En la vida conocemos a personas que por unos
segundos, unos minutos, unas horas o unos días, dejan una huella profunda en tu
vida. Personas que dijeron o hicieron algo
que en un momento clave te impactó o que hizo que cambiara algo en tu vida por
ello.
Hace algunos años conocí a un chico austriaco
llamado Hans. Hans no era un chico
guapo, más bien era un chico común y corriente y nada atractivo. Hans estaba viajando con su hermano Peter por
Latinoamérica por seis meses. Había
llegado a Guatemala viniendo desde México y pensaba seguir a Honduras, Nicaragua
y Costa Rica.
Yo tenía 23 años y estaba en un
momento de transición en mi vida. Acaba
de terminar una relación turbulenta con un chico que sufría esquizofrenia y que
había amenazado con suicidarse si yo lo dejaba.
Mi relación con él
había sido de altos y bajos y situaciones turbulentas. Lo había querido mucho pero lamentablemente
estaba dañado emocional y mentalmente.
Cuando uno ha estado con una persona con problemas psicológicos se vuelve una persona vulnerable.
Para un hombre con malos sentimientos yo hubiera sido una presa fácil en
ese momento por lo mismo.
Durante la semana yo trabajaba en la ciudad de Guatemala. Los sábados por la mañana yo estudiaba en la
Universidad y lo más que podía me la pasaba en la Antigua Guatemala, la ciudad
turística más popular de Guatemala, ya que estar ahí me relajaba.
Conocí a Hans en un bar famoso de la Antigua
llamado La Escudilla. Normalmente en los
lugares turísticos, conoces a una persona y esa persona te presenta a otra que
viene con otra, hasta llegar a formar un grupo de conocidos con los que te
tomas unos tragos y pasas una noche agradable bailando o hablando. Esa noche me presentaron a Hans y Peter. Yo
le había echado el ojo a Peter, quien era el más jóven de los hermanos. Tendría unos 20 años. Era un
chico atractivo que se veía pasaba sus días en el gimnasio. En cambio Hans, de 25 años, era flacucho y como
ya lo dije antes, nada atractivo. Pero
Hans tenía algo que su hermano no tenía:
Podía hablar de cosas interesantes y era inteligente. Al hablar con Peter era como hablar con una
pared.
Por lo mismo, pasé la noche
hablando con Hans, sobre sus viajes, sobre su vida en Europa, sobre mi vida en
Guatemala. Pero aún así no estaba convencida de que me
gustaba así que le dije adiós al final de la noche. Al despedirnos en la puerta del bar me
preguntó si me gustaría cenar con él a la noche siguiente. Le dije que me encantaría. Al día siguiente era domingo y la pasé yendo
a mis lugares favoritos en la Antigua.
Habíamos quedado con Hans de vernos en el Parque Central a las 7 de la
noche. Cuando llegué me di cuenta que
había hecho un esfuerzo por verse elegante esa noche. Se había puesto un pantalón y camisa que
aunque eran de viaje parecían finos. Me
invitó a comer a un restaurante nuevo y pequeño que tenía 4 o 5 mesas dentro y
4 mesas en un patio.
Decidimos sentarnos afuera. El patio estaba lleno de bouganvilias que se
entrelazaban con las columnas y el techo.
Era una noche sin nubes y de luna llena y llena de estrellas. No sé si
fue el vino, la deliciosa comida francesa, el ambiente con música suave de
jazz, o la plática interesante con Hans, pero me empecé a sentir atraída por
él. Cuando ya casi nos íbamos tomó mi
mano entre las suyas y después de acariciarla por unos minutos le dio un
beso. Eso me dejó perpleja por unos
minutos. Cuando salimos del restaurante
nos dirigimos a La Escudilla en silencio pero estábamos tomados de las
manos. No había casi nadie por las
calles así que escuchábamos nuestras pisadas al andar. Cuando ya estabamos llegando al bar, con un
ademán rápido Hans se puso enfrente mío.
Veía fíjamente a mis labios mientras tomaba mis mejillas entre sus manos. Me dejé llevar. Nos besamos por primera vez bajo la luz
brillante de la luna en esa noche estrellada.
Llegamos a La Escudilla y ahí estaban las
mismas personas de la noche anterior, ahora viejos conocidos. Hablábamos con todos y de vez
en cuando, disimuladamente, cruzábamos nuestras miradas cómplices. Después de un par de horas se me
acercó al oído y me dijo: “Vámonos de
aquí, necesito besarte”. Salimos del lugar y ya con la
calentura y las copas en la cabeza nos empezamos a besar en la calle apasionadamente, acariciándonos
los cuerpos. Sus besos eran tan intensos
que me dejaba sin aliento. Me dijo al
oído que moría por hacerme el amor así que nos dirigimos al lugar donde me
estaba hospedando.
Recuerdo que al llegar a la habitación me
desvistió lentamente besando cada rincón de mi cuerpo con una suavidad y ternura
que me hizo sentir virgen de nuevo. Pasamos una noche
maravillosa y desperté entre sus brazos.
Hans y yo seguimos nuestro romance, que después de esa noche juntos era del
dominio público. Cada vez que él y yo
estábamos juntos me trataba con respeto, me besaba con suavidad y me decía lo
hermosa que era. Me invitaba a cenar a lugares románticos y me veía y
trataba como si fuera una Diosa. Eso
hizo que mi vulnerabilidad cambiara por fortaleza.
Después de dos semanas de ese idilio romántico
me llamó por teléfono y me anunció que le tocaba seguir su viaje a Honduras al domingo
siguiente y me dijo que quería despedirse de mí . Me citó el viernes por la noche en un hotel
que ya sabía era un hotel sencillo porque ya habíamos pasado una noche
ahí.
Ese viernes recuerdo que había tenido una
semana intensa en el trabajo y estaba estresada porque mi exnovio
esquizofrénico había estado fastidiándome. Cuando llegué a la habitación donde me esperaba
Hans me quedé sin habla: Las sábanas
desgastadas, lo oscuro de la habitación (porque no tenía ventana), el piso
sucio y las paredes descascaradas de pedazos de pintura no se notaban ya que habían
velas de todos los tamaños y pétalos de rosas que estaban regados por la cama y
el piso. Fue tan grande mi
impresión que se me llenaron los ojos de lágrimas. Existía un hombre que me podía hacer sentir especial y hacer del lugar
más feo del mundo nuestro rincón romántico. Esa noche no me quise despegar de entre sus
brazos.
Hans y Peter se despidieron de mí el domingo y
durante los próximos tres meses recibía de vez en cuando un correo electrónico en
el que Hans me contaba de su viaje y experiencias. Cuando estaban en Costa Rica me envió un
correo diciendo que se iban a aventurar a la selva sin guía. Me preocupé de saber que ellos dos estaban
solos en la selva y que algo les podría pasar.
Pasaron varios días sin saber de ellos y le escribí a Hans varios
correos angustiada. Como diez días
después recibí un correo que decía que habían sobrevivido su aventura en la
selva a pesar de que les había picado un animal raro que no sabía especificarme
que era pero que les había causado fiebre y dolor.
Me dijo que iba a estar brevemente en Guatemala a la semana siguiente ya que su vuelo de
regreso a Austria era desde México DF pocos días después. Quería verme aunque fuera por una noche. Yo le dije que encantada lo esperaba.
Cuando nos vimos nos abrazamos largamente. Me llevó a comer al mismo restaurante de la
primera vez y nos sentamos en la misma mesa.
Aunque no había luna llena y la
noche no estaba estrellada como la vez anterior, la noche era agradable y
cálida. Hans me dijo que cerrara mis
ojos y que pusiera la palma de mi mano para recibir algo. Recibí algo duro pero de textura lisa y
suave. Cuando abrí los ojos era una
especie de piedra plana, aunque parecía madera.
Me dijo que cuando estaba con fiebre en la selva costarricense encontró
esa piedra y que inmediatamente pensó en mí.
Me dijo: “Esta piedra es dura
pero al mismo tiempo por su textura lisa la hace suave al tacto. Así te considero yo. Eres una persona fuerte pero a la vez tierna
y con mucha sensibilidad. Quiero que
guardes la piedra y te recuerdes de mí siempre”.
Todavía conservo la piedra conmigo y cada vez
que siento desfallecer la busco y la tomo entre en mis manos. A Hans nunca más lo he vuelto a ver, pero de
vez en cuando nos escribimos para contarnos de nuestras vidas y siempre
recordamos esos días juntos como algo especial.
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