Acabo de cumplir los 40 años y les puedo decir
que se siente exactamente igual que a los 39 años. Aunque siento como si hubiera pasado a otro
nivel. Es un poco difícil de explicar si
no estás en los 40 así que cuando los vivas sabras a qué me refiero. Cada día me veo al espejo a ver si noto cambios
en mi rostro o en mi cuerpo. He notado
que mis pensamientos han cambiado también.
Ahora pienso en cómo me quiero preparar para mi vejez pero no solo lo
estoy pensando sino que también estoy tomando acciones. Por ejemplo, estoy investigando sobre seguros
funerarios. Estas son cosas ni
se me hubieran ocurrido en mis 30’s.
Para celebrar mi cumpleaños número 40 decidí
regalarme un viaje. Comenzó en Miami con
amigos, sol, playa, cocteles y fiesta.
Pero de Miami lo mejor que me llevé fue haber nadado con los
delfines. Era uno de los sueños que
tenía que hacer realidad. Yo toda mi
vida he tenido una adoración por los delfines.
Me parecen las criaturas más hermosas de la tierra. Me emocionó tanto el poder tocarlos y nadar
con ellos así que estuve llorando como por 5 minutos sin parar. Las experiencias de esa naturaleza son las
que más atesoramos en la vida. De Miami,
recuerdo muy bien la textura del delfin, pero no recuerdo nada el sabor de las
copas de $12 que me tomé en South Beach.
Después de Miami me fui a Guatemala. Después de dos días en la ciudad capital
decidí viajar por mis lugares favoritos.
Entre las experiencias que más atesoro fue subir un volcán en erupción y
poner mis malvaviscos en la lava negra.
También pasé tres días en la playa sin hacer absolutamente nada más que
disfrutar. Fueron los días en los
que más dormí en todo mi viaje. Estuve
hablando con amigos y familiares, y me enteré de sus metas, sus sueños y pude
ver sus logros. Aprendí por ejemplo que
mi sobrina de 11 años quiere ser diseñadora de modas. También me alegré de ver que el negocio de
una amiga ha prosperado de tal manera que ella ya está obteniendo ganancias del
mismo.
Tres días antes de mi cumpleaños, el sábado 22
de noviembre, hice una fiesta para celebrarlo. El tema de la fiesta fue 80’s/90’s y todos
los amigos con los que compartí en esos años estuvieron presentes. Contraté a un DJ que tocó música de esa
época.
La experiencia de revivir momentos con canciones
de una época que marcó tu vida es algo que recomiendo a todos hacer alguna vez
cuando lleguen a ser un adulto mayor.
Me gustó mucho el comentario del novio de una amiga que le dijo: “En esa
fiesta fuiste tan feliz que hasta te quitaste 20 años de encima”.
Una de las cosas que aprendí en los días que
estuve de vacaciones es que ya no quiero trabajar donde trabajo y ya no quiero
hacer lo que estoy haciendo. Quiero irme de Europa y regresar a Latinoamérica
para pasar mi vejez ahí. Quiero vivir
cerca de una playa tropical. A todos los
que les cuento de mi plan me dicen que estoy loca y que estoy hablando tonterías
pero cuando en algunos años me vean que les digo: “¡Adiós! ¡Voy a hacer mi sueño realidad y vivir en una
playa tropical!” quiero ver a cuántos se les cae la quijada al suelo.
A veces las decisiones de las personas nos
parecen absurdas porque no comprendemos el transfondo de las mismas. Como por ejemplo mi madre no comprende
porque yo quiero ir a cada rato (entiéndase cada dos años) a Guatemala. Ella desde que se fue a vivir a Estados
Unidos hace 23 años jamás ha sentido la cosquilla de regresar a su tierra. Pero si le cuento de lo que comí, de los
lugares a los que fui, de la gente, de los paisajes, de la música entonces se
pone nostálgica y le entra el gusanito de regresar.
Cuando estuve en Guatemala uno de mis
tio-abuelos a quien quería mucho estaba en el hospital. Su nombre: Luis Alberto alias “El Neco”. Lo
fui a ver al principio de mis vacaciones.
Estaba en un hospital de esos generales donde se siente el abandono, la
falta de atención y de medicinas. Desde
que tengo memoria conozco al Neco como una persona alegre y jovial. Siempre estaba sonriendo y siempre estaba de
buen humor. A pesar de que estaba
ensuerado, con una gran herida en el cuello y sin poder hablar se le notaba que
estaba contento de verme. Le hice un
par de bromas y él reía mientras trataba de taparse la herida del cuello que yo
ya había visto tenía en carne viva.
Ese día cuando me iba le dije: “Sabés que te quiero mucho ¿verdad?” él asintió con la cabeza un poco
distraído pero entonces le tomé ambas manos y las puse entre las mías, lo vi a
los ojos fijamente y le repetí: “Te
quiero mucho, mucho. Lo sabés ¿verdad?”
y esta vez el asintió prestando toda su atención y como pudo me dijo que él también.
Ese minuto nuestro vale para mí más que todo lo
que viví en el viaje, que mi fiesta, que los recuerdos, inclusive que la experiencia con los delfines. Ese minuto en el que le pude decir a Neco
cuánto lo quería lo guardo como el tesoro más grande de mi viaje porque
lamentablemente unos días después Neco falleció. Así que tuve que asistir a un funeral también. Pero no lo sentí como una
perdida sino que como una ganancia ya que yo vi a Neco el ultimo día que estuvo
vivo y realmente estaba muy mal y sufriendo.
Uno no quiere ver a sus familiares así.
Neco vivía en un lugar llamado El Rancho, lugar
donde mi abuelo nació y creció. Mi
abuelo iba mucho a esa casa a visitarlo a él y a mi tio Julio a quien le
llamamos cariñosamente el Zarampagüilo.
Hace algunos años yo me fui con mi abuelo porque quería ver el por qué
se entusiasmaba tanto de ir ahí.
Realmente en El Rancho no había mucho que hacer. En ese viaje mi abuela cargó a mi abuelo con recipientes
plásticos llenos de comida para los días que íbamos a estar, así que ni
siquiera íbamos a cocinar. Al llegar al
Rancho pensé que que me iba a aburrir con los tres “ viejitos”. Mi sorpresa fue que al contrario, me divertí
bastante. ¡Estos tres viejitos juntos
eran tremendos! Se hacían bromas unos a los otros y parecía como que si
estuvieran competiendo entre ellos para ver quién era el más gracioso. Yo no paraba de reirme de verlos interactuar.
Me llevaron a conocer un poco el pueblo que en
realidad no tenía nada extraordinario que ver.
Uno de los días llegó un primo que nos llevó unos cocos. Cuando estaba a punto de tomármelo me dijeron
que no lo hiciera. De algún lugar
sacaron una botella de ron y se la agregaron a los cocos. La verdad es que nunca había tomado ron de
esa manera pero me encantó.
Mi tio Julio, El Zarampagüillo, casi no
escuchaba y mi abuelo casi no miraba.
Pero de alguna manera cuando ellos hablaban se entendían tan bien que no
había necesidad de repetir nada. Neco
siempre con su cabello tan blanco peinándoselo y mi abuelo y El Zarampagüilo le
hacían bromas al respecto.
Cuando me fui del Rancho me fui triste. Nunca más volví a tener la oportunidad de
compartir con los tres viejitos como lo hice en esa ocasión.
Neco fue el ultimo que murió de los tres. Y esa es una de las razones por las que siento
que su partida fue una ganancia. Dejó de
sufrir para irse a reunir con mi abuelo y El Zarampagüillo. ¡Ya me imagino las que estarán haciendo allá
donde estén!
En mi viaje aprendí que no importa cuándo y no
importa cómo, siempre debemos demostrarsle amor a los que amamos. Así como lo demostré, también recibí el amor de
varias personas. Muchas gracias por
ello. Eso es mi motor para seguir
realizando mis sueños.
Descansa en Paz Neco
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