo del trabajo odiando la manera disimulada de ella de querer controlarle su vida y sus pensamientos.  

Cuando el proyecto estaba a punto de terminar, Humberto estaba desesperado porque sabía que si no actuaba rápido iba a perder el contacto con Rosalia al no haber nada en lo que tuvieran que trabajar o hablar.  Decidió proponerle salir a tomar una copa para celebrar el éxito del proyecto la cuál ella aceptó.   La citó en el bar de un hotel de lujo donde también había reservado una noche de hotel. Le dijo a Miriam que tenía que viajar por dos días a otro país para no tener problemas de ausencia por esa noche.  El estaba seguro que podía seducir a Rosalia a la cama diciéndole cuánto la deseaba y quería poseerla.  

Lo que Humberto no sabía es que Rosalia era una experta en interpretar las actitudes de los hombres y sabía bien cuáles eran las intenciones de Humberto.  A pesar de ser tan libre y soberana como lo era, tenía principios y sabía de antemano que jamás se metería con un hombre casado.  Además Humberto no era un hombre atractivo, era inexperto y además inseguro.  Cuando recibió la invitación de Humberto decidió aceptar para hacerle ver que nada iba a pasar entre los dos porque le estaba molestando profundamente todos los correos electrónicos y llamadas sin sentido que Humberto le hacía diariamente.

Cuando se llegó el día de la cita, Humberto se chequeó en el hotel y fue a la habitación a fantasear lo que iba a suceder esa noche.  Se imaginaba a Rosalia vestida con un despampanante vestido rojo, muy ajustado y con un pintalabios rojo que invitaba a comérsela a besos.  Pensaba que no tardarían ni 10 minutos charlando y ya estarían camino a la habitación.  Creía que no iban a aguantar hasta llegar a la habitación y en el elevador iban a empezar a besarse apasionadamente mientras él acariciaba ese cuerpo que tanto deseaba.   Estaba tan nervioso por la cita que tuvo que tomarse un whisky para serenarse.

Cuando bajó al bar, Rosalia no había llegado, así que buscó la mesa del rincón más privada posible y se sentó a esperar mientras pidió una copa.  Cuando Rosalia llegó, su decepción fue verla vestida modestamente, con unos pantalones flojos y una blusa con cuello de tortuga.   Pero eso no le quitaba lo atractiva que era.  Se la había imaginado tantas veces desnuda que sabía que ese cuerpo de Diosa se escondía debajo de esas ropas simples.  

Rosalia se sentó como si fuera la reina del lugar, pidió un vino blanco, cruzó la pierna y vió directamente a los ojos a Humberto y con una sonrisa maliciosa le preguntó: “ A ver Humberto ¿Cuál es tu historia? ¿Cuál es la verdadera razón por la que me citaste aquí?”

La entereza y seguridad de Rosalia desarmó el disfraz de seductor de Humberto.  Se sintió como un ratón atrapado por un gato en una esquina.  No sabía como responder, los nervios lo traicionaron haciéndolo temblar de pies a cabeza.  

Rosalia recibió el vino de manos del camarero y esperó paciente a que Humberto se compusiera. De repente Humberto sintió la gana de desahogarse por primera vez de su desdichada vida. Le abrió el corazón a Rosalia y le contó que siempre había complacido a otros, que no era feliz en su matrimonio, que no amaba a su esposa, que no sentía ninguna conexión con sus hijos,  que quería ser una persona libre como ella.  Que quería decidir qué hacer cada día, que quería sentirse hombre de nuevo, quería ser deseado, quería complacer sus más bajos instintos, hacer lo que nunca hizo y siempre quiso hacer y tomar el control de su vida. Quería viajar a lugares exóticos y lejanos (a Miriam le daba miedo viajar por avión y nunca lo había hecho), quería emborracharse de noche sin tener quién le reprochara por ello, quería hacer locuras como paracaidismo, moticlisimo, montañismo.  

Mientras hablaba se dio cuenta que no era tanto la atracción física que tenía por Rosalia sino era más que quería tener la vida de Rosalia.  Quería ser como ella. Pretendía al querer acostarse con ella que ella le transmitiera un poco de esa seguridad, de esa entereza, de esa libertad.  

Después de hablar sin parar por una hora se quedó callado y espero a ver lo que Rosalia le iba a decir.  Ella tomó el ultimo sorbo de su copa y le dijo:   “Me alegro que te hayas desahogado.  Creo que tienes la crisis de los 50 años.  Quiero que sepas que deseo que logres tus propósitos y que no me acostaré contigo esta noche ni nunca.  No me atraes además de que eres casado”.   Ella se levantó le saludó con un ademán y se fue.

El se quedó ahí sentado.  No sabía por qué pero se sentía más liviano.  Y aunque no le había caído en gracia las palabras de Rosalia se sentía profundamente agradecido con ella por haberlo escuchado. Pagó la cuenta y se dirigió al elevador.

Entró al elevador y cuando ya iba a pulsar el número de su piso se dio cuenta que esa noche era libre  y podía ser el dueño de su vida.  Podía tomar sus propias decisiones y hacer lo que quería.  Miriam no lo esperaba hasta tarde del siguiente día y no tenía que trabajar. Pulsó el botón de abrir la puerta y salió del hotel sin rumbo y con una sonrisa de oreja a oreja.