El verte en la cama débil y necesitado, lleno
de aparatos, tubos y agujas entrando por tus venas frágiles ha marcado mi vida
para siempre.
Nunca creí verte conectado
al electrocardiógrafo y escuchar el ¡pip! ¡pip!¡pip! constante que marcaba cada uno de tus latidos del corazón con el
temor de que en cualquier momento dejara de funcionar.
Cuando te tomé de la mano recordé cuando tu me
la tomabas de niña y lo fuerte que era. Estaba
tan delgada y huesuda que parecía que se quebraría en cualquier momento.
Mis ojos llorosos te miraban amorosos y mis
pensamientos rondaban a mil por hora en mi cabeza. Me senté a tu lado y no me cansaba de mirarte.
Con tu mano todavía entre las mías estudiaba
cada una de tus arrugas, de tus líneas y curvas, de tu cabello gris y tus
labios resecos. ¿Cómo es posible que
aquél ser vigoroso, carismático, risueño e hiperactivo estuviera en este
estado?
Despues de varios minutos que parecieron
eternos abriste los ojos con desgano. Me
miraste y una leve sonrisa se dibujó en tu rostro. Te acaricié el escaso cabello y te dije: “Acá
estoy para cuidarte, papá”.
Y eso fue lo que hice. En los siguientes días te di de comer
en la boca líquidos, compotas, yogurt y avena. A veces tenía que darte la medicina que tanto
odiabas y te decía que pensaras que era un mojito o que era un refresco de
mango de los que tanto te gustaban. También te lavé los dientes, te ayudé a
sentarte, a ponerte más cómodo, a cambiarte, a peinarte y a vestirte.
Hubieron ocasiones que tuve que limpiarte las
comesuras de los labios porque se te derramaba la comida y a ti te daba
vergüenza. Te decía: “no te preocupes
papá. Tu me limpiaste cuando era niña,
ahora solo estoy devolviendo el favor”.
Cuando entraban los doctores y enfermeras a
hacerte algún chequeo me mirabas y me guiñabas el ojo para hacerme saber que
estabas bien. Te costaba hablar así que acercaba
mi oido para poder entenderte. Con paciencia me repetías hasta que yo captaba
lo que querías decirme. Te leí libros, te puse tu música favorita, te
conté anécdotas y mi premio era verte sonreir.
Como no sabía de la severidad de tu condición
me atreví a preguntarle al doctor un día.
Me sacó de la habitación de donde dormías plácidamente y me dijo: “La
condición de su padre es crítica y no hay nada que nosotros los doctores
podamos hacer por él. Podemos lograr
estabilizarlo y mantenerlo pero no podemos curarlo. Llegará un momento en que ustedes, como
familia, tendrán que tomar una decision y esa será dejarlo ir”.
Me impactó saber la verdad de tu
condición. Me senté a tu lado a
observarte, a acariciar tus cabellos y tomarte de la mano, como lo había hecho
en los últimos días. Una lágrima tímida
y vergonzosa resbaló por mi mejilla. No
te quería perder. No podia creer que con
apenas 63 años llegaras a estar en esta condición. Si hubiera podido darte cualquier órgano de
mi cuerpo para que te curaras lo hubiera hecho sin dudar. Pero el doctor me había confirmado que no
había nada por hacer. Que era cuestión
de tiempo.
En ese momento no pude más, salí de la
habitación y lloré. Lloré como nunca he
llorado por alguien. Todo mi dolor y mi
tristeza brotaba en cada lágrima que derramaba.
Decía una y otra vez: “¡No quiero que te mueras papá! ¡No quiero!”
Después de algunos minutos que parecieron
eternos me calmé. Me lave la cara y
regresé a la habitación. Tu estabas
despierto con tus ojos curiosos y me dijiste:
“tengo sed”.
La esperanza llegó ya que
mejoraste tanto que te dieron de alta en el hospital. Todos estábamos contentos pero en el fondo yo tenía miedo. Sabía lo que el doctor me había dicho. No podía olvidarlo. Procuré que nadie se enterara de mis temores
y pretendí que todo iba a estar bien.
Un día que me encontraba sola contigo en la
habitación me dijiste: “M’ija quiero perdirle un favor. No me deje vivir como vegetal”. El impacto de escuchar tus palabras se turbó
con la llegada de una enfermera a la habitación que hablaba sin parar. Tu me mirabas fijo y asentías con tu cabeza
como diciendo: “por favor m’ija no lo
olvides”. Y no se me olvidó.
Tuve que partir de regreso a casa pero te dejé
en buenas manos. Que mejores manos para
cuidate que las de tu madre. Me fui
tranquila por ello pero a la vez fue difícil partir porque hubiera querido
quedarme ahí a tu lado hasta el final.
Pero era mejor así.
Como te dejé bien jamás imaginé que el final
estaba cerca. Una semana después
de haber partido entraste en coma. Nuevamente te llevaron al intensivo, te
pusieron todos los aparatos, tubos y agujas pero ahora dependías de un
respirador artificial. Después de
algunos días el doctor nos habló a todos los familiares cercanos. Yo estaba al teléfono. Nos explicó que todos tus órganos estaban
fallando, aparte de padecer de desnutrición más otras cosas que estaban sucediendo
en tu cuerpo. Era el momento de tomar la
decisión de dejarte ir.
Cuando se llegó el momento lo primero que sentí
fue temor. Temor de tomar la decisión
incorrecta. Tu vida papá… estaba en mis
manos.
¡Qué responsabilidad tan
grande! Yo estaba entre molesta y
asustada. ¿Por qué yo tenía que ser
parte de una decisión tan difícil? Sabía que lo que yo dijera era
relevante. Recordé tu cuerpo débil y
frágil. Lo mucho que habías perdido de
peso, la falta de energía, que dependías para todo de los demás. Pero también en ese momento recordé tus
palabras “no me deje vivir como un vegetal”.
Supe que tu deseo no era depender del respirador artificial. Supe que estabas sufriendo. Supe que era el momento de dejarte ir.
Con mi voz quebrada logré decir: “Mi papá está
sufriendo. Yo creo que es mejor dejarlo
ir. El no quería estar así en esta
condición”. Los demás familiares también
estuvieron de acuerdo.
No pude pegar el sueño en toda la noche. Dudas saltaban en mi cabeza: “¿Será que tomé
la decisión correcta?”, “¿Será que todavía hay esperanza?”, “¿Y si lo dejamos
como está?”
Pero aun con dudas dejé que sucediera. Por video observé cuando te desconectaron el
respirador. Me di cuenta de que habías
perdido más peso. Que ya no había
esperanza y que esa había sido la decisión correcta. Después de desconectarte del respirador
artificial duraste más de 24 horas vivo.
Esas horas de espera fueron una gran agonía. Miles de pensamientos giraron por mi cabeza y
no pude ni comer y ni dormir. Yo estaba
a más de 7,000 kilómetros de distancia y quería desesperadamente estar ahí,
contigo, tomándote de la mano como lo había hecho escasos días atrás.
Veinticuatro horas después tu novia entró en
pánico y quería revertir el proceso.
Quería volverte a poner en el respirador porque creía que un milagro iba
a pasar e ibas a vivir. Papá, como costó
convencer a esa mujer. Sabía que era un
acto egoísta querer que siguieras viviendo así de esa manera pero también
comprendí que ella te amaba mucho. Yo
estaba angustiada de estar tan lejos y no poder controlar la situación en ese
momento. Solo pude mandar palabras de
consuelo por un mensaje. Jamás me sentí
tan angustiada e impotente. Entonces
acudí a mi Angel Guardían: mi
abuelo. Le dije: “¡Abuelo, llévate a mi papá por favor! ¡Ayúdalo a encontrar el camino en estos
momentos! ¡Sé que tú lo puedes ayudar!”.
Tu hermana y tu madre como pudieron calmaron a
tu novia. Te pasaron a un lugar más
tranquilo para que pudieras estar más relajado al momento de dejar este mundo.
Nos dejaste una hora después. Te fuiste rodeado de amor sabiendo que ibas a
un lado mejor con una sonrisa dibujada en el rostro. Yo no te pude ver pero me lo pude imaginar. Estoy segura que mi abuelo te esperaba con
los brazos abiertos y con una sonrisa tan grande como la tuya.
Después de todo lo que sucedió yo sentía un
vacío en mi interior que no se iba por nada.
Pero sobre todo un sentimiento de culpabilidad por haber tenido que
decidir sobre tu vida. No se me quitaba
el malestar ni tampoco me dejaba vivir tranquila. Pensaba noche y día en ello y no me dejaba
dormir. Buscaba una respuesta en algún
lado pero no la encontraba.
Los días pasaron y la respuesta que buscaba me
llegó de la manera más imprevista.
Estaba viendo una serie en la televisión y en una de las escenas la protagonista
tenía que decidir sobre la vida de su abuela.
Querían que firmara un documento llamado DNR (Do not Resucitate Order o
una orden para no resucitar) y ella tenía miedo de firmarlo. Ella con lágrimas en los ojos decía ¿Y
si me equivoco? ¿Por qué me
toca a mi decidir algo como eso? el
chico que la acompañaba la abrazó y le dijo:
“No lo veas como una decisión sobre su vida sino como un acto de compasión. Compasión para que deje de sufrir. Compasión para que su espíritu sea libre,
compasión para descansar en paz”.
Así fue como comprendí padre mío que lo que yo
hice fue un acto de compasión hacia el ser que me dio la vida. Lo hice por amor y porque no quería verte
sufrir más. Espero que donde sea que
estés seas feliz y libre de enfermedad.
Te extraño cada día de mi vida y siento que una parte de mi murió
contigo. Pero sé que estás en un lugar mejor y sobre
todo que no estás sufriendo más.
Te amo papá.
Que descanses en paz.