miércoles, 12 de septiembre de 2012

Aventura espontánea


Lo conocí en el peor lugar.  Era una cafetería de paso en una carretera X.  Llevaba 6 horas manejando por el desierto de Arizona y me faltaban otras 6 horas para llegar a mi destino.  Desde hacía 4 horas que solo veía desierto y una que otra gasolinera perdida por ahí.  De vez en cuando me había cruzado con algún auto así que era un viaje de lo más aburrido.  

Vi un rótulo en el que anunciaban que la cafetería Roxy’s estaba a dos kilómetros.   Estaba hambrienta y necesitaba descansar.  Así que me dirigí a la cafetería.  Eran aproximadamente las 5 de la tarde.  El calor seco del desierto cortaba el ambiente. 

Al llegar a la cafetería Roxy’s, estacioné el auto y entré.  Adentro estaba casi vacío. Había una mesa con tres personas más la chica que atendía. Me senté en la barra del lugar.  Leí el menú descuidadamente y pedí una carne acompañada con papas y ensalada y una Coca Cola.  

Al recibir la Coca Cola y dar el primer sorbo entró él.  Entró con una amplia sonrisa viéndome detenidamente a los ojos como que si fuéramos viejos conocidos y hubiéramos quedado de juntarnos en ese lugar.  Sus ojos avellanados me cautivaron desde el primer momento. Saludó a la chica de la cafetería mientras se sentaba a la par mía y me extendió la mano y me dijo:  John.

Me presenté y le apreté la mano.  El volteó mi mano y me dio un beso en el dorso de ella.  ¡Que manera de impresionar a una mujer!   Luego empezó a hojear el menú y ordenó algo, a lo que después agregó: ¿Que tal el viaje?

Platicamos sobre donde veníamos y hacia donde nos dirigíamos.  No íbamos particularmente al mismo sitio pero por algunos kilómetros tendríamos que viajar por el mismo camino.  Noté que era muy inquieto.  No podía estar sin hacer nada.  Así que mientras hablaba, jugaba con las llaves, o cambiaba los cubiertos de sitio, o de vez en cuando tocaba mi rodilla para darme a entender que estaba de acuerdo con lo que yo decía.  

Me llamó la atención su sonrisa.  Tenía los dientes perfectos y eran pocos minutos los que permanecía sin ella.  Era como si su sonrisa no se borraría nunca de su rostro.  

Nos sirvieron la comida mientras hablábamos de todo un poco.  Me contó que le faltaban 14 horas de camino para llegar a su casa.  Venía de visitar a su hermano.    Me preguntó qué iba a hacer después de comer y le respondí: “Proseguir mi camino”.  Se quedó callado por un momento y esbozó una sonrisa maliciosa y me dijo:  “Me gustaría retarte a un partido de ping pong.  ¿Qué te parece si nos quedamos en el siguiente motel, descansamos y jugamos? “.  

Normalmente al recibir una propuesta así de un extraño no la aceptaría por nada en el mundo.  Pero John me inspiraba confianza además de sentir una atracción desconsolada hacia él.  Quería conocerlo más ya que me intrigaba su energía y espontaneidad que contrastaba con mi manera controlada de vivir la vida.

Pero aun así le contesté que no sabía si quería retrasarme más.  No insistió en el tema y se puso a hablar con la chica que atendía la cafetería.  Ella se retorcía de la emoción ya que él le estaba dando piropos sobre como lucía y sobre la comida.   A mi me dio risa la escena.   John era del tipo de hombre que caía bien a todo el mundo.  

Al terminar de comer pedimos un café y continuamos la conversación.  En pocos minutos me contó que se dedicaba a reparar aparatos eléctricos.    Me contaba que le gustaban los deportes extremos y viajar a lugares remotos.  Le encantaba la aventura, hacer cosas de manera espontánea y le gustaba mucho la naturaleza y los animales.

En un momento nos terminamos el café pero yo no me quería ir.  Tenía muchas ganas de seguir conversando con él ya que me intrigaba su personalidad.  En un momento él me puso una mano en cada una de mis rodillas y me dijo:  “¿Jugamos ping pong? “ mientras ponía unos ojos como de un perrito cuando te ruega por comida.  Me reí.  No pude rechazar la invitación.

Como íbamos cada quién en nuestro carro lo seguí hasta llegar al Motel.  Pedimos habitaciones contiguas y con un guiño me dijo: “Creo que estamos desperdiciando el dinero de una habitación“.
Mientras más lo conocía más me gustaba.  Me hacía reír tanto, físicamente era muy atractivo, me inspiraba confianza y me sentía bien a su lado.

Después de refrescarnos cada quién en su habitación fuimos a la sala del Motel a jugar Ping Pong.  Ordenamos un par de cervezas y jugamos por una hora.  Luego nos pasamos a jugar Billar.  Ninguno de los dos éramos expertos en los juegos,  a veces él ganaba, a veces yo.  Reíamos mucho y mientras más cervezas teníamos en la cabeza más empezábamos con cariñitos, como abrazarnos cuando alguno perdía, tomarnos de la mano, o estar demasiado cerca cuando a alguien le tocaba jugar.

Después de tres horas yo estaba a punto de la locura.  Quería sentir sus besos en mis labios y sus manos en mi cuerpo.  Ya habíamos terminado de jugar y estábamos sentados en la barra tomándonos la última cerveza.   John estaba hablando con uno de los chicos que se había sentado en la barra también y él nos contó que había una fiesta buena  en un pueblo cercano.   John le dijo que le encantaría ir pero ya llevaba algunas cervezas encima y no podría manejar.  El chico dijo que él no había tomado porque era el conductor designado de la noche y que si queríamos él nos llevaba a la fiesta y nos traía de nuevo al Motel.

Me entusiasmó tanto la idea que le dije a John que fuéramos.  Yo sentía que necesitaba más espontaneidad y aventura en mi vida.  Yo vivía una vida tan normal sin nada que me incentivara a hacer cosas como las que estaba haciendo esa noche.  Me sentía libre y feliz.

Nos fuimos con Camilo, el chico de la barra,  y tres de sus hermanos a la fiesta.  Íbamos apretados en el carro pero todos estábamos de muy buen ánimo. 

En la fiesta, bailamos todo tipo de música: rock, reggae, pop, country.  Hablábamos con todo el mundo y  rápidamente hicimos amigos.   Nos preguntaban si éramos pareja y John decía que llevábamos diez años juntos. La gente se lo creía y yo reía.  

Después de un par de horas, John me preguntó  si lo podía acompañar afuera que necesitaba un poco de aire y fumar.  La noche estaba completamente estrellada y la luna estaba llena y se veía de color naranja.  Al salir, me tomó entre sus brazos y acercó su rostro hacia el mío.  Me acarició una mejilla y me dijo:  “Eres una princesa maravillosa” y me besó.  Fue un beso apasionado y tierno a la vez.   Fue el beso perfecto para la noche perfecta.  Después de un largo rato entre besos, risas y cigarros,  entramos de nuevo al lugar y Camilo nos indicó que ya era hora de llevarnos de regreso al Motel.

Aunque seguíamos apretados en el carro yo me sentía tan ligera y liviana.  Sentía que había tomado la mejor decisión de dejarme llevar por mis instintos y disfrutar de una noche como esta.

Llegamos al Motel y John y yo no podíamos quitarnos las manos encima.  Nos besábamos incontrolablemente mientras caminábamos a ciegas hacia las habitaciones.  Abrí la mía y nos empezamos a quitar la ropa haciéndola volar por toda la habitación.  

Hicimos el amor como nunca lo había hecho.  Nos besamos cada rincón de nuestro cuerpo hasta besar el alma. Yo gocé plenamente sin inhibiciones ni prejuicios como solía hacerlo.  Al terminar caímos rendidos de cansancio en un profundo sueño.

Al despertar a media mañana del siguiente día con la boca seca y dolor de cabeza,  me di cuenta que John ya no estaba a mi lado.  Me bañé y vestí y toqué la puerta de su habitación pero nadie me contestó.  Pregunté en la barra y el dueño me dijo que John ya se había marchado pero que me había dejado una nota con él.  La nota decía:

“Princesa maravillosa: perdona por marcharme sin decirte adiós pero tengo un largo camino por recorrer y quiero llegar antes del anochecer a mi casa.   Fue una noche increíble.  La pasé muy bien contigo.  Hubiera querido quedarme y seguir amándote por varios días y varias noches pero tengo que regresar.  Acá abajo te dejo cómo contactarme por si quieres aventurar conmigo de nuevo.  Recuerda que la aventura espontánea es la mejor. Me encantaría verte muy pronto.  Besos, John”. 

Después de un breve desayuno recogí mis cosas y dispuse marcharme.  Empecé a manejar.  No podía quitarme a John de la cabeza.  Quería más de él.  Mucho más.  Llegué a un punto de la carretera donde empezaban a anunciar el cruce que me llevaría a su ciudad.   Me quedaban algunos días de vacaciones que los iba a ocupar para hacer cosas en la casa.  Recordaba que al contarle a John al respecto se rio y me dijo: “¡que aburrido! ¡Aventura y has algo distinto!  Tu casa siempre estará ahí esperándote para cuando termines las vacaciones”.

Al llegar al cruce que me llevaría a su ciudad, ni lo pensé dos veces, viré y me encaminé a su casa.  No sabía como me iba a recibir pero... ¡que importaba!  Nunca había estado en esa ciudad.  Aventura espontánea… ¡Me sentía muy bien!



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