lunes, 18 de julio de 2011

Garífuna de Corazón

Mi hermano Ricardo, que también viene siendo mi jefe me recalca lo importante de mi papel en la empresa.  Que diez días en los que debí trabajar  y me los pasé perdido en las playas del Caribe son diez días desperdiciados.  ¿Qué sucedió con mi sentido de responsabilidad? 

Y mientras continúa su sermón y yo asiento de vez en cuando, mi mente me lleva de nuevo a esa playa perdida en Livingston, un pueblo de Guatemala que se encuentra en el Caribe.  Todavía siento el aroma de Coco mezclado con aceite y sal que envuelve al ambiente.

Yo sólamente iba por un fin de semana.  Ibamos con amigos a pasar un buen rato y a conocer el lugar.  Primero fuimos en carro desde la capital hasta un Pueblo llamado Río Dulce.  Y de ahí en una embarcación por el Río del mismo nombre.  Que bello lugar.  Lleno de vegetación tropical mezclada con ninfas acuáticas y aguas cristalinas.  Se respiraba aire puro mezclado con la sensualidad del trópico.

Llegamos a Livingston y nos llevamos una sorpresa.  En Guatemala hay gente morena de todas las tonalidades pero en Livingston la gente es de raza negra.  El ambiente es ambiguo, entre estilo Bob Marley jamaiquino mezclado con lo exótico caribeño y africano.  Las personas que viven ahí llevan una vida muy relajada.  Nos hospedamos en el mejor hotel y estuvimos un par de horas en la piscina nadando.  Luego nos dirigimos a un restaurante que fue recomendado por un amigo nuestro.  Yo probé una sopa típica del lugar llamada Tapado que son mariscos con plátano y leche de coco.


Mis amigos comieron camarones y pescado frito.  Estábamos llenos y contentos y nos dirigimos a la discoteca del lugar. 

La música era muy singular, aprendimos que a la gente del lugar se le llama Garífuna y tienen su música que es una especie de reguetón mezclado con música africana. 


¡Cómo movían las mujeres sus caderas!  Nunca he visto un movimiento tan sensual y rápido a la vez.  Con qué facilidad hacían esos movimientos que nunca pensé que existieran.  Y mientras observábamos los ritmos y danzas de los Garífunas mis ojos se posaron en una chica que acababa de entrar a la discoteca.  Una bella princesa Garífuna de unos 22 años delgada de ojos chispeantes llenos de energía.  Al verme que yo la observaba en lugar de hacerse la difícil o la muy fácil se me quedó viendo y empezó a mover las caderas también al ritmo de la música.  Me quedé como estatua de sal al ver esos movimientos tan graciosos, su mirada posada en mí, como retándome a demostrarle lo que yo podía hacer.  Como tengo dos pies izquierdos y no soy nada bueno para el ritmo ¿Qué podía hacer?  Lo único que se me facilita es bailar pegado.  Así que me llene de coraje y le tomé de la mano firme pero delicadamente y la pegué a mi.  Ella dejó de mover las caderas y me siguió con pasos suaves y firmes.  Se adaptó a mi cuerpo y formamos uno solo.

Pasamos toda la noche bailando y hablando.  Supe que su nombre era Flor.  Que trabajaba en la recepción de un hotel pero que ese día empezaba una semana de vacaciones.  No estoy exagerando pero esa noche me enamoré.  Me enamoré de su piel oscura, de su olor a coco, de su sexy naturalidad.  De más está decir que esa noche la pasamos juntos.  Nos unimos en besos y caricias incontrolables. 

Al siguiente día yo no podía irme de regreso y dejarla así.  A último momento les dije a mis amigos que no me regresaba y que quería quedarme unos días más.  Flor me dijo que ella no podía estar conmigo en el pueblo por el que dirán, que teníamos que salir de ahí, así que nos fuimos caminando por la playa.  Caminamos como dos kilómetros y entre palmeras y arena me señalo una casa.  Era un hotel que era nuevo y tenía unas cabañas. No había nada más en los alrededores.  Así que alquilé una cabaña y nos quedamos ahí por las siguientes ocho noches. 



Nuestro día consistía en bañarnos en el mar, hacernos el amor, descansar juntos en la hamaca, platicar de nuestras vidas y comer las delicias que la señora del hotel nos preparaba cada día.  Nunca he comido tanto camarón, tanto pescado, tanto coco. Me hice adicto al pan de coco del lugar.  Por las noches bebíamos con los dueños del lugar y otros huéspedes del hotel.  A veces ponían música Garífuna y Flor y la dueña junto con las señoritas de limpieza se ponían a bailar.  Luego contábamos las estrellas desde la hamaca y yo le regalaba algunas de ellas. Nos dirigíamos a nuestra cabaña y después de hacer el amor nos abrazábamos y escuchábamos las olas de mar, los grillos cantores y algunos animales que nunca descifré que eran. Esos han sido los días más felices de mi vida.  Me olvidé de todo.  Mi hermano y yo tenemos una empresa de construcción y ni siquiera lo llamé para decirle dónde estaba.  Me olvidé del teléfono, de la computadora, de las preocupaciones diarias.  Mi único objetivo era hacer feliz a Flor y gozar de la felicidad que ella me brindaba.

En esos días fuí a un lugar llamado Siete Altares que son pozas de agua natural que desembocan en el mar.  Nos bañamos y exploramos ese lugar en todos sus rincones.  Nos tiramos desde lo alto de una catarata y nadabamos sin parar. 

También fuimos a Playa Blanca que es la única playa con arena blanca de Guatemala.  Nos bañamos, bebimos agua de Coco y tratamos de ayudar a unos pescadores a casar Camarones.




Vivía en el paraíso con una mujer bella y con una vida relajada.  Hubiera querido vivir así eternamente pero mi sentido de responsabilidad me entró al final del noveno día y tuve que anunciarle a flor que al siguiente día yo partiría de regreso a la ciudad capital.  Ella se puso muy triste y lloró en mis brazos.  No quería que me fuera.  Le pedí que viniera conmigo.  Le confesé que estaba perdidamente enamorado de ella.

Ella sabiamente me dijo que no.  Me dijo que tenía responsabilidades con sus padres y además tenía que regresar a trabajar.  Que me había enamorado de ella en ese ambiente pero que en la capital no iba a ser lo mismo.  Ella sólo podía ser Garífuna en Livingston y en ningún otro lugar. 

Siendo de dos lugares tan distintos no hará la cosa fácil pero sé que no será imposible.  Dicen que el amor puede contra todo.  Ahora es mi prueba de fuego que así será.

Ya mi hermano terminó el regaño y yo regreso a mi escritorio.  Tengo miles de correos electrónicos que responder y llamadas que hacer.  En lugar de hacerlo, me meto a la internet y busco propiedades en Livingston.  ¿Quién sabe?  A lo mejor se me pegó algo Garífuna en los diez días que estuve ahí.  Regresaré por Flor y regresaré a ese lugar que me ha robado el corazón.

3 comentarios:

  1. La receta del tapado suena interesante (nunca había escuchado semejante composición con tan dispares ingredientes :-)).

    Paradisiaco lugar :-))

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  2. me gusta!

    y sí se puede. Yo me vine de perú a holanda, no? :D

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  3. Yo tambien me enamore en Livingston hace como 35 an~os del lugar, su gente, sus playas, su cultura, su comida, su musica, y muy especialmente de una garifuna bailando reggae.

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