En Guatemala, según Jorge Pernillo, especialista en investigaciones
sociales de la Procuraduría de los Derechos Humanos, en lo que va del año han
habido 155 casos de niños menores de 5 años fallecidos por desnutrición
aguda.
Esta historia
(ficticia) está basada en la noticia que leí sobre Ludvin Ramírez Hernández. Es una historia que hace ver
la realidad de una familia guatemalteca extremadamente pobre y el por qué
suceden la mayoría de estos casos.
La pregunta
es: ¿qué vamos a
hacer al respecto?
Foto propiedad de Prensa Libre
Te vez triste.
Tienes apenas 6 años pero pareciera que tienes menos. Eres pellejo y hueso. Estás tan
débil que no puedes caminar. Nunca has
corrido. Ni siquiera te arrastras porque eso requiere mucho esfuerzo y no te
dan ni ganas de probar. No puedes hablar así que no puedes expresar lo que
sientes.
Te estás quietecito en tu rincón, viendo lo que
sucede a tu alrededor sin ánimo de participar, sin ganas tan siquiera de
sonreir. No sabes lo que es correr
sintiendo el viento en tu rostro y reir con ganas. Tampoco sabes lo que son los juegos ni lo que
es ser dueño de un carrito de carreras, de una pelota de fut, un muñeco de peluche.
Naciste en cuna humilde en la
cuál hay más bocas que comida. Tu padre que trabaja en el campo, en
cuanto recibe el dinero de su sueldo, desaparece por días ya que agarra furia
por beber. Varias veces has ido
en brazos de tu madre mientras lo ha buscado de lugar en lugar sin resultado.
Casi todo el tiempo estás con tu madre y dos hermanos pequeños. Tus dos hermanos mayores que no han llegado
ni a los 15 años, trabajan en el campo para ganar un poco de dinero para poder
comer. Cuando eras un bebé
tratabas de sacar leche del pezón de tu mamá pero era inútil. Llorabas y llorabas porque sentías un vacío
en tu pequeño estómago. Pero llegó un momento en que ya no
podías llorar y te acostumbraste a ese vacío. Dormías y dormías mucho. Sentías que no podías mantenerte despierto. Eras tan frágil que un mal movimiento podía
hacer que te quebraras tan fácil como se quiebra un vidrio.
Pasaban los días y los meses pero casi no
recuerdas nada porque te la pasabas durmiendo.
Recuerdas haber soñado varias veces con estar en un túnel oscuro y ver
una luz al final que se acercaba más y más.
En uno de los sueños al creer que ibas a alcanzar la luz te
despertaste de repente al sentir un dolor punzante en uno de tus bracitos
huesudos. Era una aguja que te metía una señora vestida de celeste.
Estabas rodeado de gente de
blanco y celeste haciendo una serie de cosas alrededor tuyo que tu no
comprendías. Querías protestar pero no
podías. Sólo dejaste que ellos te
hicieran lo que quisieran.
Lentamente empezaste a sentirte mejor. Dormías menos y tenías ganas de cosas que no
habías experimentado antes como caminar o hacer lo que veías que otros niños a
tu alrededor hacían en ese cuarto de paredes blancas. Las personas de blanco y celeste te hablaban
y te hacian cariño, cosa que no habías experimentado antes. Un día supiste lo que era sonreir. Fue una sonrisa tímida y frágil pero te hizo
sentir bien.
Después de varios días te sacaron de ese lugar,
del cuál no te querías marchar, pero no
pudiste protestar. Regresaste a la choza
de lámina, carton y madera donde vivías con tus padres y hermanos. Tus hermanos menores parecían fantasmas,
nunca tuviste un vínculo con ellos porque cuando despertabas ellos dormían o
viceversa. Cuando tus dos hermanos
mayores que iban a trabajar llegaban a casa venían tan cansados que se
acostaban a dormir rápido. A veces
traían algo de comida pero todos estaban tan débiles que casi ninguno comía. Era irónico.
Tu mamá se mantenía llorando o buscando a tu
padre. Ella también se miraba cansada,
con ojeras, demacrada. Se le notaba la
preocupación de saber que no podía brindarle comida a sus hijos. Buscaba trabajitos con los que ganaba un
poquito de dinero pero no alcanzaba para todos los días. Andaba con la ropa vieja y agujereada que ya
pedía un cambio, como la ropa tuya y de tus hermanos, pero no había dinero para
eso.
Empezaste a sentirte débil de nuevo, a dormir
casi todo el día, empezaste a soñar de nuevo con el túnel y la luz que cada vez
se iba acercando más y más.
Una de las veces en que despertaste de un largo
sueño tu madre estaba llorando a tu lado.
Tenías el presentimiento que algo grande iba a suceder porque por
primera vez tu madre te acariciaba con
ternura. La oías decir: “¡Esta no es vida!” “¡Así no se puede vivir!” mientras se ahogaba en el llanto. No supiste que
más sucedió porque no aguantaste estar despierto así que cerraste tus ojitos para volver a dormir.
Volviste a ir a ese lugar con paredes blancas y
la gente vestida de blanco y celeste. Algunas
te reconocieron y te demostraron cariño de nuevo. Estabas muy débil pero de inmediato te pusieron agujas y tubos para que
te recuperaras. Poco a poco sentiste la
mejoría como la primera vez. No querías
salir de ese lugar. La gente sonreía,
era amable, te daba cariño cada vez que te veían.
Después de varios días los escuchaste
preocupados porque no habían visto a tu mamá.
Ella no se había presentado a ese lugar desde que te dejó ahí. Hablaban enfrente tuyo de que no era una
buena madre, que era una mujer mala porque te había abandonado. Tu no entendías el por qué decían eso. Pero tú no querías que tu mamá se presentara. En ese lugar te sentías bien. No necesitabas dormir tanto como en tu casa,
no te sentías mal como en tu casa, al contrario, sentías que querías hacer
muchas cosas que no comprendías que eran pero sabías que estaban en tí, en
algún lugar. A lo mejor por eso tu mamá decía
que en la casa no se podía vivir así. A
lo mejor tu mamá pensó que estabas mejor en quedarte ahí, en ese lugar, donde
te sentías mejor, donde aprendiste a sonreir.
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Es hermoso, me gusta mucho. Muy buena interpretación.
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