Me faltan 33 días para llegar a mis cuarenta
años. Es difícil describir como me
siento al respeto.
Hace diez años experimenté por primera vez el
miedo a cambiar de década. De los
veinte a los treinta. Creía que no había hecho nada en mis
veintes. Que todo había sido una pérdida
de mi tiempo y energía. Después
experimenté otra crisis cuando llegué a los 35 años y ahora estoy
experimentando sentimientos encontrados.
Ahora no siento que sea una crisis sino que lo estoy tomando más
maduramente.
Voy a explicar los sentimientos de cuando
cumplí 30, 35 y ahora que voy a cumplir 40 y cómo logré disipar las dudas,
miedos y temores de madurar y crecer.
Crisis de los Treinta:
La primera vez que escuché al respecto fue cuando mi amigo Luis René me
dijo que se sentía extraño de llegar a cumplir 30 años. Tenía el temor que había perdido su tiempo o
que lo que había hecho en sus veintes había estado todo equivocado. Yo no le tomé mucha importancia porque yo
era tres años menor que él. Cuando yo
llegué a mis 29 años y ya casi iba a cumplir los 30 fue cuando supe a qué se
refería Luis René. En realidad parecía
que no había tomado buenas decisiones en mi vida: No me había graduado de la
Universidad, vivía en Holanda que en esa época odiaba, había fracasado en mi relación,
vivía en una habitación pequeña y ruidosa, mi trabajo no era de lo mejor y
tenía que arreglar los papeles de migración ya que corría el peligro de que me
expulsaran de Holanda por el hecho de haber terminado mi relación con un
holandés. Además me sentía vieja y que
nadie se iba a fijar en mí. Estaba
soltera y me sentía insegura de mi misma.
Mi amiga María no comprendía por qué yo estaba
tan mal. Una noche salimos a una
discoteca y me preguntó que me pasaba.
Yo le dije: “Siento que ahora que cumpla 30 años nadie se va a fijar en
mí. Que ya soy mayor y van a pasar de mí
por lo mismo”. Ella me vio con una
expresión de incomprensión que todavía tengo en la memoria. Luego me dijo: “Mira a esos chicos de allá. Creo que tienen como 25 años
A
quienes están viendo?” Le contesté: “a
nosotras”. Luego me dijo: “Mira a la par de ellos, las chicas que están al lado
izquierdo. Creo que tienen como 20 años. Míralas como están de inseguras”.
En eso me fijé que las chicas querían llamar la
atención de los chicos que nos estaban viendo pero se daban cuenta que ellos
estaban más interesados en nosotras. Se
notaban nerviosas, inseguras, incapaces de hacer algo para que la situación
cambiara a su favor. En eso María me
susurró al oído: “¿Qué temes ahora? Tienes experiencia, todavía te vez joven y
atractiva y tendrás a muchos chicos buscándote por ello”. En ese momento comprendí el mensaje que mi
amiga María me quería transmitir y de repente mi inseguridad se transformó para
sentirme la dueña del mundo. Miré a uno
de los chicos que nos estaba viendo y le guiñé el ojo. Lo veía entusiasmado mirándome de tanto en
tanto y pronto se atrevió a hablarme. Ni
volteó a ver a las rubias guapas que estaba paradas a su lado tratando de
llamar su atención.
Cuando cumplí los 30 años y con una actitud más
positiva decidí cambiar lo que no me gustaba de mi vida en ese momento: Me
cambié de departamento a uno más grande y más cómodo, empecé a arreglar toda la
papelería para poderme quedar en Holanda, cambié de trabajo, empecé a apreciar
el país y medio año después comencé una relación con un holandés.
Crisis de los Treinta y Cinco:
Tenía una vida tranquila, tenía un buen trabajo, una casa preciosa, una
relación estable pero sentía que me hacía falta algo. Me costaba levantarme por las mañanas, me
costaba hacer cosas aunque me gustaran.
Me hacía falta una motivación pero no sabía de qué. Estuve buscando por la internet ya que los
sentimientos eran parecidos a los de la crisis de los treinta. La diferencia era que mi vida estaba estable. No quería cambiar nada de ella.
En ese entonces no había nada en la internet que
indicara que había una crisis a los treinta y cinco, hasta que encontré un
libro en inglés que se llamaba “Thirty something and over it (Treinta y algo y
arriba de ello)” de una autora llamada Kasey Edwards. Por ser el único libro que contenía
información al respecto decidí comprarlo.
Me sorprendí de ver la similitud
en sentimientos que tenía con la autora: Ella también lo había tenido todo a
los 35 años de edad y también sentía que le hacía falta algo. Entonces ella explicó que a los 35 años uno ha
llegado al final de sus metas: Ya estudié, ya me gradué, ya conseguí un
excelente trabajo, ya escalé los puestos que quería escalar, tengo la vida que
quería, tengo al novio que quería.
Entonces las metas se acabaron y uno se siente como perdido. Ella explicó que cuando uno estudiaba la meta
era graduarse, que cuando uno se graduaba la meta era conseguir un trabajo, que
cuando uno conseguía un trabajo la meta era obtener un mejor trabajo o
puesto. A los treinta y cinco años ya
hiciste todo ello. Alcanzaste todos tus
objetivos y no te queda nada más allá.
Kasey aconsejaba en su libro que uno tiene que empezar
por recordarse qué era lo que uno quería hacer de niño. Ese sueño que nos quitaron de niños (yo
quiero ser piloto, yo quiero ser pintor, yo quiero ser escultor, etc.) porque
nos dijeron que eso no nos iba a dar dinero.
Ese pasatiempo que nos gustaba tanto y que no lo logramos desarrollar
porque no nos dejaron. Entonces ella
aconsejó que en cuanto supiéramos cual era ese pasatiempo entonces lo desarrolláramos
ahora. Ahora era el momento de hacerlo.
Me quedé pensando por varios días sobre el libro. Recuerdo que cuando lo leí iba camino a
Guatemala, de vacaciones. En mis
vacaciones tuve mucho tiempo de pensar en qué era lo que quería hacer de niña
que no me dejaron. Fueron varias cosas
pero ¿Qué era lo que me gustaba más que nada?
En eso recordé que era escribir.
Cuando regresé de mis vacaciones decidí tomar unos cursos de
escritura. Luego de tomar esos cursos
conocí a alguien que me motivó tanto a escribir y fue cuando comencé el
blog. Desde que tengo el blog siento que
mi vida tiene más sentido. Dejé de
sentir pesar de levantarme cada día. Mi
actitud cambió y me sentía más contenta conmigo misma. Tenía una motivación para vivir y hacía que
mi percepción de la vida cambiara por el hecho de hacer uno de mis sueños
realidad. Fue un cambio pequeño en mi rutina diaria
pero un cambio eficaz que dio un resultado positivo. Se me quitó la crisis. Esta crisis de los treinta y pico tiene un
nombre en inglés que es “Thrisis”. Ahora
se encuentran muchos artículos al respecto en inglés. En español todavía no hay muchos artículos (o
libros) al respecto.
Crisis de los Cuarenta: Honestamente no sé si llamarle crisis o llamarle retro
inspección. Porque lo que más he hecho a los 39 años es
cuestionarme si la vida que he llevado
ha sido la que realmente he querido, si he logrado todo lo que me he propuesto,
si he madurado, si he aprendido algo importante que me haya preparado para los
años que comienzaré como adulto mayor.
He de decir que mi vida en los últimos 5 años ha dado
un giro inesperado y sorprendentemente positivo. Yo desde siempre he sabido que no soy una
persona normal. Mis pensamientos, sentimientos
y acciones han sido completamente distintos a los de los demás. Cuando era niña en lugar de jugar Barbies como
todas las niñas jugaba al fútbol con los niños, jugaba con arañas y gusanos, y
tierra, cosas que a las niñas normales no les gusta. De adolescente me gustaba la música rock, me
encantaban los reptiles en especial las culebras y cuando mis amigas hablaban
de matrimonio y cuántos hijos querían tener yo las miraba como si estuvieran
hablando en un idioma desconocido porque no las entendía para nada. Cuando era adulta me fui contra la sociedad
puritana y machista en la que vivía.
Decidí vivir sola, hacer lo que quisiera, llevar mi vida como yo quería
sin rendirle cuentas a los demás. Si me
pongo a pensar en lo que he logrado durante mis veintes pero sobre todo en mis
treintas he de decir que me siento satisfecha con las decisiones que he tomado.
El giro inesperado que tuve después de los treinta y
cinco fue que al novio con el que estaba desde los 30 años y al cuál todavía
amaba con locura le dije adiós. Terminé
la relación cuando cumplí 37 años. Me
di cuenta en los últimos años de relación que no me hacía feliz a pesar de que
según yo él era el amor de mi vida. Es
difícil dejar a alguien pero más difícil es dejar a alguien cuando todavía lo
amas. Sabía que a esa edad corría el
riesgo de no encontrar otra pareja tan rápido y también sabía que corría el
riesgo de no llegar a tener hijos pero elegí luchar por mi propia felicidad a
pesar de los riesgos.
Lo primero que hice cuando terminé la relación fue
analizar si quería tener un hijo de verdad.
Si definía que sí, entonces iba a luchar por tenerlo aunque fuera
sola. Después de pensarlo por algunos
meses decidí que no era algo necesario en mi vida. Nunca fue mi meta principal. Si sucedía perfecto pero sino, iba a estar en
paz conmigo misma sin sentirme frustrada por no llegar a ser madre. Lo segundo que decidí es que no iba a tener
una relación solo porque sí. Si me
decidía a tener una pareja era porque esa persona iba a ser alguien que
valorara y apreciara mi manera de ser, que la respetara y que quisiera ir
conmigo de la mano para alcanzar cada uno de nuestros sueños y metas brindando
apoyo, soporte y amor. El encontrar una
pareja así no significa para mí un matrimonio. Nunca fue mi meta casarme.
Así que a los 39 años casi llegando a los 40 estoy soltera,
sin hijos y sin compromisos. Yo no tengo
ningún problema con ello. Me siento muy bien
ya que recuperé la autoestima que había perdido durante mi última relación sentimental
y he aprendido que el estar soltera también tiene sus ventajas. Los que tienen problemas en aceptar eso son
mi familia y amigos cercanos. No pueden
comprender por qué yo no tengo la urgencia de tener pareja y por qué no me doy
cuenta que ya se llegará el día en que físicamente no seré capaz de tener
hijos.
Si me pongo a pensar en cómo me siento ahora que
voy para las 40 puedo decir que estoy contenta de lo que he logrado, he acumulado experiencias que no cualquiera
acumula, he crecido como persona y me he sincerado conmigo misma, con lo que
quiero, con lo que he logrado y con lo que todavía me falta por alcanzar. He viajado y conocido diferentes culturas, he
aprendido después de mis treinta un idioma difícil el cuál domino bien. He aprendido a vivir en Holanda, un país
primermundista. He superado muchos
obstáculos que no creí superar jamás. Lo
mejor de todo es que soy una persona feliz, una persona sana, una persona sin
conflictos.
A veces me siento mal por tener tan buena vida. Tengo algunos amigos que están pasando problemas
de salud severos, o problemas financieros o problemas realmente malos y todos
tienen mi edad. Pero luego recapacito y
sé que no es mi responsabilidad la felicidad de los demás sino que solo la mía.
El cumplir 40 años me da un poco de miedo. Es difícil darse cuenta que uno ya no es
joven y que ya es un adulto mayor. ¡En diez
años más estaré viviendo por medio siglo!
Pero siento que estoy entrando a los cuarenta con el pie derecho. He notado cambios en mi apariencia física y
los he aceptado. No me importa tener más
arrugas o más peso. También he notado el
cambio en mi manera de pensar. Me siento bien conmigo misma y sé que aunque no
he logrado nada de lo que la sociedad espera de mí he logrado mucho para mí
misma y eso es lo importante.
Decidí terminar mis treinta haciendo lo que me gusta
hacer: voy a viajar, voy a ver a mi familia y amigos, voy a fiestar, voy a
relajarme, voy a subir un volcán, voy a mirar el atardecer en una playa, voy a
comprarme ropa, voy a ir a mi lugar favorito y voy a comer rico. Creo que me lo merezco
por haber tenido tan buena década.
¡Así que ya estoy lista para los cuarenta! ¡Que vengan!
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