martes, 27 de diciembre de 2011

Un Regalo de Navidad tardío




Hace 16 años doña Paca Xocohoj salió de su pueblo San Pedro Carchá, cerca de Cobán,  con su hija Jimena de 15 años a buscar fortuna a la ciudad Guatemala.  Ella acababa de enviudar  y sin nadie que la detuviera en el pueblo, se encaminó a la capital.

En la capital consiguieron un cuarto de alquiler y empezó a buscar trabajo para ella.  Su sueño era que Jimena siguiera estudiando en la escuela para tener mejor vida que la que ella llevaba.  Ya había terminado los primeros años de la secundaria y le faltaban otros tres.  En San Pedro Carchá las oportunidades de seguir estudiando eran mínimas así que por eso se decidió ir a la capital. Además Jimena era una niña muy hermosa y Doña Paca quería que se casara con un buen hombre.  Buenos hombres faltaban en su pueblo.

Después de un mes de estar tocando puertas encontró trabajo como ama de llaves en la mansión de la familia Montecristo. Ellos a parte de ofrecerle buen salario, le ofrecieron dos habitaciones:  Una para ella y otra para su hija. Como ya casi empezaba el año escolar ella se apresuró a inscribir a Jimena en una Escuela para que siguiera sus estudios.  Le gustaba trabajar para los Montecristo ya que parecían ser buenas personas.  Don Guido trabajaba de Gerente Financiero del Hotel Camino Real.  Doña Silvina era ama de casa pero nunca se encontraba ahí.  Se iba al gimnasio, a la peluquería, con sus amigas, de compras, etc.  Así que doña Paca podía llevar la casa a su manera y a los señores Montecristo les gustaba como se las administraba.  Los señores Montecristo tenían dos hijos:  Un muchacho muy alto y guapo de nombre Manuel que tenía dieciseis años y una muchacha muy dulce y hermosa de catorce de nombre María Elena.  María Elena rápidamente entablo amistad con Jimena a pesar de ser de distintos niveles sociales.

A Manuel le gustaba molestar a María Elena y a Jimena a la hora de hacer las tareas.  En especial tenía una manía en contra de Jimena.  Le jalaba el pelo, le empujaba y le escondía la tarea para que no la hiciera.  Jimena se quejaba con Doña Paca pero ella nada podía hacer.  Después de un tiempo la jodedera se hizo más frecuente y Jimena no sabía que hacer.  Un día en que la estaba molestando en lugar de empujarla la jaló hacía él y le puso el rostro muy cerca de el suyo.  Se miraron fijamente y al cabo de un rato él le dió un beso en la boca intenso para luego empujarla e irse.  A ella eso le dejó consternada.  No le contó a nadie lo sucedido.

Después de ese día las cosas cambiaron entre ellos.  Se miraban nerviosos y a veces él le rozaba la pierna o la espalda con la mano pretendiendo no darse cuenta.  A Jimena le daba escalofríos en el cuerpo y se ponía muy nerviosa cuando se veían.  Le quería contar a María Elena pero sabía que ella haría todo grande y empezaría a molestar a Manuel  y a lo mejor eso lo alejaría de ella.  Ella no quería eso.

Uno día de tantos Doña Silvina se llevó a María Elena a comprarle ropa, Don Guido estaba en el trabajo y Doña Paca se fue con la cocinera a comprar comida.   Jimena y Manuel se quedaron solos.  Al principio estaban alejados uno del otro y se miraban furtivamente pero luego él le preguntó que si quería algo de beber y fue a traerle un vaso con refresco.  Al traerlo se sentó a la par de ella y después de hablar un par de tonterías se terminaron besando.  Se besaron largo y tendido y con pasión.  Como cómplices se prometieron verse a escondidas.  A partir de ese día en cuanto tenían la oportunidad se veían  detrás de la casa o escondidos detrás de un árbol para besarse.  Luego de un tiempo él empezó a ponerle la mano bajo la blusa o bajo la falda acariciándola apasionado y Jimena no ponía resistencia.  Después de un tiempo eso ya no fue suficiente y quedaron verse una noche en el patio de la casa.  Esa noche hicieron el amor por primera vez.   Manuel  le repetía una y otra vez a Jimena cuánto la amaba a la luz de la luna.  Siguieron viéndose a escondidas cada vez que podían y teniendo cuidado que nadie sospechara nada y que nadie los encontrara. 

Después de unos meses de estar en esas y cumplido un año de Doña Paca haber llegado ahí, Jimena se despertó con vómitos y mareos.  Se quedó en casa.  Doña Paca pensando que le habían hecho mal los mejillones que se comieron la noche anterior le dió un caldo de pollo para que se remediara.  En cambio Jimena siguió mal al día siguiente y al tercero.  Don Guido se ofreció llevarlas al hospital para que le hicieran unos exámenes.  Al cabo de 24 horas se supo la causa de su enfermedad:  Jimena estaba embarazada.  Doña Paca, estupefacta, se la llevó de regreso a casa y la encerró en la habitación para que le confesara quién era el maldito que la había embarazado.  Mientras tanto Manuel estaba angustiadísimo por la enfermedad de Jimena y quería verla a todo costado.  Andaba rondando las habitaciones de la servidumbre sin lograr verla.  Doña Paca no logró sacarle nada a Jimena ese día pero se prometió que al siguiente lo iba a hacer.  Esa noche mientras la casa dormía  Jimena, de puntillas, se acercó a la habitación de Manuel  y tocó la puerta muy quedamente.  El le abrió la puerta y se besaron y abrazaron como que no se hubieran visto nunca.  Cuando ella el contó lo sucedido, decidieron que iban a enfrentar a todos los de la casa con la verdad y decirles que estaban enamorados y que querían casarse.

Al siguiente día temprano en la mañana Manuel les pidió a los Montecristo que se juntaran en la sala mientras Jimena le pedía lo mismo a su mamá.  Cuando todos estaban ahí ellos se tomaron de la mano y confesaron su amor y que habían decidido casarse porque Jimena estaba embarazada. 

Doña Silvina puso el grito en el cielo y se desmayó.  Don Guido dijo que eso no podía ser mientras golpeaba la mesa con su puño.  Doña Paca lloró en silencio mientras pensaba en la confesión y en lo que iban a hacer.  La única que se alegro de tal acontecimiento fue María Elena quién estaba divertida por la reacción de sus papás.   Los papás de Manuel se fueron a hablar en privado a una habitación contigua mientras Doña Paca se retiró a su habitación.  Jimena y Manuel se abrazaban sintiéndose liberados de la carga de guardar su amor en secreto.

Don Guido salió de la habitación y fue a la de Doña Paca a decirle que se fuera de la casa junto con Jimena.    Esto al mismo momento que Doña Silvina se llevó a Manuel para hablar en privado.  Doña Paca se tuvo que llevar a Jimena a rastras.  Ni Manuel ni María Elena vinieron al auxilio a pesar de que Jimena gritaba que no se quería ir.  Nadie evitó que se fueran.  Doña Paca y Jimena sin saber que hacer se fueron a Cobán donde Doña Paca tenía una hermana.  La hermana le aconsejó que se quedaran viviendo ahí mientras Jimena paría y le consiguió a Doña Paca un trabajo de limpieza en la casa de una finca.   Jimena tuvo a un hermoso niño al que llamó Manuel en honor al padre.  Ella le escribió mil cartas a Manuel diciéndole dónde estaba pero él nunca contestó.  No supo más de él.

Quince años después  Jimena trabajaba de cajera en una gasolinera camino a las grutas de Lanquin.  Estaba aburrida ya que era día entre semana y no habían muchos clientes por ahí.  Estaba pensando en qué regalarle a su hijo Manuel para Navidad.   Acababa de terminar los primeros años de la escuela secundaria y tenía notas excelentes.  Merecía un buen regalo.  A lo mejor se lo llevaría a conocer Tikal, la ciudad Maya más grande en Guatemala y que se encontraba en Petén.  Era un viaje largo pero para él su sueño era ir ahí.  Eran los últimos días de Noviembre y si lograba juntar el dinero, podían ir a Tikal en enero, antes de que comenzaran las clases.  Doña Paca, ya retirada, no tendría ningún problema en quedarse sola en la casa.  Hacían diez años que se habían comprado una casita cerca de la hermana de Doña Paca y vivían contentos ahí.  Doña Paca ya había hecho amistades y encontrado actividades para llenar sus días.

Una Suburban llegó a la gasolinera y la hizo salir de sus pensamientos y vió como el conductor sacaba gasolina de la bomba número 4.   Mientras él estaba ahí, dos niños , una mujer y un hombre que venían en el carro, entraron a la gasolinera a comprar golosinas y bebidas.  Cuando se acercaron a la caja a pagar, Jimena, rutinariamente escaneaba la compra cuando escuchó su nombre:  ¿Jimena?  ¿Eres tú, Jimena?  Era la mujer la que preguntaba.  Ella dijo que sí al mismo tiempo que buscaba reconocer el rostro de la señora.  Pero la señora salió corriendo a llamar al conductor que acababa de terminar de echar gasolina y por las expresiones, ella dedujo qué era lo que le estaba diciendo.  No se imaginó lo que iba a pasar después.  Cuando el conductor entró, reconoció el andar pausado de Manuel,  ahora un hombre maduro pero igual de guapo que en la juventud.

Manuel la observó desde la distancia y sus miradas se encontraron, pero ni él ni ella tuvieron el valor de decir algo.   El se apresuró a salir de la gasolinera y se fue a refugiar al carro.  La mujer  que se quedó perpleja por la reacción de él regresó a la caja y le dijo que ella era María Elena, que el hombre que estaba a la par de ella era su esposo y sus dos hijos.  Le dijo que quería hablar con ella pero que ese no era el momento apropiado, que iba a procurar hablarle al regresar de las Grutas de Lanquín.  Le pidió el número de teléfono de la gasolinera o cualquier otro número de teléfono dónde la pudiera localizar.  Jimena le dió el número de la gasolinera sin decir nada.  Estaba tan perpleja como Manuel de haberse visto.  Ellos se retiraron y ella rompió a llorar.  Tantos recuerdos brotaron en su mente.  Ella no había logrado casarse con nadie más ya que seguía amando a Manuel.

Pasó una semana y no escuchó nada de ellos, pasaron dos y empezó a perder las esperanzas, tres y nada.  El día de Navidad, era un día atareado ya que todos venían por gasolina para no quedarse sin ella por los siguientes días.  Además habían muchas excursiones que iban y venían de las Grutas de Lanquín.  Cuando ya habían cerrado la gasolinera, Jimena estaba contando la caja mientras sus compañeros se encargaban de llenar estanterías vacías y sacar basura.   El compañero que había ido a sacar basura le dijo a ella que la estaban esperando afuera.  Como Manuel hijo a veces llegaba de sorpresa a traerla creyó que era él.  Terminó de contar caja a los diez minutos, se despidió de sus compañeros y cuando salió se encontró con Manuel, pero el padre.

Jimena perpleja no sabía que decir o que hacer.  El estaba visiblemente nervioso fumando un cigarrillo.  Cuando se vieron, él tiró lo que quedaba del cigarrillo y lo apagó con el pie y se le quedó viendo fijamente.  Después de un rato en el que se vieron en silencio él le dijo:  No sabes hace cuántos años que te he estado buscando. 

Ella después de estudiarlo le sonrió y le dijo:  No sabes hace cuántos años que te he estado esperando.

El sonrió y le dijo:  Te llevaré a tu casa.  Quiero conocer donde vives.  Y a mi hijo o hija, si es posible. Le abrió la puerta del carro y esperó pacientemente a que se subiera.

Ella antes de subir le dijo: ¿Por qué no contestaste ninguna de mis cartas?  ¿Te casaste? 

El, perplejo, le dijo: ¿Qué cartas?  ¡Yo no recibí ninguna carta! y no, no me he casado para fastidiar a mi madre y porque no logré olvidarte.

Ella le contestó con una sonrisa:  Me lo imaginé.  Vamos, tu hijo Manuel nos espera.


lunes, 19 de diciembre de 2011

Mi Regalo de Navidad


Si Dios me dijera que me concedería un sólo regalo de Navidad o si me encontrara la lámpara mágica de Aladino y el genio me concediera un sólo deseo, no lo pensaría mucho y diría:  Mi deseo es que mi país, Guatemala y todos los demás países Latinoamericanos, tengan un gobierno honesto y preocupado por el pueblo.

¿Qué cosas cambiarían si eso se me concediera?

Que el gobierno dejaría de estarle robando al pueblo y enriqueciendo sus fortunas personales.

Que velaría por la seguridad y combatiría la criminalidad con astucia y compromiso.

Que crearía nuevas fuentes de trabajo y velaría por que el desempleo no aumentara sino que disminuyera.

Que velaría por la buena educación de toda la población y construiría más escuelas y le daría mantenimiento a las que ya existen.



Que haría carreteras con buenos materiales y le daría mantenimiento a los puentes para que resistieran cualquier tormenta o terremoto.

Que combatiría la impunidad y llevaría a la cárcel a todos los asesinos, secuestradores, corruptos, ladrones, malversadores de fondos, pedófilos, perversos,  falsificadores, estafadores, etc.


Que combatiría la desnutrición y velaría para que no se llegue a cifras exorbitantes.

Que velaría por los más pobres y ayudaría a combatir la miseria y la pobreza extrema.

Que velaría por los ancianos para que tengan una vejez feliz y tranquila sin penalidades.

Que mejorarían los centros de salud gratuitos , los hospitales y el servicio de seguridad social y les otorgarían mejores equipos, más medicinas, mejor personal.

Que les otorgarían mejores salarios a todos los empleados públicos.

Que mejorarían las leyes y harían de que hubieran abogados honestos y que no se dejaran vender al mejor postor.

Que sacarían a todos los policías corruptos y mejorarían el cuerpo policíal entrenándolos y mejorándoles el salario.

Que mejorarían los servicios públicos y que estarían al alcance de toda la población.

Que cuando hayan votaciones no haya corrupción y que los votos sean del pueblo para el pueblo.

Que combatirían al narcotráfico, a la trata de blancas, a la pornografía infantil, etc. con fuerza y agresividad.

Que buscarían a toda costa poner a todos los responsables de las atrocidades de la guerra civil detrás de las rejas.

Que buscarían que todos los que han robado o lavado dinero en gobiernos anteriores recibieran su castigo.

Que castigarían a todos los que tienen negocios ilícitos con agilidad y persistencia.

Que velaría porque no hubieran niños en la calle o niños maltratados y crearía refugios para ellos que proveyeran cobijo y educación.

Que educarían a la población sobre el sexo sin protección para evitar enfermedades sexuales y embarazos no deseados.

Que el pueblo cambiaría de actitud y en lugar de ser pasivo sería activo.


Que pagarían la deuda externa y no se endeudarían más.

Que dejariamos de ser titeres de los países primermundistas y seríamos una potencia mundial.



Con un solo regalo de Navidad o un solo deseo concedido lograría muchas cosas para mi país o para Latinoamerica. Lamentablemente no está en mis manos poder regalarles algo como eso.  Pero si está en mis manos escribir lo que me gustaría para que me lean y se den cuenta que depende de todos nosotros como pueblo en ser concientes por quién votamos y en perder el miedo de luchar contra la corrupción y la impunidad.  Como dice un dicho muy popular y ya muy conocido en toda Latinoamérica: “El Pueblo Unido Jamás Será Vencido”.

¡Feliz Navidad Guatemala! ¡ Feliz Navidad Latinoamérica!  ¡Feliz Navidad Latinoamericanos!

¡Un abrazo a todos mis lectores!

martes, 13 de diciembre de 2011

Juan



En los primeros días del año 1993 aparecieron en la esquina de la 2nda Avenida y 12 Calle de la Zona 10 (Zona Viva) de la ciudad de Guatemala, dos niños de la calle, uno de 5 y otro de 9 años.   Pedían limosna a partir de las 8 de la noche y se quedaban toda la noche caminando esas dos calles buscando algunos centavos de las personas que iban a las discotecas de moda o restaurantes de lujo en carros último modelo y ropitas de marca.

Algunos de los transeúntes los ignoraban por completo.  Algunos otros decían:  “Niños sucios ¡Que asco!” mientras evitaban de cualquier manera acercarse a ellos como si tuvieran lepra.   Otros con desdén y orgullo, buscaban rápidamente las monedas más pequeñas que tuvieran y se las tiraban con desprecio.  Algunas monedas rodaban por el suelo y ellos prestos salían corriendo detrás de ellas como si fuese un juego.  Algunos otros un poco más amables, les pedían que cuidaran sus carros BMW o Mercedes del año y eran un poco más generosos al momento de darles dinero:  cinco quetzales o a veces hasta diez.

Yo también los vi y recuerdo bien sus rostros sucios y moquientos.  Parecía que no se habían bañado desde que nacieron. Andaban con ropas harapientas a las que se les caían pedazos de tela sucia a cada rato.  Andaban descalzos y con los pies tan sucios como sus rostros. El niño de 5 años casi siempre iba de la mano de su hermano mayor y se chupaba el dedo constantemente.  El otro niño de 9 años, muy vivaracho,  rogaba de una manera triste y dulce recibir tan ansiadas monedas y si uno se dejaba, entablaba una buena conversación que con gracia y perspicacia lo entretenía a uno.

Cada jueves, viernes y sábado mi mejor amiga, Claudia, y yo íbamos a las discotecas de lugar a bailar y divertirnos.  Teníamos apenas diecinueve años y creíamos que conquistabamos el mundo. Cada día con diferentes ropas y zapatos procurando lucir cada vez mejor.   Los guardias de seguridad de las discotecas ya nos conocían, teníamos nuestros camareros predilectos y nos topábamos con hombres guapos que nos saludaban y nos guiñaban el ojo. 

Un día de tantas salidas, vimos a estos dos niños pedir limosna en la calle y de verlos tan pequeños nos acercamos a darles unas monedas.  Les preguntamos por qué estaban pidiendo limosna tan tarde, por qué no se iban a casa.  El niño mayor que se presentó como Juan nos contó que sus padres los mandaban a esas horas a conseguir dinero porque era cuando más dinero se lograba.  Tenían que conseguir una cuota mínima de 50 quetzales porque si no, sus padres les pegaban.  Le preguntamos a Juan que dónde se encontraban sus papás en ese momento y ellos dijeron que en casa durmiendo.  Los padres pedían limosna de día y mandaban a Juan y a su hermanito que se llamaba Pedro a trabajar de noche.   Pero Juan muy orgulloso nos decía que a él no le importaba trabajar de noche porque eso le daba la oportunidad de estudiar por las mañanas.  

Cada vez que los veíamos, Claudia y yo, procurábamos darles cinco o diez quetzales para que llegaran a su cuota rápidamente y se pudieran ir a casa.  A veces cuando salíamos de la discoteca, todavía los veíamos buscando dinero y completábamos la cuota para que se fueran de una vez.

Recuerdo que Juan nos contaba que quería ser doctor, que por eso estudiaba mucho para salir adelante.   Claudia y yo siempre le remarcábamos que estudiar era lo principal para salir de pobre y que no dejara de hacerlo no importaba qué sucediera en su vida.

Un día que fui sin Claudia a la discoteca me di cuenta que Pedro estaba sentado durmiendo y no estaba pidiendo dinero como de costumbre.  Cuando Juan me saludó, le pregunté por Pedro y me dijo que estaba enfermo.  Me dio tanta tristeza que les di los cincuenta quetzales de la cuota para que se fueran temprano a casa.  Casi sin dinero entré a la discoteca y me junté con algunos amigos. Bailé toda la noche pensando que Juan y Pedro se habían ido  ya a casa.  Cuando salí de la discoteca, veo a Juan todavía pidiendo limosna.  Le pregunté que hacía ahí y dónde se encontraba Pedro.  Me dijo que se habían ido a casa, como yo les dije, pero cuando llegaron a casa su papá los regañó por haber terminado tan temprano.  Su papá dejó que Pedro se quedara con la condición de que Juan tenía que conseguir otros cincuenta quetzales para esa noche.   Me dio mucha rabia y le conté a mis amigos que prontamente se prestaron a juntar el dinero que le hacia falta a Juan para irse a casa.

Al cabo de un tiempo, Claudia y yo dejamos de ir a esos lugares y no supimos más de Juan y Pedro.  Cada vez que podía pasaba por esa esquina a ver si los veía pero ya no los vi más.  

Pasaron diez años y yo estaba en un restaurante con una amiga mía.  Ordenamos la comida mientras hablábamos de todo un poco.  Cuando el camarero llevó las bebidas, se tropezó con algo y me salpicó con la Coca Cola de dieta que mi amiga había pedido.  Mi amiga empezó a reclamarle que era un torpe que cómo se atrevía a tirarme la bebida encima mientras él, apenado, me decía que lo sentía y me pasaba una servilleta.  Cuando le ví los ojos me quedé pasmada.  Lo reconocí instantáneamente.  Le pregunté:  “ ¿Te llamas Juan?” y en el mismo instante que le pregunté se le esbozó una sonrisa de reconocimiento.  Sí, era Juan. 

Sus padres habían quitado de esa esquina a Juan y a Pedro cuando las discotecas comenzaron a decaer en popularidad.  Se habían movido a otras esquinas, de día o de noche, siempre pidiendo limosna.  Juan siguió estudiando hasta que se graduó de bachiller y por eso había logrado conseguir el trabajo de camarero.  Pedro no había seguido estudiando y se había metido a una mara (banda de delincuentes).

Juan con la misma chispa de siempre me contó emocionado que trabajaba de camarero y al mismo tiempo estudiaba  para doctor. 

Después de ese encuentro fortuito iba a comer en cuanto podía a ese restaurante y hablaba un poco con Juan.  Me gustaba hablar con él y que me contara con entusiasmo lo que había aprendido en la Universidad.  Un día que llegué al restaurante, ya no lo vi.  Cuando pregunté por él me dijeron que había renunciado.  Me entristecí porque no sabía como localizarlo.

Diez años después, mi abuela se enfermó de gravedad y la llevamos al Hospital Herrera Llerandi, uno de los mejores hospitales de la ciudad.  Tenía un problema en el corazón y había que operarla de emergencia.  El cirujano jefe había sido llamado a proceder con una operación delicada en el estado de Oregon, Estados Unidos.  Le pedimos al hospital que nos enviara el mejor cirujano suplente que tuvieran.  Cuando se presentó, era tan jovencito que mi padre me dijo que ni de loco ponía en manos de ese mocoso la vida de su madre.  Yo sonreí, y le dije a mi padre:  “Papá, yo conozco al cirujano en persona, sé que es bueno en su trabajo, déjalo que opere a la abuela”.

Y así fue como Juan le salvó la vida a mi abuela en esa ocasión.   Nos juntamos de vez en cuando a tomar café.  Nuestra amistad se ha hecho cada vez más estrecha y no sé que sería de mi vida sin él. 

martes, 6 de diciembre de 2011

Violencia Intrafamiliar en Guatemala



El viernes 2 de diciembre encontré un artículo de la Prensa Libre, periódico en Guatemala, con el título  "Me odia porque me parezco a mi papá" .  Este artículo me impactó mucho por el amor de un padre por sus hijas.

El ha sido obligado a tomar medidas drásticas como esconderse y separarse de su nueva pareja e hija de 2 años para poder proteger a sus dos hijas primogénitas, víctimas de la violencia intrafamiliar (causada por la madre), porque en este caso, la justicia en Guatemala ha fallado.  Después de las declaraciones de Jimena y Rita (las víctimas) el juez le dió la custodia a la madre, Rita Carola Rivera Mencos quien es la agresora.

Se lee en el artículo:  “Alejandro Balsells, del Centro de Defensa de la Constitución, comentó que los jueces “dictan medidas presuponiendo una agresividad del cónyuge varón, con lo cual ocasionan situaciones injustas”.

Esto sucede porque en Guatemala, la mayoría de los casos, el agresor es el padre.  Pero en este caso es lo contrario:  la agresora es la madre. 

La madre, frustrada por el fracaso de su matrimonio, pobreza ,  o falta de estabilidad, culpa a los hijos y los agrede verbal , psicológica y físicamente.  Estas mujeres están en un estado maniaco depresivo, tienen alguna enfermedad psicólogica,  o estado de depresión que por falta de atención  y conocimiento no es tratada profesionalmente y la consecuencia es la agresión contra los hijos.

Hay miles de historias de agresión intrafamiliar contra niños en Guatemala y otros países latinoamericanos.  Los niños son las víctimas más fáciles de manipular, denigrar y maltratar.  En algunos casos las madres intentan envenenar la mente del niño diciéndoles cosas absurdas contra el padre o la familia del padre.  Algunos otros niños son utilizados para sacar información de la familia paterna para después, frases dichas por ellos, son tergiversadas poniendo al niño en duda.  Algunos niños están entre las dos familias como absorbentes de palabras agresoras. En algunos casos, los niños son engañados por la madre que les dice que el padre no quiere verlos o no los ama, cuando en realidad la madre castiga al padre con no ver a los niños por haberla abandonado. En algunos casos todas las frustraciones de la madre se convierten en maltratos físicos diarios y los niños son amenazados con matarlos si le dicen a alguien de lo que sucede en casa o si tratan de escapar. Algunos de ellos eligen no decir nada por vergüenza o porque, gracias a la agresión, desconfian de los adultos.  Son niños que en lugar de crecer con amor, juguetes y alegría crecen con el temor,  la desesperación  y tristeza de vivir en el maltrato.



En el caso específico de Rita y Jimena, hay un padre que está velando por ellas, así que ellas están protegidas por alguien a quién aman y le tienen confianza.  Pero muchos otros niños viven únicamente con su madre  o padre y no tienen a quién acudir. Algunos de ellos son abusados sexualmente por parte de la madre, padre o algún otro familiar. Esta situación los hace entrar en la desesperación y soledad y desarrollar tendencias suicidas para acabar el abuso sexual.  Estos niños cultivan odio y desconfianza al crecer y desafortunadamente, son más propensos a seguir la cadena de maltratos ya de adultos pasando de víctimas a agresores.

Hace 30 o 20 años no habían leyes contra la violencia intrafamiliar o si las habían, eran muy débiles.  Hasta que en el año 1996 (el año en el que se firmó la Paz entre la guerrilla y el ejército en Guatemala) se decretó la “Ley para prevenir, sancionar y erradicar la violencia intrafamiliar”.

Al leerla se puede ver que la ley es completa y cuenta con artículos en el cuál se ordena a los agresores a “la asistencia obligatoria a instituciones con programas terapéutico-educativos”, entre otras cosas.

Lamentablemente esta ley, a pesar de haber sido aprobada y definida hace 15 años, no se cumple a cabalidad.  Jueces desconocen todos los artículos de la ley o no los aplican basando el juicio en suposiciones.  También hay corrupción judicial dejándose pagar para favorecer al agresor.  A veces los juicios pueden tardar meses y hasta años o por lo contrario, pueden tener un veredicto rápido “para quitarse el caso de encima” sin que haya una solución concisa y definitiva a beneficio de las víctimas.

Las víctimas desconocen de la existencia de la ley o no tienen a alguien que los apoye como en el caso de Rita y Jimena, que cuentan con su padre. Algunas de las víctimas son de escasos recursos y no tienen a donde recurrir, dinero para pagar un abogado, o piensan que lo que viven es “normal”.

En los últimos años los niños (o mujeres) maltratados (as) están empezando a tener voz a través de organizaciones y la población Guatemalteca está reaccionando, pero el cambio de actitud va demasiado lento.

En el 2008 se aprobó el Decreto Ley No. 49-82 para la “Eliminación de todas formas de discriminación contra la mujer”.  Dicha ley ha provocado debates y ha dividido a la población entre los que están a favor y los que están en contra de la ley, pero también ha provocado que las mujeres poco a poco denuncien más que antes la agresión que reciben.  Desafortunadamente el nivel de víctimas aún es elevado.

La Ley Alba-Keneth fue aprobada en agosto de 2010 y nombrada así en honor a los niños Alba Michelle España, asesinada para tráfico de órganos, y Kenneth López Agustín, víctima también de la violencia criminal. Esta ley, aprobada gracias a una iniciativa de Norma Cruz, de la Fundación de Sobrevivientes, ha permitido la localización de menores víctimas de delitos como trata, comercio sexual, tráfico de órganos o secuestro, y facilita su búsqueda desde las primeras horas, contrario a la espera de 72 horas exigida antes por las autoridades para comenzar una búsqueda.

Ahora mismo hay una campaña en Guatemala que se llama "Rompe el Ciclo" en la cuál se está concientizando a la población que la violencia en casa es común, pero no es normal.  Esta organización tendrá un evento el 21 de enero del 2012 en el cuál el propósito es despertar un cambio generacional.  Me gusta mucho el "Por qué" de su campaña:  “...romper el concepto que la violencia dentro de casa es “natural”, “aceptable” o “privada”...”   “...Esta campaña existe para crear una presión de grupo como una herramienta poderosa para lograr el cambio.”

Cambiar la mentalidad de todo un país es difícil pero no es imposible.  El cambio está en nosotros mismos...en lo que hagamos en nuestro propio Hogar.